Macbeth

Sobredosis de belleza que nos mató de quebranto narcotizado.
Una droga demasiado pura, a lo bruto, para nuestras débiles y corruptas venas.
Parlamentos shakespereanos, monólogos a presión que se deslizan peligrosamente hacia la tierra movedizo o de nadie de la abstracción pictórica, lugar sagrado donde muere el sentido dramático y se sofoca cualquier sentimiento humano o anhelo tembloroso; una gelidez encapsulada que aísla, fragmenta y deforma cualquier atisbo de pasión o duda, que somete con mano de hierro, estéticamente impresionante, y asfixiante, todo lo que tenía de turbulento o vivo el texto original.
Una sobreabundancia, un subrayado constante. Un afán de solemnidad saturado en cada plano, un deseo extático y pavoroso de querer significar lo ya expuesto y aclarado. Un arrebato de colores, músicas y cámaras lentas. Un chirriar de goznes y crujir de dientes. Tanto frenesí artístico acabó con el escritor inglés y lo dejó solo apto para los sibaritas más delicuescentes (o en verdad un plato recalentado presentado como cocina de vanguardia).
Aquí al único al que le cortan de verdad la cabeza es al drama del poeta usurpado.
"La pareja del año". Marion Cotillard y Michael Fassbender. Los actores del momento. Los más guapos y capaces, los que más rango ocupan; desde el cine de superhéroes, o simplemente palomitero, hasta codearse con la gente de más pedigrí intelectual. La prefiero a ella. Me parece más sutil y flexible. Él supura intensidad en cada gesto, lo cual a veces resulta excesivo y equivocado.
La película. Fotos fijas arrasadas por una pretensión que se come la obra y nos engulle de paso a los espectadores que caemos inermes en ese infierno rojo final tan apocalíptico y hermoso.
No sé, pero yo prefería sopita y un buen vino, no este chute de algarabía visual y énfasis autoral.

"Macbeth" es un drama con una trayectoria tan potente, que aunque en algunas partes sea algo aburrida, jamás deja de ser brutalmente salvaje. Fassbender y Cotillard deslumbran como es lo habitual en toda su filmografía. Sus diálogos son de extremada excelencia junto con la gran dirección artística y el espectacular vestuario. Si bien hay mejores adaptaciones de la obra de Shakespeare, ésta se pone casi a la altura de las mismas. La película en ningún momento deja de lado la perfecta oscuridad reflejada en su guión, y eso, hace a "Macbeth" una muestra de verdadero cine.

No me molesta que se hagan adaptaciones más o menos modernas de clásicos de la literatura universal. Tampoco me molesta que se use un lenguaje de hace varios siglos cuando la obra es en versión original. Lo que me molesta es que se traduzca al español, y se utilice un lenguaje superficial intentando emular esa lengua antigua. Me resulta pesado hasta el punto de dejar de ver la película. Se supone que las grandes historias de la literatura universal, entre ellas Macbeth de Shakespeare, siguen vivas por la fuerza que transmiten, por saber captar la esencia humana, y no por usar frases retorcidas y palabras arcaicas. Una pena, porque tenía muchas ganas de ver esta película.

Siempre se mencionan como antecedentes las versiones de Macbeth hechas por Orson Welles (1948); Akira Kurosawa (1957) y Roman Polanski (1971). La de Polanski no la vi. La versión de Orson es una magnífica representación teatral de la tragedia en la que la adaptación "aggiornó" un tanto el texto eliminando la estructura del verso y modernizando algunos modismos; en cuanto a la de Kurosawa fue una adaptación tan libre que culminó teniendo mucho de Kurosawa y muy poco (casi nada) de Shakespeare, pero a pesar de ello también fue una excelente película. Esta versión dirigida por el australiano Justin Kurzel tiene, en mi modesta opinión, muy poco (poquísimo) de la tragedia original y lo único que mantiene del genio isabelino es la transcripción textual de algunos de sus parlamentos en verso y la idea central, muy general, de tratar la desmedida ambición de un asesino serial que, paradójicamente, mantiene algunos cuestionamientos morales por las barbaridades que comete; razón por la cual todo aquel que haya leído la tragedia de Shakespeare o haya presenciado alguna puesta teatral más o menos fiel al original quedará bastante desconcertado porque aquí lo que hay es otra cosa. Sin embargo..... no deja de ser —para mi particular gusto— una muy buena película.

