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España España · Marbella
Críticas de SUSTOVISION
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Críticas 53
Críticas ordenadas por utilidad
6
28 de agosto de 2016
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
"El tren de la carne de la medianoche" es otra aproximación al universo personal de Clive Barker y sus mundos paralelos llenos de sangre y vísceras, donde los excesos físicos ocultan una nueva realidad psicodélica y subyugante. O sea, que ésta no es una película para estómagos delicados ni para gente de vómito fácil, porque el film contiene escenas de violencia explícita que, sin llegar a los extremos regurgitantes de "Hostel" o "Saw", dan bastante asquito a nivel general. Pero tampoco exageremos, que los efectos digitales cantan como Carusso, restándole realismo e impacto a las escenas más bestias y belloteras. Entonces, ¿en qué quedamos? ¿molan o no molan las escenas cañeras? Pues sí, molan un montón, siendo estas escenas de masacre y escarnio lo mejor de la película, quedando todo muy divertido a la par que entretenido y visceral.
Leon Kauffman es un fotógrafo que se pasa las noches haciendo fotos como churros, pero el chaval no está convencido de su trabajo porque a sus foticos le falta autenticidad, así que el tío se dispone a retratar lo peor de la noche, como bandas de delincuentes en plena faena y cosas por el estilo. Y así, a lo tonto, le echa el ojo a un tío grandote más bestia que un arado que todas las noches coge el metro y a la mañana siguiente han desaparecido cuatro o cinco personas humanas. Leon está fascinado con el misterio y decide investigar más profundamente, descubriendo un complot de la charcutería subterránea.
Una vez cubierto el cupo obligatorio de casquería fina ¿cómo es el resto de la película? pues bastante irregular y cutrecilla, para qué nos vamos a engañar. La trama es un poquito sosa y el argumento apenas explica nada sobre las motivaciones de los malos de la peli. El director pretende hacer de la película un viaje a la oscuridad de su protagonista, que primero empieza vegetariano y después se hace carnívoro, pero los cambios son superficiales y no impresionan ni dan repelús. El guión también tiene momentos absurdos y momentos completamente hilarantes, como la esperpéntica lucha final. En fin, dicen los entendidos que el relato en el que se basa la película es más profundo y está mejor hecho, siendo ésta una adaptación mediocre, que no vale ni para echársela a los perros. Hombre, tampoco es eso. La película posee un planteamiento interesante y estremecedor, pero el director la caga con la puesta en escena y con un desenlace que no deja satisfecho a nadie.
En fin, "El tren de la carne de la medianoche" es un intento fallido de crear una película de terror cañera, que tiene sus tres o cuatro escenas buenas y el resto es para olvidar. Lo más destacable del film es su tremenda fuerza visual.
SUSTOVISION
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9
28 de agosto de 2016
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
2004. La Movida está más viva que nunca. Es una mítica leyenda. Todos hablan de ella aunque muchos no la vivimos. En una sociedad políticamente correcta hasta la nausea, la primera mitad de los años 80 supone un huracán de aire fresco que nunca debió desaparecer. La realidad-fashion de cartón-piedra de los años 90 nos aburre y nos parece hortera y la frialdad del papel-de-aluminio unificador del 2001 nos asusta, nos aliena y nos deshumaniza. La gente necesita soñar con una época donde no había límites. El diabólico vicio, el demoníaco desenfreno y grotesco sexo ahora es más apetecible que nunca. Las etiquetas son sinónimo de cutrez y vulgaridad y la mierda que huele y mancha es única, original y valiosa. Hay que resucitar como sea al muerto porque ahora que nos hemos olvidado de cómo fue realmente queremos que vuelva, porque el vacío es demasiado horrible y porque los recuerdos son mejores que la realidad.
“La Mala Educación” es un paréntesis fílmico y personal de un Almodóvar que ya está harto de su papel de osito de peluche impecable ante la prensa y quiere contar una historia visceral, dura, que duela, de desagrade, que muerda. En 18 años Almodóvar no había dirigido una película tan personal como “La mala educación”, desde “La Ley del Deseo”, ambas estrechamente vinculadas, complementándose en una unión de recuerdos y realidades. “La Mala educación” es una mezcla auténtica de los sueños y pesadillas del pasado, de varias épocas en conflicto que tienen su oasis (como no podía ser de otra manera para Almodóvar) en unos años 80 que no fueron así pero que la memoria, bastarda ella, nos hace creer que así fueron. “La mala educación” es la realidad de la nostalgia.
