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Críticas de Manospondylus
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Críticas 89
Críticas ordenadas por utilidad
Olaf: Otra aventura congelada de Frozen (C)
CortometrajeAnimación
Estados Unidos2017
3,8
2.171
Animación
6
24 de diciembre de 2019
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Iba a titular la crítica con un palabro tipo "sobrecomercialización" o algo así, pero no quería perder la tradición (ya que este corto va de eso) de poner un pomposo título en inglés que no es sino una cita extraída de la entrega de Frozen en cuestión, dejando así constancia de mi descontento con las más que mejorables adaptaciones al castellano que se han hecho con esta saga.

Por otra parte y como rara avis que soy, no he venido aquí a desahogarme porque me obligaran a ver algo en lo que no tuviera el más mínimo interés, como le ocurrió a mucha gente que acudió al cine para ver Coco (gran película, por cierto), sino que voy a intentar escribir una reseña intemporal que pueda ser de alguna utilidad a quien la lea ahora, pues como "the past is in the past" y el de aquel incidente han pasado años, este corto no tan corto es lo que queda y supondré que quien busque una crítica del mismo quiere leer algo más que una simple queja desfasada.

Pues eso, como era de esperar, estamos ante otro obvio ejemplo de explotación de una franquicia bastante popular, y particularmente de Olaf, un alivio cómico (también elemento simbólico) ascendido aquí a protagonista cuyos gags y chistecillos ya sobraban en algunos momentos de Frozen, y volverán a estar de más en un par de escenas de Frozen II (aunque en general su papel cómico está más pulido en esta secuela). Y el hecho de que ni los directores ni los compositores de Frozen formaran parte de este proyecto tampoco presagiaba nada bueno.

Olaf's Frozen Adventure fue concebido y producido como un corto para TV siguiendo la un tanto hortera tradición de los especiales de Navidad para televisión derivados de películas y series exitosas, porque en Disney pensaron que si Star Wars lo tuvo, ¿por qué no Frozen? Además, alguien en Disney pensaría que la temática encaja perfectamente (Navidad, invierno, nieve, Olaf, familia... así a priori ciertamente lo parece), aunque esa sea sólo una apreciación muy superficial y Frozen en realidad no tenga nada que ver con esa fiesta, por mucha nieve que salga.

La historia transcurre durante la primera Navidad/Yule en Arendelle después de los eventos de la primera película y de la reconciliación de Elsa y Anna, por lo que cronológicamente este corto se sitúa entre Frozen y el corto Frozen Fever (sí, es una cronología innecesariamente retorcida), cuando Olaf se propone encontrar una tradición navideña adecuada para las dos hermanas. Contrariamente a lo que se intuye, la trama no se centra exclusivamente en la Navidad ni profundiza en ella como tal (ni moderna ni mucho menos tradicional), sino que pasea superficialmente por una amplia variedad de fiestas que ocurren en torno al solsticio de invierno, lo que incluye la Navidad, Hanuká y celebraciones paganas como el Yule (o Júl), con todas las aleatorias tradiciones asociadas a cada una de ellas que pudieron meter, creando una extraña mezcla que pretende mostrar la variedad de fiestas que coinciden por esas fechas siempre con la familia como elemento común a todas ellas.

Sin embargo, la forma de exponerlas es un tour de Olaf y Sven casa por casa que se hace algo pesado, lo que puede sonar exagerado siendo esto un cortometraje, pero ese tramo sería largo incluso para una película (unos 6 minutos), incluyendo un número musical algo bobo (salvo un curioso segmento) y una escena de acción copiada de la película original, y en el que lo único rescatable es la aparición de Oaken. Tras una secuencia en el castillo, tenemos una breve escena de acción con lobos, de nuevo, algo visto en la primera película.

Irónicamente, durante todo el corto, Olaf busca solucionar algo para Elsa y Anna aunque ellas encuentran una respuesta por sí mismas, así que todo lo que hace Olaf queda en prácticamente nada (es decir, comedia floja y minutos de relleno). Sin embargo, dicho muñeco de nieve sigue teniendo cierto valor simbólico en lo que a la relación entre las dos hermanas se refiere, pero lo que en las películas (ambas) es sutil, aquí te lo tiran a la cara (Anna prácticamente lo verbaliza).