El paulatino desmoronamiento que sufre Macbeth en su camino a un destino trágicamente profetizado está brillantemente interpretado por Michael Fassbender y por Marion Cotillard que se sacan chispas en un verdadero duelo actoral, con una escenografía minimalista y una fantástica fotografía que acompaña la tragedia desde un sepia brumoso del comienzo y que, al vaivén del desarrollo trágico, se va transformando en una paleta de ocres que culmina en un furibundo rojo que presagia la sangrienta resolución del tema.

Si esperas acción y suspenso, esta no es la película que debieras elegir, si tienes necesidad de un desarrollo lineal y de argumento de entretenimiento no creo que te guste. Pero si estás en uno de esos días en que necesitas de algo diferente y te atreves a dejarte envolver por un espectáculo visual y sonoro, tal vez te guste. Con estas prevenciones, me atrevo a recomendarla calurosamente.

El director australiano Justin Karzel, que ya en "Snowtown" realizó un interesante acercamiento al mundo de la violencia y la psicopatía, se atreve con la inmortal tragedia de Shakespeare, teatralización de un episodio real de la historia de Escocia en el siglo XI, el ascenso al trono de Macbeth tras el asesinato de su primo el rey Duncan.

A la crítica le ha encantado la película y la interpretación de Michael Fassbender ha dado mucho que hablar. A mi juicio, la película es muy irregular y es difícil hacer una crítica global sobre la misma, dado que se debate entre los extremos de la fascinación y el aburrimiento, de la estrepitosa violencia y la quietud más exasperante, del naturalismo más sucio y de la teatralidad más trascendente.

Por una parte, está el aspecto técnico. Aquí es donde Karzel ha realizado un poderoso ejercicio visual. La excelente fotografía de los escenarios naturales y los palacios muestra un universo grandioso, frío, y desolado. La niebla, blanca o roja, envuelve la aparición de las brujas, el campo de batalla y diluye todo en la irrealidad. La cámara, siguiendo la moda actual, busca el primer plano cámara al hombro para los diálogos y el movimiento brusco y desatado en las escenas de acción. No se escatima el detalle cruento o sanguinario en las escenas de batalla, realzado hasta la falsedad (como también es moda), por la edición de sonido. Se juega con las velocidades, con los planos ralentizados y acelerados, hasta el punto de que en ocasiones parece un videoclip. Sin embargo, en algunas escenas, como la famosa de la "sangre maldita" de Lady Macbeth, monta largos y estáticos planos fijos. ¿Bien o mal? Depende. A veces subraya eficazmente la acción y otras distrae. Es como un exceso de maquillaje, que a unos parece atractivo y a otros desagradable.

Por otra, está el aspecto narrativo. Aquí es donde la película se cae. Si bien una dicción rápida puede banalizar o no resaltar el poder de las palabras de Shakespeare, lo contrario supone despojarlas de emoción y credibilidad. Hay lentitud hasta el tedio, y todo resulta impostado, pedante, inverosímil.

Interpretativamente destaca el gran trabajo de Michael Fassbender, que logra con su intensa presencia y sus miradas sobreponerse a la mala dirección de actores de Karzel, que oscila entre el estatismo más exasperante y la declamación más teatral. La bella Marion Cotillard compone, sin embargo, una Lady Macbeth floja e inverosímil. Ni nos creemos su maldad ni su locura, y en famoso parlamento final parece más una chica triste vestida como una virgen medieval. Podrá gustar, pero no es Lady Macbeth. El resto del reparto cumple con su función, entre los que destaca Sean Harris como el vengativo Macduff. El vestuario y el maquillaje inspiran una visión realista, sucia y violenta del hombre y su violenta locura.

Las famosas brujas (Hermanas Fatídicas) son aquí una doble personificación de la naturaleza y las edades: bebé, niña, joven, madura y anciana. Su apariencia no es de terribles hechiceras, sino de conocedoras y espectadoras del destino inevitable. Surgen apaciblemente de la niebla y vuelven a ella en un ambiente mágico e intrigante.

La música de Jed Kurzel, con largas y agobiantes notas, es absolutamente desquiciante, lo cual viene muy bien a ciertas escenas, siendo en otras excesiva y artificiosa.

¿Razones para ver esta adaptación de Macbeth? Las suficientes para disfrutar del cine y de las inmortales palabras de Shakespeare. Tiene más defectos que virtudes, pero estas son bastante interesantes.