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España España · Madrid
Críticas de Hernando
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Críticas 31
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
7
29 de marzo de 2013
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ver EL INCREIBLE HOMBRE MENGUANTE (Jack Arnold, 1957) es enfrentarse a la historia de cómo lo cotidiano es puesto cabeza abajo. Para Scott Carey, “el hombre menguante”, esto ocurre cuando atraviesa una nube de radioactividad y empieza a menguar; para el cine fantástico y de terror, cuando Jack Arnold rodó la película.

Lo cotidiano para el protagonista, como no podía ser de otra manera, es nada más y nada menos que el American Way of Life: es un hombre de metro ochenta y cinco felizmente casado, con un dúplex con sótano, un gato cariñoso y arañas en los rincones más oscuros; para los espectadores de la época es la Serie B de los cincuenta, frecuentada por monstruos gigantes -a menudo insectos- fruto del peligro radioactivo.

Según el protagonista empieza a menguar, su matrimonio se amarga, su personalidad se embrutece, y lo que antes contribuía al orden natural de las cosas se tornará en peligros y desafíos mortales. La mujer que le hacía feliz ahora solo puede sentir compasión por él -será una enana la única que le comprenda-, el gato doméstico es un depredador mortal, la fuga del calentador una fuente de agua y más tarde fruto de la más peligrosas de las tormentas; el pan y juego de costuras -dejado por su mujer en el sótano tiempo atrás, en ese juego de asociaciones continuas al que se entrega Arnorld- en un equipo de superviencia, y así un largo etcétera. La vida que llevó hasta ahora ya no le sirve, no es un punto al que regresar, sino de dejar atrás. Aferrarse a él solo envenena el ambiente; es un simulacro sin sentido, y ahí tenemos la magnífica escena de la casa de juguete -cristalización del sustituto inservible del hogar- para demostrarlo. Scott debe dejar a su esposa ir, aceptar su condición -primero como enano pero después no se quedará ahí-, realizar una representación en miniatura de la conquista de la naturaleza y el ambiente por el hombre, y abrazar su nueva vida: su destino infinitesimal, a Dios, según el final impuesto por la productora al margen del director y autor de la novela.

Al espectador de la época tras ver este filme tampoco le quedó más remedio que aceptar que el terror había madurado y estaba listo para un nuevo recorrido. Los monstruos gigantes ya no serían producto del exterior, sino de uno mismo, del punto de vista. La anormalidad ya no estará en el entorno, sino en el hombre. La inocencia del terror de la Universal empezaría a dar paso a un nuevo tipo de terror, el terror psicológico.

Yo no soy un gran amante del terror clásico -por desconocimiento más que otra cosa-, pero tras disfrutar de esta película que empieza como drama para girar a la aventura con unos efectos especiales nada caducos -si bien es inevitable sonreír en algunas escenas por su inocencia-, he de admitir que con 700.000$, una buena idea y no demasiada, se podía hacer una buena película, blindada al paso del tiempo y sobretodo, entretenida. Eso ya es mucho, para algunos, todo.
Hernando
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5
15 de marzo de 2013
6 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Por lo general suelo huir de aquellos batiburrillos contemporáneos que tanto parecen gustar a algunos entre (pseudo)ciencia, (pseudo)filosofía y (pseudo)religión. Alguna vez se pueden quitar los pseudos y quedan obras maestras como “2001: Odisea en el Espacio” (Stanley Kubrick, 1968), pero por lo general, y más en la actualidad donde toman ese a misticismo ‘new age’ del que habla Javier Ocaña en su acertada crítica. “El Árbol de la Vida” (Terrence Mallick, 2011) se libraba por los pelos, pero no suele ser así (véase, por ejemplo, “Las Vidas Posibles de Mr. Nobody” (Jaco Van Dormael, 2009). No obstante ahí estaba la mesiánica Matrix (Hnos Wachowski, 1999) con tanta ciencia como filosofía, con escenas de acción fabulosas y un éxito merecido. Las secuelas entraban más en el tipo de cine pretencioso al que suelen dar lugar estas mezclas, aun así, me las tragué con gusto en mi adolescencia. El día que me dirigía al cine a ver “El Atlas de las Nubes”, iba temblando por lo que me podía encontrar. Estaba por ver si me equivocaba.

