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México México · Xalapa
Críticas de Brianda
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Críticas 44
Críticas ordenadas por utilidad
Dead Slow Ahead
Documental
España2015
6,4
563
8
18 de mayo de 2021
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las aventuras a bordo, literarias y cinematográficas, han sido muchas; baste recordar un híbrido creativo entre ambas: la mítica cinta filmada por Francis Ford Coppola ‘Apocalypse Now (1979)’, adaptación libre de la selva oscura escrita por Joseph Conrad (El corazón de las tinieblas, publicada como libro en 1902). Los intentos por resaltar heroicidad y valentía en versiones de historias reales y ficciones más. Es el asombro de ir en la superficie líquida que más profundidad promete lo que nos ha llevado a indagar sobre el papel y provecho que tenemos frente a los océanos. Dominado el miedo ante lo inabarcable se inventó el comercio marítimo, delirio de la astucia para los mercaderes, triunfo exterminador de leyes impuestas por las islas. Bien sabemos que no hay objeto que resulte a los ojos del artista más lírico que el mar. Y si en cada época y momento histórico se la ha dado un tratamiento según las exigencias del contexto y la visión propia del creador, no sorprende que un director español se haya lanzado a la aventura de filmar cómo se viven las proezas del marinero en pleno siglo XXI.

Este preludio nos deja entrar en materia y hacer la crítica del documental Dead Slow Ahead (Mauro Herce, 2015). ¿De qué trata la cinta? De un viaje de dos meses y medio en el interior del Fair Lady, barco de carga que va transportando trigo desde Ucrania para depositarlo en Jordania y continúa su travesía tomando dirección, a partir del Canal de Suez, hacia Malta, Gibraltar, subiendo por el río Misisipi hasta llegar a Nueva Orleans donde luego de cargar carbón seguirá viajando un par de semanas más. Mauro Herce, por razones de rentas de equipo técnico y presupuestos (como revela en esta entrevista: http://www.blogsandocs.com/?p=6328) desembarca en el puerto de Nueva Orleans. A partir de ahí, durante casi dos años, editará la que será su ópera prima como director.
La fotografía, arte cinematográfica a la que dedicó su carrera en rodajes anteriores, es en el documental magnífica y desoladora en su tregua con la expansión. Para llegar a esta realización Herce estudió cine en Cuba y en París. Su acercamiento poético fue ya en ese tiempo irreverente y en contra de cierta lógica y linealidad narrativa, filmando películas que como él mismo dice van ‘en contra del guion’. En este trabajo ha florecido el ejercicio de su mirada fragmentada: los ángulos imprevistos desde los cuales nos muestra el interior de la nave monstruosa (tiene, haga sus cálculos, 8 pisos de altura y 300 metros de largo, todo eclipsado en un sistema preciso y frío ante el cual nuestra inteligencia, a pesar de ser génesis creador de la máquina, poco puede) no hacen sino crear una atmósfera de suspenso sometido a una espera en calma y la música a cargo de Diego Pedragosa (quien musicaliza también Els anys salvatges, 2013, dirigida por Ventura Durall) fortalece la sucesión en apariencia inconexa de imágenes pues es este film una sinfonía sobre la opresión donde la máquina no deja de recordarnos, a través de su música mecánica, el reinado espacial y de dirección que ejerce hacia sus trabajadores: marineros, en su mayoría filipinos, cuya voluntad es semejante a la que por honor al invierno tienen frente al trabajo ciertas hormigas. Si en apariencia, salvo alguna amenaza de hundimiento, nada ocurre en este sitio, es porque así han ido adaptándose al sistema capitalista y sus jornadas de trabajo los tripulantes cuya personalidad apagada y solitaria combina en eficacia con una tuerca o engranaje más de la embarcación marina.

Lo visual, reina por lo tanto, en este ejercicio cuya audacia roza los intentos expresivos de la ciencia ficción pero no promete y menos entrega nada que no exista más allá de la realidad intrigante e inexpresiva del corazón metálico del Fair Lady, de las distintas estaciones cromáticas que nos llevan como espectadores a admirar la belleza de un cielo cuya naturaleza no comprendemos, de las vidas de los marineros contadas a pistas por objetos y las llamadas telefónicas cuyo patetismo es una inclinación al vacío y a la condición de cifra que representa un hombre hasta para su propia familia cuando se une como trabajador a una aventura [aunque relajada, esclavista] como esta; por bien remunerado que sea el empleo, la aniquilación social y el precio a soledades de la criatura que lo oficia confirma que dicho negocio es redondo, como estamos acostumbrados a descubrir, sólo para las vacas sagradas del eslabón mercantil. Mauro Herce no nos dejará mentir cuando nos cuenta:
‘Tienes que saber que el alquiler de estos barcos es una bestialidad. Son 100,000 euros al día. O sea, llevar trigo de tal sitio a tal otro, veinte días de viaje, por ejemplo, son 2 millones de euros para el propietario del viaje. Me parece una locura del capitalismo (…) El barco se convierte en un reflejo del mercado’.

