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Críticas de harryhausenn
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Críticas 146
Críticas ordenadas por utilidad
8
7 de mayo de 2018
14 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Recuerdos de un verano. Kechiche, inspirándose de la novela de Bégaudeau La blessure, la vraie nos adentra en las vacaciones de la adolescencia. El paso de la despreocupación de la infancia a las responsabilidades de la vida adulta. Ese último verano que, sin que nos demos cuenta, marcará nuestras vidas cuando ya no podamos volver a él. Amin vuelve a casa de su madre en Séte de vacaciones tras un primer año turbulento en París. Rencontrará a su familia, a los amigos de la infancia y a nuevos conocidos. Sin acción ni mensaje, en la película Kechiche sólo busca captar la naturalidad de aquellos que se liberan de su rutina bajo el sol. Sus deseos y sus penas puestos en la pantalla grande.

Kechiche dirige de forma tan particular como eficaz. En el rodaje repite las escenas hasta que las actuaciones salgan de manera espontánea. A fuerza de decir cien veces la misma frase, esta pierde su sentido en boca de los actores, que ya no la recitan, sino que dejando de lado su método, el texto ya asimilado brota sin artificio de su interior. Lo mismo ocurre con sus movimientos, sus gestos y sus miradas. Rohmer hacía a sus actores vestir su propia ropa en los rodajes para que, al quitarse una prenda, el movimiento fuera lo más natural posible. Kechiche es todo lo contrario. Si un actor ha de bajarse los pantalones, tendrá que repetir la escena hasta que parezca que siempre los ha llevado puestos. La autenticidad está tan lograda a lo largo de toda la película que muchas veces no entendemos siquiera la pronunciación. Esto se debe a que no recitan de manera consciente, sino que hablan de forma natural, como en la vida real, sin tener que entonar por culpa de los filtros de sonido.

Sin un guión bien definido y sin réplicas certeras ¿Acaso la película mantiene el tipo? Desde luego. Kechiche siembra esta ficción casi documental de grandes ideas en todas sus largas escenas, secuencias que en principio parecen poco interesantes y sin embargo resultan muy importantes en la obra. La primera vez que los jóvenes llegan al restaurante familiar tenemos la impresión de ver un plano secuencia interminable, aunque los cortes sean más que evidentes. El tiempo pasa sin que nos demos cuenta en una escena que apenas recorre unos pocos metros:
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harryhausenn
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3
18 de junio de 2017
18 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
L'amant double es una película vulgar, desde su primer plano de un fórceps abriendo una vagina, y también mal ideada viendo su ridículo final. El thriller erótico como género suele tener un gran componente sujestivo acompañando la imagen para que pueda funcionar. Desde Doble cuerpo de De Palma a Elle de Verhoeven, el director ha de controlar al detalle la representación del deseo y del peligro para que incluso la historia más sórdida nos parezca verosímil.

Eso no ocurre en L'amant double, Ozon pierde el tiempo grabando obviedades como los reflejos en cada uno de los espejos que salen en escena, intentando crear una atmósfera fría en la línea de Inseparables sin éxito. Mención especial al sexo explícito que no logra excitar. Catastrófico, pues viene acompañado de personajes planos. El perfil de la protagonista es servido en bandeja al espectador en un interminable monólogo en los primeros diez minutos de metraje. El de los amantes no se desarrolla en ningún momento. Esto provoca que las escenas de dominación masculina caigan en violaciones gratuitas y en una protagonista incomprensiblemente permisiva. Lejos queda la revolucionaria complejidad del personaje de Huppert el año pasado,

Cuando parece que la película va a recuperar su cauce, el desastre. Un final sacado de la manga sin sentido alguno, ridículo, irrisorio y sin ninguna relación con todo lo anterior, que hace que uno cuestione las capacidades y motivaciones de Ozon. Incluso un mal director hubiera podido suavizar esa transición si tuviera un mínimo de respeto por su propia obra.

hommecinema.blogspot.fr
harryhausenn
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7
4 de diciembre de 2018
26 de 41 usuarios han encontrado esta crítica útil
Roma, el barrio de Ciudad de México donde Cuarón creció. El director firma su obra más personal; con gran peso autobiográfico, de hecho; para resaltar aquello que le pasó inadvertido siendo niño: la vida de las sirvientas de su casa y el caldeado clima social de la ciudad y del país en los años 70. Seguimos el día a día de Cleo, la asistenta de esta familia burguesa, que recorre la casa y el barrio haciendo recados, ajena a los sucesos tanto personales como sociales, que Cuarón nos sugiere en los márgenes de las imágenes que nos muestra.