¿Qué se puede contar cuando se ha alcanzado la satisfacción? ¿A qué se puede aspirar cuando se ha conseguido todo? ¿Cuál es tu objetivo si ya has conseguido todos tus objetivos? Es en ese momento cuando te das cuenta que ni toda la fama, ni todo el dinero ni todas las drogas ni todo el sexo ni siquiera el amor verdadero significan nada comparado al acto de crear, con el proceso mental y vital que supone crear una obra de arte y estremecer los sentimientos de la gente. En “La Mala educación” el alter-ego de Almodóvar, Fele Martínez, es una persona perdida en lo profesional, buscando una historia que le haga vivir de nuevo el proceso de la creación. Después de tanto éxito, el director comprende que el amor verdadero no existe, y si existe él no lo quiere. Él prefiere la adoración a nivel profesional y a nivel personal. Él quiere como pareja un objeto para satisfacer sus necesidades coyunturales de forma egoísta, un objeto que esté allí cuando él lo necesite pero que no moleste. Follar es fácil. Que te quieran es fácil. Lo difícil es conseguir ser realmente único a través de tus obras. El amante, el enemigo, el amor deseado, encontrado y perdido es Ignacio-Ángel (Gael García Bernal), el elemento caótico que enturbia y pone a flor de piel los sentimientos del director. Ignacio-Ángel le obliga a retroceder en el tiempo, le obliga a ponerse la piel de un niño cuyo amor platónico era lo más importante en su vida. Vuelve a creer en la mentira del amor, sin darse cuenta, en un principio, que es víctima de otro engaño más siniestro aunque no por ello menos vulgar.
La película no es un ataque directo e intencionado a la iglesia católica. Sencillamente cuenta lo que realmente ocurría en algunos colegios de nuestra España ultracatólica de los años 60, donde los sacerdotes tenían un poder inmenso y algunos lo utilizaban para hacer el bien y otros para hacer el mal. Por otra parte, Almodóvar asegura que su película no es una reflexión sobre La Movida, sencillamente es un film noir, cine negro con muertes, misterios y venganzas. Puede que sí, pero también es un reencuentro con el director que entró en animación suspendida tras rodar “La ley del deseo”. Un encuentro con el Almodóvar más puro y auténtico. Una película que no habla de la movida pero que posee su espíritu provocador.
SUSTOVISION
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9
28 de agosto de 2016
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tod Browning (1880-1962) es uno de los grandes genios del cine de todos los tiempos. En sus películas mostraba los grandes sueños y las peores pesadillas del ser humano, sentimientos desgarradores, no solo contradictorios sino totalmente antagónicos, de una manera equilibrada, sutil, armoniosa y casi impreceptible. Hacía funcionar los mecanismos en nuestro subconsciente con el poder de la imagen desnuda, mientras nos deleitaba con guiones llenos de horror, humor y ternura, donde la amistad, la camadería, la envidia y el odio se daban la mano de manera natural, como la vida misma. Como todo gran autor, Browning buscaba la raíz de las emociones humanas, el origen del deseo, el amor y el ansia, la causa que nos motiva en última instancia, un origen común que no cambia con el paso del tiempo: la necesidad inevitable, esclava diría yo, de querer y ser querido. La certeza de saber que no somos animales sociales porque lo queramos, sino porque lo necesitamos, porque no tenemos otra opción.
La película empieza como una leyenda oscura, una historia aleccionadora sobre los límites del deseo extremo: “Esta historia la cuentan en el viejo Madrid. Dicen que es verídica...”. En un circo ambulante, tres de sus artistas viven una historia de amor frustrada: Nanon, hija del dueño del circo, padece una extraña fobia hacia las manos, lo que le impide mantener una relación sentimental con nadie, ya que le repugna cualquier tipo de caricia, Malabar, el forzudo del circo, siente un amor sincero por Nanon pero es continuamente rechazado por la muchacha debido a su fobia, y por último, Alonso, el lanzador de cuchillos, también enamorado de Nanon y que posee una ventaja que Malabar no tiene: a Alonso le faltan los dos brazos. Quizás por este motivo, Nanon siente un cariño especial por Alonso, que éste confunde con amor. No obstante, Alonso esconde dos secretos: el primero, que es un peligroso criminal buscado por la justicia y el segundo (y el que más le tortura) es que aún conserva los dos brazos, su minusvalía es una tapadera para ocultar su identidad. No obstante, el amor que siente Alonso por Nanon es lo único que le importa y por este amor estaría dispuesto a sacrificarlo todo...TODO.
