¿Cómo definir mi sensación a la salida de la proyección en una frase?: “Idea originalísima, pero desaprovechada”. A Alfonso Cuarón le ha salido un tiro de fogueo con un bazooka. El comienzo es demoledor, con la muerte del hombre más joven del planeta y esa ambientación perfecta que parece decir “¿y qué más da lo que hagamos si no hay futuro?”. El mayor lastre del film es la previsibilidad del guión en algunos puntos, así como ciertos errores de bulto en el mismo del tipo “con lo grande que es esto, ¿cómo se los han encontrado?” o “¿cómo encontrar la boya entre la niebla?”. En resumen, una buena película a la que le falta una vuelta de tuerca para convertirse en sobresaliente.

Spoliler:
Buenísimo el golpe de humor negro cuando la chica embarazada comenta que es virgen, seguro que a más de un creyente se le torció el rictus al imaginárselo.
Ojo que la visión de la inmigración puede no estar tan lejana en el tiempo.

Parafraseando a Sabina “No soy un fulano con la lágrima fácil, de esos que se quejan sólo por vicio…”, pero con esta obra Fincher ha conseguido que se me salten las lágrimas en muchos de los conmovedores y mágicos momentos del metraje. El director demuestra que se ha logrado superar a sí mismo y romper con sus propios clichés de cine con estética de videoclip. La historia es tan compleja como sencilla la puesta en escena y clásico el modo de exponer el relato de un hombre tan extraordinario como corrientes las cosas que le suceden. Benjamin es un hombre tan diferente a todos nosotros, pero a la vez tan igual. Su ciclo vital es inverso al de todos nosotros, pero su ciclo emocional es idéntico. Se enfrenta a las guerras, a la incomprensión de la sociedad, a la amistad, al amor platónico, al primer amor verdadero, al sexo, a los desengaños, la muerte de los padres, la paternidad, la soledad, el olvido…
Nunca he estado en Rusia, ni a bordo de un remolcador, ni en un burdel de Nueva Orleans, tampoco he estado enamorado de una bailarina ni he sido abandonado en las escaleras de un asilo de ancianos, no he compartido noches insomnes con la primera mujer que intentó cruzar a nado el Canal de la Mancha ni he conocido a nadie que haya sido alcanzado siete veces por un rayo, pero siento tener más puntos en común con Benjamin que con la mayoría de gente que conozco. He ahí el mayor acierto de la película y la labor de un director que me ha vuelto a sorprender.

Ya sé que estamos en temporada navideña y la cartelera está plagada de cine “familiar” cuyo nivel raya el esperpento, incluyendo animales parlantes, familias en apuros, Papá Noeles de toda clase de ralea y cine de animación a mansalva, pero eso no es óbice para pedirle un mínimo a una película seria. Si se compara con sus coetáneas de cartelera, el ilusionista es un peliculón, pero la realidad es que no pasa de ser un film flojillo con una ambientación excepcional. Ningún actor sobresale positivamente, la trama es fría y avanza a trompicones y con bastante previsibilidad, se hace eterna y termina con un supuesto fin de fiesta sorpresivo que debería dejarnos atónitos al estilo de “El sexto sentido”. Salí bastante desilusionado y pensando que el trailer sí que era una ilusión. El verdadero ilusionista es Neil Burger que consigue que desaparezcan mis 6 € por arte de magia.

