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España España · sevilla
Críticas de Jlamotta
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Críticas 126
Críticas ordenadas por utilidad
6
30 de junio de 2011
2 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Algo está cambiando en el cine. Concretamente en el cine independiente. Mientras el cine denominado de masas se "intelectualiza" y decora su reparto con actores de talla mundial, el sector indie se queda en la retaguardia de la creatividad y originalidad. Lo que hace años parecia impensable es ahora una realidad, el séptimo arte se estabiliza a la baja por puro acomodamiento. Siempre se ha acusado (con razón) al cine comercial de incentivar la creación de una fórmula infalible para llegar al mayor número de espectadores posibles utilizando sin escrúpulos los mismos manidos recursos una y otra vez. El concepto de artesano se encontraba por los suelos. Habían sustituido a los Curtiz, Borzage, Wellman y compañía por los de Bont, Favreau o Marshall (aunque también es cierto que por ahí quedaban Donner, Mctiernan, Campbell, Forster o Liman). Hasta que de la nada apareció Nolan y su Batman Begins para cambiar la industria. El 2005 fue un año clave y más adelante aparecieron Watchmen, Kick-Ass o la propia The Dark Knight. Mientras tanto, al mismo tiempo los fans del cine menos convencional se conformaban con Away we go, Greenberg o Cyrus. Definitivamente, los tiempos están cambiando, que diria el maestro Dylan.

Win Win no se aleja en ningún momento de esta corriente buenrrollista y bien intencionada que nos brinda dramas con familias desestructuradas, personajes oprimidos por el colectivo y superación personal a traves del deporte o el trabajo. McCarthy no ofende, no arriesga, no quiere hacer ruido y presenta frágiles contratiempos cuyo resultado positivo es más que previsible. Los clichés son la base del guión del director de The Visitor. El amigo gracioso, el niño antisocial, el personaje drogata y, por supuesto, el insoportable hilo musical de cariz optimista y afable. Incluso podemos cambiar el duo protagonista por Jeff Daniels-Laura Linney o Ryan Gosling-Zooey Deschanel dependiendo de la media de edad que el productor necesite en el patio de butacas.

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Jlamotta
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6
14 de noviembre de 2012
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ken Loach siempre me ha parecido un cineasta similar a Oliver Stone, por proponer un símil contemporáneo. Ambos profesan amor eterno al cine militante, de guerrilla, aquel que pretende encender la apagada y acomodada llama de la revolución. La diferencia entre el inglés y el norteamericano reside en que el autor de Wall Street deja a un lado su vertiente política para parir obras de puro entretenimiento sin más, como pueda ser Savages. En el caso de Loach, esto no es posible, ya que incluso sus comedias versan sobre la diferencia de clases, el maltrato a los débiles o hechos históricos de gran calado dramático. En esta ocasión, como ya hiciera en su reciente film, Looking for Eric, opta por la comedia como modo de expresión, sazonada por el inseparable drama que impregna la mayor parte de su filmografía. Loach nos habla de las segundas oportunidades, de su validez, de su justicia y de su razón de ser. ¿Merecemos todos una segunda oportunidad? ¿Es realmente posible hacer borrón y cuenta nueva, sean cuales sean nuestras acciones pasadas? ¿Está preparada la sociedad para, no solo perdonar, sino olvidar? El director de The Wind that Shakes the Barley (2006) opina que si, y lo hace de manera un tanto general, simplista e ingenua, en mi opinión. Apenas existen momentos reflexivos o de lucha interna de nuestro protagonista, Loach casi nunca busca el contrapunto a sus acciones ni se esfuerza por contrastar el presente mediante otros puntos de vista. Esto da lugar a un retrato algo descuidado y demasiado sencillo del drama que conlleva saber que solo un palmo separa la vida y la muerte del personaje principal. Una segunda oportunidad debe nacer, en primer lugar, en nosotros mismos, a través de una feroz autocrítica y la eliminación radical de caretas de autodefensa. Aceptación, perdón a uno mismo siendo consciente de la maldad o equivocación de nuestros actos, dejar atrás el pasado para no hundirse en él, responsabilidad interna en la gestión de los necesarios cambios para avanzar y flexibilidad con la/s persona/s que nos rodean, ya que ellos también estarán sometidos a un proceso evolutivo y de adaptación a causa nuestra. Estos son algunos de los pasos básicos para iniciar una nueva vida (sobre todo interior) y para construir un personaje creíble, humanizado, que provoque la suficiente empatía como para seguir queriendo ver y oír su historia. El realizador británico solo cumple un par de ellos permitiendo que, desde ese momento sepamos que estamos presenciando un film amable que no pretende introducirse en el fango psicológico de una persona, sino simplemente contarnos una historia entretenida, algo muy loable también, por cierto.

