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Críticas de Sergio Berbel
Críticas 850
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
6
26 de mayo de 2024
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Conociendo mis criterios cinematográficos como los conozco, yo sabía que la mezcla sin anestesia de Wim Wenders y una historia profundamente japonesa iba a combinar de forma no adecuada para mi interés. Por desgracia, al ver “Perfect days”, constato que me equivocaba sólo a medias. El film sestea sin rumbo alguno y destino desconocido durante sus primeros larguísimos 75 minutos que se hacen interminables y a ratos insoportables, donde la rutina de un ser rutinario y silente, asocial por naturaleza pero amante del ser humano (que alguien me lo explique), se repite una y otra vez ante nuestros ojos para desesperación de todo el que occidental no hecho a la calma nipona.

Pero… es cierto que, llegado ese momento del metraje anteriormente referido, la historia comienza a remontar e interesarme con la inesperada aparición de la sobrina del protagonista, etéreamente interpretada por la maravillosa Arisa Nakano, que redime la cinta y la salva de una siesta segura. Tras este personaje rejuvenecedor del film (en todos los sentidos), todo lo que la sucede va aumentando mi interés y conformando un tramo final que me resulta acertado, incluso con algún buen momento. Pero, hasta entonces, habían transcurrido 75 soporíferos minutos. Demasiados hasta para el espectador más paciente.

También Wenders juega con una baza ganadora: la música del film, una selección de temazos norteamericanos que su protagonista, ser analógico por naturaleza, viviendo al margen de todo lo virtual (esa parte sí que me entusiasma), va escuchando en cassettes en su coche y que embaucan al melómano más exigente.

En sus excesivos 124 minutos, que podrían haberse recortado fácilmente a la mitad, Wim Wenders nos narra la historia de un sexagenario de vida ascética (magníficamente interpretador por Kôji Yakusho) que habita un pequeño piso demasiado modesto, el cual se dedica a la limpieza de los baños públicos de Tokyo. Su vida es tan minimalista como la historia que se narra en la película, por culpa de un guión demasiado moroso, firmado por el propio Wenders y Takuma Takasaki, que confunden quietud oriental con aburrimiento de sobremesa.

Somos testigos de los mismos gestos diarios repetidos hasta el infinito, de los lugares a los que acude su protagonista y de las gentes con las que coincide cada jornada. Dicho sea de paso, el típico personaje secundario presuntamente gracioso que jalona toda producción oriental, por desgracia, aquí también hace acto de presencia en forma de joven compañero de trabajo del protagonista, espantosamente interpretado por el excesivo y nauseabundo Tokio Emoto.

En cambio, sí que resulta bellísima la dirección de fotografía de Franz Lustig, que sabe sacarle partido a una ciudad tan bellamente cosmopolita como Tokyo. Junto con la música y Arisa Nakano, lo que salva de la quema al film.
Sergio Berbel
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10
25 de mayo de 2024
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Quizás la cosa más importante que le haya pasado al cine andaluz sea el periplo que el almeriense Manuel Martín Cuenca está rodando por Andalucía. Tras hacerse previamente al mismo con un nombre propio indiscutible con grandes cintas como “Malas temporadas” o “La flaqueza del bolchevique”, Martín Cuenca se retó a sí mismo a la hora de crear y rodar una historia por cada una de las provincias de este país llamado Andalucía, sabiendo captar en todas ellas con una perfección sublime sus características intrínsecas. Y nos llegó desde Almería la agreste y ventosa “La mitad de Óscar”; desde la gélida Granada “Caníbal”; desde las entrañas de la apariencia sevillana “El autor”; desde la inquietante Cazorla jiennense “La hija”; y desde la tierna y luminosa Cádiz esta maravilla titulada “El amor de Andrea”.

Martín Cuenca abandona la oscuridad misántropa que tuerce a thriller tan característica de su obra previa para convertirla en pura e inolvidable dulzura sentimental y crear la gran heroína adolescente de este siglo, Andrea. Es imposible no empatizar con su causa porque Andrea es una chica de 15 años que está dispuesta a utilizar todos los caminos posibles o imposibles para recuperar el amor de su padre, del que nada sabe desde que se produjo el divorcio y ella vive con su madre y sus dos hermanos pequeños en absoluta soledad.

Una soledad que además le está obligando a comportarse con la madurez impropia de una joven de Primero de Bachillerato, pero es que, ante la inexistencia de padre y con una madre ausente por razones laborales, Andrea es la cuidadora de sus hermanos pequeños día y noche, demasiado peso para sus espaldas, a pesar de la irrenunciable entrega en la que se encuentra.

