Como fenómeno sociocultural, el cine de eso que se vino a llamar blaxploitation puede tener un interés evidente, en tanto pone sobre el tapete la existencia de un colectivo en una coyuntura histórica muy concreta, dándole un realce del que hasta ese momento había carecido (más allá de figuras puntuales en tramas en las que no ocupaban un papel principal); pero, en cuanto a calidad cinematográfica en términos estrictos, no se puede decir que sus títulos señeros exhiban un nivel ni siquiera mediano.

'Friday Foster' no es una excepción, y, más allá de la exhibición, amplia y generosa, de los encantos físicos de su protagonista, la bellísima actriz (y mediocre intérprete) Pam Grier, apenas si viene a exhibir una continua ensalada de tiroteos y persecuciones, rodados con particular torpeza e insertados en una trama tan inane como rutinaria, y ciertos atisbos de algo que podríamos asimilar a una proclama de liberación, sexual y profesional, de la mujer negra, abanderada por su personaje protagónico, una fotógrafa de éxito que no tiene empacho alguno en moverse con total soltura (de una manera que se antoja poco menos que milagrosa) en medio de las balaceras más espantosas, ni tampoco plantea problema alguno a la hora de meterse en la cama con cualquier hombre atractivo que su desempeño profesional ponga en su camino.

En definitiva, una propuesta muy floja, a la que ni siquiera la profusión de ritmos funkies insufla el tono suficiente como para sobrellevar, más allá de una lógica curiosidad, sus casi noventa minutos de metraje. En fin...

De las innumerables (y variadísimas) visiones que del amor ha dado el cine, quizá pocas tan curiosas y peculiares como la trazada por John Cromwell en 'Cautivos del deseo', a través de una historia en la que la relación entre sus protagonistas, encarnados por un ya asentado y experimentado Leslie Howard y una primeriza (y ya deslumbrante, aun con algún exceso) Bette Davis, va degenerando hacia una situación de frustración mutua que tiene su origen en la confluencia de dos fatalidades:

Aunque ya quisieran para sí muchos directores el tener que afrontar la misma dificultad, hay que reconocer que Pedro Almodóvar ha llegado a situar el nivel de su carrera en un listón tan alto como para que el grado de exigencia correspondiente se haga muy complicado de soportar. No obstante, no parece ser el director manchego de los que se arredran ante tales retos, y, de hecho, abordar tras dos obras de factura tan impecable como Todo sobre mi madre y Hable con ella, un film tan personal y complejo como La mala educación, no ha parecido suponerle ningún obstáculo insalvable; o, al menos, así lo parece, a la vista del magnífico resultado obtenido.

Y hay que empezar por consignar que el empeño, más allá de las consideraciones antes apuntadas, no resultaba nada fácil, dados sus condicionantes intrínsecos, los de una historia dura y enrevesada, donde se juega constantemente con la superposición de planos temporales y la dicotomía realidad-ficción: no son elementos novedosos en la historia de la narrativa cinematográfica, pero los fiascos a los que su plasmación en la pantalla han dado lugar, nos deben alertar acerca de que nunca es tarea fácil urdir un cesto consistente contando con tales mimbres.

Almodóvar lo consigue, y lo hace gracias a una depuración de su narrativa verdaderamente admirable: lejos ya de esas estridencias formales que le sirvieron para crear(se) una cierta aureola autoral en los albores de su carrera, Almodóvar asume, desde una perspectiva estilística paradójicamente arriesgada, la tesis del “director invisible”, cuya mano no ha de notarse y que ha de poner todo el arsenal ténico-artístico del que dispone (secuenciación, planificación, montaje; iluminación, ambientación, sonido...) al servicio de lo realmente importante, que es lo que se quiere contar. Así lo hace, y la resultante sorprende por su limpidez y su precisión: Almodóvar alcanza ya en ese sentido, y tras veinticinco años de ejercicio, el nivel de un auténtico maestro.

La mala educación no alcanza el nivel de excelencia de sus dos predecesoras, pero no porque no se trate de una buena película, sino porque la referencia a cuyo término de comparación se ve sometida es tremendamente fuerte. No sería descabellado pensar que si hubiera sido firmada por cualquier otro director, hubiera sido aclamada como lo que, muy probablemente, es: una magnífica película. Merece la pena hacer el pequeño esfuerzo de procurar disfrutarla, pues, bajo ese prisma, y dejar al margen consideraciones más relacionadas con cuestiones extracinematográficas que con el propio valor fílmico de la obra que se contempla.

Plúmbea y pretenciosa, ni la prodigiosa interpretación de Juliette Binoche consigue salvar una cinta que, bajo una pátina de profundidad progresista, nos vuelve a entregar la enésima historia (de un reaccionario que asusta, por cierto...) de la mujer atornillada a la búsqueda incesante del amor: en suma, un ser incompleto sin un hombre a su lado que dé sentido a su vida. Que una película cuya duración va poco más allá de los noventa minutos se haga eterna ya da una idea sobre sus hechuras narrativas. En fin...

SINOPSIS ARGUMENTAL

Mike, un joven torturado por el recuerdo de un desgraciado suceso familiar de su infancia, vive con su hermana Abby, una niña fantasiosa y con dificultades de relación. Acuciado por la necesidad de un trabajo con el que ganarse el sustento, acepta la extraña oferta de un orientador laboral, que le proporciona una ocupación consistente en vigilar por las noches el viejo y polvoriento local de una pizzería cerrada desde hace años. Una vigilancia durante la cual empezarán a producirse fenómenos cada vez más difíciles de explicar, con el protagonismo de unos curiosos muñecos mecánicos que, bajo su juguetona apariencia, parecen esconder secretos que quizá sería mejor no desvelar…

EN UN PÁRRAFO

Adaptación, al parecer, de un conocido videojuego de idéntico título, la transposición a la pantalla grande -ignoro con qué grado de fidelidad, aunque tampoco eso tenga mayor importancia- se concreta en una propuesta fiel a los cánones y tendencias del cine de terror de corte más comercial, ése en el que prima el golpe de efecto visual y sonoro sobre la intriga narrativa y en el que la previsibilidad acerca del desarrollo y desenlace de la trama aburre, con facilidad, a cualquier espectador que no sea un devoto del género. O incluso a éste…

EN SU HABER

Que no sea necesario conocer el videojuego para seguir la trama sin dificultad alguna. ¿Claridad o simplicidad? El epíteto más adecuado queda a elección de cada cual.

Que esté rodada sin excesivos alardes ni pretensiones: todo se ajusta a lo esperable y no hay soluciones visuales dignas de especial mención, pero tampoco el desaliño formal que, en ocasiones, afecta a propuestas de este corte.

EN SU DEBE

Que no tenga nada más que aportar que lo reseñado en el haber: si hay algo que brilla en la cinta, y es más bien por su ausencia, es la originalidad. Todo lo que rodea a lo que no es estrictamente la ‘almendra terrorífica’ -conflicto psicológico del protagonista, trasfondo de enfrentamiento familiar, apunte de romance…- es algo que ya se ha visto una y mil veces en pantallas de todo formato.

UNA SECUENCIA

Ninguna digna de reseñar. Son numerosas, como corresponde a una película que se mueve en los parámetros temáticos de ésta, las de amenaza, persecución y final, digamos, ‘desafortunado’ (sobre todo, para la víctima), pero ninguna ofrece destello alguno de brillantez en su resolución. Y las restantes, como corresponde, son meros interludios de las anteriores.