El problema reside en que Paul Laverty, autor del libreto, utiliza ciertos trucos narrativos para agilizar la trama y lograr de manera algo más directa la empatía del espectador con el protagonista. En la maravillosa y durísima Tyrannosaur (Paddy Considine, 2011), se nos presenta al personaje interpretado por el enorme Peter Mullan borracho, amargado, solitario y acabando con la vida de un perro. Considine se enfrenta así a una audiencia asustada y alerta ante la brutalidad del que va a ser su acompañante durante la próxima hora y media. Es decir, no juega a componer una persona, simplemente la presenta como es y nos deja claro a las primeras de cambio su naturaleza agresiva y su falta de compasión, cosa que puede cambiar o no a lo largo del metraje. Sin embargo, en The Angel´s Share, Laverty manipula a sus anchas la escritura para presentarnos a Robbie como víctima del sistema y de un ambiente marginal, un antihéroe al que le han tocado malas cartas en la vida que merece toda nuestra compasión para, acto seguido, mostrarnos las crueles consecuencias de sus actos incívicos de un pasado reciente. Hasta aquí bien, nada que reprochar. Pero la decepción (por lo menos para mi) es mayúscula cuando vemos que esa larga secuencia no es más que una condescendiente palmadita en el hombro de Robbie, un "aquí no ha pasado nada" que apenas tiene repercusión en una trama que seguiría inalterable si dicha secuencia se hubiera quedado en la sala de montaje. Esto mismo separa a The Angel,s Share del inconfundible cine de perdedores que tan bien representaba John Huston. Esa falta de valentía es lo opuesto a lo mostrado por Huston en Fat City (1972), Moulin Rouge (1952) o The Asphalt Jungle (1950), donde no había lugar para el maniqueísmo ni la manipulación emocional.

Uno de los puntos fuertes del film es la brutal crítica indirecta (y digo indirecta porque ni Loach ni Laverty parecen interesados en lo más mínimo en desarrollarla) que se vierte sobre la sociedad de nuestros días y la arbitrariedad de nuestro comportamiento. Por partes. En esa búsqueda incesante de las segundas oportunidades de Robbie, se nos presenta de pasadas un dilema traumático referente a la importancia del entorno en nuestro crecimiento, desarrollo y evolución como personas. Es decir, ¿Por qué somos como somos? ¿De verdad podemos decir que somos así por nosotros mismos? ¿Somos auténticos? ¿Cuánta parte de responsabilidad tiene la sociedad y el entorno en nuestra forma de pensar, actuar y razonar? Realmente nunca lo sabremos pero si podemos hacernos una idea con el panorama representado en el film.El futuro del hijo de Robbie y su pareja es verdaderamente incierto. Tiene todos los números para acabar siendo un don nadie, un ser sin objetivos, drogadicto y desempleado. La batalla entre Robbie y los padres de su pareja por él tiene una única víctima:él mismo. Su futuro está en otras manos, en gente que le quiere pero cuya ceguera moral puede condenarle antes de nacer. ¿Cómo se lucha ante esto? Esa arbitrariedad, esa influencia indirecta, esas casualidades extremas y esas decisiones que todos toman menos nosotros es lo que realmente da miedo, el verdadero drama que podemos extrapolar de la película a nuestras vidas.