En este sentido, el documental logra irrumpir en la escena de un modo antropológico. Su presencia, leal a la claridad es silenciosa como la del espía y, aunque lejana en discurso a la idea de tiempos y espacios a los que ciertas reglas fílmicas nos tienen acostumbrados, no deja de tocar ciertas fibras en los sentidos y la psique su lograda composición. No estamos, sin embargo, ante una obra maestra. No dudo que a cintas futuras su lente y dirección sea capaz de sorprendernos. En esta entrega el mayor acierto, narrativo y filosófico, es mostrarnos a través del documental cómo la memoria no es, como nuestra precisión tecnológica intenta hacernos creer, un banco de datos preciso e inalterable sino un espacio abstracto del que vamos [a recuerdos e imaginaciones] sacando provecho para construir nuestra identidad. La experiencia no se expresa en cientos de entrevistas e informaciones reunidas, como acostumbra el género en su actitud más correcta, sino en aprender a mirar y enfocar las cosas de otro modo, ayudando a desenmascarar así el ritmo de las apariencias.
Brianda
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6
1 de noviembre de 2020
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La última película del director estadounidense Steve McQueen cuenta la historia de Solomon Northup (Chiwetel Ejiofor), un negro residente de la ciudad de Nueva York que nada pide a la diosa fortuna pues hábiles manos le han sido dadas para invocar la magia de los violines y sus bolsillos ceden al tintineo de las monedas cuyo brillo consiste en ser motivo y equilibrio de una adorable familia. Sin embargo, es bien sabido y temido cómo rueda la fortuna y el circo extranjero ha atraído la mirada artística de Solomon, pero la ardua cacería racial del siglo XIX tiene trampas como ojos las ciudades y la realización del violinista es vedada por los grilletes y cadenas que habrán de asfixiar su libertad durante doce años. Musical preludio, con saltos confusos en el tiempo el film propone el reconocimiento por parte del espectador del personaje: lo que ha sido, lo que la prisión dice que es y el deseo tremulante proyectando un futuro aniquilador del presente mediante la liberación.

Si algo notable muestra durante dos horas el cinematógrafo es la fortaleza del espíritu que aún en el centro del caos, sin nombre y acechado hasta en el descanso por la sombra del látigo, no renuncia al deseo de encarnar la libertad. Dicho coraje, sumado al recorrido por las plantaciones de algodón en Louisiana, la frondosidad y enigma de los árboles y cielos, la exaltación innegable de un paisaje donde el viento encuentra sus mejores gestos en espacios abiertos como la primera noche. Escenario donde tiene lugar la paradoja si recordamos que entre los campos transitan los hombres reducidos a fantasmas por la esclavitud. El film apuesta por narrar la problemática de la esclavitud desde la perspectiva de la tortura, concepto que nos acerca al placer retorcido de los amos y verdugos así como al dolor de las víctimas reflejado en la cada vez más frágil y perturbada existencia de los personajes.

La crudeza, pieza clave en la obra, fija en las pupilas del espectador imágenes espeluznantes –El látigo ha cavado profundas huellas en la espalda de la joven Patsy y vemos salpicar tras los azotes la sangre efecto de la crueldad-, ante nuestros ojos amenazas, heridas y cicatrices símbolos del horror. Tortura hiperbólica. Si la película fuese una fotografía estaría sobreexpuesta por una luz roja en su intento de otorgar énfasis. Se ha detenido la cámara más de una ocasión creando grandes planos –Solomon, semejante a Don Quijote en el capítulo 44 del insólito libro escrito por Cervantes, “como sentía lo poco que le faltaba para poner las plantas en la tierra, fatigábase y estirábase cuanto podía por alcanzar al suelo, bien así como los que están en el tormento de la garrucha” mientras el absurdo ignorando cómo lucha por su vida es un coro de hijos de esclavos entregándose en el jardín al juego- planos donde la verosimilitud parece tambalearse.

