Son numerosas las películas que he visto en algún momento pero que dejo sin votación por estos lados porque supongo necesitan un visionado más actual para ajustar la perspectiva. Otras tantas, sin embargo, no pienso volver a ver, con lo cual quedarán sin más fuera de evaluación.

Esta aquí de los poetas muertos era un caso así, pero me decidí a revisarla. Me quedaba de ella una vaga reminiscencia y la impresión, claro, de un mensaje categórico... al menos, por supuesto, para aquel espectador juvenil de hace unos treinta años. Pero bueno, treinta años no son poca cosa, y mucha agua ha corrido bajo el puente. Y debo decir que ha de haber sido sin duda más rica y estimulante la experiencia de antaño en el cine que la que tuve en esta ocasión. Qué decepción, madre mía. Parecería que este film se mantiene saludable conforme pasa el tiempo, pero es quizás porque en el imaginario colectivo permanece esa primera impresión que sin duda consiguió transmitir. Examinada con más cuidado y distancia, sin embargo, no creo que resulte tan digerible. Y es lo que me pasó: sufrí re-visionando esta humareda afortunada del gran Peter Weir, no pudiendo creer por momentos que él la había dirigido.

No hace falta a estas alturas ahondar mucho en los considerandos de un film que quedará sin duda en el recuerdo cariñoso de muchos -entre los que me incluyo, ya que prefiero conservar el lábil rastro de aquella primera vez, por cierto grata, antes que el tormento que me embargó ahora. Señalemos no obstante algunas cosas, planteada la crítica.

Todo en esta película transcurre a las corridas, de modo apresurado, primera falta grave del director: el tempo. Los estudiantes se prendan inmediatamente del extravagante y díscolo profesor de Literatura Inglesa. Ayer lo conocieron y hoy hurgaron unos papeles y refundaron -en flagrante y lastimoso plagio- la famosa Sociedad de los Poetas Muertos. Así, nomás, qué tanto. Si vemos el film un poco como poesía, le ha pifiado feo a la cadencia. La verdad es que esta clase de rebelión es siempre un hecho íntimo, profundo, y difícilmente se traduce en comportamientos grupales, mucho menos de tipo lúdico. Otro grueso fallo de la historia.

Por su parte, Robin Williams en su papel de profesor hace un buen trabajo, pero no puede evitar el sobreactuado en el marco de un argumento y un guión que representan la gran falla. Los personajes y las situaciones están delineados con brocha gorda y alto contraste: maniqueísmo sin concesiones, buenos aquí y malos (muy malos) allá -padres, escuela, profesores, todos son ogros, menos el gran Keating. A esta fallida pieza de poesía le sobran pues los epítetos grandilocuentes, suena exagerada. El heroico profesor no sale ileso aquí. Si podemos dispensar la torpeza juvenil de unos adolescentes cebados y alucinados, no ocurre lo mismo con la didáctica de Mr. Keating, pues impone con desmesurada vehemencia sus valores de revuelta. Digo impone, y aquí se trasluce el gran despropósito: ¿cómo se puede exhortar a unos alumnos a que sean campeones de la vida, a grito limpio y patadas a una pelota? Estas presuntas enseñanzas o lecciones que a primera vista suenan a joya no resisten el menor análisis, quedando todo en declamaciones, en retórica vacua y gestualidad superflua. De hecho, nada interesante ocurre en la cueva de nuestros devenidos poetas muertos, nada reflexivo o evocador, sólo el típico devaneo propio de la adolescencia. Y fuera de la cueva la cosa es peor: a la voz de "Carpe Diem" los purretes envalentonados salen a destrozar barreras, ofreciendo escenas que resultan ridículas, como las del romance de uno de los muchachos. Pero ninguna conducta veremos que vaya más allá de la pantomima y el voluntarismo. Al final, cuando se eleva una acusación absurda contra el profesor, nadie, ni el mismo Keating, abre la boca. ¡Qué ejemplos de vida!

En esta ocasión entonces, el mensaje del film me ha resultado teñido más bien con los colores de lo folletinesco. Y lo mismo su factura me ha dejado mucho que desear.

Diría -terminando- que, para Capitán, mi querido Sr. Weir, me quedo con Jack "el Afortunado" Aubrey.

Hace algunos meses contraté un servicio de TV por cable para mi madre a quien tengo ahora alojada en mi casa -me venía salvando de la televisión, pero, como bien dicen, lo bueno dura poco. Y no es que a ella le guste, creo que la tv le tortura tanto como a mí, pero parece que en ciertas circunstancias es inevitable su presencia. Así es que me he visto de pronto en disponibilidad del menú de films que ofrece el preciado servicio: un montón de títulos rejuntados de los containers de basura de hollywood, y también otro tanto de porquerías de origen nacional o de la tv europea. Me parezco a un reciclador cuando examino esos materiales en busca de algo potable para nuestros sentidos. Pero muy poco es lo que puede rescatarse. Uno de los títulos que me puse a revisar es éste, "Escupiré sobre tu tumba". La baratura de este producto excecrable se hace evidente en los primeros minutos, con su narración sosa y aburrida y actores de décima. Creo que el primer examen no pasó de los diez minutos. Sin embargo, volví a intentarlo en otras ocasiones, revisando fragmentos aquí y allá, un poco al medio o más al final, por si acaso aparecía el cine en algún momento. Es así que cierta idea tengo después de todo de la película, la suficiente como para hacer una suerte de crítica. Pero ha de dispensárseme la falta de no haberla visionado cabalmente. No soporto esas actuaciones, evidentemente. La vaga sensación de náusea que experimenté en cada intento me lo impidió, tan sólo por el nivel actoral, no me importa ya el contenido o el supuesto argumento que tenga. Me califico no obstante para poder evaluarla y ponerle una nota, aunque lo que es mirarla como hubiera correspondido no, no lo he conseguido.

Lo sorprendente hubiera sido que un pelmazo importante como el Mel produjera algo digno, razonablemente bueno o al menos un poco decente. Si hay una palabra que se me asocia a ese tipo es mediocridad. La verdad, me da asco. Supongo que es por sus obras, aunque apenas si las he atisbado someramente. Tal vez por eso me decidí tardíamente a considerar su visión de la civilización maya, dejando de lado prejuicios e inquinas personales -más aún teniendo en cuenta el peso en la balanza de las muy buenas puntuaciones y críticas que prevalecen ampliamente en la ficha de Filmaffinity. Después de todo, mis muy negativas notas subjetivas hacia el carilindo hollywoodense podrían estar privándome de algún grato sorpresón. Así que finalmente me puse al visionado de Apocalypto, de Mel Gibson.

Lo que sigue debería ser una suerte de imprecación dilatada en idioma maya, plagada de símbolos e imágenes que estarían reservados a un capítulo vedado del Popol Vuh. Pero creo que he comprendido algo. Si la decadencia interna de una especie o de una civilización, si la mediocridad coronada con los oropeles del éxito y el fasto mundanales, si la apariencia que deslumbra a las masas a despecho de la podredumbre que recubren, si todas estas cosas, volviéndose dominantes y la regla en la susodicha civilización representan su debilidad esencial y terminal enfermedad, podemos y debemos estar seguros que el fin de los tiempos, de nuestros tiempos de hollywood e imperio americano, nos espera a la vuelta de la esquina.