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España España · León
Críticas de jvalle
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Críticas 21
Críticas ordenadas por utilidad
8
4 de noviembre de 2007
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una gran película de amor y aventuras, sin duda una de las mejores de este año. Lástima, que sólo se llevar un oscar, y bien merecido por parte de Renée Zellweger, que realiza una muy buena actuación. Tampoco hay que hablar mal de Jude Law y Nicole Kidman, aunque a lo mejor les falta un poco de química entre ellos dos. En conclusión, te aconsejo ver esta gran película.
jvalle
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7
8 de noviembre de 2013
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Charlie Simms (Chris O’Donnell) es un joven procedente de una familia pobre que estudia becado en una prestigiosa universidad privada. Mientras sus acomodados y altaneros compañeros fardan continuamente de todo el dinero que pueden gastar, Chris busca desesperadamente un trabajo que le permita pagarse un vuelo de regreso a casa por Navidad. Así, acepta cuidar de un oficial retirado del Ejército de los Estados Unidos, el teniente coronel Frank Slade (Al Pacino), que perdió la vista hace ya varios años. Juntos emprenderán un viaje a Nueva York que cambiará para siempre la vida de ambos. La historia es un remake de la película italiana de 1974 Profumo di donna, dirigida por Ruggero Macari.

La trama gira, por lo tanto, en torno a dos hombres procedentes de diferentes clases sociales en distintas etapas de su vida: uno está abandonando la adolescencia y emprendiendo el camino a la madurez, mientras que el otro ha perdido sus ganas de vivir y se enfrenta ya al ocaso de su existencia. Charlie es tímido y torpe, y duda entre asumir sus responsabilidades o acompañar a Frank a Nueva York durante un fin de semana y abandonarse a la loca rutina que este pretende imponerle, basada en comer en restaurantes caros, alojarse en los hoteles más acomodados y disfrutar de la compañía de las mujeres y del alcohol. Frank, en cambio, es un hombre tremendamente herido en su interior debido a un imprudente error que cometió en el pasado y que le ha llevado a adoptar esa máscara fría y autoritaria. Pero en el fondo alberga un gran corazón que ama la vida por encima de todo, por lo que no duda en criticar la mediocridad en la que viven instaladas las personas que le rodean y en aceptar la muerte al pensar que ya no tiene nada que hacer en este mundo. Pero poco a poco, Charlie y Frank irán descubriendo el significado de la amistad gracias al otro y, mientras el primero recibirá una auténtica lección de vida por parte de una persona mucho más experimentada que él, el segundo se dará cuenta de que todavía le queda mucho por vivir y por disfrutar, y que los errores del pasado no tienen por qué condicionar los aciertos del futuro. De nuevo, la constatación del poder de la amistad para curar heridas y conquistar horizontes nuevos.

Hay elementos que recuerdan a El club de los poetas muertos, no solo en el ambiente juvenil y universitario que predomina en gran parte de la película, sino también en la modesta y sencilla dirección de Martin Brest y en el convencional guión firmado por Bo Golman. Quizá Esencia de mujer, a diferencia de la cinta de Peter Weir, acuse de varios tópicos, sobre todo en ese final tan sensiblero como necesario pero que no arruina un conjunto notable y emotivo. Thomas Newman compone unos acordes que ayudan a dotar de esa atmósfera familiar y conmovedora a la película y que recuerdan a otras dos de sus maravillosas bandas sonoras (American Beauty, Revolutionary Road). Y finalmente, quedan para el recuerdo dos escenas que confirman el genio de uno de los mejores actores que nos ha dado el cine: la primera, ese precioso y apasionado tango que el invidente Frank le roba a la bella Donna; y la segunda, esa conversación con el policía en la que, por un momento, Pacino interpreta a un ciego que finge estar viendo. Para quitarse el sombrero. &#9733;&#9733;&#9733;&#9733;
jvalle
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8
24 de junio de 2013
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Cuando Gregor Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto”. Así comienza La metamorfosis de Franz Kafka, autor que mostró mejor que nadie la impredecible capacidad de la vida para cambiar todos nuestros esquemas y convertir nuestra existencia en todo un infierno a raíz de la más insignificante razón. Lucas (Mads Mikkelsen), el protagonista de la última película del danés Thomas Vinterberg, asiste, al igual que el pobre Gregor, al desmoronamiento de todo su universo en una situación que escapa más allá de su control.

Lucas es un hombre honrado y de buen corazón que, tras superar una difícil separación, se dispone a rehacer su vida: ha encontrado una nueva novia y es feliz con su trabajo como profesor en la guardería, donde todos los niños le adoran. Allí conoce a Klara (Annika Wedderkopp), una niña especial que no recibe demasiada atención por parte de sus padres, por lo que Lucas, que parece poseer un don especial para los niños, intenta ayudarla siempre en la manera de lo posible. Sus generosas acciones y un erótico y desafortunado comentario del hermano de Klara hacen que surja en la todavía ingenua mente de la niña un sentimiento equivocado y complejo hacia Lucas, que generará un comentario fortuito, una mentira inocente e infantil. Aunque la niña no tenga claro lo que ha querido decir y esté muy confundida, la jefa de Lucas y directora de la guardería, Gretel (Susse Wold), parece convencida del delito, y guía a Klara para que confiese algo cuya complejidad escapa a la inocencia propia de la niñez.

A partir de aquí, comienza una cadena de rumores y mentiras que se extiende rápidamente casa por casa. Todos prefieren creer en la veracidad de la acusación que en la inocencia de su amigo a pesar de que no exista ninguna prueba del supuesto crimen –incluso el juez le declara inocente-.Y así comienza “la caza”, un acoso insufrible que convertirá la vida de Lucas en todo un infierno. La fotografía de Charlotte Bruus Christensen complementa este aislamiento mediante el oscurecimiento de los colores y la luz a medida que el mundo de Lucas se apaga.

