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La fiesta de despedida

Drama. Comedia En una residencia de ancianos de Jerusalén, un grupo de amigos construye una máquina para practicar la eutanasia con el fin de ayudar a un amigo enfermo terminal. Pero cuando se extienden los rumores sobre la máquina, otros ancianos les pedirán ayuda, lo que les plantea un dilema emocional y los implica en una aventura disparatada. (FILMAFFINITY)
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Críticas 25
Críticas ordenadas por utilidad
20 de abril de 2024
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Hace un tiempo saltó a la luz una impactante noticia en nuestro país, un hombre había ayudado a morir a su mujer a petición de esta, que llevaba 30 años padeciendo de esclerosis múltiple y ya no aguantaba más el sufrimiento. De nuevo un tema tabú como este ha vuelto a ponerse en el candelero y me ha venido a la cabeza una película israelí que aborda el tema en clave de comedia de manera sutil e inteligente; una fresca propuesta que nos hará pensar, tengamos el punto de vista que tengamos sobre tan controvertido tema.


"La Fiesta De Despedida" trata sobre las vicisitudes de un grupo de ancianos que han creado lazos de amistad en la residencia de ancianos de Jerusalén donde conviven. Uno de ellos, aquejado de una enfermedad terminal, pide a su esposa ayuda para morir, ella a su vez pedirá ayuda a sus amigos y compañeros de residencia, ellos inventarán una máquina para practicar la eutanasia. El problema es que la noticia se extiende por la residencia de ancianos y hay más ancianos que quieren utilizarla.

A partir de estas premisas arranca esta comedia que, a pesar de tratar un tema tan espinoso como la eutanasia, lo hace desde una óptica vitalista, con naturalidad y desde las diferentes perspectivas que nos dan los diferentes personajes que aparecen en ella. La película no entra en temas religiosos, es una película de calado humanista donde prevalece la ética, que intenta no posicionarse descaradamente a favor de la eutanasia y nos va proponiendo dilemas que nos harán colocarnos a uno u otro lado según nuestra opinión sobre el tema.

"La Fiesta De Despedida" es una oda a la vejez, donde el amor y la vitalidad siguen siendo los puntos de apoyo de una etapa de nuestras vidas en que la sociedad arrincona a los mayores y les da la espalda. El humor sirve para sobrevivir en el ocaso de la vida, un humor negro pero sin llevarlo a los extremos, un humor apto para todos los públicos que consigue hacer llevadera la mayor parte de la película.

El elenco de actores (todos ellos de avanzada edad), logra hacer creíble una historia inverosímil en la que de la risa se puede pasar al llanto en cuestión de segundos. Quizás falte algún personaje joven que haga de contrapunto, y quizás el humor podía haber sido más corrosivo, pero "La Fiesta De Despedida" merece la pena ser vista, nos hará pensar cómo afrontamos el fin de nuestros días, y hasta qué punto y en qué situaciones podemos «programar» nuestra muerte. Que no te asuste el argumento, pero que tampoco te engañe el risueño cartel de la película, "La Fiesta De Despedida" es una tragicomedia que nos hará reír, llorar, pensar, amar, vivir y, aunque espero que sea dentro de mucho, mucho tiempo…morir.

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2 de mayo de 2016
3 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una comedia que acaba en tragedia, jugando con un asunto tan grave como la muerte de la gente a la que quieres. Más que eutanasia es suicidio asistido, que está a un paso del homicidio. Sobre esto se puede discutir mucho pero aquí se trata con una banalidad que disgusta, al menos a mí.
Como película está bien rodada y los actores son excelentes.
Hay algunas chorizadas en el guión como el romance entre dos gay viejunos, políticamente correcto pero estéticamente desagradable.
Una cualidad, es corta.
yoparam
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13 de julio de 2016
2 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
La calificación de 6 "Interesante" es porque considero de interés saber cómo prefieren adoctrinarme.

Forma parte de toda una saga de films que los gobiernos occidentales, en este caso alemán e israelí, conscientes de lo costoso del gasto de pensiones y habida cuenta del incremento de la expectativa de vida, están promoviendo con una finalidad claramente didáctica. Se apela, obviamente, a las razones del corazón. Y la puesta en escena, genial. ¿Que si tengo algún otro indicio de que está subvencionada?. Claro: la pareja de gays. Si no, bye bye subvención. Confío en que pronto podrán ser emitidas en horario infantil para que el efecto didáctico sea más provechoso. En fin...money, money, money!!!
juanbranders
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29 de noviembre de 2015
2 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Jamás un tema tan polémico e interesante como la eutanasia fue tratado de manera tan original y a la vez tan aburrida. La verdad es que entiendo que a algunos les haya llegado al alma la película, pero a mi no me ha emocionado lo mas mínimo, y si bien hay partes interesantes (que nunca divertidas), la mayor parte es muy tediosa. Es de agradecer su corta duración y que vaya al grano, pero a pesar de la hora y veinte de film, se me ha hecho muy larga. No es una pésima película ni mucho menos, pero a mi no me ha hecho reflexionar nada, ni, repito, me ha emocionado, no la puedo aprobar porque ni siquiera me ha hecho esbozar una sonrisa en su faceta de comedia. De hecho, en una de las partes simpáticas, me han provocado una arcada de la que casi me ahogo*
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
ardillak47
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18 de abril de 2015
4 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
El dispositivo ya está a punto. Ha costado, pero el esfuerzo ha valido la pena. Las piezas están puestas en el sitio que les toca, y se han llevado a cabo todas las pruebas que exigiría cualquier ingeniero que se precie. Solo hace falta contener la respiración y rogarle al de arriba (se llame como se llame) que el invento no nos explote en la cara. Una oración rápida, unos segundos de duda... y ya está en marcha. Se activa un efecto en cadena que involucra cuatro cucharillas de postre, cinco metros de hilo dental, dos dentaduras postizas y siete cepillos de dientes. A ojos poco entrenados, el caos es absoluto, pero bajo la perspectiva del veterano inventor, todo marcha como la seda. Los cachivaches dan vueltas sobre sí mismos, efectúan saltos mortales con triple tirabuzón y amenazan, constantemente, con asesinar a cualquiera que ose acercarse lo más mínimo a esa aberración de la tecnología casera.

