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España España · El Puerto de Santa María
Críticas de Jesus Gonzalez
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Críticas 79
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
9
31 de enero de 2016
51 de 58 usuarios han encontrado esta crítica útil
La verdad está ahí fuera. Eh, no, lo siento fans de Mulder y Scully, no voy a hablar del reciente estreno de la nueva temporada de “Expediente X”, pero sigue leyendo porque voy a hablar de otro tipo de verdad que también está ahí fuera y que puede interesarte.

Como iba diciendo antes de que me interrumpiese a mí mismo, a veces, la verdad se pasea por delante de nuestros ojos sin que seamos capaces de vislumbrarla, y otras, desafortunadamente la mayoría de ellas, somos nosotros los que conscientemente bajamos la mirada, cohibidos por la vergüenza, temerosos de las consecuencias o por pura apatía. No obstante, la esperanza no cesa en su empeño de regalar excepciones, y en ocasiones, la verdad sale a la luz, o mejor dicho, se arroja algo de luz a la verdad.

“Spotlight” (2015), película escrita y dirigida por Thomas McCarthy, nos relata de manera precisa y certera la historia real de un grupo especial de periodistas del “Boston Globe”, diario local de Boston, Massachusetts; que en 2002 publicó una investigación sobre múltiples casos de pederastia por parte de sacerdotes de la Iglesia Católica. Al año siguiente, en 2003, el trabajo periodístico se vio recompensado con el premio Pulitzer al servicio público.

El equipo de investigadores, cuyo nombre da título a la película, está formado por un elenco exquisito, destacando a Mark Ruffalo, que consigue su tercera nominación al Oscar por mejor actor de reparto gracias a esa capacidad tan suya para dotar de detalles y carisma a sus interpretaciones (me encanta la manía del personaje de meter los dedos por la trabilla del pantalón); a Michael Keaton, que demuestra que lo de “Birdman” en 2015 no fue un aleteo de consumación, sino el resurgir de un actor extraordinario; y a Rachel McAdams, también nominada al Oscar por mejor actriz de reparto, que lo mismo resuelve un caso de homicidios como la sheriff de “True Detective” que destapa un monstruoso escándalo como periodista de investigación.

No dejo de darle vueltas a que Thomas McCarthy, quien interpretó a un pernicioso periodista en la extraordinaria última temporada de “The Wire” mostrando lo peor de una de las profesiones más denostadas en la actualidad, haya dirigido ahora con tanta precisión la otra cara de la moneda, una visión precisa, elegante y exhaustiva de lo que en su momento fue, y debe volver a ser, el trabajo periodístico. Seguro que trabajar con David Simon en su momento le ha ayudado a realizar una obra que, sin situar al periodista en el papel de héroe, rescata del actual olvido su enorme obra humanitaria. Es tan necesaria la labor de esta profesión, tan noble y pura su causa, como lo es romper el molde de prejuicios y trabas que se ha instalado a su alrededor.

Las escenas que muestran a Rachel McAdams entrevistando a los “supervivientes”, las víctimas de los abusos que, en su mayoría, provenían de familias pobres donde la religión tenía un lugar muy importante; el discurso lleno de rabia y desesperación de Mark Ruffalo cuando explota de indignación tras haberse contenido durante casi toda la peli para realizar su laborioso trabajo de investigación; la satisfacción que encuentra Michael Keaton al hacer lo correcto, arriesgando su reputación e incluso viejas amistades con tal de hacer honor a su profesión; o el momento en el que Brian d’Arcy James comenta que lleva meses sin dormir bien y que ha empezado a escribir una novela de terror para evadirse del caso. Todo lo que vemos es tan real que por momentos nos olvidamos del escándalo para centrar nuestra atención en los personajes, artífices en gran parte del éxito de la película.

