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Críticas de Don Hantonio Manué
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Críticas 241
Críticas ordenadas por utilidad
6
25 de diciembre de 2021
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nuevo intento de reinvención de la temática zombi, con medios y localizaciones mínimas, diálogo más que escaso y apenas un único personaje, atrapado en un elegante edificio parisino, con las míticas azoteas de la capital francesa convertidas de pronto en escenario post-apocalíptico y desolador.

Enlaza con la vertiente “seria” del género, con el muerto viviente como símbolo de “algo más”, ofreciéndonos una mirada a pie de calle de la invasión, la de un tipo anónimo que pasa a ser un náufrago urbano dedicado a la supervivencia y a la búsqueda de recursos, con la tarea más difícil aún de no volverse tarumba.

Un curioso estudio de la soledad y el aislamiento de un individuo que podría ser cualquiera, que no se convierte de la noche a la mañana en un experto tirador mata-zombis cuando pasa lo que pasa y que no va a salvar a ninguna humanidad porque ya bastante tiene con aguantarse a sí mismo. El peor enemigo no es sino él, alguien que estaba muerto ya desde el principio, con unos problemas personales que solo intuimos. El ensimismamiento puede ser cómodo, pero a la larga se vuelve insostenible, tarde o temprano deben vencerse los miedos y el desenlace, incierto, da a entender que todo comienza de verdad, que la aventura real es la búsqueda de ese “otro” que tal vez ni exista.

Típica película cuyo público objetivo encontrará aburrida o desconcertante, con unas pretensiones quizá no del todo cumplidas (ver spoiler).

Por otra parte, el meticuloso diseño sonoro, con ruidos que ponen alerta, uso del fuera de campo, la creación de una atmósfera crispada de puro sigilosa y sin énfasis en histerismos (sin excluir un par de secuencias puramente del género, de enfrentamiento directo con los bichos) son la principal baza de un film “realista” en su aproximación a tan extrema situación y que nos permite, al menos, hacernos preguntas en torno a qué haríamos nosotros.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Don Hantonio Manué
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8
25 de diciembre de 2021
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un peligroso delincuente anda suelto y trae en jaque al país entero. Se llama Diabolik, sabe conducir, pelear, disparar, bucear, etc. como nadie y por medio de las más refinadas artimañas es capaz de robar cualquier cosa, sea un cargamento de dinero, sea el collar de esmeraldas más valioso de la aristocracia.

Pero para joya esta película, pequeña obra maestra del kitsch y sesentera hasta el tuétano, que cuenta las locas andanzas de un supervillano (el apolíneo John Phillip Law, nada menos que el ángel de Barbarella) perseguido sin tregua por un sufrido inspector de policía (Michel Piccoli). Frívolo divertimento cuya única pega pudiera ser lo deslavazado de su argumento, apenas existente y más una acumulación de peripecias y de peligros a los que se enfrenta nuestro singular antihéroe, guiada por la incógnita de qué será lo próximo que se les ocurra a los presumiblemente fumados guionistas.

Y ante todo, grato ejercicio estilístico con un Bava dándolo todo como maestro indiscutible del artificio, de los colores chillones y las ocurrencias de puesta en escena, como transparencias, o incluso animaciones, en un film cargado de imaginación, de encuadres muy bien medidos que sacan el máximo partido del dislate; véase la fiestecita psicodélica, la guarida de los protas, con el órgano como alarma… y mil paridas más con la molonidad por bandera.

Un poco al estilo de la saga Bond, pura fantasía pajera de acción, sexo y libertad en torno a un hombre que no actúa movido por la ambición ni por los valores del sistema; lo suyo es punk adelantado a su tiempo, caos en estado puro. Como protagonista, el tal Diabolik es un sujeto impasible, inexpresivo, de físico enigmático, aún así imbuido de una elegancia, de una frialdad característica. Un anarquista romántico que haría cualquier cosa por su despampanante chica y cuya amoralidad se contrapone a la inmoralidad de un gobierno presidido por unos personajes (atención al histrionismo extremo que se gasta alguno de ellos) carentes de principios, indeseables que no dudan demasiado en aliarse cuando les conviene con la peor ralea de la sociedad (es decir, capos de la droga) con tal de atraparle; el inspector, como suele pasar, se da cuenta de esto, incluso puede intuirse una cierta simpatía para con su archienemigo.

