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El gatopardo

Drama Es la época de la unificación de Italia en torno al Piamonte, cuyo artífice fue Cavour. La acción se desarrolla en Palermo y los protagonistas son Don Fabrizio, Príncipe de Salina (Burt Lancaster), y su familia, cuya vida se ve alterada tras la invasión de Sicilia por las tropas de Garibaldi (1860). Para alejarse de los disturbios, la familia se refugia en la casa de campo que posee en Donnafugata en compañía del joven Tancredi (Alain ... [+]
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Críticas 79
Críticas ordenadas por utilidad
22 de junio de 2008
30 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
''El Gatopardo'' suele recibir los injustos calificativos de película pomposa o grandilocuente. No hay ninguna muestra de artificio en este film o, mejor dicho, no hay ninguna muestra de artificio gratuito (para eso, basta con ver alguna película de Sissi emperatriz o similares). ''El Gatopardo'' fue concebida para ver más allá de la aristocracia y de sus vestidos de época, las princesas radiantes, los príncipes apuestos, los fastuosos palacios; también para ir más allá de la política o de la lucha social. Quien sea capaz de ver que sobre todos los personajes y escenarios de ''El Gatopardo'' se extiende una capa de polvo, estará cerca de entender el auténtico sentido del film: un mensaje tan sencillo (algunos lo tacharán de demasiado sencillo) como la decadencia, el paso del tiempo, la inevitable continuidad que subyace bajo los aparentes cambios... La artificiosidad no es más que un medio necesario para un fin, porque toda aristocracia que se precie es artificiosa. Pero la majestuosidad desmedida de los palacios no sólo no es gratuita sino que aparece compensada con la tosquedad y brutalidad de los paisajes y pueblos de Sicilia (excelente fotografía).
Nadie mejor que Burt Lancaster para interpretar al príncipe de Salina, la cara visible de la decadencia: incapaz de defender los principios de sus ancestros ante las circunstancias cambiantes, pero incapaz también de sumarse a los nuevos tiempos. Su interpretación eclipsa sin duda a Alain Delon y Claudia Cardinale, bastante discretos. Por su parte, la banda sonora de Nino Rota cumple con todas las expectativas. El exceso de metraje sólo se siente en la escena del baile, que conduce a un final algo pobre. Un ''pero'' suficiente como para impedir que ''El Gatopardo'' sea una película perfecta.
al_warr
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3 de setiembre de 2009
24 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Luchino Visconti forma, junto a Federico Fellini y Pier Paolo Pasolini, la trilogía de genios del cine italiano de la segunda parte del siglo XX (con el permiso de Roberto Rossellini y Vittorio De Sica, autores que tuvieron, sin embargo, su mejor época tras la Segunda Guerra mundial). Visconti, aristócrata, culto, comunista y homosexual, bebió de las fuentes del neorrealismo en los inicios de su carrera ("La terra trema"), para, pronto, decantarse por el cine negro ("Bellissima") y el drama histórico, género en el que destaca con "Senso" y alcanza su obra maestra precisamente con "El gatopardo".

Adaptación de una novela del también aristócrata Giusseppe Tomassi Di Lampedusa, describe el ocaso de una clase social, la nobleza, formada por el conjunto de las familias privilegiadas que durante siglos habían mantenido el poder en sus manos, y su relevo por otra, más pujante y dinámica, la de los comerciantes y empresarios de la poderosa pequeño burguesía, harta de ser ninguneada por la casta de los nobiles. El desprecio de la aristocrácia por los nuevos ricos ("Nosotros éramos los gatopardos, ahora llega el tiempo de las hienas"), va parejo a la humillación de tener que aceptar la mezcla de sangres para conservar sus bienes y prebendas.
Dirigida poco antes de la trilogía germánica ("Muerte en Venecia", "Ludwig" y "La caída de los dioses" ), Visconti firma la que es seguramente su mejor película. Interpretada magníficamente por el gran Burt Lancaster en el papel de Fabrizio, príncipe de Salina (¡cuánta nostalgia refleja su rostro por los tiempos pasados!) , y por unos jovencitos Alain Delon (Tancredi) y Claudia Cardinale (Angélica) , la Italia del Rissorgimento, la revolución garibaldina, la decadencia de los estados pontificios y la fundación del estado italiano moderno cobran vida ante nuestra vista gracias al talento operístico del director (magnífica la escena del baile), de la música sublime de Nino Rotta y de una fotografía luminosa que recoge toda la belleza de una puesta en escena memorable. Una oportunidad de contemplar una joya del cine y de aprender un pedazo de la historia de nuestro sufrido continente.
janto
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19 de marzo de 2010
22 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
De efecto espeso en tramos de meditación lírica o psicológica, la cinta contiene un exagerado sentido del detalle y apunte ornamental. Eso nos lleva a un resultado aparentemente superficial (entendiendo “superficie” como película pendiente de la dirección artística y la reconstrucción de una época, y no tanto en intenciones de melodrama).

Sin embargo, esa superficie costumbrista encantada en su manierismo de objetos y vestuario no sólo interesa por el evidente atractivo visual, también por acercarnos a la franqueza viscontiana de la cornucopia y el arabesco. Sensibilidad de retratista de memorias más que de director de cine.

