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Críticas de Jose_Lopez_5
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Críticas 390
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
6
30 de marzo de 2024
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Segunda entrega de la chiclosa adaptación de "El hobbit"; material desproporcionado fruto del amor de Jackson por el pecunio, a quien le cambió la vida después de trasladar "El señor de los anillos" a la pantalla una década ha.

El neozelandés, pagadísimo de sí mismo a esas alturas, y convencido él de haber sido elegido por los hados como el único capaz de adaptar las obras de Tolkien (cosa que no podemos negar por ahora), se entregó a la codicia sin control. Primero atacando por la vía legal para que le pagasen aún más por su trabajo en la trilogía anterior y, después, deformando un libro infantil a base de relleno para así volver a hacer caja con otra trilogía. Por lo visto su amor por la obra de Tolkien discurría paralelo al cariño por su cuenta bancaria.

Así, en esta segunda entrega a los protagonistas les sucede de todo, convirtiendo cada pasaje de la novela casi en una pequeña película. Y eso cuando es material de la novela, porque Peter insertó personajes y subtramas nuevas a voluntad. Esto derivó en una extensa aventura con arañas, una circense pelea en barriles deslizándose por unos rápidos, un rollete romático interracial, cuitas políticas locales y, por supuesto, el allanamiento de la Montaña Solitaria. De hecho, para cuando sucede esto último el espectador ya anda bien saturado de aventuras, por lo que algunos nos preguntábamos cuánto faltaba para la próxima parada y fonda.

Sin embargo, lejos de dar un respiro la épica continúa, tocando ahora el despertar de Smaug, quien ya parecía dormir entre los mitos. Un peligro que, pronto, se transforma en uno de los mayores dolores de huevos de la película, no tanto por amenazar a los protagonistas, como por encarnar a uno de los personajes digitales más petulantes, insidiosos y coñazo. Tanto es así que, apenas despierta, ya está dando la murga con su cháchara pretenciosa.

No obstante, y siendo ya lícito entornar los ojos prestos a abandonar, la historia apuesta por otro salto mortal, ahora en forma de una alocada persecución en donde, no solo Smaug luce su insufrible verborrea, sino que también se revela medio lelo por cómo lo torean. Un hecho que domina un tercer acto difícil de soportar, con los protagonistas corriendo como pollos sin cabeza y luciéndose cual saltimbanquis, mientras ejercen toda clase de bricolajes con máquinas abandonadas sin que daño alguno les suceda, aun cuando fuese una triste rozadura.

Al parecer, a Jackson le debió de parecer gracioso que los personajes experimentasen retos físicos propios de superhéroes y capacidades de esquiva inverosímiles. Todo ello frente a peligros que amenazaban sus vidas a pocos centímetros y cada pocos segundos. Tanto es así que hay partes del metraje que orillan la comedia, tan exageradas son las habilidades de los protagonistas y tantas las casualidades que los salvan "in extremis".

"La desolación de Smaug" (2013) es, por tanto, una película que ya anticipa el desvarío superlativo que se nos vendría encima con la siguiente entrega, pues en ella se vislumbran las bobadas y números de circo que Jackson quiso incrustar en estas entregas. Una montaña rusa en donde la acción descerebrada primó sobre los personajes y la historia, en una maniobra que algunos hemos interpretado como una borrachera de soberbia.

En resumen, ha pasado más de una década, y la cinta sigue luciendo como un peñazo empecinado en alargarlo todo para justificar más entregas. Prueba de que hay personas que, cuando triunfan, se creen los reyes del mambo.
Jose_Lopez_5
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4
28 de marzo de 2024
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me encanta escribir críticas sobre Schwarzenegger. La mezcla de nostalgia, admiración personal y fascinación por sus contradicciones me resulta hipnótica. Lejos de parecerme un tipo despreciable o un ganador al que idolatrar, Arnold capta mi atención por su naturaleza humana. Una imperfecta pero amplificada gracias a unas cualidades tan virtuosas como condenatorias. Tanto es así que estoy convencido de que, cuando le falle el corazón y nos abandone (véase spoiler 1), será el candidato a las más grandes de las miniseries, películas y documentales. Porque lo suyo hay que llevarlo al cine, a la tele y adonde haga falta, tan llamativo es todo lo que rodea a su persona.

