Pat Garrett y Billy el Niño

Trama enrevesada, inverosímil en la que todo está impostado y se muestra artificial, incluidas las bonitas tetas que desfilan en un espectáculo de estúpida hombría metetiros y mujeres encantadas de servirles...

Los hallazgos son tan escasos y pobremente servidos que no pueden aplaudirse; me refiero a Bob Dylan en coprotagonista misterioso, la breve secuencia de Barry Sullivan, Katty Jurado, Jason Robards o, mejor aún, el admirable director de cine mexicano Indio Fernández en un cameo de antología. Pero todo esto está en un sobrevalorado contexto del "mira qué renovación del western estoy haciendo y qué diferente a otros y qué crepuscular y qué diálogos más lucidos".

Mas todo el conjunto se arrastra con bonita fotografía y tensión dramática nula e interpretaciones hueras que huyen del talento de sus actores como de la quema.

La mejor película de Peckinpah. Más poética que Dead Man. Tan dura como Centauros del desierto, como Sin perdón. Amistad, tiempos que cambian, gente que no. Y muerte. Pero más que la muerte la aceptación de la muerte. Parece que los personajes no sólo la aceptan con resignación y serenidad, sino que la buscan. Lo hace Paco, el amigo mejicano de Billy, el sherif que ayuda a Pat, lo hace Alamosa Bill, y otros muchos personajes. Por supuesto, también Billy. Todos están llamando a las puertas del cielo. Como esta película, que está llamando a las puertas del paraíso de las obras maestras.

No creo que exista un western que contenga tanto lirismo y tristeza como este. La nostalgia invade al espectador con la ayuda de la increible banda sonora de Bob Dylan. No es el mejor western de Peckinpah, pero es una hermosa despedida de un género que casi ha muerto. Y es que los tiempos han cambiado.

Pat Garret dispara contra Billy the Kid y, al ver su reflejo en un espejo, no puede evitar dispararse a sí mismo. Esta secuencia es reveladora del tono del western firmado por Peckinpah, un film que se sitúa cronológicamente en el ocaso del género y que, sin embargo muestra trazas de neowestern, por su temática elegiática, su concepción de poema que sabe combinar dos conceptos tan antagónicos como la humanización y la mitificación de los personajes y que, sobre todo sabe añadir una nueva etiqueta al género.

Efectivamente no podemos hablar de western clásico, ni tan siquiera crepuscular ya que aún conservando elementos de este último (oscurantismo ambiental, personajes que se mueven en el gris y se alejan del maniqueísmo) se desmarca complematemente de la revisión en clave decadente. Lo que encontramos en Pat Garrett y Billy the kid es un homenaje absoluto a la contracultura americana de los años 70 que, hábilmente, el director entronca con la mitología propia de la última gran epopeya romántica americana, el western.

A pesar de la distancia temporal este es un film cuya temática entronca con su época de filmación, un momento donde ciertos valores como la coherencia personal, el mantenerse fiel a los propios ideales o la idea de un comunitarismo romántico habían entrado en crisis en virtud del sálvese el que pueda, la búsqueda de la comodidad a cualquier precio o el individualismo más feroz. Es por ello que fácilmente identificamos a sus personajes como símbolos del tiempo, una reivindicación no tanto de la libertad salvaje del viejo oeste sino de la libertad como concepto per se.

Para este film, o quizás mejor crónica, el director no se esconde de insertar en los viejos paradigmas del género anacronismos tanto en el vestuario ( por momentos Billy y sus compañeros parecen hippys venidos a menos mientras que resulta fácilmente identificar la ropa de Pat Garrett como un uniforme a medio camino entre lo militar y lo sacerdotal) como en una banda sonora estremecedora firmada por un icono contracultural como Bob Dylan . Curiosamente éste comparte cartel y protagonismo con otro referente del izquierdismo militante como Kris Kristofferson que, no en vano, se sitúan claramente en lado de los forajidos o mejor dicho idealistas románticos.

Es en lo formal donde Peckinpah nos ofrece un ritmo lento, pausado, decadente y a la vez muy táctil donde la poesía del paisaje se siente en cada uno de los fotogramas, dándole un aire de derrumbamiento constante, como si a cada paso de los personajes todo lo dejado atrás fuera desaparecer para siempre. (sigue en spoiler)

- Señor, ¿cuánto me da por este caballo?
- Cuatro de sus gallinas decapitadas
- ¿Y cuál es el precio de su honor?
- Eso sólo depende de cuantos disparos necesite para matarle por la espalda y quedarme con el caballo y las gallinas.

(bang, bang)

Nunca antes tuve intención de quedarme quieta ante el tiroteo previsto en el género más enraizado del cine. No era miedo ni prejuicios, me faltaba encontrar al hombre más rápido del lugar, uno que reuniera el valor suficiente para mostrarme una escena, cruce de balas en el que destaca un hombre de negro, con sombrero posicionado y disparo certero, una mujer arrebatada y fuerte en su posición, un bando que va a caer en esta batalla, y una canción de Bob Dylan de acordes suaves y de sobra conocidos, en un atardecer plagado de perdedores y de dignidad.

Fue el inicio de un despertar, ya que este detalle requería una especial atención, un día clave en el que decidí que Pat como nuevo sheriff y Billy como bandido fugado cabalgarían de nuevo para mí y me descubrirían lo irreconocible de este mundo a estrenar, camino de México.

Dos hombres sólidos, viejos conocidos, luz y sombra del lugar, con el alma vendida hace ya tiempo, pero con destinos que se bifurcar en el hoy, cuando uno se convierte en el centro de atención y el otro en la eterna búsqueda de un deber que cumplir, como obligación, no como deseo.

Coraje seco, arenoso, la vida pendiente siempre de un mismo hilo, muchos caen en este silencioso juego de adultos fugados y encontrados.

Ambos tienen un pulso aguerrido y saben que sólo se deben fidelidad a ellos mismos, aunque el ambiente en el que triunfan o pierden será siempre el de líderes solitarios que tienen una historia bien amarrada que no piensan compartir. Subsistir es una virtud, pero en todo día de caza hay una presa, y alguien debe quedarse con el trofeo.

Así, un hombre se colocará bien el sombrero, el cálido viento azotará su rostro mientras desmonte al caballo y veremos las espuelas en sus botas, el brillante metal de su pistola, la tierra que se adhiere en su ropa hasta llegar de nuevo a esa mueca superior que se mantiene en su aspecto al alzar de nuevo la cabeza. Este es el hombre de honor corrupto que se llevará a su propia tumba todo lo vivido entre duelos, mujeres, alcohol y balas, el que nos enseña que perdedores son todos y que el alivio está muy próximo.

Cuando una película te sorprende quedando tanto por descubrir, permanece en nuestra memoria viva como algún tipo de tesoro. Esta vez es uno robado, lejos de lo casual, pero fue una conquista cuando llegó su final, regio y vibrante como pocos, el momento en el que comprendí que no hay nada escrito que exprese lo que supone un nuevo hallazgo inesperado. Quizás tenga suerte, y vengan muchos más.