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Críticas de Luis Guillermo Cardona
Críticas 3.333
Críticas ordenadas por utilidad
7
14 de noviembre de 2014
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si nos atenemos al concepto del escritor y político francés, Régis Messac, cuya tesis para su doctorado en Letras fue precisamente sobre la literatura policíaca: “La novela policial –y por ende el cine de este género- es un relato centrado principalmente, en el esclarecimiento metódico y gradual, con recursos racionales y exactas demostraciones, de un hecho misterioso”. Siendo así las cosas, entonces “LA NOVIA SECRETA” es un filme policíaco, porque se trata en principio de develar si la muerte de un empleado público –a quien el actual gobernador, Walter H. Vincent, había indultado de un cargo por malversación de fondos-, obedeció, como se ha afirmado, a un suicidio… o si pudo haber sido un asesinato con connotaciones políticas.

En este nuevo cauce de los hechos, estamos también ante un filme que, de manera crítica y escueta, recrea la suerte de juego sucio que suele ser bastante común en los sectores políticos donde, en aras del poder, “debe hacerse lo que sea necesario”. Y para fortuna del director William Dieterle, su película estuvo a tiempo justo de sobrepasar la rígida censura que estaba a punto de tener su pretencioso asiento en la industria hollywoodense. Sin embargo, esto puede ser lo que explique su escasa difusión y que apenas ahora salga de nuevo a la luz, en unas condiciones culturales que llevarán a que, de seguro, interese a muy poca gente. Porque casi todo el mundo se siente atraído por lo actual, pero muy pocos comprenden que la historia del arte ha preservado - para el disfrute de las nuevas generaciones- los más grandes, calificados y aleccionadores tesoros que se han realizado a lo largo de los siglos.

“LA NOVIA SECRETA”, no tiene la suerte de caber precisamente en este último concepto, pero es un filme que refleja bien una situación social palpable, y que además resulta de suficiente interés y de valioso significado, porque sirve para corroborar que, la clase política, sigue siendo la misma porquería en estos últimos veintiún siglos.

Con razón, alguien que fuera mi jefe, le decía cierto día a un empleado de la oficina: “Mi estimado, Carlos Mario, tú te duermes en las asambleas, llegas tarde a todos los compromisos, estás siempre dispuesto a venderte al mejor postor y es muy poco lo que te interesa la realidad de esta empresa. Así que voy a despedirte para ser justo contigo: ¡tú mereces estar en el Congreso de la república!”

Warren William es, en “LA NOVIA SECRETA”, el fiscal general que encabezará la investigación por la muerte de John F. Holdstock, pero está en aprietos por estar recientemente casado (y en secreto) con Ruth Vincent -la hija del principal sospechoso- a quien representa, muy gratamente, la siempre encantadora Barbara Stanwyck. Y el director Dieterle, nos asegura, como es frecuente en su extensa filmografía, una factura bastante satisfactoria.
Luis Guillermo Cardona
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8
5 de noviembre de 2014
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Caroline Frost es una chica encantadora, alegre, pícara, confiada… y con una voz de alondra que pareciera emanada del cielo. Hija de un quisquilloso senador que –con razón- no quiere ver a su linda hija casada con cualquier pelafustán, Caroline se siente muy atraída por el teniente Robert Latham, el cual no gusta a su padre por razones que éste resume refiriéndose a él como “un sinvergüenza inútil”… pero que quizás se avengan con su profesión en la que, celos y encierro, son “regalo” común para esta suerte de esposas. Y para Martin Frost, su hija es una promisoria soprano con un futuro en los escenarios que nadie debe parar.

El condescendiente fatum entrará entonces en escena, y tras proponerse Caroline escapar de su padre para seguir a Latham quien, con su ejército, ha partido hacia el fuerte Bridger, en su camino se tropezará con un especial y “non sancto” jugador llamado Johnny, y con él algunas cosas van a cambiar… y un montón de regocijantes aventuras vamos a presenciar cuando se sumen a aquella caravana que viaja esperanzada tras el oro de California.