Aún con todo, Olaf's Frozen Adventure es una aventurilla simpática que resultará cuanto menos curiosa para cualquier fan de Frozen (en especial los de menos edad, al ser más sencilla y carecer de la fuerza y las lecturas adicionales de los largometrajes) cuyo principal defecto es un metraje que excede los 20 minutos (comparable a un capítulo de cualquier serie anime o al de una sitcom promedio), lo que resulta algo excesivo para lo que cuenta (aún no puedo creer que alguien pensara que iba a funcionar en una sala de cine acompañando a una película sin relación alguna). En comparación, Frozen Fever, dura unos 7 minutos y por ello cumple bien como un añadido, casi un apéndice, de la película original, cuyo final dejaba con ganas de unos minutillos más (y, quizá, otro número musical de Elsa y Anna).

Por lo demás, reaparecen el resto de personajes principales de Frozen, Elsa y Anna con menos protagonismo y Kristoff que queda reducido a personaje cómico (otro más), lo que no es una gran noticia cuando el humor es, en general, bastante infantil. Como he adelantado, también vemos a Oaken, el secundario más carismático de Frozen y el único personaje fuera del grupo principal que ha aparecido en todos los cortos y películas, que deja uno de los gags que mejor funciona.

Obviamente, como cualquier producción audiovisual de la franquicia, Olaf's Frozen Adventure es un musical. Sin Robert Lopez y Kristen Anderson-Lopez (compositores habituales que, afortunadamente, andaban creando joyas como "Show Yourself" para la secuela), en esta ocasión Elyssa Samsel y Kate Anderson fueron las encargadas de componer las canciones, cuatro en total y dos reprises, que a decir verdad son tan poco memorables como el resto del corto. La más destacable es " When We're Together", con su aire de villancico, aunque está bastante lejos del nivel de los grandes temas de las películas.

(Sigue sin spoilers)
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Manospondylus
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6
12 de julio de 2019
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El argumento es sobradamente conocido: la historia de un niño que vive con sus tíos desde la prematura muerte de sus padres que descubre tras su onceavo cumpleaños que es un mago y comienza a asistir a la escuela Hogwarts de magia y hechicería, donde hace unos cuantos amigos (Ron, Hermione, Hagrid...) y encuentra un hogar, aunque pronto todo se ve ensombrecido por alguna fuerza oscura que amenaza dicha escuela, a él mismo e incluso a todo el Mundo Mágico. No es lo más original del mundo, pero indudablemente consiguió conectar con el público gracias a unos personajes muy reales y a un buen manejo de la intriga y del foreshadowing por parte de Rowling.

Lo cierto es que las películas de Harry Potter (como tantas adaptaciones) juegan con cierta desventaja, pues muchas personas fuimos al cine habiendo leído el libro (en mi caso, 5 veces) y no recibíamos muy bien ninguno de los cambios (también es verdad que Rowling siempre estuvo involucrada en el proyecto y evitó más de un desacierto). Además, llevar un texto relativamente largo al cine sin dejar mucho fuera acarrea en la película resultante una duración considerable y cierta falta de ritmo que, en esta ocasión, generó no pocas críticas. Lo cierto es que el guion de Kloves es bastante fiel a la novela de Rowling (salvo por un par de detalles), lo que es de agradecer. Más que el ritmo lento, el problema es que resulta algo irregular y la progresión de la trama se estanca en algunos momentos. En particular cuando aparece algo tan secundario como el Quidditch.

Debo decir que ese deporte mágico es algo que siempre me pareció un tanto innecesario. Es decir, está bien que Rowling aporte detalles como ese para enriquecer su Mundo Mágico, y tanto ella como Columbus intentan aprovecharlo para el desarrollo de personajes (como mostrar que Harry empieza a integrarse en Gryffindor), aunque es algo que apenas se percibe. Pero el problema es el excesivo tiempo que se le dedica, pues aunque este se reduce en las adaptaciones cinematográficas (en esta entrega se elimina un partido completo y no afecta en nada a la trama), sigue ocupando 8 minutos de metraje completamente superfluos justo a mitad de la película, más otros 2 de explicación del reglamento. Puede no parecer demasiado, pero es más de lo que se dedica al encuentro climácico con el villano al final (unos 7 minutos).

