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Críticas de Luis Guillermo Cardona
Críticas 3.333
Críticas ordenadas por utilidad
10
18 de octubre de 2017
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desde su llegada al poder, el 20 de Octubre de 1894, el zar Nikolái II sería el inspirador del feliz ocaso de la monarquía rusa, pues, con sus improcedentes manejos de la economía, sus necias intuiciones en sus afanes de expandir el imperio, y sus brutales agresiones a la clase obrera y campesina que le valieron el mote de “Nikolái el sanguinario”, le fueron creando una animadversión que tendría su primera demostración en 1905, cuando las masas, orientadas por la intelligentsia y con un significativo número de células opositoras, comenzaron a agitarse organizando huelgas, manifestaciones y disturbios en varias zonas del país. Ya, Lenin había publicado su texto “¿Qué hacer?” (1902) y las derrotas en la guerra contra el Japón que, entonces, estaba teniendo lugar, dieron aliento a la clase trabajadora para enfrentar a la monarquía.

El 9 de enero de 1905, los obreros y campesinos protestaban en San Petersburgo y marchaban con el propósito de llevar al zar una petición escrita en la que solicitaban diversas mejoras laborales. Sus únicas armas eran crucifijos y otros símbolos religiosos, con los que hacían patente su espíritu pacifista… pero, de repente, apostadas en el Palacio de Invierno surgieron varias tropas cosacas, y sin mediar palabra, abrieron fuego contra la multitud entre la que se encontraban numerosas mujeres, niños, discapacitados y ancianos. Persiguieron luego a los que conseguían escapar, y durante horas, asesinaron a varios miles de personas.

El zar Nikolái II, se convirtió, así, en el hombre más odiado por todo el pueblo ruso y quedaba abierta la senda que desembocaría en la Revolución de Octubre de 1917.

El Potemkin (Потёмкин), fue un acorazado construido por la Armada imperial rusa y hacía parte de la flota que se movía en el Mar Negro. Durante la Revolución Rusa de 1905, en este buque ocurrió un fuerte incidente que también hizo historia, y el director Sergei M. Eisenstein, ha unido estos hechos para convertirlos en una película, “EL ACORAZADO POTEMKIN”, que, por su composición de imágenes (donde asume con gran fuerza y significado los diferentes tipos de planos); su creativa e ingeniosa simbología (balanzas con la comida, el crucifijo que hace las veces de hacha, el cinturón con el cisne, las sombras siniestras, el cochecito con el bebé que rueda por las escaleras…); su ejemplar edición (para crear un ritmo físico-emocional que nos da tiempo a conectarnos muy íntimamente con el sentir de sus personajes)… le han merecido ser considerada como una de las más grandes obras del arte cinematográfico.

A todo esto, las composiciones orquestales de Edmund Meisel que acompañaron originalmente las imágenes, sobre todo en el funeral de Vakulinchuk y en la brutal escena de las escaleras de Odesa, son para la eterna memoria.

Lo demás, ya es harto conocido: Eisenstein, incrementó de enorme manera los potenciales del montaje cinematográfico. El cine político adquirió un nuevo significado, y la cinematografía demostró de nuevo que, de tanto en tanto, consigue alcanzar la categoría de Arte.

Un claro error de continuidad en la escalera de Odesa -que vine a descubrir tras haber visto la película por cuarta o quinta vez- no logra empañar de manera alguna, una obra cinematográfica de la más alta trascendencia.
Luis Guillermo Cardona
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9
24 de agosto de 2017
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es triste y doloroso reconocerlo, pero en una sociedad como la nuestra, la honestidad, la transparencia y la defensa acérrima de la verdad, te abrirán unas cuantas puertas, pero te cerrarán muchas otras, y si eres calificado, muchas veces intentarán corromperte con la promesa de que “aquí está la oportunidad que necesitas” … y sí, por este camino muchas veces se triunfa, pero el ser humano ya no es el mismo cuando, en su fuero interno, recuerda que vendió su honor y su alma para alcanzar el éxito. Es esto lo que explica, en muchos casos, la existencia de tanta gente, “exitosa”, alcoholizada, drogadicta, depresiva, con enfermedades “incurables” y/o con inclinaciones suicidas. Y quienes, conscientes de su talento no triunfan por conservarse dignos, sienten que la vida es injusta y que la sociedad es un desastre… y también se dan casos en que se acude a cualquier tipo de psicoactivos para eludir la realidad.

