Un policía de esos que se deja untar, de esos que solo son capaces de mirarse el ombligo e ignorar lo que a su alrededor ocurre, de los que si no estás con ellos, te llevas un balazo por tocarle las bowlings. Así es el agente Santoro. Un tío duro de los que te levantan las muelas solo porque se ha tomado un whisky de más. Un tío duro de los de verdad, pero en el lado erróneo de la línea.

Pero su conciencia, esa que le dice que no es tan malo coger pasta bajomano porque así te puedes costear un par de vicios y aumentar tu reputación en las calles, a veces flaquea. O quizá sea otra forma de mirarse el ombligo y deleitarse con el.

La situación empieza a ganarle terreno. Se asusta. Pero la pose debe mantenerse. Santoro debe seguir siendo Santoro.

Una conspiración se hila ante sus ojos, de tal forma que por ser quien es no se le esconde demasiado. Pero coño, es policía. La conciencia le habla. Se vuelve a debatir entre lo que juró ser y aquello en lo que se ha convertido. Entre el policía novato que no sabía nada de las calles y el pavo hortera y armado que conoce las calles como si las hubiese modelado el mismo. Es Santoro el grande. El temido. El querido.

A partir de ahí, como si de una jungla superpoblada de cristal se tratase, Cage comienza su camino hacia el perdón de sus pecados. Y lo consigue en hora y media y sin rezos. Solo con mala baba reorientada y rabia a mansalva. Un auténtico campeón purgando sus pecados.

En conjunto la película es un triller de esos que se acercan peligrosamente al cine negro, en un mundo oscuro donde todo el mundo es potencialmente malo. Todo el mundo lucha contra todos para poder recrearse en ellos mismos, que al fin y al cabo son lo único importante. Vender a tu abuela por poder apostar una vez más a los caballos es el pan de cada día. Y recuperarla, un sentimiento estúpido.

Cage por fin tiene un papel que le va como anillo al dedo. Debe ser inexpresivo, porque es el tío más duro de Atlantic city. Y el empezar a actuar como debe no implica que deba cambiar la pose. Es parte de el.

Toda la atmósfera es densa… cuesta entrar en un mundo tan oscuro, tan tenebroso, a pesar de toda la iluminación artificial de la ciudad. Sinise hace de villano de los buenos, de los hijos de puta con carisma de los que no sabes demasiado bien que esperar de ellos. Toda una gran contrapartida al amigo Cage.

El conjunto es mejorable, pero las sensaciones son únicas y maravillosas. Ojos de serpiente es una gozada todo el tiempo. Un empezar a disfrutar y no parar, con un De Palma en estado de gracia que se marca un peliculón interesantísimo.

Una pena que la cara de compungido de Cage le haya creado tantos enemigos, porque la verdad es que aquí lo borda.

La Jovovich dando mamporros y huyendo de bichos infectados que fueron humanos y ahora se les llaman zombies. Hambrientos. De carne. Son especialmente antropófagos y caníbales, pero no le hacen un feo a un buen chuletón de caballo crudo.

Todo este intento de recreación del videojuego es una sucia excusa para tener a la Jovovich otra vez enseñando cacha y dando coces por doquier. Sucia y entretenida, así que tampoco es plan de protestar demasiado. Cuando una película de tiros, basada en un videojuego, con chorba florero que aspira a no ser tal es capaz de entretenerte, no es cuestión de pedir mucho más.

Por otro lado ese rollo de hacer una película con el único objetivo de hacer tantas secuelas como se pueda estirar, pues como que no. Porque al fin y al cabo, con toda la historia cerrada sobre si misma, es innecesario el instante final. Pero bueno, es bueno (para ellos) crear expectativas, y no creo que les importe mucho si buenas o malas porque de lo que se trata es de que después vaya la gente y tenga algún interés por las secuelas, cosa que por cierto consiguieron… al fin y al cabo se siguen haciendo nuevas y con la Jovovich encabezando el reparto.

Y yo no veo a la Jovovich haciendo un papel poco remunerado a día de hoy en el que además piense que no va a salir reforzada de alguna forma.

O si… De vez en cuando la gente sorprende.

Lo mejor es ese final medio científico que tiene. Lo que plantea, quiza no sea real, pero es una curiosa reflexión. El resto, Van Damme espatarrándose, dando patadas voladoras y mirando con su cara estándar. Como casi siempre.

