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Críticas de Gunnar Hansen
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Críticas 40
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
3
2 de febrero de 2022
5 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
De un tiempo a esta parte, la actualidad social ha ido permeando el cine contemporáneo. El terror, como no podía ser menos, también se ha visto afectado por este afán de hacerse eco y reflejar en sus propuestas los nuevos temas que, en diferente grado, vienen preocupando a la ciudadanía. Algo que, como cualquiera sabrá, no es nada nuevo ni necesariamente negativo. De hecho, si ha existido un género que vehicule crítica social, preocupaciones, inseguridades y miedos colectivos, este ha sido, sin lugar a dudas, el terror y la ciencia ficción. Ciertamente, es un dato sabido que, con cada crisis socioeconómica, con cada convulsión del statu quo, el terror ha nutrido su producción hasta ser el género más lustroso y en forma de todos.

The Power es un buen ejemplo de este uso (y abuso) de los temas de actualidad y de las preocupaciones de diversos sectores de nuestras sociedades posmodernas, cada vez más complejas, individualistas y fragmentadas. El problema es que tanto “buenrollismo” y moralina fácil acaban por fagocitar toda potencialidad transgresora del género, ahogando en lo llamado políticamente correcto cualquier premisa que no abunde en los mismos tópicos moralistas que victimizan y acusan a través de composiciones en un simplista blanco y negro, sin grises ni matices. Solo el discurso hegemónico tiene cabida, unidimensional, sin discusiones ni desviaciones.

Este creciente cerco a la libertad creativa y la nueva censura (o, peor aún, autocensura) empequeñece la sci-fi y el terror, que ve menguada su capacidad de transgredir siendo cada vez más dócil al sistema y menos gamberra y díscola en premisas y desarrollo. Como en los peores momentos del puritanismo, del macartismo y su caza de brujas o de regímenes totalitarios en que se examinaba cada obra en busca de desviaciones de la narrativa oficial y del mensaje moralmente deseado, los nuevos paradigmas contemporáneos encorsetan la autonomía creativa, conduciéndola por los estrechos derroteros de la corrección política (léase, moral). Salirse de ellos supone la inclusión en una creciente lista negra, convertirse en merecedor de la repudia del gremio y del coaccionado público, una segura candidatura al exilio profesional. Con un panorama así, la mayoría termina por aceptar las nuevas reglas del juego y pasar por el aro, admitiendo convertirse en portavoz de lo que las posturas hegemónicas quieren que se vea y escuche, sin discrepancia de los mensajes que se pretenden transmitir.

The Power es una película de este tipo. Producción típicamente inglesa, buena en su forma, sobria y con gran solvencia en su puesta en escena. Morfológicamente impecable, con una idea de arranque y una ambientación sumamente potentes, prometedoras de una buena película de género que, sin embargo y poco a poco, conforme desarrolla su narrativa va encallando en tópicos, asfixiado su avance por el discurso dominante que hace previsible hacia donde se dirige y lo que va a pasar. Arenga fácil, en bruto, sin problematizaciones que inviten a la reflexión, lastres que evidencian el destino argumental antes de que este consume sus planteamientos. Sobre explicado, con esa necesidad del cine de terror de nuevo cuño de ofrecer un mensaje mascado y fácil al espectador, sin posibles dobles lecturas o ambigüedades en su interpretación. Una infantilización del género conforme a lo que los sectores hegemónicos proponen, con mensajes fáciles de compresión y ligereza intelectual donde todo es como desde dichas esferas se pretende que sea.