Pero lo realmente extraordinario de “Spotlight”, más allá de su maravilloso montaje, o del correcto trabajo del compositor Howard Shore; es que posee un guion cargado de franqueza, que evita el efectismo barato y el morbo emocional de otros relatos. Durante el desarrollo de la investigación no solo realiza una compleja crítica a la institución católica como sistema, además de dar algún que otro palo a abogados y periodistas, sino que arroja al espectador cuestiones estremecedoras sobre la corrupción, la hipocresía existente en toda comunidad religiosa, la falta de valores, los horrores de los que es capaz el hombre y, en definitiva, a la pusilanimidad con la que el ser humano es capaz de afrontar la verdad, que, desgraciadamente, sigue estando ahí fuera, esperando a que alguien la cuente.

Una película magnífica que cuenta con mi más sincera recomendación y que ha sido capaz de hacerme recordar con algo de nostalgia que en algún momento de niño quise ser periodista. Quizás por eso ahora me desquito tanto escribiendo.
Jesus Gonzalez
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9
19 de enero de 2016
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Allá por 1992, un niño de Knoxville presentaba al mundo su ópera prima: “Reservoir Dogs”, una obra pequeña e íntima en apariencia, pero enorme y trascendente en perspectiva. Era el nacimiento como director de Quentin Tarantino.

Aquel niño, que ya en ese momento se encontraba cruzando la orilla de su edad adulta, tiene ahora 52 años, pero sigue siendo un niño. Solo un crío atrapado en el cuerpo de un hombre es capaz de adorar al cine con la devoción y la inocencia que a Quentin le caracteriza, pero también con el ego y la osadía de un mocoso irritado, alguien que sigue empeñado en rememorar, referenciar y homenajear al cine para salvarlo de la industrialización que lo amenaza, cueste lo que cueste, y si hay que rodar su octava película en Ultra Panavision 70, el formato panorámico por excelencia, se hace. Todo sea por salvaguardar el recuerdo nostálgico de los clásicos y la densidad de atmósfera que se nos ofrece en la obra de la que hoy hablamos: “The Hateful Eight”.

De inicio nos encontramos con una terrorífica composición de Ennio Morricone, y de fondo, un paisaje nevado. Es prácticamente imposible no mencionar aquí a John Carpenter y a su obra maestra: “La Cosa” (1982), de la que Quentin Tarantino se nutre, como en su momento hizo el propio Carpenter con las obras de Howard Hawks y John Ford. Ya lo dijo Pablo Picasso: “Los grandes artistas copian, los genios roban”.

El título de la película en español, “Los odiosos ocho”, no agrada en absoluto al oído ni a la vista, pero sí que refleja a la perfección el sentimiento general que ahonda en uno conforme avanza la trama, ya que el guion, del propio Tarantino, se encarga de reunir en una cabaña a la peor calaña posible, un reparto coral que, de manera impecable, canaliza los despojos y las miserias que asoman tras una guerra civil, mostrando un fiel reflejo de la sociedad norteamericana en la época de la reconstrucción. ¡Y qué diálogos! Me encantaría pasarme horas y horas viendo a Kurt Russel, Samuel L. Jackson, Jennifer Jason Leigh y Walton Goggins charlando en una diligencia, con esa ventisca asomándose amenazante por la ventana, como si de un diluvio purificador se tratase, dispuesta a borrar del mapa de los EEUU todo resto de su afrentosa historia reciente.

El Tarantino más maduro posible, dentro de su innegable condición de niño eterno, nos regala este intrigante y maravilloso western, en un ejercicio de estilo aún más perfeccionado, con más sangre y sesos desparramados por el suelo que nunca. Solo quedan dos. No se las pierdan.

Más en mi blog: https://elmurodedocsportello.wordpress.com/2016/01/19/the-hateful-eight/
Jesus Gonzalez
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7
14 de enero de 2016
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Hacer una muesca en el Universo. Darle a la mente humana su bicicleta particular. ¿Pueden los ordenadores ser cuadros? ¿Obras de arte ideadas por el imaginario de un hombre? Steve Jobs creía que sí. Y convenció a medio mundo de ello. Danny Boyle dirige con determinación este atípico biopic sobre el cofundador de Apple, de cuyo guion se ha encargado Aaron Sorkin, aclamado por otros trabajos como “La Red Social” (2010), con la que “Steve Jobs” (2015) comparte ciertas similitudes, ya que también iba a ser dirigida por David Fincher. Una pena que acabase saliendo del proyecto.

