Interesante retrato de unos ancianos padres que viendo llegar el final, hacen un último intento de acercamiento a sus egoístas hijos. Lo efímero, que es la vida, se ve representado en la flor del cerezo. Remodelada y acertada versión de “Cuentos de Tokio” (Yasujiro Ozu, 1953) en la que se muestra la falta de sentimientos hacia los demás en nuestro fugaz viaje por la existencia y el daño irreparable cuando llega la muerte sin despedida. Con una primera parte tediosa y triste, ausente de música, que enfrenta el silencio de la naturaleza y el bullicio de la ciudad, progresa, en la parte final, hacia la ternura y la sensibilidad en el entorno idílico del Fujiyama en Japón. Tal vez no sea una película amena pero encierra una hermosa crónica existencial.

Combinación perfecta de intriga criminal, drama amoroso, fondo social y una cierta vis cómica en la que un secretario judicial a punto de retirarse revive un crimen del pasado, por el que quedó impactado, intentando plasmarlo en una novela. Este recuerdo se une al amor que sintió entonces por una compañera (interpretada por una estupenda Soledad Villamil) y que guardó en silencio durante 25 años, desde la década de los 70 en una Argentina inestable. Si bien la investigación policial aparte de tópica tiene algunas debilidades, se ve superada por la evolución interior del protagonista (Ricardo Darín), sus emociones (dejar a un lado los recuerdos o recuperar el tiempo perdido) y una perdurable historia de amor. Todo ello matizado por buenos diálogos, flashbacks coherentes, sugerentes miradas y silencios intrigantes

Entretenido e intenso thriller carcelario contemporáneo en el que un funcionario de prisiones novato queda atrapado en un motín y debe hacerse pasar por un preso más para sobrevivir. Un engranaje que funciona a la perfección: un escenario, una ambientación y una puesta en escena tensa y violenta, una banda sonora cómplice de un ritmo propio del género y una notable interpretación de Luis Tosar como protagonista en un papel secundario. Una historia bien manejada con giros hábiles y eficaces que dotan de gran dramatismo una trama, por otra parte, manipuladora e ilógica que adolece de cierta superficialidad en cuanto al retrato de unos personajes demasiado estereotipados y al supuesto interés por cuestionar el abuso de autoridad o la negociación improcedente cuando median intereses políticos que hacen demasiado simple la trayectoria “causa-efecto”.

Alegoría sobre nuestra forma de vida en la que un profesor de instituto dirige un proyecto sobre cómo es posible poner en marcha un régimen totalitario: aplicando la psicología humana ante la necesidad de ideales que tiene la juventud, con un líder carismático que ofrece unos valores con los que identificarse, eliminando las diferencias individuales y dando a todos la oportunidad de distinguirse, se crea un grupo que da fuerza y seguridad: La Ola.
Con un ritmo intenso apoyado por una potente banda sonora llegamos a la reflexión sobre posibilidad del surgimiento de un movimiento equivalente, hoy en día, y en sólo una semana, como ocurre en esta historia basada en un hecho real.

Tornatore sorprende con un intenso drama camuflado de thriller emocional sin abandonar su propio estilo emotivo y nostálgico cargado de recuerdos, recurriendo al flash back, como en gran parte de sus películas, para justificar la historia de la protagonista que da vida una notable y desconocida actriz rusa (Kseniya Rappoport) que interpreta a una inmigrante ucraniana, acosada por la mafia rusa, que sólo está interesada en trabajar para una familia italiana en especial. Apoyado por una gran banda sonora (E. Morricone) y un sólido guión que va dosificando la información, dando sentido y tensión progresivamente a la historia hasta crear una atmósfera repleta de intriga