Porque esa es la principal baza de la película: la composición de la imagen, sobre todo el uso de la profundidad de campo. Nada nuevo si recordamos el impecable trabajo de fotografía en la carrera de Cuarón, principalmente en el terreno de ciencia-ficción. Sin embargo, sí que sorprende este espectacular despliegue técnico para un drama en el que la acción rara vez ocurre en el centro de la pantalla.

Desde la primerísima escena de la película Cuarón nos deja claro el capital papel de la composición del plano. El reflejo del cielo se desdibuja en el agua de las baldosas recién fregadas de un patio. La imagen se vuelve borrosa a medida que el agua fluye y entonces, el reflejo de un avión cruza la pantalla. No es el único avión que veremos en la película, pues se trata de un truco, tan simple como efectivo, para, como ya habíamos dicho, aumentar la profundidad del plano. El mejor ejemplo de esta composición sería el de la clase colectiva de artes marciales al aire libre. En primer plano, Cleo y los espectadores, a distancia media, los jóvenes realizando la coreografía y al fondo, en el cielo, de nuevo los aviones.

Al igual que se ha hecho durante siglos en la pintura para representar los paisajes, el detalle en los elementos alejados del espectador contribuyen a componer la perspectiva. Es por ello que se podría decir que parte del trabajo fotográfico de Roma recae sobre la composición de cuadros en movimiento. Directores como Béla Tarr, Pawlikowski e incluso Coppola con Tetro han perfeccionado esta composición en los últimos años, regalándonos imágenes asombrosas. Estos son unos pocos de los nombres que vienen a la mente cuando admiramos el blanco y negro de Cuarón. Pero el mexicano osa expandir los límites de la imagen hasta lograr panorámicas espectaculares que nada tienen que envidiar a los ya mencionados gracias al sumo cuidado de cada elemento, de cada detalle que componen los cuadros.
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harryhausenn
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4
13 de octubre de 2016
16 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
He de admitir que Dolan no es santo de mi devoción. Por esa misma razón, viendo que los mismos críticos que alababan sus excesos se han ensañado esta vez con el joven director, la curiosidad hizo que esperase este estreno con muchas ganas. Quería saber si su nueva película se trataba de una obra incomprendida o de un descalabro absoluto. Lo cierto es que ni lo uno, ni lo otro: su ejecución es bastante mejorable como para decir que es una obra injustamente denostada y la técnica es lo suficientemete refinada para no poder considerarla tampoco un desastre. Juste la fin du monde tiene buenas cualidades, imperfecciones con encanto y elementos que conmigo no funcionan en absoluto. La considero, simplemente, fallida. Y no es el fin del mundo.

Para empezar, los actores. Es difícil conseguir que un elenco con cinco estrellas internacionales del cine francés desafine, sin excepción. Todos parecen estar sobreactuados, y no por ineficacia del reparto, sino porque el tono que el director quiere conferir a la película no se corresponde con esos arrebatos tan pasionales, ni con tanta carga emocional, que la hay a raudales, ni con el ritmo tan irregular.

Desde la primera escena Seydoux está inquieta, Ulliel tristón, Cassell enfadado, Cotillard temerosa y Baye en su mundo. Y así se mantienen hasta la última escena. No ha habido posibilidad ninguna de desarrollar los personajes porque desde el comienzo cada uno de ellos ya se había perfilado de una forma demasiado estricta, sin salirse ningún momento de su espectro. No se nos dejan descubrir ni sus luces ni sus sombras dado que todas han sido servidas de golpe en los primeros diez minutos.