“Garras Humanas” (The Unknown, 1927) gira en torno a la poderosa figura de Lon Chaney, un monstruo interpretativo cuya actuación en esta película es impresionante. Muestra del genio de este actor es la increíble (y escalofriante) escena que la que Alonso comprende que Nanon nunca será suya: Lon Chaney es capaz de plasmar en su rostro, en cuestión de segundos, la risa perturbada de un demente, el odio profundo, puro y sincero de un asesino sin escrúpulos y el patético dolor final de un pobre diablo ante la imposibilidad de salvación, transmitiendo magistralmente el torbellino de emociones extremas que recorren la mente de su personaje. A lo largo del film, Lon Chaney es capaz de dotar a su personaje de una implacable crueldad y un entrañable patetismo, consiguiendo que el espectador empatice con semejante personaje siniestro. Sí, Alonso es un criminal feo y mentiroso, pero sus esfuerzos por ser una mejor persona y superar su propia naturaleza, causante de su destino, es la fuerza motora del film. El amor, que no obsesión, de Alonso es verdadero, ya que Nanon no solo es la persona querida, sino quizás la última oportunidad de redención que tiene el criminal de hacer que su vida merezca la pena, queriendo y siendo querido. No obstante, el pasado de Alonso no le permitirá emprender el camino para ganar el corazón de Nanon, y movido por su carácter y por las circunstancias, no tardará en caer en una espiral de excesos y locura, todo para conseguir lo que más quiere, sin comprender que el fin no justifica los medios.
La riqueza de la puesta en escena de Browning se caracteriza por el sabio uso de la metáfora y el simbolismo. Disfrutar a Browning es analizar los detalles, las referencias literarias y las segundas lecturas que pueblan sus escenas, que van desde el “Fausto” de Goethe hasta el psicoanálisis de Freud. Nada más empezar la película vemos una metáfora sexual muy ingeniosa: en el espectáculo circense, Alonso desnuda a Nanon disparándole con una escopeta, aunque la postura de Alonso y la posición de la escopeta inviten a pensar otra cosa. Otra escena visualmente muy poderosa es aquella en la que Alonso y su compinche Cojo, a las doce de la noche, van a visitar al cirujano para sellar su demente plan. En esta escena vemos un soberbio juego de luces y sombras, tanto en el oscuro pasillo que anuncia la llegada de las dos sombras surgidas en la noche como en el quirófano monumental, muy iluminado y diáfano, que contrasta con la intención oculta de los personajes. Y no puedo dejar de señalar ese macabro y negrísimo sentido del humor que posee esta película. Todo el film es en sí en una gran ironía, una cruel broma a costa del pobre Alonso...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
SUSTOVISION
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9
28 de agosto de 2016
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay películas tan innovadoras y directores con una visión tan adelantada a su época, que la única recompensa que obtienen es la incomprensión, la indiferencia o la repulsión y, con los años, un merecidísimo reconocimiento, casi siempre póstumo. “La noche del cazador” (1955), dirigida por el actor Charles Laugthon, pertenece a este grupo. Un análisis superficial del argumento podría llevarnos a considerarla como una ñoña historia sobre las buenas costumbres, el auténtico espíritu cristiano frente a la hipocresía de los “falsos profetas” y de fondo, la moralina final de que “el crimen no paga”. Pero este análisis sería erróneo. Indudablemente, “La noche del cazador” es una historia moral con un mensaje religioso subyacente, que denuncia las posturas ortodoxas y extremistas de la religión. Pero esta película pasará a la historia del cine por su puesta en escena revolucionaria y por su atmósfera inquietantemente infantil que refleja el punto de vista de los niños, criaturas frágiles e insignificantes en el orden social y económico de las cosas, pero con una fuerza moral superior a la de los adultos, proporcionada por una visión de la vida esencialmente noble, idealista y maniquea. No obstante, esta visión “en blanco y negro” de la vida chocará con la cruda realidad, donde el bien y el mal absolutos no existen y el blanco y negro se mezcla en un sinfín de tonos grises.