Ahora bien, si volvemos la vista atrás, comprobaremos que Arnie hace ya tiempo que no triunfa frente a las cámaras. A título personal considero que su etapa de gloria correspondió al periodo 1982-1994, enmarcado entre "Conan, el bárbaro" (1982) y "Mentiras arriesgadas" (1994). Una época a la que siguió una trayectoria decadente, en especial tras su primera operación de corazón. Tanto, que seis años después dejó el cine y abrazó la política activa durante ocho años. Un tiempo que, dada su situación profesional y personal, tuvo un grave impacto en su imagen.

No en vano, allá por el 2011, año de su salida de la política, sus pelotazos no solo se veían cada vez más lejos en el retrovisor, sino que el mundo andaba sumido en una crisis económica brutal, nuevos actores habían maniobrado para ocupar el vacío de poder que dejó (con Dwayne Johnson como principal usurpador), las redes sociales ya empezaban a borrar la inocencia de las masas a golpe de cinismo y crueldad, y su propia imagen como gestor andaba en paños menores, dado que gobernar California resultó más difícil de lo que él vaticinó.

Por ello, cuando Arnold regresó al cine se encontró con que el mundo ya no era como cuando él se fue, como tampoco él era la misma persona que lo abandonó. Los años pesaban, los gustos habían cambiado, y su otrora fama estelar, aunque aún reconocible, no resultaba tan interesante para el nuevo público. Porque la realidad era que Arnold ya andaba más cerca de ser un abuelo que del gran héroe incombustible de los 80 y 90. No extraña, por tanto, que sus intentos por volver al candelero fuesen discretos, aun cuando diversificó con el drama o incluso el terror. Arnold había enfilado el crepúsculo de los dioses.

Desde entonces Schwarzenegger ha estado dando bandazos. Desde dibujos animados hasta volver a intentarlo en dos ocasiones con la franquicia de "Terminator". Entre medias, vueltas al cine de acción, muchos documentales (muchísimos), apariciones fugaces en algún producto ajeno e, incluso, papeles de secundario a las órdenes de Stallone. Ojo a esto: Arnold trabajando de secundario, como si, de nuevo, fueran los años 70 y tuviera que abrirse paso. Ver para creer (véase spoiler 2).

Los resultados, a la vista saltan, distan de ser brillantes, algo de lo que el propio austríaco parece ser consciente, como tampoco sus intervenciones públicas atraen el mismo interés que antes. Época ya lejana en la que podía aparecer en cualquier programa de televisión, realizar declaraciones ingenuas y casi bobaliconas, y acabar en loor de multitudes. El mundo ya no funciona así.

Esto ha derivado en una toma de conciencia de su situación y en una explotación a trote cochinero de lo que resta de su imagen. En otras palabras, está vendiendo lo que aún queda de sí mismo consciente de que cada vez vale menos. Una estrategia que lo está llevando a protagonizar anuncios de lo que se tercie: videojuegos, cerveza, coches eléctricos, herramientas de bricolaje e, incluso, seguros. Porque, sí, ahora Arnold vende seguros.

Así, "State Farm Insurance" es el nombre del nuevo postor al que Arnold ha vendido su imagen y clichés vinculados a su persona. Para lograrlo, recurre, cómo no, al humor, tomándose a chufla sus problemas de pronunciación, sus frases míticas e, incluso, sus colaboraciones pasadas con Danny DeVito; otro al que también hace tiempo que no llaman para nada especial, y que tampoco se lo ha pensado mucho cuando le ha tocado amortizar lo que le queda (véase spoiler 3).