En ambos casos, el ser humano está urgido de un serio refuerzo de espiritualidad, pero no lo encontrarán en una iglesia, sino buscando a Dios en su propio corazón. A los primeros, les servirá también una decidida renuncia y una reinserción en el camino recto sirviendo a quienes necesitan, y a los segundos, quizás les baste encontrarse, de pronto, en una nueva situación que despierte su sensibilidad y que les dé la posibilidad de sentirse activos en forma comprometida.

Algo así, es lo que le ocurre al abogado Francis P. Galvin, un hombre dedicado ahora al alcohol tras una serie de “fracasos” en los estrados, en los que han influido maquinaciones muy turbias. Cuando se le asigna el caso de una muchacha que, en condiciones de parto, se le han causado daños cerebrales irreparables durante el procedimiento, Galvin siente que es su ocasión de redimirse, pero, como abogado independiente y con un inexitoso pasado, va a tenerla bien difícil contra un bufete de abogados que lucen como tiburones.

Para su suerte, ¿y desgracia?, la vida pondrá en el camino del atribulado abogado a Laura Fischer, una mujer que sabe harto de carácter… y será, una muy interesante relación, que servirá de acicate para ese ser que, en plena desventaja, se esmera por hacer justicia.

Sidney Lumet, engalana de nuevo al arte cinematográfico con una trama jurídica de la mejor cosecha, en la que, como es habitual en su estilo, lo que interesa, por sobre todo, es el estudio humano donde se puede llegar al alma de seres que no son muy distintos a nosotros. A Paul Newman le corresponde un personaje harto complejo, el cual tiene que enfrentarse a una doble lucha: La primera, consigo mismo y sus anclados miedos, y la segunda, contra el poder representado en la iglesia y en una contraparte del más alto peso. Charlotte Rampling (Laura) será esa suerte de sostén que apunta a la conciencia y que, por alguna razón que nunca conoceremos, será también motivo de alguna sorpresa. Como Ed Concannon, el defensor de la contraparte, James Mason, hará un sensato abogado que sabe como jugar en un duelo que pareciera expedito; Y Lindsay Crouse, como la enfermera Kaitlin Costello, pondrá el punto más fuerte en esta brillante historia donde, lo que se intuye, quizás pese más que lo que se evidencia.

“VEREDICTO FINAL”, surge de la novela, “The verdict”, que, el jurista californiano, Barry Reed - especializado en malas prácticas médicas-, publicara en 1980, y de su adaptación cinematográfica se encargó al celebrado, David Mamet (entonces casado con la actriz Lindsay Crouse), quien tiene aquí otro de sus más preciados éxitos.

Y tiene razón, Frank Galvin: “Los débiles necesitan a alguien que luche por ellos”. ¿Qué harás tú al respecto?

Título para Latinoamérica: SERÁ JUSTICIA
Luis Guillermo Cardona
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8
13 de mayo de 2017
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
René Brabazon Raymond, fue un prolífico escritor inglés, bastante sagaz, el cual no tenía reparo en tomar, como partida para sus obras, grandes clásicos de la literatura, a cuyas historias les daba unas cuantas volteretas y les añadía –imagino- todas las ideas que se le ocurrían mientras las leía, y con otros diálogos y nuevos ambientes, la trama final quedaba muy suya… y pésele a quien le pese, objetivo y necesario es decir que sus aportes eran bastante interesantes, y en algunos casos, acertaba a plenitud con sus variaciones sobre un mismo tema, como suelen hacer algunos compositores.

Pudo haber sido ésta, la principal razón por la que, Brabazon, firmaba siempre con seudónimos: “Eva” (1945), tomaba su esencia de “Carmen” de Prosper Merimée y la firmó como James Hadley Chase. “Blonde’s Requiem” (1945) la acreditó como Raymond Marshall y le mereció una demanda por plagio de parte de Raymond Chandler al que los tribunales le dieron la razón. Y para no hacernos largos, acabo de encontrar que “The sucker punch” (1954), la cual firmó también como James Hadley Chase, bebe sin pudor alguno de “El cartero siempre llama dos veces”, la novela de James M. Cain que fue, precisamente, la que lo inspiró a escribir historias de intriga. Contra todo, Brabazon tuvo su tiempo glorioso y muchas de sus obras han sido llevadas al cine con menor y mayor éxito, pero, casi siempre despertando un inevitable interés.