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Jlamotta
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7
18 de octubre de 2012
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine de gangsters o de mafiosos pegó un vuelco a mediados de los noventa gracias a Quentin Tarantino y su sobresaliente Pulp Fiction. Anteriormente había dirigido la que, a día de hoy, sigue siendo su mejor película: Reservoir Dogs. Gracias al éxito del film protagonizado por Samuel L.Jackson y John Travolta, este pequeño ensayo sobre un fallido robo de joyas perpetrado por unos atracadores desconocidos entre si, adquirió carácter de culto y el reconocimiento que merecía. Pero, lamentablemente, las obras maestras no son solo premios, talento y estrellas, también trae consigo las burdas imitaciones. Si ha habido un director imitado en los últimos quince años ese ha sido el realizador de la enorme mandíbula, contando solo con Guy Ritchie como alumno aventajado (aunque ahora se dedique a hacer aburridas y pretenciosas películas comerciales para Hollywood), ya que el resto ha perpetrado un crimen contra el buen gusto año tras año. Pero hace tres años se estrenó un film modesto y casi sin difusión mediática que contaba con Colin Farrell y Brendan Gleeson como protagonistas. El título era Escondidos en Brujas y su director Martin McDonagh. Este inglés de padres irlandeses se alzó con un Óscar en 2005 por el cortometraje Six Shooter. Este año estrena Seven Psychopaths y las similitudes entre ésta y su ópera prima son más que evidentes. Ambas están tratadas narrativamente con un ritmo que permite fluidez en el desarrollo de personajes y permite que el espectador se haga a la historia (nunca al revés), que se introduzca en su mundo de pistolas, sangre, enemigos, traiciones y amistad masculina. Igualmente destaca una impecable utilización de la teatralidad en la realización sin que perjudique la creación interpretativa de sus estrellas (todo lo contrario, la espolea). La brillante secuencia del desierto con Colin Farrell, Sam Rockwell y Christopher Walken da fe de esta habilidad. Esto se debe a que McDonagh es uno de los grandes autores jóvenes del teatro británico gracias a textos como La reina de belleza de Leenane o El teniente de Inishmore. Pero, por supuesto, McDonagh cuenta con más referentes que el cine del director de Kill Bill. Scorsese, Ferrara, los hermanos Coen y hasta Jim Jarmusch influyen, de una u otra manera, en la elección de la puesta en escena. Tal vez sean los hermanos Coen y su Big Lebowski las aportaciones más obvias, con unos extraños personajes descontrolados que vuelven la resolución de la trama altamente imprevisible.

Como habrán podido adivinar, el punto fuerte es un excepcional reparto que reúne a Colin Farrell, Sam Rockwell, Woody Harrelson, Christopher Walken, Tom Waitts o Harry Dean Stanton. Cada uno actúa como mejor sabe (estupendamente) y se aprovecha de un guión volcado en proporcionar grandes momentos y diálogos con una profunda carga emocional a cada miembro del elenco. La interactividad entre todos ellos se salda de forma sobresaliente, a pesar de unos estilos de actuación cambiantes y diferentes entre si. Así, si Rockwell es un torbellino de emociones cuya presencia devora el encuadre, Walken absorbe toda nuestra atención (y admiración) con un tono sosegado, experimentado y extremadamente sobrio, dando una lección interpretativa que debería reportarle algunos premios (debería luchar por el Óscar al mejor secundario, sin duda). Farrell vuelve a jugar el rol del fortachón sensible e inseguro que tan buenos resultados le ha dado estos últimos años y ejerce de contrapunto perfecto a Rockwell y Walken, ambos muy seguros de que suelo pisan sus pies. Harrelson se lo pasa en grande con un papel hecho a su medida, con las dosis justas de locura y dulzura (recordemos que toda la trama gira en torno a su negación a dar por perdido a su secuestrado perro, el ser que más quiere en este mundo). Por su parte, Waitts y Dean Stanton contribuyen con su amenazadora presencia física y una modélica ocupación del espacio (tanto, que no pueden evitar robárselo a otros). Todos ellos son personajes inestables y la mayoría malvados, pero sus problemas son terrenales. Aparte, su época destructiva transcurrió en un pasado que no vemos, por lo que no podemos dejar de verlos como gente "normal" con asuntos extraordinarios. Las soberbias actuaciones, la empatía que sentimos hacia los actores que los encarnan y la aceptación que suelen tener los mafiosos en el cine, hacen el resto. Como curiosidad reseñar la simpática escena inicial homenaje a Boardwalk Empire, en la que Michael Pitt y Michael Stuhlbarg (dos de los intérpretes de la famosa serie producida por Scorsese) mantienen un descacharrante diálogo sobre trivialidades de asesinos.

