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Críticas ordenadas por utilidad
25 de octubre de 2008
55 de 58 usuarios han encontrado esta crítica útil
Otra reverencia para el alemán que a los doce años presenció por primera vez un coche y vió una película, que hasta los diecisiete años no hizo su primera llamada telefónica, justo a sus inicios en el Séptimo Arte.
La voz en off en nos advierte que no es un documental sobre pingüinos, aunque se les dedica una breve e intensísima atención; uno de ellos llega a formar parte del plantel herzogiano de personajes sujetos a su destino, más allá de la ambición sobrepasando la puerta de lo mítico y subersivo. Dicha ave, en un frenético estado de locura (como Aguirre o Fitzcarraldo en la selva) se aleja de su colonia a orillas del mar y se adentra continente adentro, en el desierto frío y blanco, amén de un destino incierto en una de las escenas más bellas y sobrecogedoras de este documental. Mención aparte, se atribuyen unas espectaculares escenas submarinas, bajo una mortuoria capa de hielo donde abunda un zoo inusual de especies dignas de una película de ciencia-ficción.
Y no faltan, claro está, los humanos que viven en las bases de investigación instaladas allí. No les falta sentido del humor, ni pudor alguno para testimoniar su anterior vida antes de recalar en la base McMunro, sujetos a un estilo de vida muy diferente a su pasado. De nuevo el perfil preferido de Herzog en presentarnos un colectivo de gentes aisladas por su propia voluntad a la que la mayoría atribuiríamos un cierto sentido del friquismo y fuera de lo común.
La voz en off en nos advierte que no es un documental sobre pingüinos, aunque se les dedica una breve e intensísima atención; uno de ellos llega a formar parte del plantel herzogiano de personajes sujetos a su destino, más allá de la ambición sobrepasando la puerta de lo mítico y subersivo. Dicha ave, en un frenético estado de locura (como Aguirre o Fitzcarraldo en la selva) se aleja de su colonia a orillas del mar y se adentra continente adentro, en el desierto frío y blanco, amén de un destino incierto en una de las escenas más bellas y sobrecogedoras de este documental. Mención aparte, se atribuyen unas espectaculares escenas submarinas, bajo una mortuoria capa de hielo donde abunda un zoo inusual de especies dignas de una película de ciencia-ficción.
Y no faltan, claro está, los humanos que viven en las bases de investigación instaladas allí. No les falta sentido del humor, ni pudor alguno para testimoniar su anterior vida antes de recalar en la base McMunro, sujetos a un estilo de vida muy diferente a su pasado. De nuevo el perfil preferido de Herzog en presentarnos un colectivo de gentes aisladas por su propia voluntad a la que la mayoría atribuiríamos un cierto sentido del friquismo y fuera de lo común.
2 de junio de 2008
64 de 80 usuarios han encontrado esta crítica útil
No es un film sobre la guerra de Vietnam, otro de los tantos que se empezaban a cocer tras "The Deer Hunter" o "Coming Home" estrenadas un año antes y que ya entrados en los ochenta el conflicto se ensalsaría de patriotismos chucknorrianos y stallonianos hasta la llegada de "Platoon" y "Full Metal Jacket".
La pieza de Coppola queda muy al margen de reseñar el conflicto en si y nos adentra directamente en las tinieblas de la obsesión humana para alcanzar lo mítico y divino, muy propio en la táctica psicológica de la guerra.
La selva camboyana como el mismo infierno creado y reducido por el hombre con su deseo irrefrenable de alcanzar a ser un semidiós usando sus instintos primitivos de poder, són las conclusiones a las que llega un desconcertado y cada vez más enloquecido Willard dispuesto a arrebatar el mando de Kurtz con las mismas reglas a las que ambos se les ha impuesto el ejército de su país invasor. Ya no hay lucha entre ejércitos por sus propios intereses políticos, solo hay jungla, desolación, locura y muerte.