Empieza Bien, Muy Bien… con unos títulos de crédito geniales que rompen con la clásica estética Bond de tipas medio en cueros danzando a la luz de la candela y un tema de Chris Cornell redondo y con saborcillo a Martini con Vodka. La acción es bastante más creíble que todas sus predecesoras, siguiendo los pasos de la saga Bourne, ligeramente superior en la desmitificación del héroe, y en la línea de los “reborns” de tratar de humanizar a los personajes (véase el Batman Begins de Chris Nolan a modo de ejemplo). Este Bond cuestiona la autoridad (no de un modo cínico, sino más bien rebelde), reparte las hostias justas para desmontar al adversario (¡basta de esas peleas de 10 minutos a patada limpia casi sin secuelas físicas!), hace uso del sexo femenino, aunque no abuso y, sobre todo, es menos cínico y falsamente mordaz que sus predecesores. Desaparecen los “gadgets” fantasmagóricos para dar paso a la tecnología actual, aunque se echa en falta al personaje de Q (¿quizás un toque demasiado cómico para la nueva línea de la franquicia?). A pesar de las críticas leídas al respecto, creo que el villano sigue las pautas de lo que buscan los productores: un ser humano que sangra y muere como los demás, no un tío que se cae de un rascacielos y rebota tres veces.
En contra apuntaría un metraje excesivo, los andares de chulo de verbena que le imprime Daniel Craig al personaje y, como mayor pega, una Eve Green que chirría en el 90% de los planos en los que sale (¿por qué parece que tiene la frente con más pecas que Gunilla von Bismarck).
Pienso que al personaje le han inyectado el chute de adrenalina que necesitaba para resucitar la saga. Personalmente espero a la próxima, deseando que Craig modere sus andares y que los responsables de casting afinen con la próxima chica Bond.

“Al César lo que es del César”, mientras La delgada línea roja (LDLR) puede ser considerada como una de las mejores películas de los ’90, El nuevo mundo (ENM) no pasará a la historia del cine por méritos propios. Es Malick al cuadrado y, como sucede con los números entre cero y uno, el resultado se ha visto reducido. Si Malas tierras y Días del cielo crearon los cimientos de un estilo intimista y personalísimo que desembocaron en el drama antibelicista previamente nombrado, con su último título el director pierde parte del crédito ganado con sus tres obras anteriores. Y es que si repaso todo lo que son virtudes en La delgada línea roja, se tornan defectos en esta visión particular de la historia de Pocahontas, y para muestra un botón:
· Voz en off: Mientras en LDLR nos introduce en la mente de los personajes, dándole un sentido más dramático si cabe a la situación a la que se enfrentan y marcando con trazo fino los rasgos distintivos y matices que ya las actuaciones nos adelantan, en ENM se torna un elemento de distracción que llega a confundir al espectador, e incluso en algunos tramos se torna un tanto “Pepito grillo” con los personajes.
· Personajes: Esbozados con la precisión de un relojero, en LDLR cada personaje presenta unos rasgos distintivos que lo hacen único, y se complementan a la perfección de tal modo que es el conjunto del batallón el que aporta un sentido global a la obra. En ENM pasa todo lo contrario, los personajes principales acaban aburriendo y no paran una y otra vez de repetir los mismos rasgos de su personalidad, como incluso tratando de reafirmarse en sus convicciones, mientras que los personajes secundarios son meras sombras de sí mismos que parecen esperar a que llueva para diluirse como terrones de azúcar.
· Ambientación: Uniformes, armas, campamentos, suciedad, mugre, cada detalle que forma el plano no sobra y, de hecho, aporta un valor añadido al mismo. En LDLR la ambientación es impecable precisamente porque no nos damos cuenta de ella, pasa totalmente desapercibida. ENM da un paso en falso con la ambientación, también muy buena técnicamente pero fallida realmente, y es que hay bastantes momentos de la película en que me doy cuenta de que con lo que ha costado un plano de quince segundos de los granjeros manejando un arado (y que no aporta nada de nada) se podría hacer una película de bajo presupuesto.
· Preciosismo y fotografía: Polinesios bajo el agua, loros de colores, murciélagos, un cocotero incipiente en un lago, la hierba mecida por el viento, cada encuadre refuerza el mensaje de manera que el propio plano suple los diálogos en LDLR. Planos similares en ENM no destacan tanto dentro del conjunto, llegando a parecer superfluos o demasiado evidentes
En cualquier caso, la sombra de La delgada línea roja es alargada así que esperaré ansioso el próximo Malick deseando que regrese al otro lado de la línea.