La estructura narrativa de la obra es original, sencilla y solvente. No es casual que estas características sean comunes en los productos de la manzana mordida. La película consta de tres partes, tres actos muy bien diferenciados que corresponden a los momentos previos de tres presentaciones de productos icónicos en la vida de Steve Jobs: la presentación del Apple Macintosh en 1984, la del NeXT en 1988, y finalmente, la del iMac en 1998. Como curiosidad, fue Lope de Vega, durante su etapa de teatro barroco (revolucionario en su tiempo) el primero en estructurar la obra en tres actos claramente diferenciados, y no en cinco, como se venía haciendo hasta entonces. El “Fénix de los ingenios”, llamado así por Miguel de Cervantes al haber sido uno de los autores más prolíficos del siglo de Oro del teatro español, fue también quien se encargó de romper las normas que encorsetaban al teatro antes de su etapa dorada, por lo que podríamos decir que sí, Lope de Vega, como Steve Jobs, también era una visionario.

Durante el tiempo que precede a esas presentaciones, que nunca, bajo ningún concepto, podían empezar tarde, podemos ver a Steve Jobs enfrentándose a los problemas que más marcaron su carrera, tanto profesional como sentimentalmente: la obsesión por el control, los obstáculos que le suponían las relaciones humanas, la paternidad o las diferencias de visión con sus coetáneos dentro de la empresa. La banda sonora se integra perfectamente en los momentos dramáticos de la película, coincidiendo con la aparición de pequeños flash backs puntuales que ayudan a construir la trama argumental, y que ofrecen al espectador la suficiente información como para despertar en ellos la curiosidad sobre la historia de un hombre extraordinariamente complejo.

Lo cierto es que el guion de Aaron Sorkin ofrece más preguntas que respuestas durante todo el metraje, al menos desde mi posición, la de alguien que no ha indagado demasiado en la vida del genio/sociópata. Pero eso sí, he disfrutado hartamente de las frases lanzadas como cuchillos a través de pasillos y bastidores.

Michael Fassbender consigue meterse dentro de la piel de uno de los personajes más representativos de nuestra época, exhalando talento en cada matiz de su interpretación, lo que bien le podría valer como aval en esta temporada de premios cinematográficos. Todo son halagos también para Kate Winslet, Jeff Daniels y, especialmente, Seth Rogen, al que estamos acostumbrados a ver en comedia, y que demuestra aquí que su capacidad para el drama es bastante notable.

Es necesario elogiar el trabajo del reparto en una película en la que las interpretaciones y los diálogos actúan como el armazón que evita que todo se desplome. Steve Jobs creía que la mente humana necesitaba de una “bicicleta” para alcanzar el máximo de su potencial, y a ello se dedicó en el diseño de sus productos. Aaron Sorkin consigue precisamente esto con su guion, regalando a los actores su bicicleta particular, con la que consiguen sacar el máximo partido a sus apariciones en escena. Steve Jobs estaría orgulloso, pues como él decía, la creatividad consiste en conectar cosas, o en definitiva, en tocar la orquesta.

Para finalizar, no puedo evitar preguntarme qué habría sido de este proyecto si hubiese continuado en manos de David Fincher. Danny Boyle no hace un mal trabajo, de hecho se contiene, dejando el escenario libre para su compañero guionista, pero a la hora de rematar el tercer acto, la cosa decae un poco. Parece que es necesario que el público se reconcilie completamente con Jobs, que lo entienda, que empatice con el genio y se olvide del sociópata, y bueno, puede que funcione con algunos, pero no con aquellos que esperábamos más sombra en lugar de luz, más Fincher y menos Boyle. Nos queda el consuelo de poder ver cuando queramos el retrato sobre Mark Zuckerberg que David esbozó en la fantástica y anteriormente mencionada: “La Red Social” (2010).

