La búsqueda de la felicidad

“Y fueron felices y comieron perdices” es el final típico de los cuentos, simple y llanamente porque lo que viene después –la rutina, los hijos, el hogar, el “qué suerte tienes que te quedas en casa con ellos”– no tiene nada de apasionante, no hay nada extraordinario que narrar porque el automatismo no es noticia. A menudo la realidad matrimonial suele minar la autoestima y la salud mental de muchas mujeres, que automáticamente se ven desplazadas de su yo real, labrado con tesón y esfuerzo personal y profesional a lo largo de los años, hacia un rol de plato combinado de esposa – madre – ama de casa sin salario, en el que todas las atenciones hacia la familia están incluidas en el contrato y ninguna satisfacción figura en la letra pequeña.

Y cuando el deterioro de la relación queda embebido en un chalet de lujo, dos coches aparcados en la puerta y dos preciosos niños –el pequeño es inaguantable–, la vida en un complejo residencial de clase alta no compensa la caída libre de la hormona de la felicidad. A duras penas hace de mujer florero. La protagonista entra en barrena y no es capaz de levantar el vuelo, y tampoco tira de antidepresivos ni de ayuda médica. Mucha gente no lo hace porque hay que aceptar que la vida es así de dura cuando los niños son pequeños y que a los treinta años no te vas a poner a estudiar para reciclarte. Gemma Artenton hace una excelente interpretación y transmite con la tristeza de sus ojos todo el proceso depresivo por el que su personaje va pasando. El modelo de codependencia que su personaje ha aceptado termina por dejarla muda, y cuando por fin verbaliza su infelicidad, se topa con un ególatra, un perfecto desconocido de lenguaje ofensivo que psicológicamente boicotea y falsea sus emociones, hasta que la situación termina por explotar. Decía el psiquiatra Rojas Marcos en su libro “Las semillas de la violencia” que los mayores abusos se producen en el entorno familiar, y el personaje del marido apunta maneras. Un perfecto “jerk”, que dirían los británicos.
Transfondo social

Micromachismos y amenazas maritales aparte, la vida perfecta que externamente todos envidian acorrala a Tara, hasta el punto de escapar para toparse con un alma caritativa que le hará reconsiderar otras opciones. Hasta un cierto punto la resignación final recordaba a los cursillos prematrimoniales de las parroquias, donde instaban a las futuras esposas a aguantar todo lo posible por el bien de la pareja, un bien que normalmente se identificaba con el bienestar del marido y, por supuesto, de la sociedad. Lejos de presentar una visión final de libertad y empoderar a la protagonista, el regreso final deja un poso amargo, una aceptación que solamente empodera a los que se benefician del sistema patriarcal. Una huida sin planificar no es un verdadero plan, pero quizá sirva de borrador para una segunda parte, cuando el momento definitivo llegue y los niños sean más grandes.

Una última reflexión: es triste salir de la sala y escuchar a otros críticos maldiciendo a la protagonista por tener todo a lo que puedes aspirar en la vida y decidir que abandonas todo eso porque el marido es un gilipollas. Pero es que era eso, un gilipollas. ¿No os disteis cuenta? ¿O acaso es el modelo de vida al que aspiráis, con esposa trofeo incluida?

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Uno ve cine de todo tipo, y el objetivo suele ser simplemente entretenerse, aunque muchas películas ofrezcan algo más que eso. Pero también las hay que no son capaces de contarnos una historia con el mínimo interés como para que merezca la pena el tiempo que se emplea en verlas. Esta es una de ellas.
Va de una mujer que, sin motivo aparente, está triste. Con todos mis respetos, tengo mejores cosas que hacer que ver a esta tipa llorar, pasear, callar mucho o tener unas conversaciones con su marido capaces de producir tal somnolencia y tedio como pocos se puedan imaginar.
El vacío argumental es tan profundo que es hasta difícil de creer. ¿Cuándo va a pasar algo?
Quizás solo tenga sentido desde el punto de vista de los problemas psicológicos depresivos o de las personas que no saben sacarle partido al tiempo y la vida que se nos ha regalado. El caso es que empatizar con la protagonista me resulta más difícil que barrer unas escaleras hacia arriba.
Lo único que transmite la película es tristeza y aburridísima cotidianidad, y yo no busco eso en el cine. Un buen drama debería emocionar al espectador, y no hacerme desear que termine lo antes posible.
Un "show de Truman" con cualquier persona elegida al azar por la calle podría tener mucha más enjundia que esta cáscara vacía en la que, insisto, ¡no pasa prácticamente nada!
Bueno, a lo mejor luego sí pasa pero me da igual, porque al llegar a la mitad no he podido más y he dejado de verla.

