Sencilla, intensa, emotiva y rotunda. Un canto a la esperanza y la solidaridad.
spoiler:
Oliver Stone se aleja del habitual discurso político que caracteriza su carrera para ofrecer una película impecable sobre la bondad y el altruismo que unen a las personas en situaciones de emergencia.
Basada en una historia real, narra el infierno al que se ven empujados dos policías (Nicolas Cage y Michael Peña) de la Autoridad Portuaria de Nueva York cuando el 11 de septiembre de 2001 las Torres Gemelas son derribadas en el atentado terrorista que estremeció al mundo entero.
Los personajes quedan atrapados bajo los escombros a varios metros por debajo de la superficie, en la zona comercial que había entre ambos rascacielos. No pueden moverse y apenas pueden hablar, ya que tienen la boca llena de polvo. Sin embargo, ser conscientes de su propio dolor les recuerda que siguen vivos, y se hablan continuamente con el fin de evitar que les venza el sueño debido al hecho de que apenas pueden mirar a otro sitio que no sea de frente. A pesar de estar inmovilizados y heridos el escenario dantesco que les rodea no les ofrece ni un minuto de descanso, ya que todavía tienen que sufrir el derrumbamiento de la torre sur.
Destaca el mérito del director por ofrecer al espectador un espectáculo formidable sin caer en el sensacionalismo. Estamos ante una película arriesgada, solidaria, cargada de una emotividad que sólo aspira a ser un bálsamo para el espectador. Entre los méritos de Cage y Peña está en conseguir llegar al espectador con la sola ayuda de sus caras, ya que no pueden mover las manos ni caminar. Sus familias intervienen en la historia para que el espectador entienda que tienen mucho que perder si mueren, y lejos de ser un truco fácil, es un recurso cinematográfico muy concurrido que garantiza una empatía inmediata con el público.
Stone no pretende echar la culpa a nadie de los atentados del 11 de septiembre porque eso no va a devolver la vida a los miles de personas que murieron en las Torres Gemelas. No es un asesinato aislado, sino un genocidio y si se quiere remitir a los responsables es más que probable que estos se encuentren bien en el Despacho Oval de la Casa Blanca o bien rodeados de fieles suicidas en las áridas tierras de Arabia Saudí.
También es interesante que no ofrezca una imagen unidimensional de los atentados, sino que existe actividad al pie de las torres, donde hay calles, portales y comercios. Los espectadores acompañan a los personajes en la confusión creada por los medios de comunicación, que sólo se recrean en las sórdidas imágenes de las colisiones, olvidándose de que la mayor parte de los edificios quedaba por debajo de la zona de impacto.
Lejos de ser una decepción, es un hermoso canto a la solidaridad. La película nos recuerda que a pesar del hermetismo que aparentamos a diario, en el fondo somos buenas personas y guardamos el deseo de ayudarnos.
Nolte