La aportación musical de Morricone consiste en un puñado de temas con un sonido muy de la época (con algún que otro inevitable “dabadaba”) que contribuye a elevar las imágenes de esta sátira inmisericorde y cachonda que se burla de la alta sociedad, de la cosa pública, de la política, amén de un fiel retrato de la idiosincrasia de una década de despendole, de un mundo en proceso de cambio definitivo.
Don Hantonio Manué
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8
4 de julio de 2021
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vista hace eones, me pareció un bodrio. Vista ahora, con más distancia y sin ideas preconcebidas, descubro un buen puñado de aciertos difíciles de negar y una importancia capital; nada menos que el origen de un subgénero, el terror adolescente, del cual han salido tantos (y tan rentables) truños fotocopiados entre sí... en realidad, la versión idiota y un tanto desvirtuada de lo que aquí nos sirve Carpenter.

El habitual moralismo (panda de niñatos fumadores, bebedores y folladores, frente a nuestra inocente y casta heroína), el villano poco menos que indestructible, son elementos convertidos después en tópicos, pero aquí tienen todo el sentido del mundo... pues estamos ante una historia digna de un cuento, cuyo tema central es el mal en estado puro, aquello que alimenta las leyendas sobre el coco, las casas encantadas, la noche de difuntos... un mal abstracto y sin razón, tan espectral como alejado de toda humanidad, que resuena en el tiempo, que si desaparece es para retornar años después, cual inexorable maldición del destino, nacido de algo similar a un pecado original... y aquí me sobraría un poco el Loomis, explicándolo todo tan convenientemente.

Qué difícil es sorprenderse, o sentirse aterrado, hay que reconocerlo, ante una serie de situaciones más que familiares, que hoy día pueden resultar hasta paródicas (pero que al mismo tiempo forman parte de la educación cinéfila de muchos). Me funciona más que bien la película, sin embargo, como un enorme y dilatado ejercicio de suspense, sin gore explícito, sin excesiva violencia, con una primera parte basada en apariciones fugaces, en una sensación de paranoia y amenaza invisible que puede acechar en cualquier parte, que va erosionando poco a poco la normalidad reinante.

Mediante el travelling, la profundidad de campo, la cámara subjetiva, el carpintero crea un espacio particular de pesadilla a partir de típico barrio residencial estadounidense... imposible no mencionar, cómo no, la célebre y martilleante banda sonora, tan minimalista como todo lo demás; pocos elementos pero muy bien gestionados.

Muy de la época, pero paradójicamente, también un ejemplo de cine por el cual no pasa el tiempo. No es la carpenterada que me llevaría a una isla desierta, pero al César lo que es del César.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Don Hantonio Manué
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9
4 de julio de 2021
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película que acojonó a generaciones, además de un mito del cine, un fenómeno sociológico y el fruto de una época en la que la iglesia católica era un tema de actualidad tras la celebración del concilio Vaticano II durante la década anterior. Lo terrorífico a lo mejor no está tanto en la posesión, en las secuencias del exorcismo tantas veces imitadas, homenajeadas y parodiadas hasta la saciedad (que incluso cuesta un poco tomárselas en serio) como en el proceso de degeneración de un ser inocente, en la desestabilización y hundimiento vital de una mujer de éxito ante la ¿enfermedad? de su hija (al igual que ella, también abandona una cierta inocencia).

Llamativa es la dimensión poderosamente humana de los personajes, cosa que tiende a olvidarse en gran parte del terror producido masivamente, un avance de la trama lento pero seguro que ahonda en las motivaciones y circunstancias de cada uno para que nos importen sus vidas; no puede descartarse la crítica a una clase acomodada (un mundillo tan frívolo como es el de la farándula cinematográfica), ignorante de una amenaza irracional que acecha (que empieza como unos simples ruidos de fondo, que sólo se revela plenamente por insertos subliminales)… asoman complejos de culpa, la sombra de un divorcio y una ruptura familiar (la perspectiva católica y conservadora es la más útil para entender la peli).