Claramente Gemma Arterton que es una actriz muy bella, ha enamorado al director. Retrato de una mujer insatisfecha con su vida, que se pasa la mayor parte de la película poniendo caras de amargura, llorando. Si busca la felicidad, desde luego no lo demuestra. Su falta carácter, de chispa hacen que la película se convierta en un auténtico tostón. No la recomiendo.

Mi más sincera admiración para las mujeres que son capaces de maridar su vida laboral con su vida familiar; para las mujeres que, tras una jornada de trabajo, llegan a sus casas, atienden a sus hijos siempre con dulzura, amor y comprensión. Mi más verdadero reconocimiento para esas mujeres que, con ayuda de sus parejas o sin ella (lo que ya, gracias a Dios, suele ser menos común) dan tanta importancia a su papel de trabajadoras como al rol de madres, de brújula de unos hijos que necesitan de su amor, de su consejo, de sus cuidados para formarse como seres humanos lo más completos posible en esta sociedad de hienas. Me quito el sombrero ante esas mujeres que no llegan a fin de mes, que trabajan horas lejos de casa y trabajan horas en casa, casi siempre sin reconocimiento por parte de la sociedad. Olé por ellas. Han sido y son la base de la sociedad. Tanto las que trabajan fuera de casa como las que lo hacían sólo en casa, como mi madre. Echaba más horas que un reloj cuidando de mis hermanos y de mí y nunca nos trató mal de forma gratuita.

Ante estas mujeres, mi más profunda admiración. Ante las mujeres que son de clase social alta, que tienen todos los lujos, que no trabajan fuera de casa y que tratan a sus hijos con desprecio… ante esas no puedo sentir mucho respeto. Es cierto que el marido es un poco capullo, con unos conatos de maltrato (por lo menos verbal) y en eso empatizo con la protagonista, pero sus acciones resultan algo incomprensibles *. Será porque el guionista y director nos presenta a los personajes sin explicar el motivo que ha llevado a la mujer a esa sensación vital. Comprendo que alguien piense que la vida que está viviendo no le llena, que no es lo que pensaba, esa senación de hastío, de estar perdiéndote algo… es lo más comprensible. Pero de ahí a que un personaje que tiene el timpo libre necesario para explotar cualquier faceta de su vida, que tiene un matrimonio que no le llena, que tiene una posición económica desahogada y que tiene una familia adorable, se comporte así… No puede tener mi comprensión.

Sé que las lecturas feministas me van a crucificar… y qué le vamos a hacer, es el signo de los tiempos. Lo que no saben es que si el eprsonaje principal fuese un hombre que cuida de sus hijos, con un amtrimonio infeliz y su comportamiento fuese igual, diría exactamente lo mismo. No miro el género, miro el comportamiento.

Sigo en el spoiler mi razonamiento. Si alguien lee este, antes de pensar que soy un machista, que lea esa parte.

Los protagonistas muy bien

Reverendo tostón con tintes feministas el que nos ofrece esta película inglesa. Una treintañera con dos hijos y una existencia acomodada se da cuenta de que no le gusta su vida. No parece tener aficiones, ni amigos, solo hace de madre y ama de casa. Y para colmo su marido es un poco cabezabuque. Pero ni cuando decide dar un golpe de timón encuentra consuelo. Una descontenta vocacional. La actriz principal lo hace muy bien pero ni su personaje ni el guión que lo sustenta me parece que merezcan el esfuerzo.