Aunque le reconozco el mérito a Kloves y a Columbus de estructurar la información, y en una película que da comienzo a una saga y sirve de presentación de buena parte de su universo, hay mucho que contar. En los primeros 50 minutos quedan perfectamente establecidos los principales personajes y varios de los escenarios más importantes de la saga, lo que es fundamental en una película enfocada al público infantil.

Pero es en el momento más importante en el que el guion falla. No me refiero a detalles cuestionables como las medidas tomadas para proteger la Piedra (una yincana de pruebas mágicas aleatorias), que son en su mayoría una chorrada porque resulta obvio que no hace falta ser un gran mago experimentado para superarlas (y la partida de ajedrez que vemos me chirría bastante). De hecho, la única que tiene sentido es la última y no necesita en absoluto a las anteriores. Pero todo eso es cosa Rowling y cumplen la función de permitir que Ron y Hermione se luzcan algo y no de la sensación de que Harry lo hace todo solo, aunque al final todo recaiga sobre él.

Esa única pega importante que le pongo al guion de esta película es un cambio en el final, seguramente para que quede más espectacular en pantalla o porque Kloves pensó que no se entendería bien lo que ocurre en la novela, que desvirtúa significativamente el tono y el mensaje, porque los actos de Harry son moralmente cuestionables (y de paso cuela una incoherencia en la saga relacionada con los Thestrals). Menos mal que en seguida aparece el Dumbledore de Richard Harris con unas acertadas frases mucho más fieles al trabajo de Rowling para dejarnos con buen sabor de boca (mucho mejor que el que le debe quedar a él con las grageas Bertie Bott).

Y es que quizá sea en las escenas más sencillas en las que Columbus salga mejor parado. Por ejemplo, Harry hablando con Dumbledore frente al Espejo de Oesed o Harry simplemente paseando con Hedwig por un patio de Hogwarts durante las vacaciones de Navidad son de los momentos más conseguidos y que mejor transmiten esa mezcla de magia y encanto, por un lado, y soledad y melancolía, por otro, propio de la saga literaria.

Respecto al elenco y las interpretaciones, los actores y actrices más veteranos hacen un buen papel en general (a destacar Harris, Smith, Coltrane y Rickman, quien da el pego pese a tener unos 23 años más que su personaje), como era de esperar, pero también encontramos alguna actuación algo exagerada más propia de unos personajes caricaturizados de película infantil de los 80-90 (al estilo de otras películas de Columbus como Solo en Casa), especialmente los Dursley y Quirrell. Además, aunque no lo parece a simple vista, también interviene Warwick Davis interpretando a distintos personajes de escasa altura. Que esté irreconocible con tanta prótesis cuando hace de duende de Gringotts es comprensible, pero no tiene mucho sentido las pintas que lleva como el profesor Flitwick. No sólo lleva más prótesis en la cara que de duende (además de una barba postiza), sino que su aspecto es más extraño y falso. Lo mala idea que resultaba queda patente desde la 3ª película, cuando Flitwick cambia a un diseño más natural y en el que Davis es perfectamente reconocible.

Por otro lado, los debutantes Rupert Grint y Emma Watson apuntan maneras ya desde esta entrega. No sólo están mejor que Daniel Radcliffe en sus respectivos papeles sino que resultan casi siempre creíbles (más o menos). Radcliffe por su parte está entre lo pasable y lo terrible. Su falta de experiencia es obvia, aunque era el único de los tres que ya había actuado anteriormente.

(Continúa sin spoilers)
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Manospondylus
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5
22 de diciembre de 2022
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después de repetir las premisas de las dos primeras entregas de la saga en esta trilogía de Jurassic World pero con híbridos y dejando al fin a los dinosaurios fuera de las islas, a priori Jurassic World: Dominion lo tenía fácil para superar a sus inmediatas predecesoras. Esta iba a ser la entrega de Jurassic World que justificara lo de "world": una película con diversas poblaciones de dinosaurios por el mundo con todas las posibilidades que eso ofrece. Pero no.