El último filme de los Wachowski, ahora con Tom Tykwer -“Corre, Lola, Corre”, (id, 1998), “El Perfume (id, 2006)-, es una película de historias cruzadas entre épocas diversas. Un total de seis: "El Diario del Pacífico de Adam Ewing" (1849), "Cartas desde Zedelghem" (1936), "Vidas a medias: el primer misterio de Luisa Rey" (1973), "El Tremendo Calvario de Timothy Cavendish" (2012), "La antífona de Sonny-451" (2144), "El cruce de Sloosha" (2321). En todas ellas se tratarán los mismos temas y saldrán los mismos personajes. No obstante, en cada una compartirá el protagonismo una pareja principal de las tres que hay: Tom Hanks-Halle Berry, Jim Sturgess-Doona Bae (los ‘chinos’), James D'Arcy- Ben Whishaw (los gays), y Jim Broadbent en el papel de Timothy Cavendish protagonizando una historia que solo sirve para hacer énfasis en algunos temas, alargar más la alargada producción y dar el contrapunto cómico. Cada una de estas historias, además, hará especial énfasis en un tema mediante un discurso mal calzado.

El trasfondo de todos los temas tratados y de todas las historias es la ‘tergiversación’ de dos conceptos de Nietzsche ya comunes en la filmografía de los directores (ver Matrix)*: La voluntad de poder contra los órdenes “naturales” y el eterno retorno. Todas las historias se pueden interpretar en clave de la lucha del individuo contra la opresión de las instituciones y convenciones, es decir, contra el orden establecido. Lucha en la que, inevitablemente, el individuo fracasará. Pero el eterno retorno está ahí, para repetir la misma lucha una y otra vez, para que, intoxicado con filosofía oriental y mucho karma, cada rencarnación de los personajes compense la lucha y dignidad de la vida anterior. Esto del karma llega hasta el punto de que en la última historia (2321) nos encontramos con tres castas: los que llamaré Uruk-Hai (el ‘infierno Wachowskiano para quienes fueron malos), los vayesianos (una especie de ‘purgatorio’ para quienes mostraron su humanidad e irregularidad moral), y otra especie de ‘cielo tecnológico’ para aquellos que fueron buenos. Y por supuesto, a la más santa y mártir de todas la reservan el puesto de ‘diosa’ y al más ruin y malo el de ‘diablo’.

A partir de aquí, y con varios comentarios científicos -p.e. a la física cuántica y teoría de la relatividad-, guiños religiosos -nombres bíblicos: Adam, Isaac, etc., y personajes mesiánicos-, filosofía y religión oriental -karma, rencarnaciones, y un toque Zen-, los directores arrojan panfletos y discursos sobre temas varios entrelazados: La tolerancia sexual y racial, la importancia del amor más allá de cualquier convención (incluida la muerte, claro), la existencia de una Verdad (‘ver-verdad’), la importancia de ser bueno en la vida, la fe, la ruptura del estatu-quo y las convenciones, y la importancia de ser fiel a los sentimientos y valores que uno siente, pues, un sacrificio moral “no es más que una gota en el océano que no cambiará el mundo pero, el océano se compone de gotas”. Puaj! Quien guste de estas frases a lo Paulo Coelho disfrutará enormemente con la película.

Quien quiera otro ejemplo de cómo pseudociencia, pseudoreligión y pseudofilosofía se unen en este proyecto pretencioso y megalómano ahí tiene la estructura temporal: Los creadores de Matrix rompen la narración lineal y el tiempo apoyándose en la teoría de la relatividad, el eterno retorno y las múltiples rencarnaciones.

(sigue en spoiler pero sin spoiler)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Hernando
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4
10 de marzo de 2013
56 de 79 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Black Mirror: El Himno Nacional” (pretenciosa desde el título) es un alegato manipulador contra las redes sociales y nuestro tiempo -siglo XXI, era twitter, posmodernidad, actualidad, o como queráis llamarlo.

