No recurriré a eso de decir que 'Pig' -el debut en la dirección del tal Michael Sarnoski- sea como un 'John Wick' con cerda trufera en lugar de perro reemplazando a Keanu Reeves por un desmelenado Cage -capilarmente, su actuación es más contenida que de costumbre- porque, en primer lugar, el ermitaño de Nic Cage sólo quiere recuperar a su cerda trufera a la que han secuestrado.
Y lo cierto es que a 'Pig' (2021, Michael Sarnoski) conviene más meterla en el mismo corral que 'Okja' (2017, Bong Joon-hoo) en forma -de la primerísima mitad de aquella- y propósitos dramáticos.
Y en segundo lugar, una película con Nicolas Cage interpretando a un ermitaño que quiere recuperar a su cerda que ha sido secuestrada y a la que transportan hasta la ciudad no necesita equipararse bajo ninguna otra carta de presentación que no sea la de que Nicolas Cage interpreta a un fulano rastreador de trufas empeñado en recuperar a "su amiga" y herramienta de subsistencia mental.
Y ojo con creer siquiera que estamos ante otra de las marcianadas de Nic (o aún más erróneo, de una película de acción) porque lo que respiras aquí es un cine minimalista (del que hubiese firmado Jim Jarmusch) cuyos planos son fotografías con una abrumadora belleza naturalista y rupestre, o bien estampas desoladoras de polución moral que se antojan un marco idóneo para representar la apatía de la civilización, dependiendo de si nos encontramos en los bosques de Oregón o, en un contraste estético y de tonos obligatorio, la ciudad de Portland a la que se desplaza el héroe autoexiliado.
Un sorprendente hallazgo revestido de una factura intimista y salpicado con la justa graduación de violencia poética.
Hay que verla. Y hay que incluirla de cabeza en la antología de los mejores trabajos, tanto a título interpretativo como cinematográfico, de la trayectoria de Nicolas Cage.

Hacía ya la friolera de casi 30 años desde que una nueva entrega de la franquicia inaugurada por 'Jurassic Park' no lograba, con o sin Steven Spielberg al frente, reunir a su trío de protagonistas: exactamente el mismo periodo de tiempo que Laura Dern llevaba sin tomar "parte activa" en la saga. Y faltaría a la verdad si no admito que, a estas alturas del filón de las persecuciones entre dinosaurios más humanizados que antes y un reparto de humanos cada vez más propensos a ser tachados de dinosaurios, ver reunidos al grupo de los segundos no es el principal motivo por el que no me pierdo este "más de lo mismo" que ha globalizado su caos -el mismo del que Jeff Goldblum nos hablaba en 1993, 1997 y 2018- con estampidas, gritos de horror y bichos zampahumanos por todo el planeta.
De hecho es el mismo Ian Malcolm -un Goldblum que recupera aquelllas pintazas de, según palabras de John Hammond (Richard Attenborough), estrella de rock- quien más y mejor espíritu autorreferencial demuestra en dos simples líneas de diálogo:
"¡Es más grande! ¿Por qué siempre tienen que ser más grandes??"
Regresan los que estaban antes (Laura Dern, Sam Neill y Jeff Goldblum). Siguen los que llegaron después que ellos (Chris Pratt y Bryce Dallas-Howard). Y continúa el que (casi) nunca ha faltado a la cita durante 29 años aunque suela pasar desapercibido, tal vez porque está exactamente igual: ¡Hi, B. D. Wong!
El villano Lewis Dodgson regresa a la serie aunque con Campbell Scott ('Dying Young') como reemplazo para Cameron Thor -que fue condenado a prisión tras violar a una adolescente-.
Sabes a lo que vas. Pídete un refresco tan grande como tu cabeza (para ocultar de tu campo de visión la luz del teléfono móvil del que está ocupando la butaca contigua a la tuya) y desconecta con un cine concebido orgullosamente para ser una experiencia lo más parecida que le sea posible a un parque de atracciones.
Si las altas temperaturas que hay en la calle son propias del verano, que lo sean también los estrenos de la cartelera.
Más de lo mismo.