En lugar de eso, se pasa por encima del asunto, con un montaje de reportaje simulado (incluso reutilizando videos de la campaña promocional y del corto Battle at Big Rock), alguna escena inexplicable (el homenaje a El Valle de Gwangi, que no tiene mucho sentido) y una secuencia en Malta que pudo ser genial pero pasa rápido y sin más trascendencia (y le ponen ese horrendo filtro amarillo que siempre usan en Hollywood para México y Oriente Medio), y la acción se reduce a las instalaciones de BioSyn. Es decir, cambiamos las islas por un valle. Todo ello aderezado con varios momentos bastante absurdos (el momento dragón es lo más chorra de la saga). Además, Dominion introduce multitud de personajes, subtramas, dinosaurios e ideas, muchas veces apenas conectadas, en 135 minutos (150 en la extendida, que, para el caso, igual da), sin dedicar tiempo suficiente para profundizar en nada, pero, sin duda, lo peor de todo es que el conflicto principal gira en torno a unas langostas que desvirtúan un tanto la temática de la saga (dinosaurios y otros bichos rescatados de la extinción reconvertidos en nuestro juguete particular) que se cruza con otra subtrama sobre Masie completamente rocambolesca, dejando como resultado la entrega más floja de las seis (y me fastidia que sea así).

La intención de Colin Trevorrow era que esta película fuera un thriller de ciencia ficción muy del estilo de Michael Crichton (autor de la novela que empezó todo esto), pero Trevorrow no es Crichton; no tiene su experiencia como escritor ni su formación científica (Crichton estudió antropología y medicina) y eso se nota mucho. Demasiado.

Por supuesto, no todo es negativo y Dominion presenta varios aciertos: el regreso de los personajes principales de Jurassic Park en papeles importantes (a ver si ahora la gente deja de referirse a Jurassic World como reboot en lugar de secuela), algunas entretenidas pero algo breves escenas de acción, ciertos diseños bastante buenos entre las nuevas especies (especialmente cuando hay plumas) y un Giaccino correcto en la música aunque sin innovar lo más mínimo. Pero, por encima de todo, está la popularidad que otorga a ciencias como la paleontología y, en menor medida, la genética, la biotecnología y la ecología; revirtiendo en esa capacidad de asombrar y motivar a nuevas generaciones. Ya lo dijo el paleontólogo José Luis Sanz: las películas de Parque Jurásico han hecho más por la ciencia que muchos gobiernos.

En fin, dinosaurios aparte, el gran aliciente es que regresan los personajes principales de Jurassic Park, como he dicho antes, pero lo hacen metidísimos con calzador, y aún así son de lo mejor de la entrega (atención a Sam Neill que rodó la película con la edad que tenía Richard Attenborouhg en Jurassic Park). A ellos se unen varios (para estar cerrando una trilogía, demasiados) personajes nuevos quienes, por cuestiones de tiempo, resultan excesivamente simples. Por poner un par de ejemplos, Ian Malcolm ha involucionado respecto a su desarrollo previo (de lo contrario ni estaría donde aparece) y queda relegado a personaje cómico (alguna vez funciona, como en lo de la camisa, pero generalmente da más vergüenza que otra cosa), mientras que de un personaje nuevo, Kyla, lo único que nos cuentan es que tiene cierto fetiche por el pelo rojo y ni eso usan para la trama (podría haber servido de excusa para que se acercara a hablar con Claire en su primer encuentro, pero la escena ocurre al revés de forma muy random). También regresa Dodgson, fugaz antagonista en la sombra de la película original de 1993 que está totalmente irreconocible, no ya por el cambio de actor (completamente justificado) sino porque es un personaje muy distinto en todo.

Por otra parte, falla la dirección, especialmente cuando hay animatrónicos en pantalla, que se ven rígidos y nada creíbles (peor que la Spinosaurus en la escena del avión de Jurassic Park III). Es algo de lo que el propio Trevorrow habló en una entrevista previa al estreno, e incluso es sabido que el animatrónico del Pyroraptor fue reemplazado por el modelo CGI por no ser convincente. Y no quiero decir que los efectos digitales sean mejor que los prácticos (ni mucho menos), sino que se debe optar siempre por la opción que aporte un mayor realismo, y aquí los animatrónicos no dan el pego, pese a que en anteriores películas sí lo hacían. Además, muchas escenas copian lo ya visto en películas anteriores, quizá como homenaje, pero es inevitable sentir una falta enorme de creatividad. Por ejemplo, la gran pelea climácica entre dinosaurios (porque era obvio que habría una) es prácticamente un calco de la de Jurassic World (y parte de aquella replicaba la de Jurassic Park III).

