El gran éxito de “Aterriza como puedas” (1980), del trío ZAZ (Zucker, Abrahams y Zucker), removió la comedia norteamericana de tal forma que no tardaron en aparecer hijos bastardos que imitaban los efectivos gags absurdos y las conversaciones surrealistas de esa película pionera.

Steve Martin no se quedó atrás, y co-escribió e interpretó esta entretenida patochada. “Un genio con dos cerebros” es un filme de lo más inocente, sin más pretensiones que no sean las de hacer pasar el rato con una historia rocambolesca de tintes fantásticos. Los gags visuales y comentarios estrambóticos no son tan abundantes como en las comedias de los ZAZ, pero sí son suficientes para sacarnos unas cuantas risotadas.

La película va de más a menos, se desinfla cuando se hace obvio que ya no tiene nada más que ofrecer. El elenco mantiene bien el tipo en medio de la tontuna general, con una Kathleen Turner en pleno apogeo y un Steve Martin como pez en el agua. A destacar el siempre estupendo David Warner, eclipsando a su compañero protagonista en los pocos momentos en los que hace acto de presencia.

El dueño y señor de todas las kaiju eiga está más vivo que nunca en esta nueva revisitación del icónico monstruo post-atómico, que empezó a asolar el país nipón allá por 1954 en la ya mítica “Japón bajo el terror del monstruo”, del no menos mítico Ishirô Honda.

“Godzilla: Minus One” recoge el testigo del germen de aquellas películas, esto es: gigantes monstruosos, hijos de la radiación atómica, que arrasan ciudades enteras como metafóricos recordatorios del hongo apocalíptico que destruyó Hiroshima y Nagasaki. El filme de Takashi Yamazaki se encuadra ex profeso al final de la Segunda Guerra Mundial, para presentar a Godzilla como consecuencia del reciente conflicto devastador.

La historia que nos cuenta el filme no es muy diferente en su base al resto de películas de la criatura, pero aporta tramas secundarias que la hacen más interesante y menos superflua. Al protagonista, un soldado kamikaze desolado por la culpa y el menosprecio de los demás, se le presenta la oportunidad de enmendar sus errores y recuperar su honor, convirtiéndose así en la figura adecuada en la que poder plasmar las enseñanzas moralistas propias de toda película asiática. Mensajes como el valor y la responsabilidad son ensalzados en cada fotograma.

En cuanto al protagonista absoluto, el ya septuagenario y honorable Godzilla, los extraordinarios efectos especiales lo han dotado de un poder de destrucción como nunca antes habíamos visto, con un buen lifting que lo hace más terrible si cabe. Las escenas de acción, principal reclamo de la película y por lo que la gente paga su entrada, no defraudan y sorprenden. No es de extrañar su merecido Oscar a los mejores FX en la edición de 2023.

Cabe esperar una continuación que nos vuelva a deleitar con este nuevo resurgir de un monstruo que se niega a relegarse al olvido.

La sombra del “Dune” (1984) del onírico David Lynch y de sus desavenencias con el productor Dino de Laurentiis, dejó a los seguidores de la fantástica obra de Frank Herbert con ganas de venganza. A pesar de la, para mi gusto, gran película que hizo Lynch y que, con el tiempo, se convirtió en un filme de culto, tenía demasiados detractores como para no desear una adaptación más justa y fiel. Han tenido que pasar 37 años para que alguien como Dennis Villeneuve escuchara aquellas voces y le hiciera justicia al bueno de Herbert y a los seguidores de su magnífica saga.

Villeneuve ya ha demostrado ser la gran esperanza de la ciencia-ficción. Después de aquella maravilla de lingüística alienígena que nos ofreció con “La llegada” (2016), tuvo el coraje de atreverse con la secuela de “Blade Runner” (1982) con resultados más que correctos. Parecía ser el candidato ideal para dirigir otra de las obras maestras de la ciencia-ficción, y esta vez no había un Dino de Laurentiis con la tijera recortando metraje, pero sí los magnates de la Warner Bros. poniendo la condición de que la primera parte fuera un taquillazo para que pudiera haber segunda. Así, con dos películas, Villeneuve contento, doble beneficio, y productores contentos.

Las dos partes en su conjunto recogen los hechos narrados en el primer libro de la saga original, es decir, la escrita por Herbert. En esta primera parte se cuenta la historia del joven Paul Atreides (Timothée Chalamet), heredero de la Casa Atreides que, junto con su padre el duque Leto (Oscar Isaac) y su madre, la dama Jessica (Rebecca Ferguson), son enviados por el emperador Shaddam IV Corrino a Arrakis, planeta desértico controlado por la casa Harkonnen. Arrakis posee una sustancia única en todo el universo, la especia, que otorga un inmenso poder a quien la controla y gestiona. La película se centra en Paul, un chico bastante especial por haber sido educado en un culto femenino antiquísimo de perfeccionamiento mental, que se ve envuelto en una trama peligrosa pero decisiva en su posterior evolución, cuyo futuro está ligado al futuro de todo el planeta.