En los años de la depresión norteamericana, un hombre roba un banco y esconde el dinero en la muñeca de su hija. Hace prometer a la niña y a su hermano que nunca se lo dirán a nadie, ya que el dinero será para ellos cuando crezcan. El padre es encerrado, condenado a muerte y finalmente ajusticiado, no sin antes revelar sin querer la existencia del dinero a su compañero de celda, un predicador (¿falso?), que encandila a las mujeres con su labia mesiánica para robarles el dinero y luego matarlas (satisfaciendo un misógino deseo sexual, donde el apuñalamiento sustituye a la penetración). El predicador, una vez puesto en libertad, se casará con la viuda, con el único fin de encontrar el dinero que esconden los dos niños.
Como dije anteriormente, los protagonistas absolutos del film son los niños, desde el primer momento el espectador ve a través de sus ojos la historia que narra la película (pero sin olvidar el trasfondo adulto y las segundas intenciones que caracterizan nuestras vidas). La película en sí es un gran cuento y así lo podemos apreciar desde el primer minuto del film, con ese surrealista y desmitificador comienzo, con el rostro de una entrañable anciana y sus nietos en un cielo estrellado. A lo largo de la película, ambos mundos (el de los adultos y el de los niños) se mezclarán continuamente y los adultos adquirirán rasgos infantiles mientras que los niños aprenderán la complejidad de la naturaleza humana. Por ejemplo, el reverendo (interpretado magistralmente por Robert Mitchum), no sólo es el ogro que persigue a los niños (impresionante la escena de la escalera del sótano), sino también un niño cruel que se comporta de forma inmadura ante la adversidad, como, por ejemplo, cuando los niños escapan en la barca, estallará en unos espeluznantes pucheritos. La madre de los niños, rechazada a nivel sexual y afectivo por su nuevo marido, se refugiará en la religión de manera extremista, aceptando las adversidades de la vida de manera simplista, ciega e infantil, y aceptando su destino con la candidez de un niño.
A nivel artístico y técnico, la fotografía de esta película (de la mano de Stanley Cortez) es impresionante. El juego de luces y sombras de este film es un ejemplo único de riqueza en los detalles y de experimentación en la forma, consiguiendo una factura sencilla y brutal. Los decorados están confeccionados con un intencionado minimalismo donde abundan las masas negras: el horizonte con el reverendo a caballo, las casas y el bosque en torno al río, esa valla de madera con la colina de fondo...escenas que transmiten inquietud y belleza a partes iguales, potenciando el factor onírico y surrealista del film. En interiores el juego de sombras es igual de rico: la escena del sótano, donde no sólo el predicador sino la oscuridad misma intentan atrapar a los niños que huyen hacia la luz, la escena en la que la madre junto al reverendo, ante la congregación, predican su mensaje religioso entre antorchas llameantes, simbolizando el fuego del infierno y del fanatismo, o esa increíble composición triangular en el dormitorio, cuando la viuda confiesa al predicador que ha descubierto sus ocultas intenciones... A nivel simbólico, las luces y las sombras también juegan un papel fundamental, con un carácter complementario y antagónico: las sombras son el arma del reverendo, pero también es el refugio de los niños. Y con la luz ocurre lo mismo: es el refugio de los niños pero también está asociado a las obras del reverendo, en escenas como la del cadáver en el fondo del río: una terrorífica imagen donde la luz y la quietud se unen a lo macabro y lo repulsivo. Aunque la fuerza de la película reside en su aspecto visual, éste se ve realzado gracias a la música (Walter Schumann), en especial con las canciones: por un lado, la canción que canta sin parar el reverendo, un canto hipnótico para adormilar a sus víctimas, y la canción de la escapada de los niños, subrayando el miedo y la inquietud de una fuga que no deja de ser también un viaje iniciático.
