Sin ser yo un experto en la biografía de Harry Dean Stanton, diría que Lucky es un homenaje a este gran actor, una celebración, una interpretación de sí mismo. Al menos, según tengo entendido, buena parte de las características y de la biografía de Lucky coincide con la del actor: su servicio en la II Guerra Mundial, su insistencia en fumar pese a su avanzada edad, su empeño en vivir solo, su gusto por los boleros mexicanos… y unos cuantos de estos datos los descubrí después: quiero decir, al ver la película, de alguna forma, su protagonista es tan natural que se puede intuir que Stanton se está interpretando a sí mismo, se nota. Me atrevo a suponer, entonces, que muchos otros rasgos del personaje también se corresponderán con los de Stanton, que se interpreta a sí mismo y rebosa carisma a lo largo de toda la película, creando un personaje cotidiano pero tan interesante como para mantenerse pegado a la pantalla. Lucky es un drama costumbrista, es una historia sencilla mostrándonos la angustia de un hombre ante algo tan cotidiano como el envejecimiento y la idea de que morirá. No ofrece soluciones claras ante esta angustia, excepto quizás ser tan cabezón y tan duro como Lucky, pero conmueve. La plantilla de secundarios, incluido David Lynch, y algunos momentos como el intercambio de historias de la II Guerra Mundial terminan por redondear este film.

Es difícil hacer una crítica extensa de una película que –no lo digo como desprecio, nótese que le doy una buena nota- es sólo una sucesión de escenas disparatadas. El argumento principal, etc, no importa mucho: importa el carisma que desbordan los hermanos Marx –sobre todo Groucho y Harpo, ciertamente- y todos esos momentos que han quedado justamente grabados a fuego en el inconsciente colectivo: la cena, el contrato, el camarote. Cabe destacar que el humor, a menudo tan cínico, se haga sobre todo con la gente de la alta sociedad como blanco de las risas. En conclusión, aunque para mí no es una obra maestra, es divertida y recomendable.

Warner Bros pensó que producir una película con los Rolling Stones sería como producir una película con los Beatles… y no, no lo fue. El resultado, una película oscura, retorcida, y cargada de sexo y violencia, es Performance, una película de la que no se sienten muy orgullosos en Warner Bros… aunque hacen mal, porque yo creo que es bastante buena. El argumento parte de una idea simple: un sicario del crimen organizado tiene que esconderse y lo hace en casa de una estrella del rock semiacabada que pasa sus días experimentando con drogas alucinógenas y practicando tríos en una bonita relación poliamorosa; conforme se van conociendo, descubren que los trabajos de sicario y estrella del rock tienen algo en común, ambos se basan en hacer performances. Es, en mi opinión, un paralelismo bastante cogido por los pelos… y, sin embargo, funciona. Quizá sea porque el cine de mafiosos suele tener éxito y las estrellas del rock suelen desprender carisma, pero sea como sea, un paralelismo tan aparentemente forzado a mí me funcionó y me mantuvo pegado a la pantalla. Todo esto se mezcla con extrañas y experimentales reflexiones sobre la identidad e influencia de la obra de Borges por cortesía del director Donald Cammel, dando lugar a una extraña cinta que entiendo que no pueda gustar a todo el mundo, pero que a mí me pareció muy interesante.

Para mí, la cumbre del cine de humor, de mano de los Monty Python. Basándose en el paralelismo con la vida de Jesucristo y sin tirar de los chistes más obvios que podrían surgir, sale un film que ya desde los surrealistas créditos iniciales promete mucho. La manera en la que se reflejan con un enorme acierto situaciones recurrentes que podemos ver en nuestra sociedad y que resultan ridículas ha hecho que se graben a fuego en la cultura popular: temas como la división entre el Frente Popular de Judea y el Frente Judeaico Popular o el crimen de pronunciar la palabra “Jehová” siguen siendo bromas recurrentes en el día a día. Claro que es difícil quedarse con una escena en concreto, porque la película entera es brillante de principio a fin; incluso lo son las escenas eliminadas en la versión final, como la presentación de Otto y su escuadrón suicida (sí que se conserva la segunda aparición del escuadrón suicida, que parece más surrealista de lo que originalmente era al no saberse quiénes son o de dónde han salido). No puedo dejar sin mencionar también la espectacular y memorable escena musical de Always look at the bright side of life, por supuesto, broche de oro a esta obra maestra.

Philip K. Dick murió unos meses antes de poder ver su novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? adaptada a la gran pantalla. Parece ser que Ridley Scott y Harrison Ford no estuvieron en muy buena sintonía, pero eso no afecta a la calidad de la película en absoluto, y seguramente estos dos nombres ayudaron mucho a que Blade Runner sea considerada una obra maestra. El argumento es más bien simple, una persecución a androides que se han rebelado contra sus creadores, no tiene realmente muchos giros ni es elaborado. Sin embargo, la manera en la que sirve para reflexionar sobre la pregunta que daba título a la novela y muchas otras similares (¿qué es lo que nos convierte en seres conscientes? ¿Qué es lo que hace que tengamos derecho a la vida? ¿Vale la pena vivir?) convierte ese argumento sencillo en una excusa para exhibir un trasfondo que da mucho más de sí: buen ejemplo de ello es que la escena más recordada sea el monólogo final. La estética del film también ayuda mucho a que el mundo que se nos presenta se nos quede grabado y se haya convertido en un referente de la ciencia-ficción. Para mi gusto, no merece un 10 –como digo, el argumento es demasiado simple, y se estira demasiado-, pero que es muy buena y que es una de esas películas que hay que ver, pues sí.