Fue, Henri Verneuil, el director que se animó a llevar al cine “The sucker punch”, y él mismo, junto a Annette Wademant y François Boyer, hizo la adaptación, dando lugar a un film noir que atrapa irremediablemente y que se luce con unos giros impensables y, sin duda, de gran impacto. De nuevo, su composición de planos, su manera de iluminar y su alta eficiencia en la edición, aseguran una trama de gran dinamismo donde, con las cartas puestas sobre la mesa, todo contribuye a preservar la continuidad del ritmo y el suspenso.

Procurando escapar de “El cartero…”, es, ahora, un modesto, pero apuesto empleado bancario, el que termina casándose con una adinerada mujer de mediana edad, no tardando en caer seducido por su muy linda secretaria, con quien comenzará pronto a compartir ideas maquiavélicas. La chica es bastante creativa y a Verneuil se le abona de nuevo que da cuenta de que, la mujer es cualquier cosa, menos tonta. Tanto Eve, como Stella, son sagaces, muy bien relacionadas -con alguna excepción-, y además de que tienen perspicacia, creen en ella y la aplican cuanto pueden.

El conflicto se plantea así con mucha altura; la inocencia no tiene entrada en ninguna parte del juego, y cada quien mueve sus piezas con astucia y objetivos claros... pero, algunos olvidan que la ambición obnubila la mente, y cuando la agudeza de ingenio entra a participar en esta suerte de juegos, vamos a pasarla muy bien viendo como pequeñísimos detalles son los que siempre conducen a la verdad.

El reparto está eficazmente integrado por Henri Vidal, Isa Miranda y la preciosa Myléne Demongeot… aunque Verneuil la desfavorece bastante al cambiarla, momentáneamente, en el plano en que se supone que juega al “salto del tiburón”. Pero, por fortuna, sus primeros planos ofrecen un magnífico registro, y a nivel actoral, creo que quedamos bastante satisfechos.

“PASIÓN Y CODICIA” es otro aporte al film noir bastante atractivo y Henri Verneuil nos sigue interesando como un director que tiene mucho que contar… y además, sabe muy bien como hay que contarlo.
Luis Guillermo Cardona
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9
22 de noviembre de 2016
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aunque parezca -y creamos- que juegan dos, en toda relación de pareja, siempre juegan tres. Hace parte del juego de la vida, porque el Fatum, por más que se esmere en garantizarnos el libre albedrío, siempre está listo para asegurar que, la evolución del mundo y de la humanidad, no se detenga por ningún motivo. Por eso, olvídate de no ser visto al momento de jugar tus cartas. El mundo entero es muy semejante a una bola de cristal: se ve desde afuera todo lo que se mueve dentro... y casi siempre habrá una voz que hablará al oído de alguien para que tenga la iniciativa de descubrir aquel pequeño detalle que tú, en tus “perfectas acciones”, has olvidado.

En la película, <<ELECTION>> de Alexander Payne, el juego de la vida funciona de manera matemática… con sus deliciosas sorpresas… sus intempestivas situaciones… tirando al piso lo que damos por seguro… quitándoles las máscaras a quienes creen llevarlas muy bien puestas… convirtiendo en bien lo que pareciera un mal… asegurando la recompensa del que actúa generosamente… y dándole bastante para que pueda abotagarse (hasta reventar) a aquel que sólo anhela sentirse superior.

Cuando se capta este juego, cuando sentimos con claridad plena que todo funciona acorde a la Ley de Resonancia, nos volvemos más humildes; nos hacemos tolerantes y mucho menos ambiciosos; y tenemos un poco más de cuidado en lo que vamos a emitir de pensamiento, palabra y obra, porque lo que contra otro da, a su manera muy pronto se devuelve.

Magnífica historia la que nos cuentan, Payne y su asiduo colaborador Jim Taylor, basados en la novela homónima de Tom Perrota, obra que, sin lugar a dudas, nos va a interesar leerla. Además, el director de, “Ruth, una chica sorprendente”, logra un perfecto ambiente de comedia picaresca que desborda agudeza y sutilezas por doquier.

Matthew Broderick (“War Games”, “Glory”…), me deja absolutamente satisfecho con ese personaje de Jim McCallister, el profesor que juega a ser debidamente sutil y muy cuidadoso en todas sus decisiones, algunas de ellas non sanctas… y bueno, tienen que ver cómo el destino se divierte a sus anchas por cuenta de sus acciones.