En este caso hace de policía, tío duro y viajante temporal. La primera es razonablemente habitual, la segunda cosa es lo de siempre y la tercera pues es la que hace diferente a esta de el resto. Juan Claudio no es más carismático aquí que en otras, pero las coreografías de las palizas están lo suficientemente curradas como para que en conjunto, TimeCop valga algo. Así que tampoco nos quejemos, que hay muchas mucho peores y dentro de esas, hay muchas que pretenden venderte una mala moto disfrazada de película profunda de estar por casa.

Al menos es una película sincera en ese aspecto. Y es de agradecer que no te intenten revestir una película de puñetazos de Pladur con ínfulas pretenciosas de intelectualismos variados.

Poco más, es cierto; pero es más que suficiente.

Eso es algo que el resto de Thailandia no sabía, y algunos van a pagar por ello. Tony Jaa brinca, vuela, flota, salta, patea, gira, sorprende, golpea, destroza, rebota, trepa, gambetea, ataca, sulibeya, pega y se desliza, y mientras yo digo todo esto y me agoto, el fulano este puede continuar. Impresionante. Es capaz de caminar sobre cabezas y de pasar por un agujero mientras salta en el que con suerte, yo metería la cabeza. Un tirillas ágil que solo por el espectáculo visual y acrobático que ofrece, ya merece la pena prestarle atención.

Claro, la historia es una cagada. Es como si a Karate kid, en vez de hacerle bulling (que en tiempos de Karate Kid no existía) le hubiesen robado la GameGear. El crío se enfurruña y tiene que recuperar lo que le corresponde por derecho divino. Tony Jaa igual. La cabeza del buda es suya y olisqueará culos hasta que de con ella, como un perrete. Y como por el camino se encuentra a perros más pequeños, pero con palos y puños americanos, pues se lanza a dar dentelladas. ¡Que tío! ¡Que facilidad de brinco y mamporro tiene! ¡Incluso combinado!

El día que un servidor intente hacer la más fácil de las piruetas, tendré marcado de antemano el 112, porque no puede acabar en nada bueno. A no ser que contrate un doble, claro. Pero ni eso necesita el amigo Jaa. Si tiene que saltar metro y pico en diagonal el colega va y salta, como si fuese lo más sencillo del mundo, y si tiene que parar una nevera con la rodilla no le duele, le motiva para dar un mamporro con el codo más fuerte todavía.

Por si no ha quedado claro, lo único que vale es ver a Tony Jaa dando golpes y saltando durante toda la película. Pero solo con eso, supera no solo a muchísimas películas de acción, sino a muchísimas películas en general.

A día de hoy, me declaro abiertamente fan incondicional de Tarkovsky. Fan de ese soviético que, aunque obsesionado con según que cosas, sabe hacer maravillas cinematográficas de las que se quedan en la retina y en la memoria y que suponen un deleite extraordinario. Y si bien Tango y Cash están bastante lejos de ese tipo de cine, por no decir diametralmente opuesto, si se puede apreciar parte del temple de aquel. Pero claro, es normal; Konchalovsky y Tarkovsky eran amigos y colaboraron juntos un par de veces en los guiones.

Todo se pega menos la belleza, y por ello Andréi aprendió de Andréi y pudo comenzar su carrera en solitario. Una carrera que le llevaría hasta Hollywood.

Allí, desplegó todo el arte que pudo en cada obra y acabó dirigiendo Tango y Cash. Obra clave en el cine de acción ochentero en el que un Stallone y un Russell tremendamente compenetrados son capaces de hacer de amigos y de enemigos de una forma profunda y creíble. Amén, por supuesto de todo el proceso que les lleva de un estado a otro.

La historia, de lo mejor que ha dado el cine de acción. El tal Feldman es capaz de partir desde una situación bastante vista en el cine para hacer un guión repleto de grandes diálogos lapidarios y situaciones espectaculares, que tienen gran fuerza visual (con la ayuda del director) a pesar de las pirotecnias finales.

Acción con pocos límites, diversión a costa de los brazos ejecutores enemigos, y una maravillosa persecución por carretera. ¿Qué más se puede pedir?

Y el que vuelva a dañar la imagen pública de estos ases de la acción, que se prepare, porque volverán a repartir galletas a cuatro manos.