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Jlamotta
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10
19 de agosto de 2012
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ni Wilder, ni Allen, ni Edwards, ni Lubitsch, ni Hawks, ni Groucho, ni Chaplin, ni Keaton, ni Tati. Es indignante como son considerados grandes genios de la comedia cinematográfica sin haber tenido en cuenta un hecho determinante y crucial: eran hombres. HOMBRES! Y por lo tanto, son egoistas, vagos, estúpidos, machistas, desconsiderados, simples, bestias y sin atisbo de sentimientos. Están incapacitados para comprender la idiosincrasia del humor, para asimilar los conceptos básicos de la comedia de la vida. Y lo más importante, solo existen para fastidiar al ser superior que es la mujer, maniatada desde tiempos inmemoriales y condenada a ser la diana de la comedia, nunca el dardo. Pero afortunadamente Dios existe y es mujer, por lo que ha bendecido al mundo con el nacimiento de Sayago Ayuso y David Ottone, dos nombres condenados a revolucionar el género de la comedia y poner a la mujer en el sitio que se merece. Así han conseguido crear una serie atemporal y adelantada a su tiempo, con un formato novedoso y original como son los sketchs episódicos. En ellos, las heroínas de nuestro tiempo, unas damas listas, preciosas, de gran corazón, irreverentemente rebeldes y con personalidad, ridiculizan de forma sutil y casi subliminal a los portadores de semen vulgarmente conocidos como "hombres". Ya era hora, yo os apoyo hermanas! El mundo ha pasado demasiado tiempo bajo las rudas y sucias manos de los hombres, ya es hora de una nueva era, una en la que los chistes sobre mujeres más rápidas, fuertes, inteligentes y válidas que los hombres sean la salsa de la vida.

Los Monty Python deberían estar avergonzados por haber puesto patas arriba la comedia en la televisión y el cine por tratarse de hombres y no ser mujeres porque, obviamente, carecen de sentimientos reales (que solo poseen ellas) y sin ellos no pueden escribir y retratar el mundo tal como es. Urbanas, modernas, atrevidas, atractivas, descaradas, chics, extremas y demenciales, así son las nuevas chicas de la televisión, unas badass en toda regla que te harán desear darles la cartera por internet antes de que vengan a robarte a tu casa. Son las nuevas reinas de la ciudad y ningún cromañón podrá impedírselo. Surrealismo, slapstick, humor visual, absurdo, parodia...tocan todos los palos y ninguno volverá a ser lo mismo. Si Star Wars revolucionó y reinventó el concepto cinematográfico tal y como era conocido, Chic-cas revolucionará nuestro mundo, nos sacará de la crisis, acabará con el hambre en África y transformará el sida en flores de todos los colores. Y recuerden, todo es obra del mal llamado sexo débil. Encierre y escupa a su hombre más cercano y alabe y cante saetas a su madre, hermana o perra. Por cierto, no dejad de ver "Padres", otra obra maestra del humor moderno sobre las relaciones familiares, un tema inédito en España y tratado con la sutileza y maestría del Kubrick de 2001. No os dejéis engañar por Little Britain, 30 Rock, The Office, Extras, The League of Gentlemen, IT, Louie, Curb Your Enthusiasm, The Conchords y similares. Si queréis alta comedia, España es vuestra tierra y Chic-cas, vuestro El Padrino.

