Un desfile de pretensiones ambiciosas e inconexas, una demostración de cómo se puede recurrir a metáforas vacías que no expresan nada, un desfile de intenciones estériles por desarrollar conceptos profundos de la sociología, la arquitectura y la psicología, pero sólo desde la explicitación verbal: de lo estrictamente cinematográfico, poco y nada; todo está explicitado a partir de una voz en off que nos quiere guiar por una problemática que el audiovisual deja completamente sin respuestas. Malas actuaciones (con las honrosa excepciones de Carla Peterson y Alan Pauls), personajes mal compuestos que parecen caricaturas de diván, pero sin siquiera una mínima dosis de profundidad emocional que se corresponda con algo más que la pura cursilería, que no aportan nada a la temática propuesta: el agobio de las grandes ciudades, la neurosis, las nuevas formas de (in)comunicación que proponen las nuevas tecnologías y las nuevas subjetividades y formas de relacionarse. Ideas tan trilladas, remanidas y obvias como las analogías estacionales resultan tan deprimentes que dan ganas de irse corriendo de la sala a vomitar. Cuando hay que recurrir al ejercicio de buscar a Wally en la ciudad para resolver la trama, resulta decididamente insultante y degradante. Y uno quiere apoyar al cine argentino...