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Críticas ordenadas por fecha (desc.)
14 de noviembre de 2016
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cineasta que personalmente me desconcierta, pasa de una cosa a otra con cierto desparpajo y libertad, abordando temáticas y formas muy dispares. Lo hace sin pudor, con cierta habilidad para no resultar pedante, a veces con un humor muy blanco. Otras, _en Frantz_, queriendo dar trascendencia filosofal a sus obras pero sin lograrlo en esta ocasión. En su película más formal y academicista. Y es que no. Ozon, no es un todoterreno. Tampoco es Lubitsch, en cuyo título, Remordimiento (Broken Lullaby), se basa esta cinta.
Drama romántico que partiendo de bellas formas e interpretaciones conmovedoras arriesga acercándose por varias veces al remilgo casi ñoño. Rondando la catástrofe, Ozon consigue contenerse en el último instante para no traspasar esa delgada línea que habría dado al traste con su proyecto convertido en folletín. En lugar de eso, ofrece un precioso envoltorio a un caramelo que se prometía delicioso, pero que sólo es eso: bonito.
Me corrijo a mí misma: hay romance, cierto, pero si esta que escribe tuviera que priorizar un género, la destacaría como cine político y ante todo profundamente antibelicista. Pese a estar ubicada temporalmente en 1919, año de la gran infamia, _aquel en que en Versalles se reunía la Troika de la época para humillar a la joven nación alemana tras su derrota en la Gran Guerra_, la película es rabiosamente actual.
¿Por qué? Por el giro a la ultraderecha, a la xenofobia y a esa amenaza permanente que a cada poco pone en jaque la fragilidad del eje franco-alemán que vertebra esta Europa sobre una espina dorsal de mantequilla. Francia y Alemania son las verdaderas protagonistas de esta historia. Es fácil ver hoy resurgir de lejos los fantasmas del pasado. Y en definitiva, de 1919 a 2016, pareciera que en poco han cambiado ciertas cosas.
¿De qué trata? En un pueblo alemán después de la Guerra, un joven excombatiente francés, Adrién (Pierre Niney), deposita flores sobre la tumba de su enemigo de armas, Frantz.
Anna (Paula Beer), prometida del difunto, descubre a Adrién e inevitablemente las ansias por saber qué relación une a ambos jóvenes, la llevan a citarlo a una reunión en casa de sus suegros, pese a la reticencia inicial del padre, para quien todo fracés es, _indefectiblemente_, responsable de la muerte de su hijo.
Pese a ser especialmente triste, reposar sobre una fotografía melancólica, es esperanzadora. Los individuos pueden sobrepornerse al rencor de las guerras que el poder político busca a toda costa en aras del expansionismo y so pretexto del nacionalismo como excusa para todo. Una pareja de antagonistas puede amarse, mentirse piadosamente, superar su enemistad y reconciliarse. De ahí el antibelicismo de Ozon: en la reconciliación y la superación del rencor radica la lectura de su obra. O de la de Lubitsch, para ser justos.
El cineasta francés vuelve a recrearse en la mujer. Sus actrices son maravillosas. Paula Beer, mejor actriz "nueva" en el Festival de Venecia, es el alma de la película. Sin ella, sin su fragilidad, esta cinta carecería del sentido trágico de su esencia. En realidad, carecería de cualquier sentido. Por eso es de alabar su dirección de cásting. Artística y técnicamente la cinta es impecable.
Pero hay un resto importante: una película de poco más de hora y media no puede hacerse tediosamente larga. Si, su ritmo es pausado, porque se detiene en la belleza de sus imágenes. Los espectadores somos observadores de la estética, pero forzarnos a la contemplación asceta como a penitentes, es otra cosa.