Hay que añadir el elenco de seres supremos en "Apocalypse Now"; el ejército aéreo capitaneado por Kilgore (excelente vis cómica de Robert Duvall, de ademán autodestructivo y enseñoreado por los aromas matutinos del napalm); la misma intervención militar (pero sin caer en la denuncia sobre sus consecuencias); el colonialismo apagado y arrebatado (tema añadido, y según mi punto de vista, enriquecido en la versión ampliada de 2002); Willard, el oficial atormentado (Martin Sheen substituyó a Harvey Keitel) por cumplir una misión de la que él puede decidir por méritos de orgullo coronarse rey de los nativos después de ejercer sus funciones de verdugo. Y Kurtz, el coronel desertor que ha creado su ejército de nativos (Robert Redford, que tuvo la posibilidad de hacer de Willard, Steve McQueen y Jack Nicholson eran candidatos al personaje).
He aquí los paralelismos entre Willard y Kurtz; la línea divisoria entre ambos se estrecha cada vez más hasta llegar al final del río, en plena Camboya donde el otro "infierno ruidoso", el de los fusiles, los helicópteros y las playas minadas con surfistas suicidas, queda ya muy lejos y se reemplaza al infierno del silencio y el miedo, del horror dónde el mismo hombre puede destruir el paraíso que ha creado a golpe de machete mandando una clave por radio. La propia destrucción hecha cenizas. Muy propio de las guerras y del poder.
De visión obligada. Wagner dijo una vez: "Si el público no ha enloquecido mi obra habrá fracasado". En nuestros días las Walkirias siguen cabalgando con fuerza.
La pieza de Coppola queda muy al margen de reseñar el conflicto en si y nos adentra directamente en las tinieblas de la obsesión humana para alcanzar lo mítico y divino, muy propio en la táctica psicológica de la guerra.
La selva camboyana como el mismo infierno creado y reducido por el hombre con su deseo irrefrenable de alcanzar a ser un semidiós usando sus instintos primitivos de poder, són las conclusiones a las que llega un desconcertado y cada vez más enloquecido Willard dispuesto a arrebatar el mando de Kurtz con las mismas reglas a las que ambos se les ha impuesto el ejército de su país invasor. Ya no hay lucha entre ejércitos por sus propios intereses políticos, solo hay jungla, desolación, locura y muerte.
Hay que añadir el elenco de seres supremos en "Apocalypse Now"; el ejército aéreo capitaneado por Kilgore (excelente vis cómica de Robert Duvall, de ademán autodestructivo y enseñoreado por los aromas matutinos del napalm); la misma intervención militar (pero sin caer en la denuncia sobre sus consecuencias); el colonialismo apagado y arrebatado (tema añadido, y según mi punto de vista, enriquecido en la versión ampliada de 2002); Willard, el oficial atormentado (Martin Sheen substituyó a Harvey Keitel) por cumplir una misión de la que él puede decidir por méritos de orgullo coronarse rey de los nativos después de ejercer sus funciones de verdugo. Y Kurtz, el coronel desertor que ha creado su ejército de nativos (Robert Redford, que tuvo la posibilidad de hacer de Willard, Steve McQueen y Jack Nicholson eran candidatos al personaje).
He aquí los paralelismos entre Willard y Kurtz; la línea divisoria entre ambos se estrecha cada vez más hasta llegar al final del río, en plena Camboya donde el otro "infierno ruidoso", el de los fusiles, los helicópteros y las playas minadas con surfistas suicidas, queda ya muy lejos y se reemplaza al infierno del silencio y el miedo, del horror dónde el mismo hombre puede destruir el paraíso que ha creado a golpe de machete mandando una clave por radio. La propia destrucción hecha cenizas. Muy propio de las guerras y del poder.
De visión obligada. Wagner dijo una vez: "Si el público no ha enloquecido mi obra habrá fracasado". En nuestros días las Walkirias siguen cabalgando con fuerza.
