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Críticas de toribiodeporra
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Críticas 21
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
2
14 de diciembre de 2015
11 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
Creo que para entender esta serie, se han de dar un par de notas relacionadas con el elenco. La valoración, por tanto, se columbra de mis apostillas.

Charlie Hunnam, más conocido por "Señor Caritas", actor blandito con más interés en mantener los labios permanentemente húmedos, teñirse las mechas de un rubio ideal y lanzar miradas profundas con descoyuntadas poses de cuello, que de hacer creíble el papel de macarra atormentado. De hecho, unos de los grandes problemas fue convencer al actor de que prescindiera del colorete y de los bigudíes porque, como le decía el director de unos de los episodios "eso no ayuda a parecer más macho man".
La elección de Charlie para interpretar a Jax Teller, se decidió tras duras sesiones del equipo de cásting jugando al "pinto pinto" en una primera ronda y terminando con una dificilísima sesión de "la botella loca" para decidir quién se hacía finalmente con el papel.
Entre los duros que componían la candidatura también se barajaron los nombres de David Hyde Pierce (Dr. Niles Crane, hermano de Frasier), Chema el panadero (famoso en el Barrio Sésamo de Espinete), Elijah Wood
disfrazado de Frodo Bolsón, Mario Vaquerizo y las Nancy Rubias y Boris Izaguirre.
Como podrá observarse, la competencia fue extremadamente dura.

Ron Perlman, más conocido como "Penitenciágite" o "El Quasimodo de Minnesota", llegó a esta serie tras
cagarse en la madre que parió a gran parte del equipo de producción y de ponerles unas caras tan espeluznantes que hizo que el terror anidara en sus corazones. Luego resultó que sólo estaba reprimiendo un estornudo, pero la cosa ya estaba hecha y no tuvieron cojones de decirle que no.
Ron Perlman, que inició su carrera haciendo de orangután con Clint Eastwood en película de James Fargo, Duro de pelar, encontró sumamente estimulante el papel de Clarence «Clay» Morrow por, como rezan sus declaraciones, "ver si podía arrimar cebolleta a la mujer de Al Bundy y, mientras tanto, arrear algunas hostias". "Lo más complicado -dice Kurt Sutter, creador y productor de la serie- fue ajustar las gafas y el casco a la forma
imposible de la cabeza de Ron". Resuelto el problema, con la inestimable ayuda del equipo de imagen del dufunto Copito de Nieve, el resto fue coser y cantar.

Katey Sagal, también conocida como "la Pelos", "Bragas de Lycra" o "La Mrs. Ropper norteamericana", se caracteriza por ponerle a cada interpretación una gran dosis de furor uterino. El gesto permanente de ganas de macho y la fuerza con la que se aferra a las nalgas del primero que cruza (justificadas por las temporadas de abstención sexual a la que se vio sometida mientras grababa Matrimonio con hijos) le hicieron firme candidata desde un principio a dar vida a la viuda cachonda Gemma Teller Morrow.
Después de siete temporadas de Sons of anarchy (lo pongo así para que se vea que domino perfectamente la lengua de Chéspir), la actriz dice que ya ha tenido bastante y que espera que para el próximo papel le toque una monja, pero sin que se acerque el gorrino del Perlman, que tiene la mano muy larga.

"El resto de los personajes no tiene mayor importancia -apostilla Sutter- porque siempre están sumidos en humos de explosiones, de espaldas y con los pantalones bajados haciendo la caidita de Roma a alguna pelandrusca o con el casco calado hasta la nuez". "Es un papel muy agradecido de interpretar" dice,
entre trago y trago de pacharán, un señor gordo y con perilla vestido de cuero negro y con tatuajes por todo el cuerpo que no sé cómo se llama. "La pinícula es mu bonita y seguro que gusta a todos los niños..." -concluye tras hipar varias veces y descargar una tremenda ventosidad.

Para terminar, sacamos un par de peras, hacemos varias tomas de escenas de sexo desenfrenado, unas cuantas explosiones, tiros y ruido de motos con el tubarro limao, malotes dando patadas a botes a altas horas de la noche pa joder al vecindario y una dosis de moralina ridícula macerada en una especie de honor samurai con más ketchup que wasabi y ya tenemos serie.

... Y así, sucesivamente.