Tampoco debe repetirse lo que ya se nos ha contado como ocurre en varios momentos abundando en lo anterior: su relativamente corto metraje se hace de más. Ni echar anzuelos para jugar al despiste, esbozando un halo de suspense sobre una narración que no tiene vocación de tal y, cuando mucho antes del final hemos previsto su desenlace. Darle un aire Hitchcockiano a esta historia no tiene sentido. Y resulta ciertamente tramposo. Como también queda forzado colar artificios que, siendo totalmente innecesarios, _"el momento Casablanca"_, lejos de dignificar esta historia, la ridiculiza.
Pero vuelvo a insistir en que Frantz es una obra destacable en sus interpretaciones, en cualquier aspecto de su apartado artístico y en su técnica fotográfica. Aunque, por momentos, hace aguas narrativamente.
En suma, el buen hacer del director es indiscutible y el conjunto armonioso pese a su guión, manifiestamente irregular. Se le perdona, por la belleza de la composición en su resultado final.
Lo dicho, desconcertante Ozon para bien y para mal.
www.cinemaldito.com
Drama romántico que partiendo de bellas formas e interpretaciones conmovedoras arriesga acercándose por varias veces al remilgo casi ñoño. Rondando la catástrofe, Ozon consigue contenerse en el último instante para no traspasar esa delgada línea que habría dado al traste con su proyecto convertido en folletín. En lugar de eso, ofrece un precioso envoltorio a un caramelo que se prometía delicioso, pero que sólo es eso: bonito.
Me corrijo a mí misma: hay romance, cierto, pero si esta que escribe tuviera que priorizar un género, la destacaría como cine político y ante todo profundamente antibelicista. Pese a estar ubicada temporalmente en 1919, año de la gran infamia, _aquel en que en Versalles se reunía la Troika de la época para humillar a la joven nación alemana tras su derrota en la Gran Guerra_, la película es rabiosamente actual.
¿Por qué? Por el giro a la ultraderecha, a la xenofobia y a esa amenaza permanente que a cada poco pone en jaque la fragilidad del eje franco-alemán que vertebra esta Europa sobre una espina dorsal de mantequilla. Francia y Alemania son las verdaderas protagonistas de esta historia. Es fácil ver hoy resurgir de lejos los fantasmas del pasado. Y en definitiva, de 1919 a 2016, pareciera que en poco han cambiado ciertas cosas.
¿De qué trata? En un pueblo alemán después de la Guerra, un joven excombatiente francés, Adrién (Pierre Niney), deposita flores sobre la tumba de su enemigo de armas, Frantz.
Anna (Paula Beer), prometida del difunto, descubre a Adrién e inevitablemente las ansias por saber qué relación une a ambos jóvenes, la llevan a citarlo a una reunión en casa de sus suegros, pese a la reticencia inicial del padre, para quien todo fracés es, _indefectiblemente_, responsable de la muerte de su hijo.
Pese a ser especialmente triste, reposar sobre una fotografía melancólica, es esperanzadora. Los individuos pueden sobrepornerse al rencor de las guerras que el poder político busca a toda costa en aras del expansionismo y so pretexto del nacionalismo como excusa para todo. Una pareja de antagonistas puede amarse, mentirse piadosamente, superar su enemistad y reconciliarse. De ahí el antibelicismo de Ozon: en la reconciliación y la superación del rencor radica la lectura de su obra. O de la de Lubitsch, para ser justos.
El cineasta francés vuelve a recrearse en la mujer. Sus actrices son maravillosas. Paula Beer, mejor actriz "nueva" en el Festival de Venecia, es el alma de la película. Sin ella, sin su fragilidad, esta cinta carecería del sentido trágico de su esencia. En realidad, carecería de cualquier sentido. Por eso es de alabar su dirección de cásting. Artística y técnicamente la cinta es impecable.
Pero hay un resto importante: una película de poco más de hora y media no puede hacerse tediosamente larga. Si, su ritmo es pausado, porque se detiene en la belleza de sus imágenes. Los espectadores somos observadores de la estética, pero forzarnos a la contemplación asceta como a penitentes, es otra cosa.