El resultado es un spot televisivo de seguros en donde Arnie, tirando del cine dentro del cine, nos cuenta la intrahistoria que rodea a sus intentos por rodar anuncios de esa aseguradora. Ya sabe, esas mafias de las que es ilegal lucrarse, pero que sí pueden hacerlo de los demás a base de estafas, abusos, mentiras y un potente cuerpo de abogados. Si alguna vez se las ha tenido que ver con una aseguradora entenderá bien de lo que hablo. Vamos, como la banca.

En resumen, poco que rascar tenemos aquí. Arnold se ríe de sí mismo mientras intenta convencer a la gente de que contrate un seguro del hogar, en lo que es un acto de tintes humillantes. Si no fuera porque en España está prohibido, capaz sería de vender enciclopedias puerta por puerta. Al Chuache no se le puede negar capacidad para reinventarse, pero lo mismo debiera fijar algún límite en nombre del amor propio. Por dinero no será, eso seguro.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jose_Lopez_5
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2
17 de marzo de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Jack Black. Un nombre que resuena en los oídos de los aficionados al cine desde hace treinta años. Uno de esos tipos que no deja indiferente a nadie pues, o lo adoras, o gustas de arrojarle una silla a la cabeza.

Una persona a la que, aquí, en tierras europeas, conocemos por su faceta actoral, pero que en EE.UU. luce también otra, la musical. De hecho, a Jack la música le pudo antes que el cine. Y el cine antes que cualquier otra cosa. Porque lo suyo eran las artes escénicas. O lo que él entiende por ellas.

Actor de profesión y músico por afición, Jack es el hijo de una brillante ingeniera de la NASA que empezó en papeles menores durante los 80 aunque, siendo justos, no cabría hablar de un arranque hasta la década siguiente. De esa época nos quedan innumerables papeles fugaces que, gracias a Youtube, no son difíciles de hallar. Así, podríamos citar su primer trabajo siendo todavía un criajo; un anuncio de televisión de una consola de videojuegos de 1982, cuando ni tan siquiera había empezado aún la Edad de Oro de los 8 bits. O aquel conocido episodio de "Expediente X", allá por el 95, en donde un colega suyo dominaba el poder de la electricidad con resultados funestos.

Dos meras muestras de una trayectoria variopinta plagada de intervenciones menores. Esas de las que te acuerdas décadas después gracias a IMDB o a algún comentario en un foro. Porque Jack le metió a todo lo que pudo, a veces incluso poniendo un rictus serio, aunque no antes de buscarse a un amigo con el que formar un estrafalario dúo musical que aún existe hoy día. Y con asombroso éxito, todo sea dicho.

Sin embargo, nada de esto creo que le interese dado que la razón por la que la gente suele mentarlo como actor es por el personaje con el que se vistió a modo de uniforme de trabajo. Uno bastante payaso, histriónico, excesivo, desatado, que lo empujó a convertirse en una especie de bufón contemporáneo. No sabría decir cuánto tiempo lleva en ese rol que traspasa las pantallas, pero si apostase por el cuarto de siglo seguro que no ando desencaminado.

La cuestión es que Jack Black se ha convertido en un tipo que hace de sí mismo. Una frase trillada pero representativa de la personalidad bufa con la que nos ha bombardeado durante años. Eso no quita, por supuesto, que haya tenido algunos aciertos en el cine, algunos bien valorados por los aficionados a la música. Porque a Jack ésta le supura por cada poro, de modo que, siempre que la ocasión se presta, nos recuerda su querencia por marcarse números músicales y por hacer apología de su melomanía, con el heavy como pieza de referencia.

Soltada toda esta turra tan introductoria como cansina, toca entrar en faena y empezar a lidiar con esta adaptación, enésima ya, de los fantásticos viajes de Gulliver. Una obra literaria, con tres siglos sobre sus espaldas, que ansiaba ser una crítica contundente a la sociedad del momento, siendo por ello objeto de adaptaciones periódicas, algunas más acertadas que otras. Y la que aquí tenemos, para qué negarlo, falla el tiro con intencionalidad y avaricia.