Precisamente comienza esta inolvidable historia en una noche de Semana Santa gaditana, bajo el paso del Nazareno, donde Andrea busca la figura paterna entre uno de sus costaleros (conocidos como cargadores en Cádiz) porque sabe que bajo la parihuela va su padre. Y lo busca en los astilleros de Navantia, donde también le consta que trabaja. Y lo busca en su nueva casa con quien ha fraguado una nueva familia ignorándolos a ellos, su familia primigenia. Pero, lejos de venirse abajo, la valentía de Andrea supera la de cien espartanos y va a luchar por recuperar a su padre como sea y donde sea con una férrea determinación.

El film completo se sostiene en la inconmensurable interpretación de la joven Lupe Mateo Barredo, que acapara con una maestría insuperable todas las escenas del film. Martín Cuenca se lo entrega con generosidad y ella sabe sostener el reto con una soltura encomiable. Una historia que se sostiene sólidamente en un prodigioso guión firmado por el propio Martín Cuenca junto con Lola Mayo que jamás cae en la sensiblería y al que no le falta un solo detalle a la hora de perfilar una dura realidad familiar contemporánea, los hijos como restos del naufragio tras un divorcio.

La fotografía de Eva Díaz es tan sabia como el resto de elementos que componen este maravilloso y reconfortante film, así como sorprendentemente adecuada la música compuesta para la ocasión por Vetusta Morla.
Sergio Berbel
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4
24 de mayo de 2024
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Juan Miguel del Castillo a la dirección y Natalia de Molina a la interpretación dejaron nuestro cine consternado y entregado con esa magistral cinta, referencia ineludible del cine social, titulada “Techo y comida”. El nivel de calidad alcanzado por este tándem hacía presagiar lo mejor en la segunda ocasión en la que volvían a coincidir. Nada más lejos de la realidad. “La maniobra de la tortuga” es el enésimo thriller (el género nos sale ya por las narices y no soporto ni uno más) con los mismos cánones trillados, el mismo guión de siempre, similares personajes de cartón piedra, idénticos giros y los mismos bostezos (acompañados de alguna cabezada en esta ocasión). Es infame de por sí, con mucho menos compromiso social del que aparenta a simple vista y, cuando tuerce a convertir a su protagonista masculino en superhéroe de cómic a base de reparto de puñetazos, se convierte en ridículo y de vergüenza ajena.

Todo procede de un despropósito de guión del propio Juan Miguel del Castillo y José Rodríguez, adaptando la novela homónima de Benito Olmo que obviamente no estoy interesado en leer. Es cierto que hay una parte del film salvable, la que tiene que ver con la descripción del miedo atroz que sufre el personaje de Natalia de Molina (ella siempre es diosa incluso cuando todo lo que la rodea no acompaña, como en este caso) y cómo esa causa del miedo va evolucionando a lo largo del metraje de este film. Es esa tesitura la que lo sostiene mínimamente y la que me despierta de una siesta continua motivada por un sopor inabarcable que me produce otro thriller más, otro idéntico entre dos millones con los que se nos castiga por tierra, mar y aire, sea en literatura, en cine o en series. Todo es thriller policiaco a nuestro alrededor en los últimos años y algunos ya nos rendimos y gritamos “¡Basta!”.

El policía alcoholizado y conflictivo que arrastra una tragedia personal que trata de curar metiendo las narices en una investigación que no le corresponde nos reaparece una vez más. ¿En serio? Sí, otra vez. Es por eso por lo que calificaría la cinta con un cero absoluto, pero… es ese personaje y es Natalia de Molina la única forma de rescatar el film del basurero donde debería estar por derecho propio.

Sus 99 minutos se hacen largos, larguísimos, eternos. Y la dirección de Juan Miguel del Castillo resulta rutinaria y lánguida, plagada de lugares comunes y aburrida, como todo en esta cinta, salvo Natalia de Molina. Tampoco me transmite nada la demasiado discreta música de Xavier Font ni me gusta la fotografía feista-naturalista de Gina Ferrer.
Sergio Berbel
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6
23 de mayo de 2024
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me deja una sensación de sobrevaloración generalizada esta gamberrada de Caye Casas que mezcla de forma impune comedia castiza y terror sin llegar a brillar en ninguno de los dos géneros. Ya se conoce que estábamos ante una infinitesimal propuesta que ha trascendido todos los límites imaginables a partir de un tuit del todopoderoso Stephen King alabándola. A partir de ahí, el fenómeno sociológico se ha desatado y, sinceramente, no me resulta para tanto.