Tampoco debe repetirse lo que ya se nos ha contado como ocurre en varios momentos abundando en lo anterior: su relativamente corto metraje se hace de más. Ni echar anzuelos para jugar al despiste, esbozando un halo de suspense sobre una narración que no tiene vocación de tal y, cuando mucho antes del final hemos previsto su desenlace. Darle un aire Hitchcockiano a esta historia no tiene sentido. Y resulta ciertamente tramposo. Como también queda forzado colar artificios que, siendo totalmente innecesarios, _"el momento Casablanca"_, lejos de dignificar esta historia, la ridiculiza.
Pero vuelvo a insistir en que Frantz es una obra destacable en sus interpretaciones, en cualquier aspecto de su apartado artístico y en su técnica fotográfica. Aunque, por momentos, hace aguas narrativamente.
En suma, el buen hacer del director es indiscutible y el conjunto armonioso pese a su guión, manifiestamente irregular. Se le perdona, por la belleza de la composición en su resultado final.
Lo dicho, desconcertante Ozon para bien y para mal.
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14 de noviembre de 2016
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película de Léa Fehner es un espectáculo visual. Cuesta creer que sea este apenas el segundo largometraje de la francesa después de Qu'un seul tienne et les autres suivront (2009). Fehner tiene 35 años pero ha conseguido coreografiar a un elenco de actores sublimes en una cinta con toques autobiográficos. Les Ogres es un tiovivo al que se le aflojan las tuercas para girar desenfrenado. En esa troupe cabaretera viajan niños, bebés, mujeres embarazadas, amantes, abuelos, perros, ocas, algunas cuentas pendientes, escarceos amorosos, adulterios y sobre todo mucha devoción al teatro.
Léa Fehner asume el riesgo de trabajar en este proyecto junto a sus padres, François Fehner (François) y Marion Bouvarel (Marion). Él, es el director de la compañía itinerante. El que mayormente capea con los imponderables de una vida a la intemperie entre funciones aquí y allá, de pueblo en pueblo y sin más recursos que su virtud para la interpetación y para la improvisación.
Ella, en el rol de su esposa (tanto en la ficción como en la vida real), la mujer que lleva a cuestas una vida entera de sinsabores y sobresaltos mantiene en realidad, en orden, toda esa vorágine.
Por si no tuviera suficiente, la directora, regala el papel de Inés a su propia hermana (Inés Fehner), la hija que se ocupa de los problemas reales. De las nóminas, de los contratos. La que ejerce de adulta muy a su pesar.
Léa Fehner coloca a nuestra Lola Dueñas (Lola), en el rol de una acróbata ex amante del padre, dando otro de los papeles sobresalientes a Marc Barbé (Marc), en el perfecto contraputo a François; su espejo deformante, el que le devuelve a la tragedia de la vida fuera de bambalinas.
Chéjov también es protagonistas de la cinta. El dramaturgo ruso sobre el que se versionan libremente las obras de la troupe viaja en caravana, junto a todos ellos, _pero sin libretos_, allá a donde les lleve el día a día: en sus vidas a cuesta, en comuna, con los problemas reales y cotidianos de cualquier familia de puertas adentro. La diferencia es que aquí se viven en la carretera, en descampados o bajo una carpa. En Les Ogres, vivir es una montaña rusa de emociones y vaivenes, pero sus protagonistas tienen de alguna manera bien echado el freno consiguiendo derrapar justo antes de desbocarse precipicio abajo. El teatro les llena de vida. Y viendo a sus niños, sus propios hijos viajando como a la vieja usanza los feriantes, es difícil imaginar una vida más plena y feliz para ellos.
Hay mucho bullicio, mucho circo, también patetismo. Y egos enfrentados. Pero sobre todo una dinámica palpitante y una generosidad impagable por parte de su directora al regalar momentos de gloria a todos y cada uno de sus actores. Es un elenco coral, de personajes que se ganan el pan, en un escenario que hubiera diseñado el propio Kusturica y en una hermosa fábula, colorida y ágil sobre la solidaridad, la familia y el amor al arte sin contraprestación.