No en vano, estamos ante una versión grotesca y chirigotera de la historia original. Una en donde los hechos y personajes han sido deformados, con saña y estupefacientes, hasta tornarla en un relato de esos que causan vergüenza ajena. Porque adaptaciones pobres las hay, pero ninguna buscaba acabar mal. Esta, por el contrario, obró a conciencia, con empeño y esfuerzo para que resultara en una estupidez, no ya infantil, sino subnormal.

Si ha leído la novela o visto alguna que otra adaptación, olvídelas. No hay parecido posible con la aquí presente. Porque ésta es fruto de esa práctica, tan estadounidese como la manteca de cacahuete, basada en deformar hechos y personajes hasta reducirlos a una comedia grosera. La infame "gross-out" inventada por los yanquis hace cincuenta años, y que tiene a criminales como John Landis entre sus mayores apóstoles y a Todd Phillips como fiel discípulo. Humor burdo, de mal gusto, faltón, abiertamente escatológico, a veces gratuitamente violento, en donde todos los intervinientes arrastran inteligencias de párvulos mientras, pobres ellos, son incapaces de responder con sentido común a los hechos que se les presentan. Es decir, terreno abonado para Jack Black y sus desates.

Lo más curioso de este asunto es que, si asume desde el principio que está frente a un producto absurdo, ante un sinsentido creativo que flirtea con el esperpento, lo mismo hasta puede echar el rato sin querer reventar el televisor de un ladrillazo. Recomiendo, eso sí, escucharla en versión original, para así al menos poder oír a Jack con su característica voz. Porque el doblaje que le endosaron en España fue ruin. Asimismo, junto a Black encontrará a Emily Blunt y a una muy secundaria Amanda Peet, lo que a buen seguro le hará preguntarse, igual que yo, acerca de los chantajes que les hicieron para que firmaran aquí.

En resumen, película anterior a sus pelotazos con las secuelas de Jumanji y a la adaptación del videojuego de Mario. Por entonces no tenía tantos millones como ahora y era más surrealista. Al menos, de unos años para acá Jack ha echado un poco el freno, aunque sea a su manera. No es mal tipo, y seguro que debe ser una persona genial con la que irse de fiesta, pero esto requiere muchas tragaderas.
Jose_Lopez_5
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7
28 de febrero de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Un día de furia" (1993) es, con seguridad, una de las películas más representativas del mundo en el que muchos viven. Una cinta estrenada en la época posterior al (y heredera del) Reaganismo (Clinton ganó ese mismo año), que reflejó con precisión el sentir de muchos en una sociedad, la estadounidense, que, treinta años después, es la misma en todas las mínimamente desarrolladas, orientales incluidas.

La historia nos confronta con su protagonista y su existencia basada en el sometimiento y la esclavitud voluntaria. Una vida, la de un estadounidense de clase media, idealizada desde la infancia e incentivada por cada pieza que la compone, dominada por una existencia huera, falta de sentido y regida por principios absurdos.

Como bien apunta otro comentarista, William Foster, su protagonista, no es un mindundi con un enorme enfado ocasional; es un ingeniero denodado que, durante gran parte de su vida laboral, ha trabajado para un contratista militar. Desde pequeño ha seguido las normas de la sociedad, ha sido un buen ciudadano, ha estudiado, ha trabajado duro, se ha casado y ha consumido como dictan las reglas sociales. Ha seguido cada norma sin rebelarse ni chistar en voz alta. Y todo, ¿para qué?

Porque el personaje de Douglas, en su cuarentena, está harto. Se ve despedido, divorciado, sin derecho a acercarse a su retoño, y se siente un peón más, un mero número, en un sistema que ha perdido cualquier humanidad, porque lo único que importa es producir y consumir. Una situación que se desboca cuando, por causa de una colección de incidentes triviales, cae la última gota. La que hace, no que el vaso bose, sino que la presa reviente.