Adaptar la obra de Herbert resulta una tarea ímproba, debido a la complejidad del universo que creó. “Dune” especula con influencias mesiánicas, ecológicas, culturales y religiosas, con lo cual plasmar todas esas abstracciones en la pantalla grande supone un ejercicio imposible, y la riqueza de los libros sigue estando muy por encima de cualquier película que pueda acercarse a ellos. Villeneuve es consciente de ello y se ha centrado en la base de la historia, ha recreado las partes más importantes, los momentos más brillantes, y lo ha dotado todo con una impronta ambiental muy lograda, haciendo de “Dune” una experiencia visual y sonora sin parangón.

Al excelente apartado técnico se le une la buena calidad de las interpretaciones en general, destacando el nuevo rostro del moderno cine comercial, Timothée Chalamet, un nombre que escucharemos varias veces en los próximos años. Bastante correctos también tenemos a Oscar Isaac y Rebecca Ferguson, a quien se les une el siempre interesante Stellan Skarsgård, y la belleza Fremen de Zendaya.

“Dune” es, además, otro gancho suficientemente atractivo como para que el público vuelva a animarse a ir a las salas. Conmigo lo ha conseguido.

Una muy interesante propuesta dentro del género “found footage” o “metraje encontrado”, que arranca muy bien pero acaba desmadrándose.

Adam Robitel nos presenta a una joven (Michelle Ang) que quiere hacer un documental sobre la enfermedad de Alzheimer para su tesis. Para ello, registra la vida de Deborah Logan (Jill Larson), una señora mayor diagnosticada con la enfermedad, que vive con su hija Sarah (Anne Ramsay). Conforme avanzan los días, la joven y su equipo se dan cuenta de que la señora Logan tiene comportamientos muy extraños que no parecen estar relacionados con su problema.

La primera mitad del filme se desarrolla con creciente interés, mantiene en vilo al espectador gracias a la naturalidad de las escenas y genera inquietud en algunos momentos en los que la señora Logan se comporta de manera ciertamente extraña. Hasta aquí, la película atrapa por el buen planteamiento de la historia, presentando a los personajes y ofreciendo explicaciones sobre la enfermedad. Pero Robitel llega a un punto en el que ya no tiene nada más que mostrar, y se decanta en resolver la película a base de convencionalismos, utilizando las herramientas propias de este tipo de cintas: cámaras mareantes, escasa iluminación, alaridos y sangre.

Lo normal es que no haya nada que destacar a nivel interpretativo, pero esta vez cabe mencionar el buen trabajo de Jill Larson, que nos brinda un papel realmente inquietante.

"The Taking of Deborah Logan" se alza, con todo, por encima de la media para esta clase de películas que proliferan como setas dentro del cine comercial desde comienzos del milenio.

Uno de los personajes más carismáticos del universo Star Wars, y que hasta ahora sólo se había visto en versión animada en las estupendas series “Las Guerras Clon” (2008) y “Rebels” (2014), es Ahsoka Tano, la joven padawan que tuvo a Annakin Skywalker como su maestro durante la época de máximo esplendor de los Jedi (si no eres medio fan de Star Wars puedes obviar este párrafo… claro que, si no lo eres, tampoco estarías leyendo esta crítica).

Rosario Dawson encarna al personaje en esta serie centrada en sus peripecias después de la caída en desgracia de su maestro. David Filoni (junto con Jon Favreau, aunque no se acredita en esta ocasión) sigue dando muestras de buen olfato y de talento a la hora de mantener encendido el fuego de George Lucas desde que Disney comprara los derechos de explotación de este gran folletín galáctico. Filoni ha estado detrás de series de la calidad de las mencionadas arriba, junto con “El libro de Boba Fett” (2021), “La remesa mala” (2021), o la madre del cordero, “The Mandalorian” (2019, 2020), y se prevé que siga explotando el filón con la siguiente, “Skeleton Crew”.

“Ahsoka” tiene todo el espíritu de la saga, aunque puede pecar de banal y poco arriesgada. Imita la estructura que tanto funcionó con “The Mandalorian”, pero el desarrollo de la historia, aunque interesante, no supone nuevos aportes a lo ya visto en otras ocasiones. Aparecen dos nuevos personajes, Baylan (Ray Stevenson, fallecido poco antes del estreno de la serie) y Shin (Ivanna Shahno) que tenían bastante potencial, pero tienen un perfil muy bajo como enemigos. Son más interesantes los aliados de Ahsoka, entre los que destacan Hera (Mary Elizabeth Winstead), Sabine (Natasha Liu) e incluso el robot Huyang (voz de David “Dr. Who” Tennant). El plato fuerte o aparición esperada de Hayden Christensen es trascendente y supone un momento clave para Ahsoka, pero no tanto para el espectador.

En resumidas cuentas, sin ser novedosa, “Ahsoka” es un digno aporte a este rico universo lucasiano, respira franquicia en cada episodio y consigue enganchar como buena serie que es. Habrá que ver la segunda temporada, ya anunciada para 2024.