Al final, tanto ruido, suspense, sudor y sufrimiento para que la que apuntaba a ser la máquina del fin de los tiempos, se revele como lo que realmente es: un aparato que descuelga el teléfono fijo (¿se acuerdan?) cada vez que éste suena. Tan simple, tonto y seguramente innecesario como suena... pero al fin y al cabo, efectivo. Nadie sale lastimado. Y esto que la mujer del inventor no lo tenía nada claro. De hecho, entre los compañeros de residencia se había montado una especie de porra para determinar el momento exacto en que el artilugio se vendría abajo. Ella puso buena parte de sus ahorros al abanico de tiempo que iba de los 5 a los 10 segundos... pero nada, ya han pasado 20 minutos y esto no da síntomas de desmoronarse. ''¿Cómo diablos puede ser?'', se pregunta ella ''¿A qué diabólica lógica obedece este mecanismo?'' Mira arriba en espera de una respuesta que por mucho que espere, simplemente no llega. Lo más curioso de ello es que no se percibe en su cara rastro alguno de frustración. Todo lo contrario.

Por unos instantes, su existencia se ha visto sumida en un absurdo cuya crueldad no estaba exenta de esa calidez tan humana que, de algún modo u otro, parece que ayude a arreglarlo todo; a que todas las piezas encajen y funcionen a la perfección... en definitiva, a que estemos un poco más cerca de esa quimera al que algunos, no faltos de ambición (o insensatez) han llamado ''el sentido de la vida''. Ni más ni menos. Pongamos que la dichosa máquina descuelga el teléfono cada vez que alguien llama. Pongamos que quien está al otro lado de la línea es Dios (cuidado), quien ni corto ni perezoso, admite que su gran creación no es más que una colosal chapuza... pero que por su propio amor, que ni se nos ocurra tirar la toalla, que tenemos que seguir luchando, que tenemos que disfrutar de cada bocanada de aire que entre en nuestros pulmones, que ante todo, nunca hay que olvidarse del sumo placer de vivir.

Pongamos que la película que ahora nos concierne entra, sin pudor alguno, en la categoría de las ''feel-good movies'', es decir, que lo que prima aquí, incluso por encima del mismísimo acto de respirar, es el sentirse bien con una vida que, ojo, es muy perra. Al mal tiempo buena cara; a la vejez, tres cuartos de lo mismo. El nuevo trabajo de Tal Granit y Sharon Maymon se sitúa en uno de los sitios potencialmente más depresivos del mundo (esto es, un geriátrico), pero ya desde su primera escena, la pareja de cineastas deja claro que el regusto que debe quedarle a uno de dicha experiencia no es el salado de las lágrimas, sino el de unas risas que, en vez de ser dulces, se acercan mucho más al ácido. Pregunta incómoda: ¿Se puede hacer broma con un tema tan delicado, complejo e incómodo como la eutanasia? Por supuesto, que al fin y al cabo, éste (Israel) es un país libre... al menos para la comunidad hebrea.

Así, todas las piezas se han colocado de modo que el engranaje desvele la verdad más absoluta y, quizás por esto mismo, la más a menudo olvidada: La comedia y la tragedia son, a menudo, las caras de la misma moneda. Llámenlo humor (judío), filosofía de ¿vida? o simplemente salud mental, el caso es que las peripecias de este grupo de ancianos que se ven obligados a escribir (sobre la marcha) su propio manual sobre la muerte asistida, no es más que el plan maestro (?) de alguien convencido de que las (son)risas son la mejor cura para los males, tanto del cuerpo como del alma. El problema es que la basculación entre los extremos nunca queda del todo justificada, o no se hace con el convencimiento que exige la ocasión. Como si el paso de la tragedia a los terrenos más puramente humorísticos (y viceversa) quedara en manos únicamente del talento de unos actores no demasiado respaldados por el guión. La muerte planea continuamente por encima de la historia, sin llegar nunca ni a la lágrima ni a la carcajada... sin ánimos de hacer daño a nadie. Todo controlado. Demasiado. La naturaleza bicéfala del producto se queda entonces en una especie de limbo en el que, efectivamente, y a pesar de todo, es tremendamente fácil sentirse bien. Porque la vida lo merece, claro que sí... mucho más, por cierto, que esta ''Fiesta de despedida''.
reporter
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