Pero en aciertos basta mirar a Edwin Epps (Michael Fassbender) quien pese a ser pariente del mismísimo diablo rescata del abismo la armonía del film a través de un humor delirante. Podría a ratos, en su desatino y estridencia, ser motivo risible la música pero es también un guiño de la destreza en sus tonos elegíacos. 12 años de esclavitud, pese a contarnos por medio de la ya tan gastada fórmula basada en hechos reales la suerte que bien podría ser reflejo de los sacrificios y dura corteza iluminada por la esperanza del buen Solomon: el retorno del humillado Ulises recreado en un lacrimógeno encuentro con lo amado y tantos años perdido, sirviéndose de los instrumentos que sostienen una compleja trama y realzan la excepción histórica del esclavo que consigue escapar de esa fosa común que fue el terror y desequilibrio de una época marcada por el desasosiego racial y las jerarquías a favor de la explotación de unos cuantos en Norteamérica y consecuencia de lo inevitable pues el film pese a su carácter conmovedor, y esta opinión está suspensa al buen entendimiento del espectador, sufre un enrarecimiento en el ambiente del cual le será difícil recuperarse ante las argucias del tiempo pues no consigue escapar de ser un retrato más del horror cuyo atractivo es un marco pulido y dorado por la visión moral del hombre que ha puesto su fe en la justicia y los caminos que ésta tiene para no abandonar a quienes han sabido invocarla.
Brianda
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6
30 de diciembre de 2023
2 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Heterosexualidad hiperbólica euforia en hoteles donde adolescentes hartos de la escuela, de sus padres, dan rienda suelta a la obsesión de sus días: tener sexo. Una película británica sobre la pesadilla de ser virgen y ser heterosexual. No el erotismo, la lujuria y la competencia. No la ternura, la frivolidad de obtener puntos ante los otros por aventuras sexuales. Capta bien cómo puede lo divertido y cool volverse grotesco si se mira detenidamente.
Brianda
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8
28 de octubre de 2020
0 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cine vértigo. La apuesta de Scorsese en este film pareciera ser la de aquél que señala la ilusión perdida en los giros incesantes de la rueda de la fortuna. Belfort da en el blanco, sorprende con su agudeza de cazafortunas y su actitud de no voy a distraerme hasta conseguir ser millonario. Meta algo siniestra considerando el ambiente neoyorkino de los corredores de bolsa: teléfonos que no dejan de sonar, estafas a la orden del día por medio de voces dispuestas a simularlo todo en su finalidad persuasiva. Vendedores de soledades y ocios desorbitados en cifras aún si los beneficiados son los que venden y no los inversionistas, es aquí donde la sorpresa reside: Belfort, imaginario en la pantalla gracias a la elocuencia de Leonardo DiCaprio pero proveniente de una autobiografía que si bien no deja de ser representación es por el género donde permanece inscrito signo de una realidad más cercana, es o por lo menos se piensa en su ascenso ilegal y estratégico un héroe a la altura de Robin Hood o digno personaje de ese género desvanecido en los siglos pero recordado como una seña nostálgica del carácter humano: la epopeya.

Hazaña enérgica el aullido del lobo cinematográfico. Ese humor de gesticulaciones, tomas inesperadas y ruidos acompañados por centellas verdes, luces neón para el éxtasis, desnudos y orgías contempladas desde el piso veintiocho fortalece la narración cuyo guión exacerbado hasta la locura será seguido sólo por unos cuantos, los demás espectadores querrán ver los trazos y pasos marcados por la cámara, el cambio asombroso de escenarios hasta una tormenta en medio del mar, escucharán la música siempre detrás, como un rumor, pero tan atinada y en armonía con la ansiedad que puede y ocasiona la odisea ácida y narcótica de la pandilla sobre cuyos hombros descansa la prosperidad de Stratton-Oakment.

El absurdo, elemento clave en otra de las grandes películas, After Hours (1985), del director norteamericano, es casi un punto de vista: Nunca vimos tan retorcido a DiCaprio, hay exceso en todos los ángulos y a modo de carnaval de disfraces, atraviesan la pantalla personajes cuyos gestos se dirigen hacia una metamorfosis y caída inevitable de lo que hasta entonces parecía ser un golpe inusual de buena suerte. Si algo hemos de agradecer a Scorsese es su talento humorístico en medio de tanta persecución, su mostrar la decadencia de una nación ¿no lo dijo Belfort en uno de sus insólitos discursos ‘¡Esto es América!’?. El lugar donde la realidad se suspende en un mareo de voces y cifras, de líneas blancas como marco perverso protector de un héroe en harapos, lugar donde los hombres no son sospechosos hasta causar la envidia de un testigo de la justicia cuyo secreto es haber querido pertenecer siempre a ese mundo que ahora repudia.

La historia no nos sorprende pero su abarcar detrás de líneas, ese mundo donde nos parecemos tanto a los personajes en nuestras pasiones, nuestros enredos amorosos y camaraderías que en el instante menos esperado se desintegran en radicales traiciones, hacen del film un túnel si bien no muy profundo sí frío y amenazante. Homo homini lupus, dice la locución latina y siglos después Hobbes afirma el carácter egoísta del hombre pensante en el Leviatán mediante la figura del lobo. Metáfora del horror perpetuado por la humanidad.
Basta decir que el aullido cinematográfico de Martin Scorsese deja espacio a la reflexión, habrá de ser recordada la escena final, esa pluma que a modo de espejo refleja la esperanza, esa búsqueda impasible de los espectadores, obtenida a través de trucos cuya frivolidad exaspera al mundo. Antes de que se cierre el telón simbólico consistente en el abandono de la sala de cine la gran pantalla se ha convertido en un espejo cuya mácula es la cicatriz del siglo.
Brianda
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