El terror siempre ha sido rompedor. Se ha jactado de ir contra la moral imperante, mostrando aquello que otros géneros no se atreven, yendo más allá de convencionalismos y estándares sociales, contraviniendo lo políticamente correcto y el “buen gusto” burgués. Ahora, con el secuestro de su tradicional filosofía por parte de imposiciones de estudios y lobbies dominantes (tanto de la industria cinematográfica como fuera de ella), se está perdiendo su esencia gamberra, provocativa y disidente. Se está convirtiendo en portavoz del mainstream y del statu quo que antes atacaba, un género sometido a lo que ciertos grupos imponen como "políticamente correcto" en un ejercicio de censura que limita su esencia y coarta cualquier enfoque subversivo y postura antisistema que en otros tiempos representara. Este no es mi cine de terror. Es más, esto no es cine de terror. Esto es propaganda mainstream.
Gunnar Hansen
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4
26 de diciembre de 2019
51 de 77 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando me enteré de que se iba a realizar una adaptación de la saga de novelas de Geralt de Rivia, me interesé. Como igualmente me ocurrió al conocer que Conan iba a recibir el mismo tratamiento seriado (prometiendo además fidelidad a la cronología de las novelas y a las tramas con las que Robert Howard tanto nos deleitó). Reconozco mi afición a la fantasía heroica, la fantasía épica, la espada y brujería o como cada cual la quiera denominar. Ese subgénero literario (y no sólo literario) que comparte ciertos elementos que lo hace característico y fácilmente reconocible a sus lectores habituales (y no tan habituales). Y si además está bien realizado, el resultado es siempre sumamente disfrutable.

Netflix fue quien anunció la adaptación y, como productora, la ha llevado a cabo. Y esto se percibe claramente en el producto final. Mal que nos pese, Netflix no deja de ser una suerte de “Ikea de las series”. Con la salvedad de su magnífica Mindhunters o la honrosa La Maldición de Hill House, el resto de sus producciones, tanto formato serie como película, adolecen de una manufactura visual más bien cutre. Incluso los productos que tienen algo más de calidad traspiran ese aspecto televisivo, un acabado de telefilm que lastra otras virtudes que la obra pueda tener, dejando siempre la sensación de “pudo ser mejor”.

Y esto mismo lo adolece The Witcher, a veces más próximo a Xena, La Princesa Guerrera o a El Joven Hércules, que a la gran serie que se nos quiso hacer creer que es (y que algunos, pertinazmente, siguen insistiendo que es). Pero es que además de ese empaque televisivo made in Netflix, los guiones y el desarrollo de las tramas tampoco están a la altura. Todo resulta mal hilvanado, acelerado, confuso, impreciso y poco convincente. No hay coherencia, conexión ni continuidad aparente en las tramas, resultando algunas de ellas realmente lamentables, cuando no risibles (la del capítulo 4, con Duny, el hombre-erizo, es de vergüenza. Y eso sin mencionar a la reina Calanthe, ejemplo de cómo no ha de construirse y hacer actuar a un personaje).

Y no se puede aducir, como no pocos hacen, que haya que leerse los libros para comprender lo que ocurre. Un buen guion tiene que bastarse a sí mismo, sin referencias externas, para atrapar al espectador, introducirle en lo que cuenta y hacerle partícipe de la historia que narra. Pero más allá e independientemente del material en que se inspire, los guiones de esta serie están mal construidos, sin mimo a la ficción que relatan y sin cuidado hacia su desarrollo: la historia de Yennefer ejemplariza esa malísima ejecución del tiempo narrativo, pasando aceleradamente, sin graduación o matices de ser una joven tullida y deforme, desconocedora de sus poderes y de la forma de controlarlos, a adquirir un físico estupendo y unas capacidades mágicas impresionantes y bajo su voluntad (algo que por otro lado, todo aquel que vea la serie anticipa desde el principio mismo de su historia). O el pasaje del bosque de Brokelin, un verdadero anuncio de Benetton rebozado de feminismo a la moda, frívolo y de consumo fácil, de masas. En general, la narrativa me ha parecido precipitada, inconsistente y mal desarrollada.

Todo lo dicho supone un gran problema a nivel narrativo. Pero no es el único. Íntimamente relacionado con la construcción de los guiones y su desarrollo, está el diseño de los propios personajes. Éstos no tienen ningún carisma y el espectador no empatiza con ninguno de ellos, sus intereses o motivaciones en ningún momento. Empezando por el propio Geralt y pasando por Ciri, a uno termina por darle igual qué busca cada cual, qué le mueve, cuáles son sus intereses y qué les define. Se nos muestran planos, sin matices ni complejidades, meras herramientas que vehiculan una historia que parece no ir con ellos. Y qué decir de Jaskier, el odioso bardo como secundario graciosillo, o del insípido acompañante de Ciri, ese insípido elfo negro (hasta dónde va a llegar la corrección política)… personajes de pegote que no aportan nada a la historia, incluso -como en el caso del bardo- la hunden en el sopor y la vergüenza ajena. Y la ya mencionada reina Calanthe…

Empero, no todo es malo en la serie, ni mucho menos. Las secuencias de acción están muy bien rodadas y son sumamente disfrutables. Bien coreografiadas, dirigidas y montadas, suelen ser una delicia visual a lo largo de esta primera temporada. También algunas escenografías son resaltables y, en líneas generales, los efectos especiales –CGI a cholón– no están tan mal como algunos comentaristas señalan maliciosamente que son. Pero poco más. Espero que la ya anunciada segunda temporada mejore lo visto. Porque realmente empeorarlo, es poco probable (aunque todo es posible).