“FELIZ Y ENAMORADA” fue el primero y único technicolor que consiguió hacer la estupenda actriz y cantante Deanna Durbin, quien se apunta aquí otro de esos gratos filmes que consiguió darnos a lo largo de su carrera. Es éste un western semi-musical con canciones de Jerome Kern e E. Y. Harburg, que además de estar magníficamente ambientado, consigue unos toques de comedia bastante entretenidos, sobre todo cuando entran en escena dos truhanes que juegan a ser nobles rusos, empeñados ahora en hacerse con el prometedor baúl de la señorita, y cuando aparece el viejo estafador a quien la vida sonríe en cada timo que emprende.

Esta es la suerte de filme que veíamos en aquellas tardes de domingo de nuestra adolescencia y de los cuales salíamos encantados porque sentíamos haber estado en otro mundo colmado de luz, color y gratas aventuras, lo que resultaba un verdadero solaz para nuestra cotidianidad en la que, las carencias económicas y un cierto aire de rutina, eran bastante comunes.

Frank Ryan, quien ya había dirigido a Deanna Durbin en “Hers to hold” (1943), vuelve a contar con ella en un filme que supera notablemente al anterior y donde la actriz luce esplendorosa en una suerte de aventura que debió repetirse en otras tantas ocasiones. Y un estupendo reparto, con figuras como Robert Paige, Akim Tamiroff, Ray Collins y Leonid Kinskey, entre otros, consigue colmar de simpatía un festivo western-musical que nos asegura un rato bastante divertido.

¡Bienvenidos a la caravana!
Luis Guillermo Cardona
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6
24 de octubre de 2014
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
No consigo impedir que, en mis labios, se dibuje un rictus de sonrisa amarga cuando escucho hablar a los gobernantes de sus llamados, “planes de justicia” (léase castigos), pues, siempre habrá “justicia” para el pobre y el humilde, pero, para ellos y los de su clase, solo habrá escamoteo e impunidad… dentro de lo terrenal, aclaro.

Cada vez que recuerdo que, al humilde Jean Valjean, le tocó padecer una condena de 19 años de cárcel, muchos de ellos en trabajos forzados, ¡por haber robado un pan!, veo lo poquísimo que ha cambiado la humanidad en todos estos siglos y cuanto empeora la “justicia” con el pasar del tiempo. Las cárceles están hacinadas de gente que lleva allí años y su delito fue sustraer alguna prenda de una tienda donde, cada día, les roban a los empleados el derecho a un salario justo… o por saquear la caja de un mercado de donde extrajeron unos pocos billetes, pero, el “honrado” propietario, ha puesto la denuncia por cinco o diez veces lo que realmente había… o por arrebatar un dispositivo a quienes se la pasan ostentando en las calles plagadas de miseria… o por protestar reclamando a gritos desesperados que se le haga justicia a un pueblo que ya no aguanta más…

Pero, cada día, de las arcas del Estado (de numerosos países) desaparecen cantidades enormes de dinero, ¿y estarán en las cárceles siquiera el 10% de los políticos que merecerían estarlo?... Un hombre está purgando, ahora mismo, 30 años de cárcel por un asesinato que cometió en una borrachera o en un arrebato de ira, ¿pero cuántos están purgando aquellos que, abusando de su poder y con pleno discernimiento, han ordenado matar o han asesinado, a decenas, cientos y hasta miles de personas?

Todo esto, me lo trae a colación la inmortal obra de Victor Hugo, “Los Miserables”, en la que se cuenta una de las historias más profundas y significativas que nos haya dado la literatura universal. Infortunadamente, películas como ésta del francés, Jean-Paul Le Chanois, tan sólo consiguen ser bien intencionadas, pero, no logran -por la gran extensión de la obra- captar el clima ni las emociones que, con su sangre y su alma, emanó del pulso del escritor francés.

A, Le Chanois, se le abona el haber pretendido acercarse lo más fielmente a la novela, razón por la cual la realizó en dos partes; se le reconoce que nos haya permitido conocer más ampliamente al particular y exasperante personaje de Thenardier, al que Bourvil pone muy en alto; se le agradece el poder recordar detalles de la historia del padre de Marius; y sobre todo, saber quién fue realmente Éponine y ver esa confrontación entre su vida y la de Cosette, donde se nos muestra lo implacable que suele ser la vida cuando llega el momento de dar vuelta a la rueda.

