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Críticas de Martes Carnaval
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Críticas 56
Críticas ordenadas por utilidad
7
17 de octubre de 2010
14 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película es una reflexión sobre la maternidad o, para ser más exactos, sobre la maternidad frustrada.

La maternidad es el milagro de la continuidad de la vida en otras vidas. No se trata sólo de la perpetuación de la especie —la única compensación a la muerte— sino que uno no muere mientras no se le olvida y ése es uno de los motivos —quizás subconsciente muchas veces— por los que la procreación ha tenido tanto éxito. La maternidad da lugar, en conjunto, a la relación más poderosa que pueda existir entre dos personas, aunque sea desequilibrada. Paradójicamente, la maternidad, que se comparte con otras especies y sobre todo con los otros mamíferos, es el mecanismo humanizador por antonomasia.

De las once relaciones entre madres e hijas que se pueden inventariar en la película, ya sean biológicas —naturales—, ortopédicas —adoptivas— o vicarias —por persona interpuesta—, en la que no incluyo la simbólica —metafórica— de la monja con sus peticionarias, las que corresponden a las tres protagonistas —excelentes interpretaciones— están presididas por la frustración. Las tres sienten de una forma u otra la frustración de la maternidad: la de Karen-Bening por experimentar la sensación de haber sido víctima de una sustracción y separación; la de Elizabeth-Watts por no poder llegar a disfrutar de la maternidad cuando ya la acariciaba y la de Lucy-Washington por ser incapaz fisiológicamente de tener hijos pese a desearlos con intensidad.

Echo de menos la maternidad conseguida mediante la fecundación "in vitro". La Iglesia o las Iglesias —porque hay algo que las iguala en este tema— se han pasado la vida condenando el sexo sin reproducción, obligando a que el sexo no excluyese la reproducción, a que la reproducción y el sexo formasen parte del mismo paquete, y es la Ciencia la que ha dado carta de naturaleza a la disociación entre sexo y reproducción al lograr la reproducción sin sexo.

Queda luego de la maternidad frustrada, de la maternidad buscada y no lograda, la carencia que remite a la soledad. La soledad, otro de los temas de la película en sus dos grandes categorías: la soledad como opción y la soledad como obligación; la soledad en que uno se prefiere o la soledad en que uno se tiene que soportar.

La cinta no es redonda por el afán de Rodrigo García en hacerla redonda (o enrollada), por su obsesión en cerrar el círculo recorriendo los 360º: demasiadas casualidades, giros inesperados, conversiones psicológicas aceleradas y situaciones forzadas para lograr el desenlace querido.
Martes Carnaval
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7
1 de setiembre de 2016
14 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me ha parecido una de esas películas deliciosas con las que el cine francés nos obsequia de vez en cuando. Una película inteligente y muy estudiada para lograr el efecto que pretende. La contraposición entre la frialdad de una sala de justicia y el trágico caso que se juzga con el calor del espíritu romántico es de una eficacia asombrosa para que al final de la proyección sintamos ese regusto que proporciona el discreto sabor del sentimiento amoroso entre personas maduras, que, como el más pasional, puede llegar a desarrollarse en las tierras más áridas y yermas.

¿Cómo lo consigue el Director, Christian Vincent?

1 ) Recurriendo a un actor y a una actriz que se adaptan perfectamente a sus personajes y hacen dos grandes interpretaciones. Fabrice Luchini compone un juez, que profesionalmente se nos muestra seguro de sí mismo, consciente de su responsabilidad, fiel a sus obligaciones, poco amigo de dar confianzas y que busca con tenacidad la verdad en la seguridad de que en ocasiones es muy huidiza, pero que privadamente es detallista, sensible, comprensivo, culto y tiene un gran sentido del humor. ¿Cómo no admirar a alguien así?

Sidse Babett Knudsen emana un encanto que explica que casi sea obligado sentir atracción por ella. Su concepto de la medicina, en la que cabe la relación humana, buscando a las personas en los pacientes, resulta muy creíble.

2 ) Logrando una gran naturalidad en los diálogos de todo tipo que contiene la historia. Esa sencillez tras la cual se intuye un gran trabajo de ensayos y repeticiones.

A destacar la figura de la hija —a la que da vida la actriz Eva Lillier—, que ha heredado el encanto de su madre, y esa relación maternofilial que seduce tanto por la complicidad de sus protagonistas.

La película es, además, un documento muy válido de cómo funciona la justicia francesa —con sus pequeñas liturgias y considerables limitaciones—, que si no es forzosamente envidiable, sí es razonablemente digna, y de lo que es una sociedad multiétnica, con la problemática aparejada a la complejidad que la define —sociedad multiétnica que ya es una realidad en la mayoría de las naciones avanzadas—.