@jlamotta23
Jlamotta
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5
1 de abril de 2013
1 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tan arriesgado es realizar una película homenaje a un género cinematográfico como escribir sobre ello. ¿Dónde marcar la linea entre la propia calidad de la ficción y la honesta valoración de los detalles del homenaje? ¿Debe ejercer una declaración de amor fílmica de parapeto contra el puro análisis cinematográfico? Evidentemente, no. El equilibrio entre ambos factores es tan decisivo como una buena historia, una correcta dirección y unas interpretaciones convincentes. En el caso de Berberian Sound Studio, segunda película de Peter Strickland tras Katalin Varga (2009), la elección del director está bastante clara desde el principio. Su objetivo es cimentar su obra en una atmósfera y un ambiente determinados, esforzándose por reconstruir de manera fidedigna una etapa y momento concreto con detalles incluso subliminales, aunque para ello tenga que abandonar a su suerte, consciente o inconscientemente, a sus personajes, que son absorbidos sin remedio por un torrente de imágenes icónicas y puzzles de sonido que harán las delicias de los fans del subgénero Giallo. Mario Bava, Dario Argento, Lucio Fulci o Sergio Martino, algunos de sus máximos exponentes, disfrutarían como enanos de Berberian Sound Studio, ya que en ella se encuentran resumidos en noventa densos minutos muchas de sus características narrativas y formales, aquellas que les llevaron a la fama en los años sesenta y setenta, sobre todo. No soy un gran admirador de este movimiento y por eso mismo no me entusiasman las señas de identidad estilísticas a las que rinde pleitesía Strickland. Violencia extrema (en este caso insinuación de violencia extrema, ya que todo nos llega a través del sonido), montaje basado en simbolismos, trama ligera, personajes que caen en el cliché hasta la saciedad o prioridad por el apartado visual, aunque ello signifique desmarcarse o abandonar a su suerte la historia en cuestión. Como digo, en este sentido Berberian Sound Studio es leal al Giallo y su idiosincrasia. Es entonces cuando hay que analizar la cuestión que expuse al principio del texto:Es suficiente la literalidad mostrada hacia el género homenajeado para justificar su existencia y ser merecedor de halagos? O hay qué exigirle algo más, como una historia interesante que acompañe a un producto tan estéticamente concentrado?

Porque para el espectador neutro no hay muchos elementos motivadores, realmente. La construcción de personajes es plana y superficial, cayendo en el estereotipo en lo que a personajes masculinos italianos se refiere y prácticamente obviando los femeninos, quedando como simples personajes-florero. Todos ellos caen mal desde un principio hasta que su sola presencia termina convirtiéndose en una lenta agonía hasta que el plano se cierre sobre Toby Jones y elimine al resto. Porque si hay algo que funcione en esta película ese es Jones, siempre inmaculado en sus interpretaciones y dotando a sus roles de una vida interior inmensa aunque, como en este caso, su papel carezca de ella debido a una escritura vacía e insustancial. De acuerdo en que la intención de Strickland es reflejar lo que eran en aquellos tiempos algunos de los estudios de postproducción más míseros e inquietantes de Italia, sin duda influidos psicológicamente por el visionado y trabajo constante en películas consideradas algo más que gore. Pero a nivel de guión, siempre desde mi punto de vista, es un fallo grave dibujar a todos tus personajes como maníacos sin humanidad, imposible de empatizar con ellos y con el único objetivo dramático de fastidiar, de todas y cada una de las maneras, al personaje de Toby Jones. Con esto no solo se consigue un desprecio total por los personajes italianos del film sino que, paradójicamente, dirige nuestra simpatía hacia Jones por el simple hecho de ser el blanco de críticas injustificadas y aleatorias (no a nivel humano, sino a nivel de guión, que es lo censurable). Y digo paradójicamente porque el ingeniero de sonido interpretado por el actor de Snow White and the Huntsman (Rupert Sanders, 2012) no es para nada interesante o redondo pero se beneficia de la constante mezquindad mostrada por sus compañeros de reparto. De hecho, es un personaje pasivo durante prácticamente sesenta minutos (eso para un protagonista son muchos minutos, es demencial) y los intentos por profundizar en él a través de las cartas que recibe de su madre son totalmente fallidos, por su nula importancia en la trama y su inconsistencia en pantalla. Por estos motivos, los veinte minutos finales, donde la previamente trabajada construcción atmosférica (esplendida fotografía de Nic Knowland) explota en una piñata de colores, zooms y yuxtaposiciones autorreferenciales, nuestro interés hace tiempo que desapareció más allá de intentar pillar las repetidas alusiones a otras películas. Y, sin duda, gran parte de culpa la tiene la infantil escritura de personajes.

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