Pero, hasta ahí llegan los aciertos de <<LOS MISERABLES>>. Jean Gabin y Bernard Blier -quienes cargan sobre sus hombros con los personajes de mayor relieve en la novela- no logran impactarnos como lo esperábamos, y la historia se prende y se apaga al sacar a Valjean de contexto para dar paso a una lucha revolucionaria que, el director, recrea con escasos resultados. Nadie espera que se recree toda la novela, tan solo se requiere ser fiel a su ideal de redención, pero no se puede prescindir de que la historia tenga alma, porque, es en esto que radica la gran fuerza espiritual de Victor Hugo.
Luis Guillermo Cardona
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4
26 de setiembre de 2014
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aunque se ha dicho que también tomó algunas ideas de otros cuentos de, Henry James (Los amigos de los amigos y La bestia en la jungla), <<LA HABITACIÓN VERDE>> es, esencialmente, una adaptación de, “El altar de los muertos”, un magnífico cuento que, James, escribiera en 1895, y en tal sentido, le hubiera venido mejor el título del escritor que el que se le ocurrió al director, François Truffaut, puesto que, es aquel un espacio escénico -ocurrencia suya- que desaparece muy pronto de la historia.

El guión, escrito por Truffaut, en compañía de Jean Gruault, con algunas variaciones, sigue no obstante y muy de cerca, la base argumental mantenida por el escritor estadounidense; y la historia del inglés, George Stransom (aquí convertido en el francés, Julian Davenne), estrechamente relacionado con La dama de luto, sin nombre personal -lo que podría contener latente un sensible significado, pero llamada en el filme, Cecilia Mandel, dándole así un carácter concreto-, está contada siguiendo buena parte de los diálogos del autor.

Entre ellos, ese altar a los que ya no están -erigido con la venia incluso de los obispos-, pues, para Stransom, la religión de los muertos es la suya propia… se erige como una complacencia con lo que los viejos parientes y amigos consiguen ser ahora, mucho mejor que lo que fueron en sus relaciones en vida.

James, profundiza mucho en este sentir extraño y obsesivo de su personaje, el cual fluye como un escape, y al mismo tiempo, como un represado deseo de tener aquel control que nunca se tuvo, pero, Truffaut -mucho más físico en su exposición de los hechos por decisión personal o acaso por falta de presupuesto que le permitiera acudir a los efectos especiales y visuales que, evidente y poderosamente, reclama la historia- deja de lado todo ésto, y el resultado es un filme que no consigue calar en la magnífica dimensionalidad que, con gran eficacia, describe el genial, Henry James.

El director francés, no atina ni un ápice en la escenografía, que no describe, pero sí sugiere las acciones que se desarrollan en, “El altar de los muertos”; y ni siquiera la iluminación o la fotografía de Almendros, consiguen dar cuenta de ese ambiente europeo que a, James, complacía enormemente, incluso tanto o más que su misma gente. A todo nivel, el filme luce escaso, renuente y superficial… y quizás, el momento más simpático -hecho para reservada complacencia de los más avezados-, es aquel en el que vemos los retratos de los “muertos” que ama Davenne... que no son otra cosa que los personajes que marcaron la vida del mismísimo, Truffaut: Su colega y amigo, el director Jean Cocteau; su íntimo amigo, el actor Oskar Werner, con quien se peleó dura y definitivamente durante el rodaje de su segunda película juntos, “Farenheit 451”; el escritor irlandés, Oscar Wilde; el compositor de la música del filme que nos ocupa, Maurice Jaubert… y hasta esa rememoración: “Éste es americano; le gustaba tanto Europa que acabó adoptando la nacionalidad inglesa (…) A través de él aprendí la importancia del respeto a los muertos”, que alude a... bueno, ya ustedes saben (o sabrán) a quien se refiere.

Nos toca quedar a la espera de una merecida adaptación de este magnífico cuento, el cual también enaltece el legado de ese gran escritor que fuera, Henry James.