Pero lo peor de la película es la propia trama. Sobre las conveniencias, absurdeces y demás detalles cuestionables no voy a hablar, porque no hay espacio para todo, pero sí voy a incidir en el rollo de las langostas porque ni resulta conveniente, ni oportuno, ni realmente necesario.

Dominion debería haberse centrado en el cambio de paradigma que supone el tener especies desextintas sueltas por el mundo (sobre todo después de las advertencias de Malcolm en la entrega anterior sobre juguetear con ello a gran escala), con todo lo que eso conlleva: alteración de los ecosistemas, riesgos para la población, tráfico de especies, maltrato animal, conservacionismo, animalismo... Pero eso solo se muestra muy de pasada al principio, al final y en la secuencia de Malta.

(Continúa sin spoilers)
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Manospondylus
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6
21 de febrero de 2022
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si ya lo dice Tong, el mango gusta a casi todo el mundo. Es una fruta muy completa, pues contiene mucha vitamina C, vitaminas A, B1, B2, B3, B5, B6, B9, E y K, calcio, hierro, zinc, magnesio, manganeso y beta caroteno, del que si se abusa te vuelve la piel naranja (carotenodermia). Es bajo en calorías, tiene un efecto antioxidante y es de fácil digestión. Algo parecido puede decirse de los dragones. ¿A quién no le gustan los dragones? No son tan saludables como los mangos, es más, ni siquiera son reales, pero sí son más variados (en personalidad, procedencia, poderes, tamaño, color, forma, número de cabezas y extremidades... como los wyverns que, sí, son dragones, de hecho, dragones heráldicos) y siempre han destacado entre las demás criaturas de los vastos catálogos de fauna mitológica de todas las culturas por su poder, astucia, elegancia y sabiduría. Podría decirse que, a diferencia de los mangos, los dragones son tan alucinantes que no necesitan existir para serlo. Al contrario, su condición de imaginarios les beneficia en este sentido.

Por supuesto, estas criaturas tienen un extenso recorrido en el cine y la TV, porque habiendo dragones por medio, muy mal tiene que hacerse todo lo demás para que no den buen resultado. Como ejemplos famosos, encontramos desde al expresivo y cruel Smaug el Terrible a los variopintos y casi siempre más amigables dragones de Cómo Entrenar a tu Dragón, pasando por personajes tan inolvidables como Vermithax, Falkor, Draco, Dragona, Drogon, King Ghidorah y Nigihayami Kohakunushi. Por supuesto, una compañía de la talla de Disney los ha llevado al cine en varias ocasiones, como en Pedro y el dragón Elliott, película de 1977 que tuvo un remake en 2016. Sin embargo, los dragones no han gozado de mucha relevancia en los Clásicos Animados, pues, en 58 películas realizadas a lo largo de 82 años, sólo hemos tenido las transformaciones de dos hechiceras, Maléfica y Madam Mim, y al sidekick y alivio cómico Mushu. Finalmente, el Clásico 59 llegó para otorgarles el protagonismo que merecían también en esta filmografía.

Con una acertadísima ambientación basada en los paisajes y culturas del sudeste asiático (Laos, Camboya, Vietnam, Malasia, Indonesia y Singapur) en la que no faltan los dragones asiáticos (long, rồng, ryong, ryū) también inspirados en los nāga de la mitología hinduista (deidades del agua con apariencia de serpiente y rasgos humanos, a menudo el término se extiende hasta englobar a cualquier dragón), Raya y el Último Dragón es un filme heredero del cine Disney de temática princesil, aunque ya muy alejado de los estereotipos y esquemas añejos (no tanto de según qué clichés cinematográficos), y que, para alegría de mucha gente y decepción de otra mucha (entre quienes me encuentro), prescinde de los números musicales.