Ocurre, por tanto, que en uno de los momentos clave, los dos varones discuten en un coche y la escena pierde su fuerza porque transcurre demasiado rápido y sin ningún cambio de tono. Apunte frustrante si tenemos en cuenta que gran parte de la película son primeros planos de los actores entrando lentamente en habitaciones o en silencio. Es decir, que Dolan sobrecarga las escenas que no debe y aligera momentos importantes, dándonos la impresión que ha abordado el texto original de una manera superficial, más centrado en los visuales que en el propio drama y sin saber transmitir al público la fuerza del texto y aún más importante, sin la sutileza que aquello que no se menciona nos provoque un malestar.

Tampoco ayuda que los recuerdos del protagonistas sean videoclips, preciosos, eso sí, aunque aparecen de forma demasiado abrupta como para poder seguir el hilo del relato principal u homogeneizar el ya de por sí caótico ritmo. Y hablando de los videoclips, la selección musical, como viene siendo costumbre en su filmografía, vuelve a estar muy mal integrada en la película. Durante el mismo diálogo suenan seguidas y sin cortes tres canciones sin ningún nexo común - I miss you de Blink182, Are you with me de Lost frequencies y Genesis de Grimes - dando la impresión que alguien ha olvidado apagar el hilo musical de la sala de cine, dado que aquí esas canciones no acompañan, sino que más bien estorban para poder seguir la conversación.

Soltada toda esta retahíla de bilis, lo que salva un mínimo la decencia del conjunto es el final. Es innegable que Dolan tiene talento y cuando pensamos que la película va directa al abismo, él mismo salva el descarrillamiento de una catástrofe mayor: las actuaciones de pronto parecen más realistas, los juegos visuales se integran mejor y las miradas entre Cotillard y Ulliel enternecen. Pero en el momento en el que se cierra el telón, ya es demasiado tarde para poder aplaudir.
harryhausenn
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7
6 de noviembre de 2020
15 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nadie puede escapar a su destino, a la obligación moral que los dioses le imponen. Ni siquiera hoy, en un Berlín contemporáneo. De nada sirve huir por sus callejones, bordear sus edificios restaurados, tirarse a sus canales o sumergirse en sus embalses, pues el deber ha de cumplirse sobre tierra o bajo el agua. Solamente cuando impongamos justicia a nuestros traidores, tan solo en ese momento podremos desaparecer tranquilamente en las profundidades.

Ondine es un laberinto urbano frío, húmedo y rígido en cuyo centro late un corazón desgarrado repleto de rabia. Desde el primer momento nos hipnotiza con una escena de ruptura en un café y con una promesa a regañadientes. La mujer huye del lugar y se refugia en su trabajo, justo en el edificio de al lado. Tras recomponerse en el vestuario, presenta a los asistentes una maqueta del complejo urbanístico, cuando, de pronto, ve en el modelo la terraza en la que acaban de abandonarla.

Un zoom de Petzold a la mesa y al hombre en miniatura nos muestra el bucle en el que la protagonista se encuentra. Algo pendiente de resolver ha quedado en ese momento, desde el primer plano mostrado al público. La película comienza en el momento en que la protagonista huye de su destino. Incluso más adelante, cuando la mujer intente rehacer su vida, las señales son evidentes: las aguas reclaman lo que les pertenece.

La tragedia de Ondine fascina por su tono, contenido y aún así nos brinda una obra visceral en cuanto al juego de actores. La frialdad que caracterizan los mitos germánicos impregnan la realización de Petzold, cuya cámara no tiembla cuando sigue el implacable destino de la ninfa, que se nos sugiere desde los primeros minutos de la película. Un acuario, un buzo, una presa y finalmente, una piscina. Cuando los hombres que vagan la tierra se muestran crueles y despiadados, el agua es el único lugar donde encontrar la paz. Las ondas fluviales, libres y móviles contrastan con las rígidas rectas, fijas que constituyen el mundo arquitectónico al que Ondine se dedica con devoción.

La guía y el buzo, la nueva pareja componen un refugio emocional en el que la ternura aflora, en el que el sentimiento ocupa el centro de la película en un entorno tan hostil. La película es un momento de respiro antes de que la fatalidad nos reclame, un paréntesis bajo los rayos del sol en el que el tiempo se detiene, donde olvidamos el pasado y no nos preocupamos por el futuro. Hasta que un día, por desgracia, levantemos la mirada por encima del hombro de quien nos acompaña y comprendamos que el deber siempre llama.

hommecinema.blogspot.com
harryhausenn
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