Estamos en una época de consumo acelerado y masivo, de productos de usar y tirar, de atención efímera y de hypes que en una semana son olvidados para dejar paso al siguiente. Lo que hoy es una maravilla, un hito en la historia televisiva, en menos de un mes no se recuerda. Pero no importa. Ya ha sido sustituido por otra mercancía de idénticas características y mejor promoción. Obras fáciles para nuestras actuales mentes cortoplacistas. The Witcher es uno más. Un producto de videoclub con algunos aciertos pero que se olvidará rápido en beneficio de su reemplazo, el nuevo hype del momento que las mentes preclaras, siempre al tanto y a la última, pregonarán como lo mejor desde…
Gunnar Hansen
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4
21 de setiembre de 2016
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
The Borderlands es otra película más de "metraje encontrado", subgénero por derecho propio e imposición numérica. Y es que, de un tiempo a esta parte, recibimos un aluvión de películas que, ya por falta de medios, ya por necesidades del guión, recurren a este formato para lograr sus fines. Unas consiguen lo que pretenden y ajustan esta técnica estético-narrativa de manera eficaz a la intencionalidad-necesidades del film. Otras, y no las menos, se estampan desastrosamente, ofreciendo al aturdido espectador un batiburrillo de imágenes poco nítidas, planos móviles tipo "montaña rusa" que generan vértigos y mareos, derivando todo ello antes que en mayor credibilidad e implicación en lo que se intuye ver, en hastío y aburrimiento que impelen al abandono del visionado.

Lamentablemente, el film que aquí nos ocupa, se acerca más al segundo caso que al primero. Porque si bien la premisa que se ofrece es muy sugerente (esa deidad pagana, numen innominado anterior a la cristiandad judeo-mediterránea que retorna al templo del que las nuevas creencias lo desplazaran), todo se desperdicia en un desenlace final, ejercicio de rutina desenfocada en este tipo de tratamientos formales.

Pero el mayor problema que adolece The Borderlands no es el tipo de formato "cámara en hombro". Este no es más que una elección técnica, vehículo expresivo de lo narrado. El problema en sí es el guión, pues de sus tres secuencias (grosso modo: presentación-nudo-desenlace), la más importante o al menos aquélla definitoria (el desenlace) resulta en decepción; sensación que hace cuestionarse para qué cojones me he tragado todo lo previo. Porque dado lo que se tarda en llegar a la explicación, mientras se avanza por la presentación y el nudo, cuando uno ya tiene la miel en los labios, todo se resuelve en unos cuantos planos borrosos, oscuros y móviles que dejan mucho a la imaginación y muy poco a los sentidos. Y ya. Fundido en negro y créditos finales.

Que qué conclusión saco de todo ello. Pues que pasas el rato hasta que te quedas con ganas de unos minutos más de desenlace y menos rollo de presentación. Que mucho ruido y pocas nueces. Que ando un poco mareado. Que me han vuelto a engañar. Y que ya van... Mejor no las cuento, porque en breve, seguro que volveré a caer...

Es que no escarmiento.
Gunnar Hansen
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4
18 de setiembre de 2014
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Siendo la primera persona en puntuar esta película, cierta sensación de responsabilidad me embarga. Entiéndanme. Si otras personas, potenciales espectadores, se basaran para serlo en la puntuación que yo otorgue a esta obra (con el siempre existente riesgo de defraudarles con mi valoración y los subsiguientes descalificativos para mi persona) prefería anejar una crítica donde tener la oportunidad de matizar y aclarar la puntuación ofrecida, así como mi postura al respecto.

