Tres hombres entran en una casa durante la noche y disparan contra un matrimonio; la hija, que se encontraba en el domicilio en ese momento, alerta a las autoridades. Aunque al principio su testimonio despierta la compasión de los agentes, éstos comienzan a sospechar que algo no encaja.

Un true crime cuya fuerza se basa en los vídeos de los interrogatorios a Jennifer, sus expresiones de dolor, sus conmovedoras declaraciones, sus contradicciones, sus revelaciones, sus intentos de desviar la atención al verse acorralada; cuanto más habla, más miedo da. A medida que la investigación avanza se desvelan secretos, se arroja luz sobre ciertos aspectos, se descubre el pastel. Los expertos hablan a cámara explicando el proceso que les condujo a la resolución del caso.

Y, a pesar de todo, la aproximación se antoja superficial. Nunca entendemos completamente por qué sucede lo que sucede, cuál era la motivación. Las explicaciones resultan insatisfactorias. La verdad, la verdad que nos cuentan, no parece suficiente para aclarar los hechos, ni para comprender las relaciones entre los implicados. Quizá se deba a que, cuando se trata de ciertos sujetos, aplicar la lógica no sirve de nada.

No acabo de entender muy bien el propósito de las precuelas. Narran los prolegómenos, los antecedentes de la historia; lo interesante, el meollo de la cuestión, empieza cuando acaba la película.

Reconozco que esta entrega es bastante digna: cuenta con un casting perfecto, contiene el número adecuado de homenajes, consigue imágenes escalofriantes. Hay sustos que asustan. El girito de la trama lo ves venir, a poco que tengas experiencia en el terror, pero no es algo que moleste. Al fin y al cabo, no le vas a exigir originalidad a esto.

Estando todo bien, a mí me da todo un poco igual. De lo que me gustaría que hablaran ya se habló en un film de 1976. Trataba de un huérfano, Damien, un niño raro. Vean, o vuelvan a ver, aquella película. Ninguna precuela la va a superar.

Da gusto ver series así. Con todos los detalles cuidados, con una elegante y tenebrosa fotografía, con fidelidad a la obra. Steven Zaillian escribe y dirige, adapta la primera de las novelas protagonizas por Tom Ripley, ese psicópata habilidoso, escurridizo, ambiguo, cortés, apasionado por la pintura; un artista del engaño, un ser dotado de un talento descomunal para la supervivencia. Lo hace, además, tomándose su tiempo, profundizando en su psique, en ocho deliciosos episodios que derrochan un suspense de altura. Logra un pasatiempo hipnótico, intelectual y muy inquietante.

Andrew Scott se une a la lista de grandes actores que se han aproximado al personaje (Delon, Hopper, Damon, Malkovich), aportando su propio estilo, sin quedar por debajo de ninguno los anteriores. No diré que se trate de la versión definitiva de Ripley (¿puede existir tal cosa?), pero he disfrutado como un niño viéndola. Ojalá que en el futuro adapten el resto de libros dedicados a Tom; de los cinco que componen la serie, los cuatro primeros son extraordinarios.

Curioso documental, dividido en dos extensos episodios, enfocado en la figura de Jimmy Savile, popular presentador, leyenda de la televisión inglesa, amigo íntimo de Margaret Thatcher, colega de los príncipes, conocido filántropo, respetado cómico, y pederasta impune. El director nos bombardea con miles de imágenes de archivo en las que observamos a este tipejo grimoso haciendo el payaso, rodeado a menudo de aduladores, soltando declaraciones de las que dan que pensar. El objetivo es mostrarnos evidencias de que la verdad estuvo siempre frente a nosotros y nadie la supo ver.

Más interesante hubiera sido, en mi modesta opinión, indagar acerca de cuántos lo sospechaban, cuántos lo sabían, quiénes le protegieron, qué poderosos intercedieron en su favor, por qué no se tomaron en serio los rumores, por qué los policías no investigaron los casos de los que tenían noticia, por qué se aconsejó a las víctimas que no denunciaran. Cómo se explica, en definitiva, que este individuo abusara de menores durante décadas y no pasara nada. Que él era un monstruo se entiende rápido; que sus actos no tuvieran consecuencias resulta más difícil de encajar.

Un trabajador de una explotación petrolífera visita a su familia tras conocer que su padre está enfermo.

Película deudora de una época, cuando el Nuevo Hollywood se lanzó a contar historias sencillas de gente corriente con conflictos reales, a expresar el desencanto de un tiempo convulso. Los ideales de la generación anterior no servían, pero es que el estilo de vida propugnado por los jóvenes tampoco parecía llevar a ningún lado.

Jack Nicholson es un personaje a la deriva, en perpetuo movimiento, un hombre insatisfecho, incapaz de reconciliarse con el pasado ni abrazar el presente, incapaz de encajar en ningún sitio. Antiguo niño prodigio, perteneciente a una reputada familia de músicos, vaga de un lugar a otro, de un trabajo a otro, sin encontrarse. La libertad se cobra un precio. El carisma que desprende, la atracción que ejerce en los otros, constituye una especie de maldición, alimenta su soledad, su desapego.

La genial interpretación de Nicholson refleja perfectamente esa angustia, esa rabia apenas contenida, esa infelicidad de la que no sabe cómo escapar. La conversación con el padre condensa el sentimiento del film. "Mi sensación es que, si pudieras hablar, ahora no estaríamos hablando (...) nunca nos hemos sentido cómodos el uno con el otro". No hay paz para él; su destino es errar, una huida permanente. Y tampoco puede esperar recibir amor, porque aquél que ni siquiera se ama a sí mismo, ni siente ya respeto por nadie, no tiene derecho a esperar nada.