Más en: https://elmurodedocsportello.wordpress.com/2016/01/14/steve-jobs-manzanas-y-bastidores/
Jesus Gonzalez
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9
18 de diciembre de 2015
19 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todo fue muy raro anoche. Hasta el último momento no supe muy bien qué hacer, y para cuando quise darme cuenta, estaba cruzando un puente inmerso en niebla, camino de un cine que no se vislumbraba a más de unos pasos de distancia.

Lo iba a hacer. Iba a asistir al estreno de la nueva película de “Star Wars”, cosa que no pude hacer en los 70, porque aún era un nonato que desconocía de la existencia de la fuerza, los jedi y los soldados imperiales. Si es cierto que, en 1999, con 8 añazos, mi padre me llevó de la mano a ver “La amenaza Fantasma”, y que, con esa edad, salí del cine encantado con el espectáculo espacial al que había asistido. Era un completo y feliz ignorante.

Ahora, a pesar de seguir siendo un ignorante, tengo una edad y un cúmulo más importante de cine a mis espaldas, y la sensación de un extraño vacío se hace cada vez más patente. Comprendedme, el haber nacido entre una trilogía y otra es extraño, estás ahí en medio, en tierra de nadie. Que tus padres te pongan los VHS de “Star Wars” (1977) es una experiencia magnífica, que recordaré seguramente de por vida, pero también es una situación un poco impuesta, y aunque estaré eternamente agradecido a esas tardes de mi infancia, el hallazgo no fue mío, llegué tarde, me enseñaron lo que otros tuvieron la suerte de descubrir por sí mismos.

Todos los amantes del cine han asistido a grandes estrenos, han sido partícipes como público de eventos absurdos y mágicos que quedarán para el recuerdo de unos pocos y para la eterna historia del cine. Anoche, por fin, sentí que yo también era partícipe de aquello, dejé de estar en medio de la nada para inclinarme hacia un lado (de la fuerza).

La responsabilidad que pesaba sobre el bueno de J.J. Abrams era enorme, y respondía a un doble objetivo: por una parte, devolver la ilusión a una generación de fans decepcionada, y por otro, crear una nueva historia capaz de engatusar a un público nuevo, como ocurrió con “La Guerra de las Galaxias” allá por 1977. Creo que ha cumplido con creces con su cometido, de otra manera, mi novia, que fue cruelmente arrastrada hasta el cine nada más salir de trabajar, no hubiese salido emocionada con una película de la que no era particularmente fan (ahora quiere volver a verlas todas).

“The Force Awakens” (2015) no es el milagro que fue “Mad Max: Fury Road” (2015), pero tampoco se limita al respeto pulcro y vacío que ofrecía “Jurassic World” (2015), ni mucho menos. La película está a medio camino entre el homenaje sincero y la mirada hacia el futuro, funciona como enlace, el paso de un testigo legendario, una carta de presentación lo suficientemente atrayente como para seducir hasta al más resentido con la saga. Y lo consigue a través de fórmulas ya conocidas, pero impulsadas por una pasión hacia lo que se hace que irremediablemente atrae, corrompe y fascina al espectador.

No voy a hablar sobre el argumento porque pienso que cuanto menos se sepa sobre la película, más gratificante es la experiencia de verla. Perdón, el universo de “Star Wars” no se ve, se vive, gracias a lo fascinante de su naturaleza. Los escenarios se sienten reales porque son, en su mayoría, reales. Los personajes nos hacen sentir y padecer porque, de nuevo, tienen cosas que contar, tanto los nuevos como los ya conocidos. Los diálogos vibran y nos hacen vibrar, y los efectos especiales son especialmente portentosos, al igual que la edición de sonido y la banda sonora, una maravilla continua que consigue que el espectador se encuentre sumergido desde el principio del film hasta el final.