Sin embargo, el argumento no es muy original, es decir, no es original en absoluto: la ficticia tierra de Kumandra, que se nos plantea como idílica con humanos y dragones coexistiendo en armonía, es asolada por los Druun, unos seres con el poder de convertir en piedra a quien tocan; los últimos dragones se sacrificaron para crear una joya que los mantuviera encerrados, pero cuando estos escapan, la única esperanza es encontrar a Sisu, la última dragona de la que se dice que pudo haber sobrevivido. Sin embargo, contrariamente a lo que sugiere la sinopsis, la trama no se centra en la búsqueda de Sisu sino que salta, por medio de una elipsis de años, al momento en el que Raya la encuentra y juntas comienzan a reunir los fragmentos de la joya que funciona como MacGuffin durante todo el segundo acto (sí, esto recuerda bastante a InuYasha). Paralelamente, a ellas se irán uniendo personajes que han perdido a alguien a causa de los Druun, conformando una peculiar compañía de historia de fantasía con todos sus integrantes bien definidos pero sin profundizar mucho en ninguno por cuestiones de tiempo y ritmo (salvo, obviamente, Raya y Sisu). Así pues, Raya y el Último Dragón se resume en una mezcla de Moana y un shōnen cualquiera.

Desafortunadamente y pese a varios diálogos de exposición, algunos detalles de la trama no quedan nada claros. Hay sacrificios que parecen bastante gratuitos y dejan la impresión de que el personaje en cuestión simplemente se está rindiendo (no es el caso, pues se entiende que confían en ser salvados, pero dada la situación queda un pelín exagerado). Por ejemplo, en ambas entregas de Frozen encontramos algo similar, pero mucho más justificado. Y, cómo no, de cara a la conclusión hay un deus ex machina bastante cantoso; y no me refiero a cómo los protagonistas resuelven sus problemas, que era algo que ya habían sembrado aunque pueda parecer abrupta su realización, sino a lo que pasa después, que no había sido anticipado y queda como salido de la nada (es sabido que fue cosa de Osnat Shurer, productor del filme, que creía necesario el incluir un final tradicional Disney).

Por otro lado, esta película tiene mucho humor, más de lo que suele incluir un Clásico Disney y en algunos momentos funciona muy bien y en otros, por saturación de gags, no tanto.

Otro aspecto en el que Raya y el Último Dragón sobresale entre los Clásicos Disney es el las escenas de acción física de espadas y puños. Tras lo tibios que se mostraron en Disney con Frozen II, no esperaba mucho, pero este filme ofrece unos combates bien coreografiados y dirigidos que son más espectaculares e intensos que los de algunas películas de imagen real (sin ir muy lejos, el remake live action de Mulán que salió unos meses antes). Los enfrentamientos entre Raya y Namaari (deuteragonista que hace de principal antagonista) son los más impactantes y sorprende lo poco que han tirado de flipadas y acrobacias absurdas siendo que en animación pueden tener un pase. Aunque se agradecería que la relación entre ellas, de amienemistad (puede que con una ligera tensión romántica beligerante) o lo que sea, estuviera más matizada y desarrollada.

(Continúa sin spoilers)
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Manospondylus
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4
21 de diciembre de 2021
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Porque no cuestionarse nada es la única forma de disfrutar esta película en la que todo ocurre porque tiene que ocurrir, porque "podía pasar", y la historia es básicamente Batman v Superman pero con un conflicto mucho peor construido. Godzilla vs. Kong basa todo su atractivo en su espectacularidad, porque las peleas entre dos kaijū de ciento veinte metros de altura por fuerza tienen que ser espectaculares, pero el guion es un desastre; y no es que a estas alturas esperara gran cosa, pero seguramente es el más flojo del MonsterVerse.

A ver, tampoco es que quiera linchar este filme, pues ofrece bunas dosis de acción kaijū, los efectos visuales son espectaculares, la música cumple y la fotografía es bastante buena, con esos marcados contrastes entre naranja y azul que han mantenido desde Kong: Skull Island y Godzilla: King of the Monsters. Pero hay que considerar que es la primera película que enfrenta a estos dos monstruosos iconos de la cultura pop desde la de 1962 (mucho más humilde): el simio que más ha emocionado en toda la historia del cine (incluso por delante del César de Andy Serkis) y la encarnación reptiliana del horror nuclear sufrido por Japón en la Segunda Guerra Mundial. Merecían una historia más elaborada y un acompañamiento humano menos repelente.

La trama arranca con Godzilla furioso con la humanidad porque una compañía está usando la cabeza de King Ghidorah (concretamente el cerebro) para crear un Mecha capaz de superar al mismísimo Godzilla. El motivo es una chorrada como todo lo que mueve a los humanos en esta saga: "que la humanidad vuelva a ser la especie apex", cuando en Godzilla: King of the Monsters quedó claro que podrían llegar a matar a Godzilla con la clásica y cuestionable bomba destructora de oxígeno (o al menos debilitarlo mucho). El caso es que Godzilla sabe lo que están haciendo por alguna razón que desconocemos, pero no voy a criticarlo porque que Godzilla bien podría detectar la radiación, la actividad cerebral de Ghidorah o lo que se quieran inventar. No es algo negativo per se.