Y es que The Collingswood Story cuenta con algunos puntos favorables que la hacen merecedora de cierto respeto; lamentablemente, tantos como aspectos desfavorables que la desacreditan. Por lo mismo, estoy seguro, gustará a algunos y decepcionará a otros tantos (o seguramente, a más). Y teniendo esto en cuenta, es difícil emitir una valoración que satisfaga tanto a unos como a otros. Así que, dejando de lado tan fútil intento, escribiré unas breves líneas sobre lo que su visionado me ha transmitido, intentando, eso sí, contextualizar mi opinión.

Y es que la película se comenzó a producir en el año 2000, allá cuando eso de Skype era un proyecto en pañales (si no me equivoco, hasta el 2003 no ve la luz) y The Blair Witch Project (1999), algo muy reciente. Por ello y aunque vista ahora (cuando yo lo he hecho, saturados como estamos de mockumentaries, metrajes encontrados y técnicas de rodaje ajenas a las tomas de cámara tradicionales, desde “fuera de la historia”), hay que reconocerle el mérito de ser si no la primera, sí de las primeras en continuar la estela de la Bruja de Blair (no sé cuánto de copia hubo), anticipándose al filón por venir en torno a este tipo de formato fílmico. Si aunado a este hecho contextual, le sumamos el bajo presupuesto con que la película se lleva a cabo, estamos ante otro factor que alabar y reconocer mérito para sus ideadores. De hecho, todo ello les valió algunos premios y reconocimientos en festivales y reseñas varias. Si añadimos que no se abusó del metraje (quedando la película en hora y veinte minutos, créditos finales incluidos), empezamos bien. Hasta aquí el contexto histórico y económico. Pasemos al contenido (sin spoilers de los chungos).

La película nos introduce en la relación a distancia de una pareja universitaria (uno en Virginia y la otra en Collingswood, New Jersey). Como el lector ya se puede imaginar, esta relación se lleva a cabo por telecomunicación (un protoskype aún por desarrollar). Así que todo lo que vemos es a través de las diferentes cámaras de los ordenadores de los implicados. Este hecho, seguro estoy, disuadirá ya a muchos de los posibles espectadores, cargados como estamos de “experimentos” visuales de este tipo. Pero bueno, para los que continúen el visionado (que, como yo, los habrá), ahí va lo que resta: aparentemente, todo va bien. Es el cumpleaños de la chavalita y el novio, guasón de él, se dedica a hacerle algunas “bromas” por videollamada. Una de ellas consiste en ponerla en contacto con una extraña e inquietante vidente online, una extravagancia de la red que cree les hará pasar un rato divertido a ambos. Craso error, amigos. La médium internauta les intrigará con un culto oscuro y secreto que, proveniente de Francia , se desarrolló en Collingswood durante el siglo XIX, asunto el cual empieza a inquietar al distante noviete. La narrativa de la médium sobre asesinatos rituales y la subsiguiente investigación por internet del joven, le convencen de la veracidad de los macabros sucesos, así como de la reiteración de ellos en intervalos a lo largo del tiempo y en la misma casa donde su novia reside. Esta última, reacia a creer en semejante personaje virtual (que no sin motivos, considera un fraude), no acaba de tragarse las advertencias de su cada vez más preocupado novio. Pero aún así y cámara web en mano, comenzará a investigar el pueblo en busca de la residencia del líder de la secta (desaparecido más de un siglo atrás), así como la casa donde se encuentra. En fin, os podéis imaginar el resto del meollo que aquí malamente he sintetizado.

El caso es que, aunque la película ganó algunos premios y recibió otras tantas buenas críticas por su originalidad y demás, en mi opinión no termina de aportar nada mucho más allá. Cuando concluye, uno se queda con la sensación de “algo ha faltado” o “pudo ser más”. Vale la ausencia de presupuesto como pretexto. Pero reconocidos sus méritos (cuestionables, por supuesto), también hay que reconocer sus carencias. Y ese precipitado final sorpresa, en su intento de impactar, nos deja con la sensación de que en la hora y poco en que se desarrolla el guion no ha pasado nada… o, mejor dicho y peor todavía, que se han apuntado cosas un poco interesantes que se han prescindido de desarrollar (por no saber cómo hacerlo o por falta de medios económicos, realmente me da igual: te quedas casi como estabas).