Los problemas siguen siendo problemas, en la vida rutinaria como en el caos despreocupado de estos comediantes. Pero esta troupe no desfallece, ni por precarias situaciones financieras, ni por dramas vitales insuperables que sí remontan. La cara B de la vida no puede con el espíritu de la comedia. Deliciosa.
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Léa Fehner asume el riesgo de trabajar en este proyecto junto a sus padres, François Fehner (François) y Marion Bouvarel (Marion). Él, es el director de la compañía itinerante. El que mayormente capea con los imponderables de una vida a la intemperie entre funciones aquí y allá, de pueblo en pueblo y sin más recursos que su virtud para la interpetación y para la improvisación.
Ella, en el rol de su esposa (tanto en la ficción como en la vida real), la mujer que lleva a cuestas una vida entera de sinsabores y sobresaltos mantiene en realidad, en orden, toda esa vorágine.
Por si no tuviera suficiente, la directora, regala el papel de Inés a su propia hermana (Inés Fehner), la hija que se ocupa de los problemas reales. De las nóminas, de los contratos. La que ejerce de adulta muy a su pesar.
Léa Fehner coloca a nuestra Lola Dueñas (Lola), en el rol de una acróbata ex amante del padre, dando otro de los papeles sobresalientes a Marc Barbé (Marc), en el perfecto contraputo a François; su espejo deformante, el que le devuelve a la tragedia de la vida fuera de bambalinas.
Chéjov también es protagonistas de la cinta. El dramaturgo ruso sobre el que se versionan libremente las obras de la troupe viaja en caravana, junto a todos ellos, _pero sin libretos_, allá a donde les lleve el día a día: en sus vidas a cuesta, en comuna, con los problemas reales y cotidianos de cualquier familia de puertas adentro. La diferencia es que aquí se viven en la carretera, en descampados o bajo una carpa. En Les Ogres, vivir es una montaña rusa de emociones y vaivenes, pero sus protagonistas tienen de alguna manera bien echado el freno consiguiendo derrapar justo antes de desbocarse precipicio abajo. El teatro les llena de vida. Y viendo a sus niños, sus propios hijos viajando como a la vieja usanza los feriantes, es difícil imaginar una vida más plena y feliz para ellos.
Hay mucho bullicio, mucho circo, también patetismo. Y egos enfrentados. Pero sobre todo una dinámica palpitante y una generosidad impagable por parte de su directora al regalar momentos de gloria a todos y cada uno de sus actores. Es un elenco coral, de personajes que se ganan el pan, en un escenario que hubiera diseñado el propio Kusturica y en una hermosa fábula, colorida y ágil sobre la solidaridad, la familia y el amor al arte sin contraprestación.
Los problemas siguen siendo problemas, en la vida rutinaria como en el caos despreocupado de estos comediantes. Pero esta troupe no desfallece, ni por precarias situaciones financieras, ni por dramas vitales insuperables que sí remontan. La cara B de la vida no puede con el espíritu de la comedia. Deliciosa.
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24 de noviembre de 2014
15 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
La protagonista no tiene alma ni para imaginarse ser alguien que renazca de sí misma ni lo que tiene alrededor la ayudará. Es más, es tan patético su alrededor que da lástima: sobre todo por lo mal aprovechado que está ese entorno bien logrado de la noche en Berlín tras la guerra. Su alter-ego masculino es despreciable, como personaje además de un actor, como intérprete carente de expresividad. No es que Petzold juzgue moralmente o no nos quiera dar pistas sobre sus personajes; es, sencillamente que ya están más muertos que vivos; no tienen guión, son seres inanimados, mal interpretados. No hay nada detrás. Un único alegato de reivindicación política acaba siendo un alarde cobarde de quien no se quiere mojar. Prometía y en eso radica su valor. En que prometía mucho.