Es en ese instante cuando Foster estalla. Se ha hartado de una vida futil en donde nada compensa; en donde su única existencia la ha dedicado a trabajar, a aguantar, a resistir idioteces; en donde los justos son maltratados y los sinvergüenzas premiados; en donde es obligatorio probar que no se necesita dinero para que a uno se lo quieran prestar. Foster se descubre así atrapado, sin familia, sin ni siquiera derecho a ver a su hija, aunque sí obligado a mantenerla. Un hombre ya perdido en la vida que, tras haber respetado las reglas, descubre que éstas son cadenas.

Foster no es, además, ningún beato porque, lejos de presentárscenos como una víctima inmaculada, es descrito como un tipo con defectos, los cuales quedan plasmados en la orden de alejamiento de su exmujer. Justo a ojos de un juez, pero no así a los suyos, quien seguramente está cansado de ser la persona de la que todos se aprovechan: el Estado, su exmujer, su antigua empresa, y hasta la sociedad que ya ni se molesta en tratar con consideración y humanidad a sus miembros.

"Un día de furia" es un buen alegato contempóraneo contra la sociedad actual. Uno en donde incluso los mejor posicionados laboralmente no dejan de ser más que números a ojos de los gobiernos. Los mismos que han permitido toda clase de injusticias, a veces incluso tolerando a los más olvidados actuar como sinvergüenzas. Una sociedad egoista de mentiras, de apariencias, de conformismo, de gente adocenada por las herramientas del momento.

Estamos ante una película tremendamente personal, en tanto que cada cual le encuentra las lecturas que mejor le parecen, y en la que casi todos los espectadores buscarán compararse para concluir si se identifican con los males del protagonista o no. Una característica que da mucho juego, tanto entre quienes la defienden como entre quienes la repudian pues, al final, será la experiencia de todos y cada uno de nosotros la que dicte sentencia.

En resumen, no está entre lo mejor del cine, pero no pasa desapercibida. Quizás peque de simple, pero no se le puede negar un punto de razón. Lo más triste es que, lo que hace treinta años parecía una ficción exagerada, hoy pocos se atreverían a tildarla como tal.
Jose_Lopez_5
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2
10 de febrero de 2024
13 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se abre el telón y sale Aquaman en bata y zapatillas. ¿Qué película es?

Hace un lustro Aquaman tuvo su propia película. Hasta entonces había sido un secundario interesante, aunque sin obra propia que reclamar, por lo que en el 2018 suplieron esa carencia, con Arthur disfrutando del protagonismo que se merecía.

Aquella película homónima se evidenció rentable, como probó su taquilla de $1148 millones frente a sus $160 millones de presupuesto. Empero, la calidad escaseó por culpa de unos personajes simples y una historia falta de originalidad aunque, eso sí, empanada en toneladas de CGI vistoso. Tan bajo fue el nivel que hasta el versionado de "Africa", del grupo Toto, ejecutado por el patán de Pitbull, recibió hostias como aspas de molino. No obstante, a la productora bien poco le importaron estas pifias, ocupada como estaba contando fajos de mortadelos.

Cinco años después aquí estamos otra vez con las aventuras del barbudo Arthur, no sin antes mediar polémica por causa de la exchurri de Depp, Amber Heard. Señora de hábitos escatológicos que, junto a su exmarido, protagonizó titulares que derivaron en un juicio más mediático que legal, amén de una batalla encarnizada por agenciarse los millones del que fuera su Capitán Jack Sparrow. Entre tripas sueltas y acusaciones mutuas de maltrato, la charanga derivó en cancelaciones, con productoras tomando partido cual jueces, amén de un movimiento neofeminista al que le salió rana la gata cagona. Defenderla dejó de rentar.

La nueva entrega, "Aquaman y el reino perdido" (2023), es, por tanto, la continuación de su antecesora, con un Aquaman casado con Mera y padre de un mocoso. Un churumbel que lo derretirá de orgullo paterno, aunque no lo deje dormir (véase spoiler 1). Un recurso este que la cinta usará para potenciar una comicidad desatada, con un Arthur en zapatillas y albornoz cambiándole los pañales al nene. El mismo Aquaman que, junto a su parienta pelirroja, se ha quedado a vivir en el faro de su padre, tan mal debe estar la vivienda en EE.UU.