Lo realmente notable es el inesperado giro de la comedia costumbrista al género de terror. En eso resulta muy llamativo su desparpajo. Pero poco más. Personajes trazados con brocha gorda, diálogos difícilmente creíbles, situaciones imposibles que con calzador pretenden hacernos reír… Su interesante final no la redime de esa navegación demasiado plácida durante buena parte de su metraje por los lugares comunes de la comedia televisiva, porque no deja de parecerme en todo momento una “sitcom” venida a más.

Debo reconocer que la dirección de Caye Casas es meritoria, sabiendo sacar partido a los escasos medios presupuestarios con los que cuenta. En ello, la labor de dirección es encomiable. Pero, para mí, adolece de dos fallos imperdonables: el errático guión del propio Caye Casas y Cristina Borobia por un lado; y el terrible error de casting de su pareja protagonista, los cuales realizan una buena labor interpretativa, pero no encajan con sus personajes. Ni David Pareja puede encarnar a ese guapo irresistible que perfila el guión, ni mucho menos Estefanía de los Santos puede representar a una madre primeriza. A partir de ahí, me cuesta creerme todo lo demás, salvo el papel de jovencita vegana de Claudia Riera, que sí que está a la altura de las circunstancias.

Sobre la historia que cuenta, cuanto menos se sepa antes de su visionado, tanto mejor, porque es en la sorpresa y en los giros de guión donde se crece una cinta que gira alrededor de una maldición que gravita en torno a la adquisición de una espantosa mesita para el comedor por capricho del nuevo padre en contra de la opinión de la madre primeriza. Todo puede complicarse mucho en la vida, todo, especialmente en este film de 88 minutos, que quizás podría haber tenido algunos menos en su montaje final.

Ni la música de Esther Méndez ni la dirección de fotografía de Alberto Morago, a pesar de ser interesantes en su precariedad y limitaciones presupuestarias, van a pasar a la historia del cine. En general, presenta cierto aire a Álex de la Iglesia que no va conmigo.
Sergio Berbel
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10
22 de mayo de 2024
1 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
La cineasta lituana Marija Kavtaradze me subyuga con su valiente, iconoclasta y provocadora película “Slow”, un film magnífico en su planteamiento y resolución y que logra hacerme levitar en algunos momentos del mismo. En los tiempos del sexo en Tinder convertido también en pulsión consumista, la cinta nos habla de una relación asexual; en los tiempos de las relaciones normativas y el neoconservadurismo en las costumbres que vivimos, nos plantea que existen tantos tipos de relaciones como seres humanos. Sí, “Slow” me parece una maravilla y un enorme descubrimiento. Un film de apariencia sencilla para relatar una historia profundamente compleja.

Llevo mucho tiempo afirmando allá por donde quieren escucharme que el sexo está sobrevalorado y que me parece enfermiza esta necesidad de “consumo sexual” que existe en la sociedad actual, más tendente al usar y tirar que a fomentar relaciones sentimentales serias y sólidamente construidas. El personal anda por ahí con necesidad de sumar muescas en su cuenta sexual. El protagonista de este portentoso film, Dovydas, es traductor de lenguaje de signos y asexual; un día conoce a una bailarina de danza contemporánea, Elena, que se enamora perdidamente de él y que tendrá que hacerse a la idea de que a su novio no le interesa el sexo. Ante esta tesitura, pronto son conscientes de que los cánones ortodoxos de relación no sirven para su situación de pareja y tendrán que pactar una normativa propia.

La majestuosidad de la cinta se sostiene en dos elementos fundamentales: el extraordinario y profundísimo guión de la propia directora lituana y la interpretación inconmensurable de su pareja protagonista: si lo de Kestutis Cicenas es fantástico, la forma en la que la maravillosa actriz Greta Grineviciute encarna a Elena es de esas que dejan poso y una huella indeleble en el corazón del espectador, que no puede dejar de prendarse de una chica que ha logrado ser bailarina profesional sin tener el cuerpo adecuado para ello y un novio sin que éste responda a los cánones establecidos para una “pareja normal” aceptada por la sociedad.

Sus 104 minutos de metraje vuelan sin que te des cuenta y te dejan con ganas de muchísimo más. Cuando termina y dejas pasar el rato, vas comprendiendo la profundidad de la propuesta, portentosa propuesta, que se alzó con el galardón a la Mejor Dirección en la edición de 2023 del mítico Festival de Sundance.
Sergio Berbel
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