El encuentro esquivo de las emociones contenidas. El amor sesgado que no es rutina, pero que frena el apasionado latir. La cámara se detiene holgadamente en sus formas, tanto, tanto que ... ZZZZZZZZZZZZZZZZZ ...

A uno le dan ganas de mandar a su país a Tom Hanks de una patada en culo y sin pasar por la aduana. Su historia de amor con Z. Jones, pastelería industrial. El doblaje irritante. Parece una película de Estrenos TV con buenos actores.

Callado y equívoco este vistazo al margen. La pérdida de la lucidez pende de cien hilos, finísimos. En su último rincón, el hombre se recrea a sí mismo; una extraña pulsación le obliga. Ralph Fiennes se cree su propia locura y el espectador lo agradece.

Un abrir y cerrar los ojos sin principio ni fin. Una muestra de cómo la vida de cada uno se improvisa. Para Haneke, el hombre forma parte de un juego donde las reglas están escritas pero donde cada cual escoge lo que le conviene. La trama es solipsista y ahí está la clave para entender la película. Contiene una de las escenas más escalofriantes de la historia del cine.

Allen arrastra esa fase del adolescente sensible al que le gustan tanto las mujeres que se bloquea con ellas. Su espejo es Bogart, que ejerce de amigo invisible resabiado, pero que en vez de ayudarle, le empuja al barro. Tiene escenas realmente desternillantes.