La rueda de la fortuna

Campaña de publicidad del alcalde de la ciudad, no hay más, quédate, no huyas como de la peste de este santo lugar, por Dios, por lo que más quieras, si no, no se entiende, chovinismo, nacionalismo, pijo, como en casa en parte ninguna, una obra tan cursi, ñoña, repipi, insustancial, kitsch, naíf, camp, frívola, tonta e inane, Narnia, los mundos de Yupi, en la que un matriarcado furioso oprime, aplasta, pasa para variar por la pómez piedra, a un pobre hombre tonto de capirote con saña inusitada desmedida hasta convencerle (de cualquier cosa, de que la tierra es rectangular) de que Nueva York es peor, huevos manda, que en su terruño natal se vive mejor con todas las malas artes femeninas que aquí son muchas mediante, atroces, muchísimas, diabólicas, sea, la pesadez, la estupidez, la blandenguería, la tontería, y a otros dos igualmente panolis desgraciados o pringados de agárrate los machos de que es bueno casarse a la fuerza ahorcan, eso, es decir, tras el telón, el horror, camino de perdición, y no nos referimos solamente a Judy drogada todo el santo día a todo dar tras las cámaras y delante de ellas, que también, pero no, más bien a este Terciopelo azul de Minnelli, a más color, mayor espanto y dolor y abominación en proporción sin parangón, los Ambersons, Mujercitas, Orgullo y prejuicio, La edad de la inocencia, La heredera, Las cuatro estaciones, todas ellas en este caso malhadado vaciadas de contenido y vida, plúmbeas marmóreas, secas, un algodón rosa que se atraganta en el cielo de la boca de tanta azúcar y sandez a espuertas que encima lleva, y, además, eterna, nunca acaba la cabrona.
Y mira que el primer rato tuvo o tenía/tiene su gracia a la espera de la de los cojones llamada en alguna maldad salvadora aliviadora de las nenas o niñas tan pavorosas satánicas, pero nada, después nadería tras bobería hasta un final exangüe, mustio, sin alma, chuchurrío, agónico, anémico.

Tediosa, redicha, llena de clichés, personajes sin dirección...