Pero ahora viene lo absurdo, ¿qué pinta Kong en esto? Nuestro querido simio gigante sigue en la Isla Calavera que ha sido completamente cubierta por una inverosímil cúpula gigante que (en esta película) no sabremos ni cómo se construyó ni por qué Kong dejó que la construyeran, porque no está muy contento con ella. El motivo de esta descomunal (y sin duda carísima) obra es protegerlo de Godzilla, porque intuyen que Kong no lo aceptaría como su superior, ya que Godzilla es ahora el kaijū alfa. ¿Están diciendo que en los dos años que han pasado desde King of the Monsters han montado esa cúpula del tamaño de Skull Island? Luego dan otra explicación del conflicto, que es que las suyas son especies rivales que lucharon hace tiempo, pero, de nuevo, ¿cómo demonios pueden estar tan seguros si nunca nadie ha explorado la Tierra Hueca?

Es que aquí todo el mundo actúa movido por corazonadas y suposiciones vagas, o directamente tienen información que no deberían saber solo porque conviene para el avance de la trama; y por supuesto muchos de estos detalles han sido parcheados en cómics y demás material, pero eso no corrige que la película no sea capaz de mantenerse por sí misma.

En fin, como Kong es muy grande para la isla deciden trasladarlo a la Tierra Hueca, en base a una hipótesis (como no, sin probar) sobre que sigue habiendo de los suyos ahí abajo, en un plan improvisado (porque ni han previsto la posibilidad de que Kong se niegue a bajar a la Tierra Hueca) y en el que cada vez que hay que mover a Kong meten una elipsis para evitar el inconveniente de mostrar cómo cargan a un animal tan grande en los vehículos que lo llevan. Y el resto de la película sigue así, con movidas inexplicables que ocurren porque sí o trivialidades que sobreexplican innecesariamente, porque, paralelamente, tenemos a Millie Bobby Brown junto a un tipo conspiranoico random y a un comic relief de relleno que van metiéndose de forma sencilla y conveniente dónde no deberían, pero no pasa nada pues tienen plot armor ya que el guionista los necesitaba para que vayan explicando la trama aunque precisamente sus explicaciones sean irrelevantes.

Además, dejando a un lado que los motivos de Godzilla y de Kong para partirse la boca son prácticamente inexistentes, hay unas incoherencias en sus enfrentamientos brutales. Por ejemplo, muy al principio, Godzilla se retira sin más explicación que la de que el conflicto central no termine a los cuarenta y siete minutos. Y es un error que ocurre más veces, pues cada vez que uno parece haber ganado un enfrentamiento, se espera a dar el golpe de gracia para la película continúe... o quizá todos los humanos de la película sean gilipollas y Godzilla nunca esté intentando matar a Kong.

Los poderes también son sumamente inconsistentes, especialmente en lo que atañe a Godzilla, que en una escena puede atravesar con su aliento radioactivo miles de kilómetros de roca (y qué puntería tiene Godzilla para acertar en la sala del trono) y en la siguiente Kong lo detiene momentáneamente con un pedazo de edificio de cuatro o cinco pisos de grosor. Es más, Godzilla llega a alcanzar a Kong y solo le chamusca un poco el pelo de la espalda. Literalmente, si Godzilla pudiera generar tanta energía como para atravesar el manto terrestre en minutos, Kong y toda la gente de Hong Kong morirían del calor de su aliento atómico aunque no les golpeara directamente. Además, que tanto Godzilla como ciertos minerales de la Tierra Hueca sean radioactivos tampoco es algo que se tenga en cuenta.

Por lo menos las peleas en sí son muy espectaculares, eso es evidente, especialmente el enfrentamiento en Hong Kong, pero tampoco es nada que no se viera en King of the Monsters. De hecho, después de ver a Godzilla en su modo burning desintegrando y devorando a Ghidorah, las peleas contra Kong se sienten como un marcado retroceso.

(Continúa abajo sin spoilers importantes)
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Manospondylus
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