30 de mayo de 2010
47 de 47 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando los tártaros y los merkitas liderados por Kumlek (Ted de Corsia) y Targutai (Leslie Bradley) creen haber reducido a los mongoles a un pequeño vestigio, no imaginan la sorpresa que les aguarda por el odio que siente hacia ellos un cazador llamado Temujin (John Wayne), futuro Gengis Kahn o Guerrero Perfecto. En una emboscada Temujin asesina a Targutai y secuestra a su prometida, la princesa Bortai (Susan Hayward), hija de Kumlek. Empezará así un sinfín de duelos, batallas y traiciones en que se verán también involucrados el hermano de sangre de Temujin, Jamuga (Pedro Armendáriz), el influyente, poderoso pero indeciso Wang Khan (Thomas Gómez) y su infame chamán de la corte (John Hoyt).
El productor Howard Hughes puso todas las esperanzas de llevar ésta empresa en las manos de Dick Powell (Duelo en el Atlántico) en lo que acabó siendo un irrisorio espectáculo que si no fuera por el vestuario se trataría de un “western” en toda regla, ya que los indios de una reserva cercana al rodaje intervinieron como extras caracterizados de mongoles. Y no nos olvidemos de John Wayne, por entonces encasillado actor en papeles de militar o rudo vaquero.
La insensatez de rodar rápido a partir de un guión mal escrito convierten “The Conqueror” en un flaqueado pastiche. Pero lo fatal se produjo en el rodaje de exteriores. Para las localizaciones de las tan inhóspitas estepas de Asia Central no se les ocurrió nada mejor que desplazar todo el equipo al tristemente célebre desierto de Escalante, y a los alrededores del pueblo de St. George (Utah), gérmen en bastantes quilómetros a la redonda de pruebas nucleares con bombas tipo H. Si le sumamos el mal rodaje (repetidas tomas con caídas de caballo a la mar sucias, polvorientas y radioactivas, con un ir y venir desde Hollywood, dónde se rodaban interiores, por exigencias del jefe Hugues) más el dinero derrochado, “El Conquistador de Mongolia” acabóse convirtiendo en el film más maldito de la historia (con permiso de las leyenditas urbanas que corren detrás de cintas como “El Exorcista” o “Poltergeist”). El degoteo constante de coincidencias de muertes por cáncer se cebó con la Hayward, Armendáriz (cometió suicidio al recibir diagnóstico), Moorehead, etc… Aunque algunas no se pudieron probar directamente en relación con la película como la de John Wayne (por adicción al tabaco). Pero lo más curioso es que en el film ambos bandos prometen castigar con "la muerte lenta" a sus enemigos o traidores.
También fue el principio del fin para la RKO, una productora agotada más por los años que por los caprichos de Howard Hughes que siempre confesó sentirse orgulloso de su fracaso.
El productor Howard Hughes puso todas las esperanzas de llevar ésta empresa en las manos de Dick Powell (Duelo en el Atlántico) en lo que acabó siendo un irrisorio espectáculo que si no fuera por el vestuario se trataría de un “western” en toda regla, ya que los indios de una reserva cercana al rodaje intervinieron como extras caracterizados de mongoles. Y no nos olvidemos de John Wayne, por entonces encasillado actor en papeles de militar o rudo vaquero.
La insensatez de rodar rápido a partir de un guión mal escrito convierten “The Conqueror” en un flaqueado pastiche. Pero lo fatal se produjo en el rodaje de exteriores. Para las localizaciones de las tan inhóspitas estepas de Asia Central no se les ocurrió nada mejor que desplazar todo el equipo al tristemente célebre desierto de Escalante, y a los alrededores del pueblo de St. George (Utah), gérmen en bastantes quilómetros a la redonda de pruebas nucleares con bombas tipo H. Si le sumamos el mal rodaje (repetidas tomas con caídas de caballo a la mar sucias, polvorientas y radioactivas, con un ir y venir desde Hollywood, dónde se rodaban interiores, por exigencias del jefe Hugues) más el dinero derrochado, “El Conquistador de Mongolia” acabóse convirtiendo en el film más maldito de la historia (con permiso de las leyenditas urbanas que corren detrás de cintas como “El Exorcista” o “Poltergeist”). El degoteo constante de coincidencias de muertes por cáncer se cebó con la Hayward, Armendáriz (cometió suicidio al recibir diagnóstico), Moorehead, etc… Aunque algunas no se pudieron probar directamente en relación con la película como la de John Wayne (por adicción al tabaco). Pero lo más curioso es que en el film ambos bandos prometen castigar con "la muerte lenta" a sus enemigos o traidores.