En paralelo a la despreocupada existencia de ella, la mucho más humilde de Karras, su madre y sus miserias personales, un ambiente degradado y en crisis (material y espiritual, con esos actos vandálicos). Cine religioso en el fondo, que enfrenta las posturas de Karras y la de Merrin, que dan a entender unos cambios generacionales insalvables, pero que deben aliarse contra el enemigo común. Porque si el cura abandona la fe en favor de la interpretación psicológica, empeñado en buscar una explicación racional aunque la verdad esté ante sus narices, el anciano es ese hombre de mundo, anti-positivista y chapado a la antigua, cuya experiencia le permite reconocer y combatir el mal en su estado más puro, tras sus distintos nombres y formas, allá donde vaya… una capacidad en peligro de extinción dentro la nueva iglesia (más que una crítica, lo que hay es preocupación por su devenir), carne de cañón para un Maligno que hace de la mentira y las apariencias su principal arma.

¿Puede ser algo tan cristiano como el sacrificio individual, un acto de amor en favor de los demás, la única y remota posibilidad de vencer?. El policía y el sacerdote ¿reconciliación entre fe y razón? La capacidad de recordar la existencia de una maldad atávica, olvidada y despreciada como simple superstición por la modernidad, pero que siempre nos acompaña y que nunca morirá, puede que sea el principal acierto y lo que continúa inspirando pavor.
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Don Hantonio Manué
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7
2 de julio de 2021
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La visita de un chelista y su novia a la casa de un amigo en un pueblo, con la excusa de un concierto en el que va a tocar, sirve para que les veamos conviviendo durante un corto período de tiempo con la numerosa familia del anfitrión.

Passer fue un colaborador de Forman que también emigró a Hollywood, pero sin tanta suerte. Su efímera trayectoria en su país natal se reduce a esta película que nos muestra la vida sin más, cuyo argumento se reduce a una sucesión de pequeñas anécdotas protagonizadas por unos personajes muy normales pero a la vez pintorescos. A una cotidianeidad empapada de cierta maravilla, entre lo agridulce y lo cómico, con algún arranque disparatado. Conocemos de cerca a unos y a otros, ya sean jóvenes o viejos, hay algo de retorno a los orígenes. Hay quien, en su forma de ser, puede sentirse más próximo a los niños, a los idiotas, a los animales. Y sin darnos cuenta, se hace evidente una sensación como de desgaste vital, de frustración y nostalgia por lo que fue, o por lo que pudo haber sido, alguna que otra perla cargada de sabiduría (“la diversión es diferente en cada sitio, pero la tristeza es igual en todas partes”).

El carácter documental de unas secuencias que destilan naturalidad, a veces sin actores profesionales, la renuncia a una trama ordenada en favor de capturar el ambiente de una fiesta, de un entierro, son rasgos muy propios de aquel cine vanguardista y que acaban componiendo un film sin duda muy especial. La música, por ejemplo, tiene su importancia para estas gentes, su función social, de ahí una interpretación deliciosamente mala de Mozart a cargo de cuatro tipos un tanto amateurs, unos toques de trompeta desde la tapia de un cementerio… la “iluminación” del título se refiere quizá a esos momentos breves de lucidez a altas horas de la noche, en compañía de amigos y con cierto grado de alcohol en vena, en las que todo es posible.

Nos hablan de estrategias de evasión, de sentarse y permanecer a solas con uno mismo, sin ser molestado. De darle un poco de sentido, en fin, a lo que carece de un sentido, de un perfecto funcionamiento. Y es que la vida a veces es como un instante de espera, como un ensayo de orquesta o un brindis interrumpido, al final del cual nos espera un trago de ponche demasiado espeso.
Don Hantonio Manué
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