Es así como la sinceridad de la “superficie” aparece como “fondo” –al convertirse el adorno en obsesión creativa-. De esa forma, donde muchos encuentran abalorio redundante –y lentitud, y regodeo esteticista vacuo- veo yo una suerte de estilo refinado que ofrece un mundo interior a partir del aparente adorno frívolo (adorno que subvierte el contenido, quizás, suplantándolo).

En la novela sucede igual, la importancia de objetos y detalles acaba por delatar un tempo psicológico separado del tiempo real. En el oxímoron de los pequeños detalles reside la enorme tristeza del alma del Príncipe de Salina y, a fortiori, del propio Visconti, cuya obsesión por la dirección artística encaja perfectamente con las descripciones de Lampedusa (también podría hablarse de puntos de contacto entre la novela y Visconti desde el punto de vista biográfico o ideológico, pero ésa es otra historia).

Es esa sensación de pertenencia y confesión lo que más valoro, lo que en mi opinión le otorga cierta medida de universalidad sin caducidad. Universalidad de orden estético, por su belleza de exactitud reconocible; universalidad temática también, al aglutinar el desencanto de nuestra condición humana en torno a una coyuntura de cambio histórico.

Y todo, como digo, a través de una narrativa de jarrones, araucarias y algún pastel de gelatina amurallado con guarnición de guindas a modo de adarve o barbacana (según el cocinero).

“Lo más profundo del hombre es la piel”
Paul Valery
Bloomsday
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3 de diciembre de 2006
26 de 33 usuarios han encontrado esta crítica útil
He estado de vacaciones.
Sí, sí, de vacaciones, por Sicilia, en plan relajado, durante 3 horas.
He disfrutado de la luz siciliana, los paisajes dorados y el esplendor de los castillos y mansiones de los lugareños. Y me he comido con los ojos a Claudia Cardinale bailando un vals.

Me he codeado con peces gordos de diferentes collares, desde la aristocracia decadente a la burguesía ascendente. La aristocracia decadente se ve que está podrida desde dentro y sin embargo anda todavía erguida cual macho alfa y tiene el apabullante carisma de Burt Lancaster; y la burguesía ascendente y trepadora está a punto de comerse el mundo, pero anda encorbada, fea, sin clase ni glamour.
Y todo el mundo llevaba trajes bonitos, aunque a Paolo Stoppa el smoking le queda de pena, y el chaquetero Alain Delon no acaba de tener claro cuales son sus colores y su lealtad es más inestable que la del mismísimo Carod-Rovira.
Y el famoso Giussepe Garibaldi va montando revoluciones y todo el mundo está en plan intrigante porque la piramide social se reestructura, pero por si acaso no dejan de pegarse bailes y comilonas.

Aunque me pese reconocerlo, había ratos en que no me enteraba de la misa la mitad.
Hay cineastas que se ponen en plan didáctico y resultan un poco cansinos, pero Luchino Visconti no es de esos: su plan es que si alguien no conoce la historia del siglo XIX, que se joda o que lea un poco antes de ver la peli.

Vamos, que han sido unas vacaciones breves, de "sólo" tres horitas, pero muy bonitas, y muy tranquilas, sin sobresaltos.

Y además sale el Terence Hill.

Nota: notable.
Listocomics Puntocom
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10 de enero de 2008
50 de 87 usuarios han encontrado esta crítica útil
Llevaba quince minutos de película y tuve que apretar el stop. Me acerqué al ordenador y me empapé un poco de la historia reciente de Italia. Cualquiera de nosotros podríamos dar casi una cátedra sobre la historia de EEUU, podríamos manejarnos sobre algo de Francia y quizá, recordáramos algo sobre los reyes españoles más allá de los Católicos y Carlos I (por mi afán de ganar al Trivial un día intenté aprenderme la cronología de los reyes españoles, pero mi escueta memoria sólo los retuvo un breve periodo de tiempo). Ahora, pregunten por la historia de Italia y pocos serán los que sepan algo. Eso es lo que tiene el cine. Muchos dirán que es sólo divertimiento, pero gracias a ello, más o menos todos podemos hablar de la dichosita guerra civil americana.

Visconti me estaba contando una cosa que no entendía. Así que ahí estaba yo, leyendo quien era Garibaldi, Cavour, como se hizo la unificación y todo eso. Pero chicos, ni así. Ni así he conseguido que este galimatías me entrara. “El Gatopardo” es un coñazo tremendo. Es un largísimo paseo por los palacios, es una fiesta interminable de alta sociedad, es un conjunto de escotes asfixiantes, de palabras vertidas a la nada, de ridículos bailes de salón y eternas escenas más largas que un día sin pan.

Todo me parece falso, buscado. No existe nada de naturalidad es esta película. Ni siquiera el gran Burt Lancaster, cuyas palabras susurradas al viento me producían jaqueca. Ni ese desparpajo de Alain Deloin o la belleza de la Cardinale consiguen superar la agonía de tres horas larguísimas en la que no cuenta nada interesante.

La última fiesta es un tormento, larguísima, aburrida y lenta. Sólo para ver caer una gota de agua del ojo de Lancaster… otra escena postiza que no me creo.

Para muchos esto será una obra de arte, para mí es todo artificioso.
Chagolate con churros
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