Parte de la idea de la “Primera Obra Maestra del Arte del Siglo XXI”: un hombre coacciona al primer ministro a follarse a una cerda -literalmente- para demostrar la degeneración de la sociedad, la volubilidad de las masas, los peligros de las Nuevas Tecnologías de la Información y el morbo que impera en toda comunicación de masas. Para ello secuestra a la princesa -el cómo no importa- y la suelta antes de que el primer ministro cumpla sus exigencias, todo esto, por supuesto, tras haberse arrancado un dedo y hacerlo pasar por el de ella sin que nadie se dé cuenta.

Le pese a quien le pese, no tendría problemas en afirmar que ese hombre de ficción es un artista y su obra digna de reconocimiento, pero tengo más dudas respecto al capítulo. En su pretenciosidad pretende hacer pasar este capítulo basado en premisas ridículas y con un desarrollo que sigue la misma línea por la obra de arte de la que trata la ficción. Un: “os la habéis tragado entero”, “queríais ver la escena del cerdo”, “sois unos morbosos”, “la sociedad está corrupta, ¿veis?”, “las redes sociales una enfermedad”, “los medios unos traficantes de pornografía morbosa”, “¿os preguntabais se seríamos capaces de mostrar la escena sobre la que gira toda la película?”. Por supuesto, no son capaces de hacerlo, ni si quiera de forma elegante e indirecta, mediante un fuera de campo visual (que no sonoro), como si harían artistas de verdad comprometidos con la sociedad y el consumo de violencia (véase Haneke), nada que ver con este gamberrete con cierta gracia. De ser así las cosas serían muy, muy distintas, pero requiere de huevos y talento y no tantas ganas de una rápida fama.

Pero el bueno de Charlie no se da cuenta de que para que todo su alegato satírico contra la sociedad actual, las redes sociales, la posmodernidad, y todo lo que pretende criticar, tenga un mínimo de sentido y no sea simplemente un cúmulo de absurdos -con ritmo, eso sí- manipuladores y con un significado falso: un mito sin pies ni cabeza que los consumidores se creeran, su obra debería ser -o fingir- la realidad, como la de su loco antagonista. Esas escenas de Londres vacío, y de presión hacia el presidente para que sacrifique su dignidad por la supervivencia -mucho más importante que la humanidad- de la princesa, y el morbo de los espectadores, que a algunos les resultaran alucinantes, no son más que un manifiesto demasiado superficial, estereotipado, simplista y manipulador de la sociedad actual. Y no seré yo quien la niegue sus defectos, que son infinitos, o su falta de ciudadanía, que es total, pero no alabaré un abordaje tan burdo.

Todo esto, sin entrar en la dimensión cinematográfica, donde la habilidad con el lenguaje fílmico no sale del telefilm y el ritmo se sostiene decente pero con un gran apoyo en el morbo. Al final el creador de esta “brillante” serie digna de telecinco, peca absolutamente de aquello que quiere criticar, de los peores vicios de la posmodernidad que estereotipa, de la era twitter.

Sí, como thriller político sobre premisas negrísimas funciona y merecería dos puntos más. Probablemente la culpa sea mía por tomarme este chiste demasiado en serio, pero es que se vende como tal, y todas las críticas que he leído y la ponen por las nubes así lo hacen. ¿”Fiel reflejo de la realidad”? Señores, la realidad es mucho más cerda, y no tan simple, no vivimos en un estereotipo.
Hernando
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6
19 de febrero de 2013
7 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo primero que ha de tener presente el espectador que va a ver 'Lincoln' es que no se trata de una película sobre la guerra de secesión, ni de un biopic al uso. Se trata de una maniquea ilustración de la aprobación de la decimotercera enmienda y de un retrato heroico del presidente de la Unión, Abraham Lincoln, un auténtico y adorado mito americano.