También fue el principio del fin para la RKO, una productora agotada más por los años que por los caprichos de Howard Hughes que siempre confesó sentirse orgulloso de su fracaso.
6 de setiembre de 2008
41 de 42 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película se basa en una novela de ciencia-ficción de William F. Nolan y nos situa en un crepuscular 2272 donde la humanidad se refugia de la polución en grandes burbujas (irónicamente apodadas cuadrantes) predestinados desde su nacimiento a servir al paraíso que han creado hasta los 30 años, fecha de la Renovación en el Carrusel, una ceremonia que no es más que una tapadera a la muerte, con el fin de evitar la superpoblación. Somos partícipes de una sociedad de jóvenes atletas; los hombres lucen pijamas oscuros a rayas y las mujeres parecen extraídas de una tragedia griega. Como el Aldous Huxley de "Un Mundo Feliz" a Logan se le ha encomendado desde recién nacido una vida de lujos. Con un trabajo asignado, Vigilante, debe paliar a los Fugitivos, un grupo de resistentes contrarios a someterse a tan despiadado destino final del Carrusel y hallar el Santuario, punto de encuentro de dichos proscritos. En su misión, se dará cuenta de la falsa realidad que le ha tocado vivir.
El productor y director Irwin allen, popular en las filas del género de catástrofes y aventuras submarinas con películas como "Viaje al Fondo del Mar", "Perdidos en el Espacio" (TV) o "El Enjambre", desistió a favor de Saul David pero aun así el resultado no cuajó. A momentos el film es lento e insustancial. Los decorados y vestuario son "kistch" y los efectos especiales no pasan del fogonazo (las pistolas laser parecen encendedores de cocina), demasiado papel de aluminio recubierto (el robot Box) y cartón piedra para desechar (la gruta de hielo). Aunque tiene su encanto.
De hecho "Logan´s Run" marcaba el punto final de una etapa en la ciencia-ficción cuando a recursos técnicos. Un año más tarde se adaptaría en una série de televisión con mejor fortuna. Pero ya se había hecho borrón y cuenta nueva; George Lucas, que ya había dirigido en 1971 la modesta "THX1138" muy al estilo de "La Fuga de Logan", rompería moldes con "La Guerra de las Galaxias" con todo lo que vendría en las siguientes décadas (merchandising incluido).
Por eso vale la pena curiosear en el ocaso la nostalgia. En el suspiro final antes del cambio. De películas que no recolectaban fans, ni influenciaban generaciones entregadas al fechitismo. Ni muñequitos ni réplicas. A lo que hubo.
Hay un remake para 2009. Joseph Kosinski relevará a Bryan Singer en la dirección.
El productor y director Irwin allen, popular en las filas del género de catástrofes y aventuras submarinas con películas como "Viaje al Fondo del Mar", "Perdidos en el Espacio" (TV) o "El Enjambre", desistió a favor de Saul David pero aun así el resultado no cuajó. A momentos el film es lento e insustancial. Los decorados y vestuario son "kistch" y los efectos especiales no pasan del fogonazo (las pistolas laser parecen encendedores de cocina), demasiado papel de aluminio recubierto (el robot Box) y cartón piedra para desechar (la gruta de hielo). Aunque tiene su encanto.
De hecho "Logan´s Run" marcaba el punto final de una etapa en la ciencia-ficción cuando a recursos técnicos. Un año más tarde se adaptaría en una série de televisión con mejor fortuna. Pero ya se había hecho borrón y cuenta nueva; George Lucas, que ya había dirigido en 1971 la modesta "THX1138" muy al estilo de "La Fuga de Logan", rompería moldes con "La Guerra de las Galaxias" con todo lo que vendría en las siguientes décadas (merchandising incluido).