Ni el terror. Ni las comedias románticas -eso es territorio de Netflix-. Ni desde luego el cine con aspiraciones a Oscar -le pese a quien le pese, idem a la plataforma aludida-. El empeño de Amazon -ojo, pero aquí en la distribución a la sombra de la centenaria SF Studios- para proveernos de más ejemplos puros y rudimentarios de acción, en sus múltiples derivaciones, empiezo a tomármelo tan justificablemente en serio como exigen las circunstancias tras rescatar esta resultona muestra estival del género en la que una interpretación de Allison Williams -perdonadme, pero tengo que coger un poco aire antes de decirlo- resulta tan enérgica.
No hay que mover cielo y tierra -bueno, de lo primero en este caso sí- ni precisa de más estímulo que el de un sobadete pero aún explotable prolegómeno con la parejita protagonista precipitándose a una situación de peligro extremo: un par de tórtolos tan empalagosos, perfectos y guapos como mal avenidos para quienes el giro catastrófico que toma el asunto -al piloto de la avioneta (el incombustible Keith David) que tripulan le da un jamacuco- le mete de lleno en un pifostio inenarrable con, huelga decirlo, un progresivo in crescendo de adrenalina. Y que me succione una turbina o corte en pedazos la tracción del movimiento de la hélice en pleno vuelo si os miento, pero es que la misma persona que interpretase a la pavisosa Marnie en 'Girls' da el pego con un personaje intrépido intentando sobrevivir desde las alturas (en algo tenía que notarse que esta señora ha sido Peter Pan). Aunque en justicia hay que reconocer que si ella goza de su momento Roger Moore en 'Octopussy' (1983, John Glen) al alemán Alexander Dreymon ('The Last Kingdom') le toca un Timothy Dalton en 'Licencia para matar' (1989, John Glen) junto al ala del avión.
Hace falta ser paciente y aguardar (tampoco demasiado) para ir al turrón. Pero vale sobradamente la pena.
Coproduce Jaume Collet-Serra.

No es que el género del cine de espada y brujería siga fuerte en el cine español, sino que más bien sobrevive y respira con regularidad mientras su máximo exponente pueda hacerlo al ritmo que marca la batuta de su director único y más significativo en un periodo actual, con un inexcusable Eneko Sagardoy entre sus músicos de cámara empuñando el acero, calzando pieles y dejándose las greñas en un nuevo relato que incrementa moderadamente su contenido histórico.
Edurne Azkarate ejerce de compañera de armas (y hechizos) con un problemilla que ni 10 ampollas de compeed le solucionarían y la mejor mirada ladeada de guerrera (o actioner) que he descubierto lejos de Hollywood.
Paul Urkijo tira de precisión de cirujano en tiempos narrativos, folklore y contenido gráfico para crear perfecta equidistancia (y revolver cuando es conveniente) de fantasía, un poco más de historia y una no menor dosis de horror rural para ir confeccionando un escenario, un relato donde de forma paulatina se potencia la ilusión a la que preconiza un lugar de tonada sutilmente descriptiva sobre lo que te aguarda si encomiendas tu alma a él:
Todo lo que tiene nombre existe.
'Irati' (2022, Paul Urkijo) estaría tan avenida con 'El hombre del norte' (2022, Robert Eggers) o, salvando distancias financieras, 'Excalibur' (1982, John Boorman), tanto como lo estaba 'Errementari: el herrero y el diablo' con el legado de 'Legend' (1982, Ridley Scott).
Partiendo de eso, y como nos advierte el proverbio que da título al tema musical:
Todo lo que tiene nombre existe en el cine de Paul Urkijo -eso incluye a un espartano e inaudito Karlos Arguiñano-. Lo que no existe es la probabilidad de que te aburra o darte la sensación de que 'Irati' tiene algo que envidiarle a un buen puñado de cult movies del género.
Lo de Urkijo va viento en popa. Y me da lo mismo si pasa la tira de años inmerso en este terreno: sólo espero que si un dia le da por probar la comedia no sea otra que GROO, y si salta a Hollywood sea para jubilar con honores a Schwarzenegger.

Dado ya el pistoletazo de salida a su reanudación sin Wes Craven -por causas de fuerza natural- ni Kevin Williamson -por causas de "no escribo; produzco y promociono, y diré que me ha encantado"- empezaba a antojarse tan insostenible mantener el interés, incluso en fanáticos de la serie, que tocaba recurrir a otro de los clichés más socorridos en el género después del de mandar la acción al espacio (todo se andará), acoplándose, ya tocaba, al traslado de los asesinatos a Nueva York... maravilloso tagline publicitario, por cierto.