Aparentemente el objetivo de Spielberg es aunar la Historia con la humanización e intimidad del personaje, ese gusto tan actual de humanizar a los héroes y a los mitos. Algo que en buenas manos puede salir bien. Me incluyo entre quienes valoran y admiran una magnífica deconstrucción de cualquier mito, por ensalzado que tenga a ese héroe. En manos del Rey Midas de Hollywood esto no es así, se humaniza al personaje histórico con típicos problemas domésticos -hijo muerto, mujer preocupada por la familia tratando de anteponerla a la causa [histórica en este caso], y deja de contar- y un dilema moral tan usado que sorprende su repetido éxito. El resultado no es la deconstrucción del mito, sino su heroización en la esfera familiar. Por supuesto Lincoln es sensible, inteligente, tiene firmeza y tacto con los problemas familiar, astuto, etc. Es decir, todas sus míticas virtudes políticas exaltadas hasta el hastío en el discurso nacional aplicadas de puertas a dentro de casa. Durante la película tenía que imaginarme a Lincoln en el wáter para recordar que era humano. El film es por tanto, en todas sus acepciones, una americanada.

Retomando lo que decía al principio, la película no considera necesario hablar de nada más que de la aprobación de la decimotercera enmienda y de la intimidad del presidente pues da por hecho que el resto ya es sabido por todos. Por eso mismo tampoco se molestará en un correcto planteamiento donde se evidencia que todos conocemos los personajes de la cámara y la estructura de los partidos políticos de la época. Tampoco es necesario recrear la época en su conjunto, su idea de la libertad o sus valores reales (un importante despotismo ilustrado, burgués, capitalista y machista). Y para qué explorar o meditar sobre el problema de la esclavitud, sus causas, los motivos por los que el Sur lo apoyaba o algunos del norte lo desechaban, si puede darse por hecho y es demasiado peliagudo… ¿Para qué hablar de los intereses económicos del norte en la Guerra de Secesión, y en el fin de la esclavitud? No es necesario. Tampoco se profundizará en las creencias raciales (incluidas las de Lincoln) de la época, ni en el debate y discusión real, se da por hecho que la esclavitud es mala. Los únicos argumentos son el “derecho natural” de antaño y el de ahora (¿o acaso no se naturalizan estos valores?) sin más profundidad que esa etiqueta: natural.


Lo único que a Spielberg le parece digno de recrear aparte de la parafernalia y discurso americano que ya mencioné, es el desarrollo de la frase final que muchos coreamos en nuestra reseña: "La ley más importante de la historia de Estados Unidos se ha aprobado a través de un proceso corrupto orquestado por el hombre más puro y honrado del planeta". Asistiremos a intríngulis políticas, ingeniosos insultos en la cámara y al conflicto en Lincoln entre cumplir lo que considera su deber y los medios que debe usar. En algún brillante momento hasta Spielberg juega a insinuar una vena tiránica en él. El director nos ofrece un relato de Lincoln como hombre enérgico de altos ideales pero pragmático, los rasgos necesarios para el héroe americano. Y ya. Esto es todo. Y se hará sin pena ni gloria, con un estilo sobrio, una buena puesta en escena, muy buenas actuaciones pero no excelentes (me pregunto cuántos confunden las virtudes del maquillaje con las del actor), unos personajes bastante poco trabajados y ya*.


¿Dos horas y media para esto? Suerte que al menos en ningún momento se hace pesada. La única escena con una pizca de genio es cuando al final, el criado negro le entrega a Lincoln unos nuevos guantes (negros) y este los tira sobre la mesa sin ponérselos y sin decirle nada. La película pasa volando sin aburrir, y se olvida con la misma celeridad y un ligero mosqueo por su presunta grandilocuencia y la sensación de haber presenciado una lección de Historia con pocos atisbos de realidad.

Lincoln, la última película del Rey Midas, demuestra que no existen dos Spielberg: el genial director y el astuto productor, por mucho que los amantes de 'La lista de Schlinder' quieran pensar así. Solo existe uno, un único hombre que disfruta con el cine y aún más con el éxito, un director que a veces acomete seriamente productos “comerciales” y otras encara con actitud comercial temas más serios. Pero siempre es el mismo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Hernando
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5
22 de enero de 2013
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Zero Dark Thirty (La Noche Más Oscura) es la filmación de la versión oficial sobre la “búsqueda” y “captura” del “genocida” más buscado de todos los tiempos, o sea, sobre la caza y asesinato del mayor símbolo del terrorismo islámico.