Por eso vale la pena curiosear en el ocaso la nostalgia. En el suspiro final antes del cambio. De películas que no recolectaban fans, ni influenciaban generaciones entregadas al fechitismo. Ni muñequitos ni réplicas. A lo que hubo.
Hay un remake para 2009. Joseph Kosinski relevará a Bryan Singer en la dirección.
24 de agosto de 2008
45 de 52 usuarios han encontrado esta crítica útil
Definir "expresionismo" es darle un mazazo al Arte en su concepto. Una forma de invocar la escena mediante la opresión y la asfíxia del decorado. La abstracción de lo sobrecogedor también lo expresan los actores que, como fantasmas en silencio, pululando como presas de pánico, misterio e incertidumbre. Se dejan llevar por este movimiento artístico, manejado a la vez por las viejas bobinas que, mecánica y musicalmente, ruedan y ruedan de principio a fin reflejando, fotograma a fotograma, su imagen salida de la oscuridad. A través de la linterna mágica. Con esto quedaba inaugurada la proeza de Robert Wiene y el cine expresionista alemán.
Planos generales que parecen primeros planos. La amputada perspectiva de fondo en formas cónicas y puntiagudas mirando arriba (los tejados, los ventanales, sillas altas en decorados diminutos...), como las casas y las laberínticas calles de pesadilla, estrechamente concebidas para los más sigilosos caminantes que aparecen en cualquier momento, confundidos por la debil luminosidad que el plató de la época poco podía ofrecer. De esa condición, la creación de una magistral pieza que, vista en otros ojos; vemos la situación de Alemania en el período de entreguerras. El Imperio que decae, la Nación que nace ante un futuro incógnito con sus títeres presas del pánico, llevados por Caligari y su maquiavélico pelegrinaje por las ferias de los pueblos.
No es una película que se congenie con el cine fantástico. Literalmente hablando, claro está. En esos tiempos había que recurrir a George Mélies y sus atracciones de feria, para hablar de géneros cinematográficos, que era decir muy poco. El cine, tal y como lo conocemos, está en su más tierna infancia. Pero dotada de inteligencia y reflexión artística. Y la obra de Wiene es un buen ejemplo. Era el feto del superdotado de ideas mientras "El Nacimiento de una Nación de Griffith" lo era al montaje.
Museo en movimiento. Obra maestra de una culminación. "El Gabinete del Doctor Caligari" removerá conciencias vea como se vea. Con o sin música. Entre diálogos o en el más espectral y agradecido de los silencios.
Planos generales que parecen primeros planos. La amputada perspectiva de fondo en formas cónicas y puntiagudas mirando arriba (los tejados, los ventanales, sillas altas en decorados diminutos...), como las casas y las laberínticas calles de pesadilla, estrechamente concebidas para los más sigilosos caminantes que aparecen en cualquier momento, confundidos por la debil luminosidad que el plató de la época poco podía ofrecer. De esa condición, la creación de una magistral pieza que, vista en otros ojos; vemos la situación de Alemania en el período de entreguerras. El Imperio que decae, la Nación que nace ante un futuro incógnito con sus títeres presas del pánico, llevados por Caligari y su maquiavélico pelegrinaje por las ferias de los pueblos.
No es una película que se congenie con el cine fantástico. Literalmente hablando, claro está. En esos tiempos había que recurrir a George Mélies y sus atracciones de feria, para hablar de géneros cinematográficos, que era decir muy poco. El cine, tal y como lo conocemos, está en su más tierna infancia. Pero dotada de inteligencia y reflexión artística. Y la obra de Wiene es un buen ejemplo. Era el feto del superdotado de ideas mientras "El Nacimiento de una Nación de Griffith" lo era al montaje.
Museo en movimiento. Obra maestra de una culminación. "El Gabinete del Doctor Caligari" removerá conciencias vea como se vea. Con o sin música. Entre diálogos o en el más espectral y agradecido de los silencios.
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