Por ello, en definitiva y reconociendo por delante mi benignidad para con este tipo de producciones, me veo forzado a ponerle un 4,5. No llega a aprobar, pero casi, casi... Así que, como curiosidad por lo anticipativo y premonitorio que tiene y si eres tolerante con estas formas narrativas “alternativas” (found footage, mockumentaries y demás), dale una oportunidad para engrosar la colección de rarezas que, sin necesariamente ser buenas, componen tu acervo fílmico. Nunca está de más y, seamos sinceros, algunas horas muertas que no nos importa perder siempre tenemos. ¿No?
Gunnar Hansen
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9
10 de junio de 2010
67 de 72 usuarios han encontrado esta crítica útil
Que en el Museo de Arte Moderno de Nueva York se guarde una copia de los negativos de esta obra (así como de La Noche de Los Muertos Vivientes), dice más de ella que todas las críticas que aquí podamos anejar.

Que, tras serias dificultades, triunfase en el festival de Londres, fuese alabada en Cannes y Avoriaz se rindiese ante su potencia visual, es prueba de su cautivadora esencia, ajena al discurrir del tiempo y las modas.

Que más de treinta años después aún haya gente comentando, criticando (para bien o para mal) esta tremenda obra, dice todavía más.

Y que, con más de tres décadas a sus espaldas, la cinta de Hooper siga siendo referencia obligada dentro del terror contemporáneo y uno de los puntales seminales del gótico americano revela más de esta obra de lo que yo pueda aquí escribir.

Aún así y reconociendo estos handicaps, ahí va mi pequeña y humilde tentativa de aportación:

En 1974, un joven gamberro, subversivo, de pelo largo y despeinado se disponía, sin saberlo, a conmocionar al público y a la crítica con una producción ínfima en cuanto a presupuesto pero brutal y revolucionaria en cuanto a contenidos y tratamiento formal. Aún no podía saber, aunque sí iba intuyéndolo conforme avanzaba a trompicones la grabación, que tenía entre manos algo grande, un proyecto que iba a causar furor y dejar huella entre la legión de fans que iban adhiriéndose al terror.

Inspirados en la peripatética figura de Ed Gein, Hooper y Henkel escribieron en 15 días el guión. Tras conseguir la exigua financiación para arrancar, se embarcaron en un rodaje demencial. Si bien la idea no es espectacular, el tratamiento documental, al que ayuda el empleo de los 16 mm y su granulado, y la enrarecida producción visual de Bob Burns elevaron pronto la obra al podio de la bizarría y el terror más descarnado. El verismo que resuda la pantalla no deja impasible ni siquiera al espectador actual, curtido en el gore digital y los efectos más excesivos.

La película de Hooper deja entrever más que enseña, relegando a los márgenes no visibles las partes más horrendas y gráficas. Esto es uno de los mayores aciertos del film ya que, enfebrecida por la malsana ambientación y las sevicias situaciones, la imaginación ofrece peores cuadros de los que el presupuesto hubiera podido mostrar. Los horrísonos berridos de los protagonistas torturados fuera de plano, en insalubres paisajes de pesadilla, el granulado de la película usada y las texturas que esta aporta (casi documental), dotan el total del metraje de un insufrible estado de tensión y de una especial conmoción sensitiva.

Y es que, cuando una obra tiene el impacto visual y conceptual que la Matanza de Texas tuvo, es difícil borrar su huella y recuerdo. A partir de su estreno, censura, polémica e imitación. Siguiendo sus pasos, comenzaron a aflorar desde la serie B, más lustrosa que nuca en aquel entonces, productos similares, copias con menor o mayor acierto.

Hordas de jóvenes descerebrados y sin prejuicios puristas, de aquellos que los cinéfilos gustan hacer gala, encumbraron la película al nivel que hoy ostenta y que, desde entonces, indiscutiblemente ha mantenido. El terror, tal y como hoy lo concebimos, estaba gestándose.

Lo peor, que Hooper cayó desde entonces en un tedio productivo del que aún hoy día no se ha repuesto y, la verdad sea dicha, dudo mucho que pueda escapar a él. Sin embargo, legar esta obra a la historia del cine es suficiente aportación para que este realizador sea nombrado como uno de los pilares del terror contemporáneo.

Recordad, ¡el secreto está en la carne!
Gunnar Hansen
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