El guionista, Mark Boal, sigue la versión oficial a pies puntillas de forma absolutamente conformista con ella. Bin Laden estuvo vivo en todo momento, fue siempre el enemigo, nunca tuvo relaciones con el gobierno estadounidense ni con la CIA, fue el único responsable intelectual del atentado a las Torres Gemelas, ni EEUU (gobierno o CIA) ni ninguna otra empresa o institución tuvo nada que ver; no hubo ningún aviso ni sospecha del atentado. Al-Qaeda son terribles terroristas sin piedad, fanáticos que no se dejan sobornar ni por las mayores sumas de dinero (algo que sí funcionaba en la Guerra Fría); Osama era la cabeza suprema de Al-Qaeda y el rostro del mal; la CIA son personas entregadas que trabajan para proteger a todos los estadounidense; el asesinato de Osama no tiene ambigüedades, su muerte fue accidental y merecida, todo asesinato durante la operación no tuvo otro remedio y el gobierno Pakistaní no estaba sobre aviso de la operación.
No importa que todas estas cuestiones tengan más agujeros que un queso suizo, Mark Boal no muestra más que la versión oficial a pies puntillas, sin salirse de lo trazado. Hay quien alaba su trabajo por haber sabido sintetizar las noticias de 10 años; yo, fiel a mis extravagancias, creo que el periodismo digno de admiración es el que plantea preguntas.

Kathryn Bigelow (directora de “La Tierra Hostil”, 2008) filmará todo esto con una pretenciosa objetividad, creyéndose realmente que eso es posible en el arte de la mirada. Hay quien dice que con ello logra ambigüedad moral, o quienes sostienen que el film es propaganda imperialista yanqui y una justificación de la tortura. Incluso hay quien afirma que la directora está en nómina de la CIA. No sé hasta qué punto es cierta cada una de estas afirmaciones, lo que sí sé es que la carga moral, ambigua o no, es de un esquematismo y simplismo apabullante.

Es cierto -y este es el mayor logro del filme- que Jessica Chastain (“El Árbol de la Vida”, Terrence Malick) hace un papel brillante. En él logra encarnar a la sociedad americana obsesionada por la caza de un hombre. En un principio trata de mantener la profesionalidad pero pronto se ve arrastrada por la búsqueda, se implica hasta el fondo en la caza y asesinato de Bin Laden, quiere hacerle pagar por lo que hizo a América, y por los compañeros que ha perdido en el camino, por todo. Sin amigos, sin familia, es una mujer inteligente, valiente y decidida (se nota la admiración de Bigelow) obsesionada por su trabajo. Llega a un punto en que le resulta más importante la vengativa caza que prevenir futuros ataques. Al final logra su objetivo. ¿Y ahora qué? Llora. No sabemos si de alegría y liberación o de sin sentido al darse cuenta de que nada ha cambiado. Esta es la única escena que realmente justifica la etiqueta de ambigua que se pretende para toda la película.

Por el camino Jessica ha recorrido Guantánamo, instalaciones secretas de la CIA dispersas por el mundo y entablado amistad con torturados, que una vez cansados de su sádico trabajo irán a un despacho en la agencia con un puesto de responsabilidad. Ha debido torturar y gracias a ello ha logrado su objetivo. ¿Merece la pena? Eso debe decidirlo el espectador, aunque yo sospecho cual es la postura de Bigelow. Y luego dicen que los fanáticos son los fundamentalistas que no se dejan sobornar…. Esta es realmente la única problemática que plantean Boal y Bigelow, de forma bastante sencilla

Y ya está. Ese es todo el drama de la película. El resto es un thriller convencional demasiado largo, animado solo por los eficaces atentados y por la guinda final: la recreación del asesinato de Bin Laden. Dejando al margen que Bigelow no se plantea mostrar ni por asomo todas las contradicciones de los informes, ni la desinformación y dudas al respecto de lo que ocurrió (entre las contradicciones oficiales la mujer de Osama afirma que le ejecutaron tras su captura), sí recrea maravillosamente la forma de actuar de los SEAL, casi como un videojuego (cualquier entrega de SOCOM).

¿Y ahora qué? Lloro.
No sabréis si es de emoción ante la obra maestra de Bigelow o si es por los 7€ y las 2.40 horas que dejé por el camino. Juzgad vosotros mismos.
Hernando
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