¡Pero bueno!
toribiodeporra
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4
28 de setiembre de 2015
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Imaginad que, con motivo de una fiesta para celebrar sus bodas de plata, -por ejemplo- tus padres se reúnen con un grupo de amigos. A medida que el alcohol baja de nivel en las botellas y el humo de algún porrillo extraviado contagia de risas blandas las bocas de los presentes, va propagándose por el sarao la más laxa deshinibición. Entonces se despojan de etiquetas, protocolo y afectación. Los visitantes evolucionan más libremente, se van sintiendo cómodos: se aflojan el nudo de la la corbata y dejan de meter las barrigas -ellos-, mientras que ellas se atreven a abrirse un poco el escote o aun, en un alarde de valentía, a quitarse la faja. Todos estos ingredientes, sumados a la música de cassete, obran el milagro y entonces llega el desmelene. Tú, escondido en el piso superior, observas con un nudo en el estómago y rebosante de vergüenza ajena, cómo tus padres se comportan de manera inapropiadamente desenfadada: beben sin control, cuentan chistes pasados de moda, escenifican gracietas con la despreocupación de un histrión... Y en un momento dado, en el culmen del despiporre, contagiados por el influjo de la fiesta, se lanzan a bailotear con pasos torpes, zambos y ridículos, una danza sensual y desmadejada. El horror y, sobre todo, el bochorno que esto te provoca, te llena el cuerpo de escalofríos, carne de gallina y un continuo chirriar de dientes. Y no es que hayas dejado de querer a tus progenitores, ni pretendas romper el nudo que te ata a ellos, sino que deseas fervientemente conservar el respeto que te han hecho perder al verlos de esa guisa, o mantenerlos en la línea sensata que la dignidad -a estas horas, perdida del todo- dicta.

Tengo edad suficiente como para guardar una imagen más o menos vívida de lo que fue parte de La Movida madrileña, y cuando repaso esos años, me da la sensación de que salen bien parados aunque en la memoria de cada uno las evocaciones, lejos de envejecer, se reaviven con insertos y añadidos que las mejoran. Puede que esto responda al ejercicio particular de preservar la impronta que los años de juventud nos tatuaron en el recuerdo y que, pese a todo, se resiste a abandonarnos por mucho que vivamos.

La otra noche pude volver a ver Laberinto de pasiones y no sentí lo mismo.

Fue un placer el reencuentro con Poch, o con un irreconocible Santiago Auserón, en un ambiente donde Ceesepe o el Hortelano, jóvenes, pujantes y llenos de sueños, podían aparecerse en cualquier momento al la vuelta de cualquier esquina paseándose por la Gran Vía o Malasaña de la mano de Oukelele... Macnamara pidiendo fabada con lengua gorda tras ser taladrado por la broca lúbrica de la foto-novela, Almodóvar en el escenario, libre de corsés y de responsabilidad... Sí, todo eso estaba ahí y dejó un rasguño en en alma que me hizo volver la cabeza atrás, cerrar los ojos y desear encontrarme en La Vía Láctea o en La luna al volver a abrirlos... pero sólo por un momento. Se quedó en un estremecimiento fugaz, en un guiño que dura lo que se tarda en esbozar una sonrisa, en un destello pasajero que se fue trocando en patetismo y chapuza. Tal vez sea cierto eso de que cada uno se hace sus propios recuerdos...

Al reencontrarme con esta película pude observar de nuevo, desde el sofá de mi salón, ese mundo al que un día pertenecimos y que supuso un punto de inflexión en tantas vidas, pero vacío de implicación y carente de la complicidad que creía hallar. Está claro que la lente limita demasiado. Comprobé que, desgraciadamente, nada queda ajeno al paso del tiempo. La sensación que experimenté, con un escalofrío, un poco de incredulidad y mucho sonrojo, es como la de irse muy atrás y volver a ver las fotos de la comunión, como la de verme, más tarde, retratado con pantalones de pitillo, chaqueta de cheviot y luciendo una sonrisa difusa entre hombreras inabarcables... Algo se encoge dentro de ti, algo se remueve, se agita y no es un efecto del todo placentero; se mezclan demasiadas cosas. Es, en definitiva, un poco como eso de ver bailar a tus padres.
toribiodeporra
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2
5 de abril de 2015
2 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sucesión infumable de tópicos : litros de limoncello, grappa y chianti trasiegan por los gaznates de italianos altos, guapos y de ojos de un azul mediterráneo, vestidos indefectiblemente de Armani, montados en Alfa Romeos o Vespas y luciendo bultos que sugieren tener una buena "pizza" que hará las delicias de la americanita de turno. Ésta es buena, guapa y con una candidez tras la que esconde unas ganas locas de retozar como una perra entre retamas y amapolas. Después del desencanto de un amor roto, surgen, a continuación de algunas reticencias de carácter lenitivo, la calentura y el desmelene. ¡Miracolo, miracolo...! ¡El amor vive! Entonces, el personaje muta del intimismo más ñoño a la ridiculez del gritito, a los abrazos constrictores a la almohada con cara de mema y, en fin, al canto hiperestesiado a la revelación romántica sin freno. Una patata... pero con mucha mozarella.
toribiodeporra
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2
9 de diciembre de 2013
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¡Alegrémonos! Estamos ante el nacimiento de un nuevo estilo cinematográfico: El biopic histórico-histérico de ciencia-ficción-terror. No sé si debería añadir además "humorístico", pero a tenor de la seriedad con que se han tomado esta película, lo dudo. Porque, aunque el titulo (Abraham Lincoln, cazador de vampiros), pueda inducir a pensar que se trata de una broma gamberra, no es así. El director a la cabeza, y el resto del equipo detrás, parecen haberse imbuido de un espíritu trascendente y han querido vender este engendro como una muestra de genialidad. El resultado, aunque caigamos en lo obvio, es, sencillamente, ridículo. Pero dejando a un lado el descabellado argumento -¡que no es fácil!- nos encontramos con un montaje lleno de elipsis temporales que más parecen saltos de teletransportación al más puro estilo Star Trek: En un momento vemos al joven Abraham (una mezcla entre Randi Quaid adelgazado y el narizotas encargado del vídeo club de "Aquí no hay quien viva") estudiando derecho sobre el mostrador de una tienda de ultramarinos, y de pronto nos lo encontramos sentado en el despacho oval con cincuenta añazos a su espalda y una barbita que recuerda sospechosamente a un Rajoy desbigotado. Pero el medio siglo no le impide al bueno de Abe, brincar desaforadamente a lomos de un tren de vapor mientras lucha, a golpe de hacha, con hordas de vampiros vestidos de confederados (¡me descojono!) y evitando los chispazos que vomitan las chimeneas del convoy.