Reese Witherspoon (la memorable pequeña de, “The Man in the Moon"), en su alocado rol de Tracy Flick, consolidándose como esa gran comediante que la convertiría, luego, en una de las actrices mejor pagadas de Hollywood; y estupenda, Jessica Campbell, quien, como Tammy Metzler, ejemplariza a la mujer que, desde muy joven, ya es dueña de un fuerte carácter y tiene la claridad de saber cuál es la estrella que desea seguir, con sobradas tácticas para hacer “lo que no es debido”... y terminar saliéndose con la suya.

Tenlo por seguro, <<ELECTION>>, es un filme que vas a recordar durante muuuucho tiempo; y el nombre de, Alexander Payne, también vale la pena recordarlo.
Luis Guillermo Cardona
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6
21 de setiembre de 2016
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
El siglo 26 antes de Cristo, fue conocido en Egipto como el Imperio Antiguo, y durante la cuarta dinastía en su primera mitad, el faraón de turno se llamó Khnum-Khufu, a quien se le recuerda especialmente por haber sido comisionado para construir la Gran Pirámide de Guiza, reconocida luego, como una de las siete maravillas del mundo antiguo.

Acerca de la vida y de la manera como gobernó Khufu, muy poco o nada se sabe a ciencia cierta, y son más las especulaciones y/o alardes de ciertos historiadores, cuando osan difundir materiales en este sentido. Por lo tanto, cualquier cosa que se diga sobre este faraón, es tan falsa o cierta como las probabilidades lo permitan. Lo que sí se sabe con certeza es que, durante el Imperio Antiguo (tiempo en el que transcurre la película “TIERRA DE FARAONES”), no existían los camellos ni los caballos amaestrados, los loros de la amazonía era imposible encontrarlos a menos que alguien hubiese hecho, entonces, un viajecito por América (¡!) y se hubiese llevado alguno. El cobre y el hierro eran aún tesoros por descubrir muchísimos años después… así que, cualquier cosa de éstas que podamos ver en la película, tan sólo obedece a la falta de rigor histórico conque, comúnmente, hace Hollywood sus películas. Se ahorran un historiador porque subestiman el arte (tesis sustentable a todo nivel) y porque consideran que, a la gran mayoría del público, sólo le interesa ver a actores atractivos y que les cuenten una historia emocionante o impactante… Y lo peor de todo, es que aquí les cabe razón.

Si también, ahora, obviamos esto y, además, nos tapamos los ojos ante el montón de obreros que fingen estar horadando las piedras… ante la ridícula escena en la que Khufu demuestra su fuerza dominando un becerro… o ante el pobrísimo uso de efectos visuales para que veamos objetos que caen durante el accidente del emperador… Lo que queda es otro interesante y sonrojante cuento de la manera como ¡tantas, pero tantas veces!, una bella y “frágil” mujer, ha sido la ruina de los tipos más codiciosos del mundo. Don Luci se ríe y quizás piensa: “¡Oh sexo, cuanto me has servido para derribar a los ‘poderosos’!

El guion de William Faulkner, Harry Kurnitz y Harold Jack Bloom, puede apreciarse, positivamente, en algunos atinados diálogos, en los aportes sobre la novedosa construcción y, sobre todo, en la trama que involucra al faraón, la segunda esposa y el protector del tesoro. En la actuación, Jack Hawkins, se asemeja un tanto a la única estatuilla que se conoce del faraón Khufu y logra hacernos sentir a un personaje de esos que dan grima con su prepotencia y su vanagloria; Joan Collins (Nellifer), con suficiente belleza y carácter como para moverle la escalera a cualquier prepotente; James Robertson Justice, el sensato arquitecto Vashtar que se jugará la vida para salvar a su pueblo; y Alexis Minotis, como Hamar, nos ofrecerá una anacrónica, pero impactante despedida para una reina y unos sacerdotes. Y en la dirección, Howard Hawks quedó tan desencantado con la escasa acogida que se le dio al filme, que dejó el cine durante algunos años y se dedicó a viajar para reflexionar sobre su futuro.

¿Y dónde quedó enterrado el cuerpo de Khufu? Les dejo la tarea.
Luis Guillermo Cardona
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