En resumen, una mínima y bonita historia que, si uno está atento, le podrá permitir, incluso, aprender alguna cosa.
Martes Carnaval
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5
27 de mayo de 2011
20 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
La reunión de unos amigos que han formado en el pasado un grupo que les ha hecho madurar a todos tiene un gran atractivo porque permite una envidiable experiencia doble: recordar al unísono viejas historias e incrementar esos recuerdos para el futuro con nuevas vivencias compartidas. La excelencia se consigue cuando el grupo estaba perfectamente perfilado en cuanto a integrantes en la época en que tuvo conciencia de sí mismo y se rehace sin que se tenga que lamentar el hecho de que "nunca falta alguien sobra" ni experimentar la carencia de que "nunca sobra alguien que falta". Luego el hombre propone y las circunstancias mandan: puede ser que el pasado idealizado se malogre ante la cruda realidad o que, donde antes prevaleció la armonía, ahora lo haga el conflicto. El reencuentro se vive con mayor intensidad si trae el aroma de la juventud perdida, cuando todo era posible: las opciones estaban abiertas, la generosidad y el desinterés eran más tangibles y uno creía tener energías ilimitadas.

No es de extrañar, por todo lo dicho, que la filmografía sobre este tipo de reuniones sea amplia. Recordaré solo tres películas: "Reencuentro", de Kasdan, "Los amigos de Peter", de Branagh, y "A propósito de Elly", de Farhadi. En las dos primeras se mira tanto al pasado como al presente. En la tercera se mira preferentemente al presente, como hace la película comentada.

La pluralidad de personajes invita a la heterogeneidad de caracteres que reclama la amenidad de la película. Así podemos inventariar a Max (Cluzet), el líder de la manada, triunfador en los negocios y neurótico compulsivo; su mujer, Véro (Bonneton), ecologista convencida, que le marca estrechamente, censurándole sus recurrentes conductas asociales; Vincent (Magimel), que se replantea aspectos cruciales de su vida; su mujer, Isabelle (Arbillot), que asiste con preocupación creciente al alejamiento de su marido; Eric (Lellouche), el hombre-niño, Peter Pan irredento, que cree que la vida es solo evadirse sin tener en cuenta que eso puede hacer peligrar lo que tiene; su pareja femenina, Léa (Marivin), que acusa esta desatención continuada hacia ella; Marie (Cotillard, Óscar, BAFTA, César y Globo de Oro por su interpretación de Édith Piaf y actual pareja del Director de esta película, Canet), sensible, cariñosa y vitalista que, después de una relación que no fructificó, se inclina por la promiscuidad sin compromiso; y Antoine (Lafitte) obsesionado por su relación con Juliette (Monot) que se ha venido abajo sin que él sepa muy bien por qué y que quiere restaurar a toda costa. Como en la película "Reencuentro", hay un último amigo, Ludo (Dujardin) que no asiste a la reunión pero cuya presencia gravita permanentemente sobre ella.

El final es para mí lo mejor de la película, llega, toca, y hiere, aunque hay algún elemento que chirría. Como le ocurre al final de la mítica película "¡Qué bello es vivir!", uno se empapa de que no hay mayor éxito en la vida que haber conseguido ser querido.
Martes Carnaval
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5
16 de abril de 2009
13 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando uno valora una película lo hace mezclando dos criterios, uno que quiere ser objetivo, sin lograrlo nunca, y otro claramente subjetivo. Bergamín un gran ensayista, injustamente olvidado, decía: "Si me hubieran hecho objeto sería objetivo, pero me hicieron sujeto".

Este inicio viene a cuento para justificar una crítica que no intenta ser objetiva.

La película "El kaserón" —mala cosa la de promocionar faltas de ortografía, aunque sea con intenciones humorísticas— es en sí discreta. Le falta uno o varios hervores; carece en ocasiones de ritmo; hay pocas localizaciones; el argumento no es redondo y varias de las interpretaciones son regularcillas. Tiene, sin embargo, un encanto y pertenece a ese tipo de cine que creo que hay que apoyar, por ser vocacional, y porque detrás de él hay muchos esfuerzos, incomprensiones y sinsabores pero una tenacidad a prueba de bomba. Está claro, que con más experiencia, más medios y mejores equipos el resultado podría haber mejorado mucho. Es el segundo largometraje de ficción de Pau Martínez. El primero, "Bala perdida" (2002), no se llegó a estrenar comercialmente, a pesar de ganar la Palmera al Mejor Largometraje en la Mostra de Valencia. Servidumbres de nuestro cine.

