Esta pelicula pequeña, casi inexistente y para muchos invisible contiene la mejor historia de amor de todos los tiempos.

Se podria decir que la película trata de como nos enamoramos sin quererlo ni esperarlo y como siempre lo hacemos de quien no podemos.
Es una película en la que casi no hay besos, ni lloros, ni finales convencionales.
Nos abre la mente de los personajes y nos angustia estar en su situacion y afrontar las decisiones con la piel de los enamorados.
David Lean nos muestra aquello verdadero y posible dentro de las casualidades del "querer" y no poder; y con él nos damos cuenta de que el Cine solo esta para contar historias. Historias verdaderas

La película se limita a seguir a estos dos solitarios, náufragos en la gran metrópoli, y a registrar el brote del amor en medio de la crisis personal. Una leve caricia en un pie es casi lo más cerca que hubieran estado el uno del otro si nunca jamás se hubiera llegado a filmar ese apoteosico final. No hay mayores incidentes dramáticos ni giros o sorpresas en el argumento. La película filma con maestría y limpieza sensaciones, cambios anímicos, aproximaciones, pequeños roces, miradas que se encuentran, lagrimas que brotan de pronto, gestos triviales pero llenos de sentido. Y el humor nace de la desesperación de no entender ni ser entendido; de esa incomunicación que va de arriba a abajo, que separa orientales de occidentales, jóvenes de mayores, casados de solteros… Tokio es como una gran representación de ese mundo de signos indescifrables: puras luces de neón reflejadas, avisos luminosos inmensos, edificios vistos desde lo alto. Y en el centro de todo están los sentimientos de los personajes, su impresión de estar varados y su deseo urgente de cambiar de vida pero sin saber cómo ni para qué ni cuándo.

Bill Murray está absolutamente extraordinario encarnando lo más difícil: un estado de ánimo que va del abatimiento a la ilusión tranquila. Y Scarlett Johansson simplemente es ya la actriz con más talento de la actualidad.

Sofía Coppola con películas como esta dejará de estar tras la sombra de su padre.

UN GLOBO VERDE que te devuelve a la infancia que quizá no tuviste y sigues añorando.
UN GLOBO GRIS que te emociona con cosas pequeñas sin hacer ruido.
UN GLOBO ROSA que te muestra el cine de manera sencilla y poética.
UN GLOBO AMARILLO que te sobrecoje y llena de tristeza tu alma haciéndote reir
UN GLOBO AZUL que te guía para entender y seguir admirando la futura Nouvelle Vague
UN GLOBO BLANCO para olvidar el presente y llevarte al pasado.
UN GLOBO NEGRO para dar pistas y hacerte seguir viendo cine francés.
UN GLOBO ROJO para...

Corría el año 1974, cuando Vito Corleone nos hizo su oferta irrechazable, Billy Wilder nos mostró con más o menos acierto el periodismo desde dentro, y a Jack Nicholson le troncharon la nariz por oler lo que no debía en ‘Chinatown’; pero sobre todo, ese año será recordado por los pezones de Marilyn Burns en La Matanza de Texas.

Hacia 1950 no teníamos idea de que tipo de cine se hacia en Asia ni tan siquiera si se estaba haciendo alguno. Hasta que le dieron la oportunidad a Kurosawa de proyectar su Rashômon en occidente poco sabíamos de que manera veían el cine al otro lado del mapa. Dudábamos que pudieran hacer algo decente y a otros no les causaba el mínimo interés saberlo. Abrimos la veda a que llegaran títulos poco a poco para así empaparnos de su cultura, cotidianidad e ideas universales que tanto allí como aquí venían siendo las mismas.

Ahora es algo sencillo acceder a títulos que antes se veían encerrados en una coraza cultural infranqueable como Lilting (Lilting,2014). Se podría afirmar que Ang Lee entre otros son los máximos exponentes que a día de hoy sobrevuelan los temas que en cualquier lugar del globo carecen de superficialidad y ademas son capaces de entremezclar tesituras personales entre las principales culturas y hacer de eso un género más que únicamente un tema. Rompiendo ese candado sociocultural nos llega cada día con más frecuencia productos como el de Hong Khaou. Lilting se nos presenta como una cinta más sobre identidad sexual, miedos y un afecto desproporcionado a lo desconocido, aunque de manera lenta este dejando de ser un tema utópico el mostrarlo en el cine.

Khaou desborda con increíble talento a sus compañeros asiáticos de profesión, realizando una joya visual sobre el amor perdido o el doloroso proceso del duelo familiar, no obstante es un análisis claro y emotivo sobre la dificultad de comunicación entre culturas por motivos de lastres idiomáticos y modos de resolverlos haciendo de los intermediarios implicados en el proceso, meros testigos de comunicación. Y aún hay tiempo en esta delicada opera prima para deleitarnos con su gusto exquisito gastronómico y una mirada hacia los hechos, convirtiendo a los sujetos en magníficos vouyeristas de la soledad que ni François Ozon habría podido imaginar.

Lejos quedan las inefectivas primeras obras de Ang Lee como Manos que Empujan (Tui Shou 1992) o Comer, Beber y Amar (Yin shi nan nu 1994) dramáticamente sepultadas por la nostálgica visión de Hong Khaou sobre la vida.