Como sucede con todas las (malas) segundas partes, esta entrega intensifica lo que los productores creen que fue un acierto en la primera, olvidando aquella lección de que más cantidad no implica mayor calidad. Por tanto, han obviado el equilibrio de ingredientes y aplicado el enfoque lesivo según el cual, si un poco estuvo bien, mucho debe estar mejor. Vamos, que toca tragar humor y CGI hasta reventar.

La historia, además, juega con la relación entre el rol de Momoa y su hermano Orm, en busca así de un choque de personalidades propio de las películas de compañeros. Mera, por su parte, ha quedado reducida a una comparsa, no sabemos si por la tontería ocurrida en los juzgados o porque ya estaba decidido. En cuanto al personaje de Vulko (Dafoe), ha sido borrado, mientras el ecologismo y la recurrente venganza han pasado a ser los motores principales, con un sucedáneo barato de Sauron queriendo adueñarse de la Tierra Me... del planeta.

La película, faltaría más, ha sido poblada de escenas imposibles, protagonistas casi indestructibles y giros rocambolescos del guion, haciendo del "deus ex machina" la norma. Esto, claro, abre las puertas a que ocurra lo que a los guionistas les apetezca (véase spoiler 2), pero provocando que los personajes pierden interés en igual proporción, siendo Aquaman el más afectado. Y eso, en una película en donde es el protagonista, es grave.

Otra carencia, y esto es cosa seria, es el facineroso que da pie a todo el pifostio, Black Manta. Es bien sabido que el villano de todo relato siempre debe estar igual de trabajado, o incluso más, que el protagonista, pues es el desencadenante del conflicto. Un buen malvado puede salvar una película pobre, cuando no elevar alto una obra potable. Unas lecciones aquí omitidas que han hecho de él un tipo bidimensional, sin carisma ni fuerza, reducido ahora a un negro enfadado y hosco mirando al vacío.

Tampoco el hermano del Hombre Pez sale bien parado porque, aun teniendo posibilidades, Orm ha sido forzado a enfilar derroteros humillantes, a la vez que han diluido su personalidad. No miento al decir que parecen haberle dado más palos que a un pulpo, luciendo ahora cual Pepito Grillo de carácter mohín y grisáceo. Poco queda ya de su anterior caracterización, hasta el punto de parecer otro personaje distinto.

En cuanto al resto del reparto, inaguantable el quejoso y explicativo Dr. Shin (Randall Park); peñazo mayúsculo el rol menor de Stingray (Jani Zhao) a quien, además, le han endosado un doblaje punible al castellano; y molesto lo del Rey Cangrejo, vulgar alivio cómico de manual. Con decir que llegué a encariñarme, por lástima, de Dolph Lundgren, tan mal andaban las cosas.

Y todo esto mientras el ya citado humor campa a sus anchas, falto de sutilezas, en donde lo burdo, o incluso lo repugnante, ha tomado el control, convirtiendo esta película en un circo incómodo sobrado de payasadas y frases tontas que dañan sus ya débiles cimientos. Ahora toca reírse con orines, cucarachas y comida rápida. Como vemos, la cultura yanqui siempre exportando lo mejor.

Como detalle final, el CGI, usado sin mesura, parece haber experimentado un ligero retroceso. Y no lo digo por mi ojo entrenado, que no lo está, sino porque hay ocasiones en las que resulta extraño, por no decir cantoso. En la anterior cinta, por ejemplo, estaba empleado con más profesionalidad y, aunque saturaba el metraje, no parecía incurrir en algunas malas prácticas aquí vistas (véase spoiler 3). No creo exagerar al afirmar que la historia está al servicio de la infografía. Y todos sabemos las consecuencias de esa estrategia.

En resumen, continuación aburrida y decepcionante de la vida de Aquaman. Si la anterior no merecía un aprobado, esta obliga a reunirse con sus responsables y explicarles lo bonita que está la cola del paro en esta época del año. Presupuesto de $205-215 millones, taquilla de $424 millones. Un fracaso.
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Jose_Lopez_5
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