La película se ve bien, resulta grata y en algún momento entrañable, y tiene momentos logrados. Los tejemanejes consistoriales están muy bien plasmados. Los diálogos entre el protagonista y su jefe directo reflejan con inteligencia la triste realidad de la política española mucho mejor que los de otras películas con más pretensiones. El ambiente de la comunidad "okupa", sin embargo, no me parece tan conseguido, aunque hay detalles psicológicos que clavan algún aspecto de la marginalidad buscada, asumida y ejercida con orgullo.

La película es en esencia una apuesta por la convivencia, tanto de un grupo que quiere pertenecer a un mismo mundo, como de personas que viven en mundos distintos o de la una vez más intentada, pero casi siempre imposible, reconciliación entre los mundos oficial y real.

El reparto ha tratado de reunir a un elenco de actores con un gran atractivo personal aunque sus posibilidades dramáticas no estén siempre a la altura del mismo. A destacar la figura de Inma Cuesta, una mujer que llena la pantalla y ante la que es difícil sentir indiferencia, a no ser que se sea simultáneamente mujer y heterosexual.

En definitiva, cumplo con esta crítica a "El kaserón" el triple encargo que nos dio su Director en el preestreno: que recomendásemos ir al cine, que recomendásemos ir a ver cine español, y que recomendásemos ir a ver esta película.
Martes Carnaval
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8
24 de enero de 2011
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tremenda historia, basada en hechos reales. Es un vendaval que nos agita como si fuésemos dados en un cubilete, que hace tambalear nuestras convicciones, que nos desubica, que nos obliga a preguntarnos quiénes somos para juzgar a estas tres criaturas que son en realidad personajes de tragedia griega. ¿Por qué funciona tan bien? Ahí va una pequeña contribución a la respuesta.

A los componentes de este triángulo amoroso —o simplemente afectivo— les redime la autenticidad —la ausencia de doblez—, y es ésa una virtud tan escasa en nuestros días —tan añorada— que instintivamente sentimos de forma simultánea simpatía por los tres personajes: Maribel Verdú/Marina, Jordi Mollá/Daniel y Antonio Resines/Rafael. Una promiscua, un maltratador y un consentidor ¿pueden tener nuestra simpatía? ¿Estamos locos? ¿O esta película nos devuelve por un instante una cordura que racionalmente rechazamos?

De los tres protagonistas, el que cuesta menos de justificar es Marina, aunque la poliandria es una costumbre de pueblos primitivos. Un ser tremendamente maltratado por la vida, al que quizás lo que menos le importe es el maltrato físico porque sabe que las heridas anatómicas curan, pero las espirituales, no. Un ser cuya máxima aspiración, a pesar de sus trágicas experiencias, es dar y recibir cariño. Por su generosidad, su comportamiento tiene resonancias de ejemplaridad. "Pon amor donde no hay amor y al final obtendrás amor", decía S. Juan de la Cruz. Aunque en determinados momentos el cálculo le hace optar por la vida confortable que proporciona la apariencia de felicidad pequeñoburguesa, vuelve una y otra vez a la relación proscrita, más por prestar amparo, ser leal a los suyos e intentar restaurar una justicia "sui generis" que por una pasión desenfrenada, que será también un móvil, pero no el único ni el principal.

El caso de Daniel es mucho más delicado: le conocemos haciendo algo que siempre y en cualquier circunstancia debe condenarse: maltratar a una mujer. Pero no es un maltratador al uso porque ese maltrato no es en él una manifestación de un instinto hipertrofiado de posesión ya que rehúye el compromiso, y sin compromiso el sentido de posesión se difumina. Es un delincuente sin maldad, y como tal tiene ese aura romántica del que se enfrenta al sistema, del que considera como Proudhon que la "propiedad es un robo". Como buen romántico tiene algo de ingenuo, desprendido y fatal. Es el fatalismo el que le impide, cuando lo intenta, respetar la mano que le da el sustento, una vez que la ha reconocido como tal.

Por último, Rafael, esterilizado materialmente por un accidente que no se detalla, y metafóricamente por una vida demasiado gris hasta que ve la luz en la persona de Marina. ¿Bondadoso o imbécil? Ni lo uno ni lo otro: enamorado —"porque te quiero, quiero lo que tú quieras", dirá en un determinado momento—, y por ello confiado en la persona amada, que le llevará a un mundo oscuro que asumirá disciplinadamente, no sin grandes desgarros.
Martes Carnaval
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