La verdad es que podríamos estar horas hablando de esta película, porque tiene miles de lindezas susceptibles de formar parte de un tratado de la enormidad.

Yo me senté creyendo que me iba a encontrar algo similar a Van Helsing, o los Hermanos Grimm...; pensé que me iba a evadir con algo diferente que dejaría descansar a mi cabeza de profundidades abisales filosóficas; imaginé que pasaría un rato entretenido, sin más. Pero no fue así. Me aburrió soberanamente; por no hacerme, no me hizo ni gracia. Porque la Historia no se ha reescrito (como me pasó por un momento al ver "Malditos bastardos") ni han conseguido aportar nada que no sea bochorno o vergüenza ajena.

Eso sí, han sentado un precedente que puede resultar un filón aprovechable para nuestro cine.

Aquí os dejo algunos ejemplos, por si algún productor osado quiere tomar nota:

1.- Cánovas del Castillo, defenestrador de monstruos.
2.- Niceto Alcalá Zamora contra el hijo de Frankenstein.
3.- Indalecio Prieto y la maldición de la momia.
4.- Emilio Castelar, externinador de brujas.

Y así podríamos iros hacia atrás (Felipe II, destructor de los hijos del demonio) o mirar a nuestra historia más reciente y rescatar, por ejemplo, a Rubalcaba para que aniquile a los chupacabras del altiplano. Como veréis, las posibilidades son infinitas.
toribiodeporra
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2
20 de junio de 2013
6 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
A mí, la verdad, tanta miel -¡pero tanta miel!- me empalaga sobremanera. Pero si sólo fuera miel, con un poco de esfuerzo, podría llegar a digerirla. Lo malo es que, además de miel, esta película está aderezada con sirope de arce, caramelo de tortitas, mermeladas varias, mantequilla de cacahuete y, lo que es peor, una ración excesiva de Demi Moore. “Ghost”, junto con “El príncipe de las mareas”, “Leyendas de pasión” y las que conforman la filmografía completa de Meg Ryan, es lo más ñoño, cursi y estomagante que se ha hecho. En definitiva, "Ghost" es al cine lo que María Ostiz es a la música.

Se me viene a la memoria la famosísima secuencia del torno de alfarero, sentados los dos amantes haciendo trenecito de dos vagones, con las manos entrelazadas en un nudo imposible de deshacer (Alejandro lo tuvo más fácil para romper el gordiano), las miradas perdidas en la nube de puro amor que emanan sus cuerpos torneados, sonrisa blanda... ¡Qué bonito! Y todo ello bajo el palio de una melodía tan desencadenada, que de nada sirvió mi esfuerzo para volver a ponerle rienda y que, desde entonces, aborrezco .

Sin desdeñar en absoluto el romance en el buen cine (“El apartamento”, “Historias de Filadelfia”, “Casablanca”, “El hombre tranquilo”...) entiendo que el aliño ha de tener un pelín de vinagre o, si quieres, algo de limón, para que la mezcla sepa un pelín ácida. La mala uva también va muy bien y aquí, la figura de Whoopi Goldberg no aporta la suficiente. Cuando la historia rezuma tanto almíbar como destila esta película, se corre el riesgo de provocar una hiperglucemia tan galopante que no hay bastante insulina en el mundo que la pueda combatir.

Cupido, Eros, San Valentín, Perales, maestros todos...! ¡cuánto mal se ha hecho en nombre del amor! ¿verdad?
toribiodeporra
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