17 de noviembre de 2014
65 de 117 usuarios han encontrado esta crítica útil
Voy a ser muy breve.
Voy a mil por hora este mes en Cineuropa Compostela viendo de todo, sobre todo lo que quiero, lo que puedo después y lo que me dejan si acabo el día con ánimos. Quien se fíe de mi criterio, hará bien o no, o lo que le plazca.
Magical girl: es pura pedantería. Es un complejo tras otro, es una copia, repetición, imitación. Es un director sin experiencia alguna cuyas dolencias se perciben desde que nos presenta una historia con un personaje, en concreto el padre, inerte, más inerte que su propia hija enferma de leucemia. Lo demás es abominable. No hay razones, sólo pretextos, señuelos y trucos.
Es alguien que quiere jugar a dramatizar psicológicamente con el espectador y que utiliza el cáncer, el sadomasoquismo o algo peor a lo bestia, para sojuzgarnos y hacernos cómplices de algo absurdo, terrible, sin guión, sin madurez, sin intérpretes a la altura, con tres localizaciones (2 y media en el portal del padre) y sin más sentido que tratar al espectador como un aunténtico ser endeble y sin criterio.
Es además un señor que no tiene idea de cine, es inexperto, pero que está aprendiendo. Eso sí, pretende aprender a lomos de los pura sangre... Eso es falta de humildad señor Vermut. Reléase la carta de Kurosawa a Bergman y por lo demás, take it easy.
Un poquito de humildad. No todos estamos tocados por el don de la genialidad pero con esfuerzo, tiempo y experiencia quizás.
Vermut puede ser alguien importante en unos cuantos años. Por ahora, hace honor a su apellido... para el Domingo después de la verbena.
Voy a mil por hora este mes en Cineuropa Compostela viendo de todo, sobre todo lo que quiero, lo que puedo después y lo que me dejan si acabo el día con ánimos. Quien se fíe de mi criterio, hará bien o no, o lo que le plazca.
Magical girl: es pura pedantería. Es un complejo tras otro, es una copia, repetición, imitación. Es un director sin experiencia alguna cuyas dolencias se perciben desde que nos presenta una historia con un personaje, en concreto el padre, inerte, más inerte que su propia hija enferma de leucemia. Lo demás es abominable. No hay razones, sólo pretextos, señuelos y trucos.
Es alguien que quiere jugar a dramatizar psicológicamente con el espectador y que utiliza el cáncer, el sadomasoquismo o algo peor a lo bestia, para sojuzgarnos y hacernos cómplices de algo absurdo, terrible, sin guión, sin madurez, sin intérpretes a la altura, con tres localizaciones (2 y media en el portal del padre) y sin más sentido que tratar al espectador como un aunténtico ser endeble y sin criterio.
Es además un señor que no tiene idea de cine, es inexperto, pero que está aprendiendo. Eso sí, pretende aprender a lomos de los pura sangre... Eso es falta de humildad señor Vermut. Reléase la carta de Kurosawa a Bergman y por lo demás, take it easy.
Un poquito de humildad. No todos estamos tocados por el don de la genialidad pero con esfuerzo, tiempo y experiencia quizás.
Vermut puede ser alguien importante en unos cuantos años. Por ahora, hace honor a su apellido... para el Domingo después de la verbena.
7 de marzo de 2014
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
No es la obra representativa de la Venezuela Anti-chavista.
Quizás una somera aproximación o captura de esa devoción sin límites, algo caricaturizada pero también muy distante. Pareciera, desde la el miedo a la censura, que soslaya la crítica social. Lo hace muy violentamente presentado situaciones de sometimiento sexual de hombres hacia mujeres. Pero no es suficiente. Está claro que no. A la par, parece perder ritmo y no hendir demasiado en la herida.
Creo que, rodada unos meses después, no dudaría la directora en reírse explícitamente de Nicolás Maduro.
Ante todo urbana y por tanto caótica, Caracas es la capital del estropicio, del desorden, de la impuntualidad.