Mads Mikkelsen –premiado en el pasado festival de Cannes, y al que hemos visto hace poco en la excelente Un asunto real- realiza una interpretación soberbia, mostrando a la perfección el progresivo aislamiento al que se ve sometido. El actor desprende una apabullante naturalidad que tiene su máxima expresión en la magnífica escena de la iglesia –la mirada que dirige a su mejor amigo es digna de premio-. Lucas solo contará con la ayuda del único amigo que le ha creído y la fidelidad de su hijo adolescente Marcus (Sebastian Bull Sarning), que se enzarzará en una solitaria lucha para defender a su padre, mostrando una valentía impropia de su edad. La relación padre-hijo es otro de los puntos fuertes de la cinta y presenta algunos de los momentos más conmovedores.

Frente al protagonista destaca el personaje de su mejor amigo y padre de Klara, Theo (Thomas Bo Larsen), quien se ve confundido y atormentado, debatiéndose entre el amor protector por su hija y la lealtad hacia su amigo. Aunque en el fondo crea en la inocencia de Lucas, finalmente termina apoderándose de él el mismo odio infundado que se ha expandido rápidamente por todo el pequeño pueblo danés.

Vinterberg nos regala un duro y sobresaliente drama social que te atrapa para no soltarte en ningún momento, gracias a su magistral guión –ganador de un Premio de la Academia del Cine Europeo-, que se torna en una constante sucesión de inesperadas acciones en la que el interés se va acrecentando para nunca decaer. El director consigue introducirnos en la película contagiándonos la pesadumbre ante la injusticia, el odio derivado de la frustración, la esperanza apagada: todos somos Lucas. Y queda un final tan esperanzador como terrible de falsa redención, un “olvido pero no perdono”, una crítica a la condición cruel y oscura del ser humano y a su necesidad de culpar a los demás de los errores propios, a la desconfianza de una sociedad que prefiere creer en el más inhumano de los delitos que en la honradez de un buen hombre.
jvalle
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6
1 de mayo de 2013
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hablar de Anna Karenina y de León Tolstói en el ámbito de la literatura universal son palabras mayores. Definida por Dostoiévski como una “obra de arte”, la novela está considerada como una de las cumbres del realismo, siendo capital su influencia en la literatura posterior. Trasladar a la gran pantalla una novela tan compleja y extensa como Anna Karenina, con multitud de tramas y subtramas, personajes perfectamente caracterizados psicológicamente, y profundos y controvertidos temas –adulterio, desigualdad social, existencialismo- supone una tarea extremadamente difícil que hasta ahora no había conocido demasiado éxito. Joe Wright, un director que había realizado dos magníficas adaptaciones literarias en sus dos primeras películas (Orgullo y prejuicio, Expiación), parecía el más adecuado para realizar la versión cinematográfica definitiva del clásico de Tolstói. Sin embargo, en Anna Karenina fracasa estrepitosamente al intentar dotar a la cinta del espíritu mágico y la esencia filosófica que encierra la novela.

La arriesgada y original idea de ambientar la película en un teatro concede un dramatismo a la historia que termina ahogándola. Las emociones y los sentimientos que experimentan los personajes son vacuos, provistos de un patetismo que impide conectar al espectador con ellos. La cinta explora todos los temas que se tratan en la novela pero no profundiza en ellos, de manera que muchos de ellos no quedan del todo claros –sobre todo los que conciernen a la historia de Lyevin, que está retratada de forma pésima-, y otros quedan relegados a una simple mención. Los diálogos en los que los personajes discuten sobre la naturaleza del amor llegan a ser bochornosos. Y de un guión de Tom Stoppard, autor de los libretos de películas como El imperio del Sol o Shakespeare in love –por el que ganó un Oscar-, cabía esperar mucho más. Habría sido necesaria más enjundia para que la película no se recordase como una mera sucesión de postales perfectas.

Keira Knightley solventa su complejísimo papel protagonista valiéndose de la repetición de los mismos gestos –los bostezos, esas miradas al vacío, las continuas lágrimas-. Y mientras Jude Law realiza una excelente interpretación -basada en la contención gestual y verbal- como el atormentado esposo de Anna, Aaron Taylor-Johnson no convence como el seductor y carismático conde Vronsky. Su química con Knightley es totalmente inexistente, y eso hace que el interés por la trama disminuya conforme uno se familiariza con el entramado visual de Wright. La atracción que sienten Anna y Vronsky es tan inverosímil que todas las decisiones de ella –dejar a su marido y a su hijo para seguir a su amante- llegan a parecer incluso ridículas.

Nada puede objetarse a una puesta de escena verdaderamente deslumbrante y apabullante, que nos sumerge en la Rusia imperial de finales del siglo XIX, caracterizada por esa combinación antitética de lujo de pocos y pobreza de muchos. Pero el visionado de la película se reduce al deleite visual, no hay recompensa filosófica ni emocional que justifique la opulencia y suntuosidad de los decorados, la maravillosa música de Dario Marianelli, la combinación de fantasía y realismo que desprende el vestuario, la sensorialidad de la fotografía de Seamus McGarvey. Anna Karenina es un regalo para los ojos, pero no para el corazón. Un precioso y logrado envoltorio sin caramelo.
jvalle
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6
4 de noviembre de 2007
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es entretenida, pero le falta algo de acción y esa chispa que caracteriza las grandes películas. Sin duda, lo mejor son los actores, una magnífica Nicole Kidman y un correcto Daniel Craig. En conclusión, no te morirás ni enfermarás si no la ves.
jvalle
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