Título para Latinoamérica: <<EL CUARTO VERDE>>
Luis Guillermo Cardona
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6
8 de setiembre de 2014
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hijo de un camionero y de una ama de casa, el estadounidense Arthur Herman Bremer, se crió junto a tres hermanos, siendo los dos primeros hermanastros de dos progenitores distintos. Su hogar fue siempre disfuncional y Arthur se crió como un chico retraído al que le daba mucha dificultad establecer relaciones en la escuela, donde además era objeto de matoneo y de burla por parte de sus compañeros de clase. Obtuvo siempre notas muy bajas y en su ser interior iba albergando un profundo odio por muchas personas… pero no interesó nunca a nadie su estado emocional, porque, como ocurre con otros niños a los que tampoco se presta atención, Arthur no era violento, se mostraba sumiso ante los adultos y no causaba ningún problema en el entorno social.

Cuando había cumplido los 21 años, Bremer mantuvo una relación con una chica de 16, llamada Joan Pemrich, la cual arruinó en su segunda cita, pues se puso a mostrar a la joven su colección de fotos obscenas y además habló muy morbosamente delante de ella. Joan rompió con él de inmediato, pero Arthur comenzó a acecharla, hasta que, un día, se afeitó la cabeza y explicó a ella que “como su cabeza, así de vacío se sentía por dentro”.

En un diario que había comenzado a llevar y en un hecho que sorprendería a todos, Bremer dejó un día escrito su plan de asesinar al presidente Richard Nixon o al senador George Wallace. Quería “hacer algo audaz, contundente y dinámico, una prueba de virilidad para que el mundo la vea”… El primero que se le puso a tiro fue el senador Wallace, quien, el 15 de mayo de 1972, tras un mitin se separó de sus guardaespaldas para dar la mano a los asistentes y Bremer le vació su pistola en el estómago. El juez sobrevivió y Bremer fue condenado a 63 años de prisión durante un juicio en el que logró decir una frase de profundo significado: “Sé que les gustaría que la sociedad sea protegida de personas como yo, pero a mi me hubiera gustado que la sociedad me hubiese protegido de mí mismo”.

Aquejado, por estos días, de una fuerte depresión que lo llevó al alcoholismo, el escritor Paul Schrader conoció esta noticia y mientras se hallaba convaleciente en un hospital, convirtió la historia de Arthur Bremer en un guión cinematográfico, en el que hará de su personaje, Travis Bickle, una suerte de ángel vengador en el que se conjugará el sentir de Bremer con respecto a los políticos, con el suyo propio respecto a lo que él llama “la escoria de la sociedad” y que incluye a “maleantes, traficantes, proxenetas, maricas, lesbianas”… En tal sentido, alternará la historia del atentado, con el drama de una niña de 13 años llamada Iris que, además de drogadicta, ejerce la prostitución al servicio de un proxeneta conocido como Matthew (“Sport” para ella).

Por este sendero, el personaje resulta magníficamente interpretado por Robert De Niro, pero la historia nada en aguas planas y muy turbias, porque de Travis Bickle solo sabemos que sirvió en la marina durante la guerra contra el Vietnam (no se rememora ni un solo incidente y no se puede dar por supuesto que todos de allí volvieron traumatizados) y que ahora se ha convertido en taxista mientras calma su soledad en las salas de cine pornográfico. Su esquizofrenia -cambio que introdujo el propio De Niro para hacer más interior lo que para Schrader era pura locura- está solo justificada por lo que Bickle ve a diario en las calles (bastante sesgado), y sin haber sido él víctima de ningún incidente que lo atormente directamente. Nos queda imaginar –sin aporte alguno del filme- que como Arthur, Travis tuvo una infancia bastante difícil y que no quiere que Iris siga por ese camino.

Con su proposición posterior, Martin Scorsese linda con el fascismo, pues lo que hace su personaje – la justicia por su mano denegando el legítimo derecho a juicio- termina como un acto bendecido y aplaudido por la sociedad… y nuestro hombre sigue su rumbo convertido en un insigne ciudadano. Así es como “la gran potencia norteamericana” legitima el uso de las armas.

Pero, en el supuesto caso de que una “operación limpieza” tuviese sentido, creo que la pregunta necesaria es ¿Esta debería empezar por abajo... o por arriba?
Luis Guillermo Cardona
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