Tampoco cumple las expectativas creadas seguramente por la vuelapluma de críticos carismáticos pero pertrecheros. "Pelo Malo" nos acerca a las pequeñas viviendas de barriadas suburbanas de la terrible Caracas. Presentada como una ciudad desquiciada que parece sólo saber manifestarse a base de cláxones, chillidos, estruendos de motores viejos, pitidos, camiones y niños desatendidos en todas sus ilusiones. ¿A quién le importará la vida de un pequeño extraño en esa urbe desquiciada?
No sabemos si la madre rechaza la tendencia de su hijo, el pelo de su hijo, a su hijo o, mucho más probablemente, la situación que le ha tocado vivir y el destino del niño. La mujer es tan poca cosa y está tan debilitada en esa ciudad que sólo antiende al fanatismo chavista que... ¿qué más dará lo que necesiten esa mujer y sus hijos?
Han obviado construir una revolución contando con la mujer.
Y en ésa sociedad, ni ella puede consigo, ni menos con su bebé y su hijo preocupado por el pelo malo.
¿Qué no va a querer esa madre para su hijo que sea cualquier cosa menos algo parecido a una mujer?
No es cine social del que viene de los 70 y 80 de Chile y Argentina. Aquél era más político, más puramente involucrado en denuncias internacionales, conspiraciones de poder... Este, es cine más casero. Sin grandes giros ni aspavientos que han dado en familiarizarnos a todos con las situaciones cotidianas. Más familiares y más tremendas. Muestra opresión sin perder oportunidad de enseñarnos no represaliados ni ejecutados. Lo que se nos enseña son niños sin infancia, que es más jodido.
Quizás una somera aproximación o captura de esa devoción sin límites, algo caricaturizada pero también muy distante. Pareciera, desde la el miedo a la censura, que soslaya la crítica social. Lo hace muy violentamente presentado situaciones de sometimiento sexual de hombres hacia mujeres. Pero no es suficiente. Está claro que no. A la par, parece perder ritmo y no hendir demasiado en la herida.
Creo que, rodada unos meses después, no dudaría la directora en reírse explícitamente de Nicolás Maduro.
Ante todo urbana y por tanto caótica, Caracas es la capital del estropicio, del desorden, de la impuntualidad.
Tampoco cumple las expectativas creadas seguramente por la vuelapluma de críticos carismáticos pero pertrecheros. "Pelo Malo" nos acerca a las pequeñas viviendas de barriadas suburbanas de la terrible Caracas. Presentada como una ciudad desquiciada que parece sólo saber manifestarse a base de cláxones, chillidos, estruendos de motores viejos, pitidos, camiones y niños desatendidos en todas sus ilusiones. ¿A quién le importará la vida de un pequeño extraño en esa urbe desquiciada?
No sabemos si la madre rechaza la tendencia de su hijo, el pelo de su hijo, a su hijo o, mucho más probablemente, la situación que le ha tocado vivir y el destino del niño. La mujer es tan poca cosa y está tan debilitada en esa ciudad que sólo antiende al fanatismo chavista que... ¿qué más dará lo que necesiten esa mujer y sus hijos?
Han obviado construir una revolución contando con la mujer.
Y en ésa sociedad, ni ella puede consigo, ni menos con su bebé y su hijo preocupado por el pelo malo.
¿Qué no va a querer esa madre para su hijo que sea cualquier cosa menos algo parecido a una mujer?
No es cine social del que viene de los 70 y 80 de Chile y Argentina. Aquél era más político, más puramente involucrado en denuncias internacionales, conspiraciones de poder... Este, es cine más casero. Sin grandes giros ni aspavientos que han dado en familiarizarnos a todos con las situaciones cotidianas. Más familiares y más tremendas. Muestra opresión sin perder oportunidad de enseñarnos no represaliados ni ejecutados. Lo que se nos enseña son niños sin infancia, que es más jodido.
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