SUSTOVISION
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6
27 de agosto de 2016
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras el éxito inesperado de la divertida y resultona "Ghoulies" (Luca Bercovicci, 1985), la productora Empire, famosa por sus producciones serie Z cutre-lux, no dejó escapar la oportunidad de crear una franquicia y forrarse de billetes exprimiendo el punto fuerte de la primera parte, esto es, los primos pobres de los guiñoles de Frank Oz, esos encantadores monstruitos que se nota a la legua que son marionetas (y bastante malas, por cierto) pero como son muy gamberros y divertidos, se lo perdonamos todo. Pero si en la película de Bercovicci los Ghoulies eran un mero elemento adicional del argumento y los verdaderos protagonistas eran el brujo-mihura y su hijo bellotero practicando magia negra, en "Ghoulies 2" Empire dijo "¿no querías caldo? ¡pues toma dos tazas!" y los supervillanos de la película son única y exclusivamente los Ghoulies, que se dedican a putear al personal durante todo el metraje. Pero tampoco exageremos, caramba, que sólo son 5 Ghoulies: el Ghoulie volador, el Ghoulie-Gato, el Ghoulie-narizón, el Ghoulie con chepa y mi favorito, el Ghoulie verde-calvito con afición por los WC. También al final sale un monstruo de tamaño humano y pare usted de contar, que tampoco había dinero para comprar más marionetas. En cuanto a los efectos especiales, pues en la onda de la serie Z, más o menos lamentables pero eficaces y entrañables. Lo más destacable es que por fin vemos a los Ghoulies caminar con sus patitas, en un ejercicio de stop-motion plan Harryhausen que canta más que Carusso. Y poco más, alguna explosión, algún electrocutamiento y sacabó. O sea, que no esperes ver unas batallas mágicas del copón ni rayos de color azul y rojo como en la primera parte. El tema de la brujería queda relegado a un segundo plano en esta secuela, tomando mayor importancia las relaciones humanas de los protagonistas del film, un grupo de feriantes sin dinero pero con mucha dignidad y compañerismo dispuestos a enfrentarse a un empresario sin escrúpulos para defender su estilo de vida comunitario, solidario y artístico. Este enfoque del argumento a nivel humano queda muy bonito pero a nivel terrorífico puede aburrir a más de uno, sobre todo si lo que quiere es ver a bichos matando a gente y no a unos pobres hombres a punto de quedarse en el paro (para eso ya están las noticias). No obstante, aunque los personajes son bastante tópicos, no por ello dejan de ser interesantes, como por ejemplo el viejo mago alcohólico, cuyos demonios personales lo atormentan constantemente y necesita beber hasta el agua de los floreros para olvidar. ¿Quizás practicó magia negra de joven y por eso está todo el día bebido? Eso explicaría porqué tiene un libro de brujería en el baúl. Por otro lado está el señor de talla baja interpretado por el actor Phil Fondacaro, cuyo personaje también encierra una historia trágica: el hombre es un gran actor de obras clásicas pero su estatura le condena a trabajar en ferias de mala muerte. Su personaje es divertido (con esa afectación aristocrática) pero también emociona (hay una escena que es de llorar que se te saltan las lágrimas). También destaca el implacable empresario, un guaperas elegante que durante toda su vida siempre se ha salido con la suya porque su padre es rico (tan real como la vida misma) pero como al final obtiene su merecido, nos congratulamos y que le jodan. En el lado opuesto del reparto, están los personajes del sobrino y de la bailarina, que no pueden ser más planos y aburridos. Destaca la historia ñoña y melodramática de la funambulista frustrada, que como vio a su hermano pegarse una hostia tiene vértigo crónico pero al final de la peli supera su fobia para subirse en una noria y salvar el mundo. En fin, como ya dije antes, la historia de los ghoulies se ve enriquecida (o lastrada, según se mire) por el tema de la lucha de los feriantes contra el despiadado empresario que quiere cerrar las atracciones que no den dinero, una idea que es muy del gusto del norteamericano medio, ya que la defensa de la pequeña propiedad privada frente a las mega-corporaciones es uno de los pilares que sustentan el sueño americano.
En cuanto al guión, es bastante decente aunque no se libra de unos cuantos diálogos absurdos y ridículos (verbigracia, un tío va y dice entusiasmado: "¡A mí me gustan las ratas!"). El interés no decae porque hay muertos cada x minutos y al final se produce la esperada masacre general, con los Ghoulies cabrones desplegando su salvajismo por toda la feria. No obstante, que nadie espere ver un festival de gore y mutilaciones unánimes, ni mucho menos. La violencia de la película es muy light y las muertes ocurren fuera de plano sin un mísero "Slasher" o acuchillamiento. Además, en toda la película no hay ni una escena de destete y apenas sale una pareja de enamoraos besándose y tocando género. Quizás el objetivo de tanta contención en lo violento y en lo sexual tenía como objetivo atraer a un público tardo-infantil y así ampliar el target de taquilla, que nunca vienen mal unos dólares de más.
En fin, "Ghoulies 2" no defraudará a los seguidores de la primera parte, ya que conserva su espíritu gamberro y puñetero. Aunque posee deficiencias evidentes, la película es resultona y se deja ver, ideal para una sesión doble ochochentera.
SUSTOVISION
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