No es que sea difícil ser objetivo, es que resulta prácticamente imposible. De nada sirve hacer rankings y obsesionarse con clasificar una película de la saga por encima de otra. Ésta es una película de sensaciones, pura emoción y sentimiento. Habrá un grupo de gente a la que nunca llegue a gustarle “Star Wars”, y lo entiendo, solo puedo sentirme agradecido por no ser parte de ese grupo y sí del que anoche aplaudía la aparición en pantalla de una frase: “A long time ago in a galaxy far far away…”. Si cerráis los ojos la notaréis, fluyendo a través de todo lo que nos rodea. La fuerza ha despertado, no hay ninguna duda.

PD: Iba a mencionar un par de detalles, pero de nuevo se me han puesto los vellos de punta y de nuevo se me han humedecido los ojos, no soy quién para privaros de que los descubráis por vosotros mismos. Disfrutadlo.

Más en:https://elmurodedocsportello.wordpress.com/2015/12/18/el-despertar-de-la-fuerza/
Jesus Gonzalez
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8
14 de diciembre de 2015
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
La premisa que se nos plantea en “El Viaje de Arlo” (2015) es bien sencilla: el asteroide que ocasionó la extinción masiva de los dinosaurios nunca llegó a colisionar con nuestro planeta y son ellos los que siguen dominando la Tierra, como granjeros y cowboys, luchando por sobrevivir en un mundo donde la naturaleza sigue imponiendo su ley.

La narración se centrará en Arlo, un cobardica Apatosaurus; y Spot, un humano con rol de mascota (los demás dinosaurios lo llaman “bicho”) con el que entablará una tierna amistad.

Resulta curioso cómo consigue Pixar desarrollar esta idea durante el primer acto de la cinta, con una sencillez insultante, para que tanto niños como adultos acepten sin rechistar la oferta de embarcarse en esta aventura prehistórica sobre la superación de los miedos y la abrumadora aventura que supone la búsqueda de un lugar en la familia y en el mundo.

Yo he tenido la suerte de ir al cine con Pedrito, uno de esos locos bajitos que conformaban la mayoría absoluta de la sala. A Pedrito la película le ha parecido “muy bonita”, no solo por esos pequeños momentos cargados de drama, durante los cuales “le picaban los ojos” (debió ser algo contagioso porque a mí también me picaron) sino por lo apabullante que resulta la fotografía que acompaña a Arlo durante su particular viaje hacia la madurez, dibujando un paisaje arrebatador, un auténtico prodigio de la animación hiperrealista en contraste constante con la caricaturización que experimentan los personajes protagonistas.

Me flipa que Pixar experimente esta vez con un western sencillo, donde no se busca trascender con una idea rompedora, como en “Inside Out” (2015), sino ofrecer un espectáculo visual y emocional a través de una aventura con tintes de otros clásicos de Disney (me acordé mucho de “El Rey León” (1994) y de mi trauma de la infancia con cierta escena fatídica).

Y es que, si el objetivo que se buscaba con esta película es que un niño flipara con los cánones más puros de las historias del oeste, es decir, el viaje con aroma a tragedia clásica con sus elementos más característicos (la búsqueda de las reses perdidas, el intercambio de anécdotas rodeando una hoguera o las emboscadas de forajidos al margen de la ley), tiene mi más agradecida bendición.

Por destacar algunas curiosidades que quizás disfruten más los mayores: hay una referencia a “Tiburón” bastante ingeniosa, un pequeño sketch muy divertido que gira en torno a la ingesta de psicotrópicos y una escena con un puntito onírico que me dejó bastante desconcertado porque, joder, creo que hasta “Pedrito”, en su infinita inocencia, pilló la idea. Meritazo. Pixar provee, y nosotros, consumimos.

Más en el blog: https://elmurodedocsportello.wordpress.com/2015/12/14/el-western-de-arlo/
Jesus Gonzalez
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