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Sábado noche, domingo mañana

Drama. Romance Arthur Seaton es un joven inglés de carácter agrio y rebelde que trabaja en una fábrica. Trata de huir de su rutinaria y aburrida vida bebiendo y divirtiéndose cuanto puede los fines de semana. Ésa es la única meta de su vida: pasarlo lo mejor posible. Al mismo tiempo, mantiene una relación con la mujer de un compañero, y todo se complica cuando se queda embarazada. Mientras tanto, se enamora de una joven de estrictos principios morales ... [+]
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Críticas 19
Críticas ordenadas por utilidad
16 de febrero de 2014
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
El movimiento británico del “Free Cinema” se presenta a menudo como la versión británica de la “Nouvelle vague” francesa, sin embargo, cabe matizar y mucho, si los flamantes cineastas de la Nueva Ola provenían de la confortable crítica parisina, los jóvenes airados del Cine Libre inglés buscaban sus raíces en la novela y en el teatro de carácter social. En “Sábado noche, Domingo mañana”, una de las películas emblemáticas del “Free Cinema” inglés, se dan cita un puñado de treintañeros que son un claro ejemplo de lo antes mencionado, tenemos por un lado al amigo Cecil Antonio Richardson, apenas transcurridos un año desde su debut en “Mirando hacia atrás con ira”, su debut como director y como productor con la “Woodfall”, la empresa que creo con un dramaturgo insigne, John Osborne, Richardson productor confía a Alan Sillitoe, el autor de “La soledad del corredor de fondo”, la adaptación de otra novela suya protagonizada por un joven trabajador de barrio modesto, bastante seguro de sí mismo, un pelín fanfarrón, amante de la cerveza y de las mujeres vírgenes o casadas.

“Sábado noche, Domingo mañana” es el primer largometraje como director del checo Karel Reisz, ex crítico de cine él también, el futuro director de “La mujer del teniente francés”, marca un hito al filmar una de las primeras y contadas películas en las que un proletario es el personaje principal. El obrero de fábrica que Reisz presenta es un joven actor inglés de origen modesto él también, Albert Finney. A sus 24 años Albert Finney lleva dos haciendo teatro clásico, cuando en 1960 Lindsay Anderson lo lanza en el escenario, al tiempo que debuta en el cine con dos películas seguidas, “El animador” de Richardson y esta “Sábado noche, Domingo mañana”, dos años más tarde Finney logrará la consagración una vez más de la mano de Richardson con “Tom Jones”, que le aportó de paso un montón de dinero ya que había aceptado ir en participación con este gran éxito mundial, un 10% millonario.

El discreto Karel Reisz tardó cuatro años en dirigir su siguiente película, “Night Must Fall”, el protagonista y flamante productor sería Albert Finney, el mismo hombretón, un tanto abrupto, con un acento marcadísimo, que se come “Sábado noche, Domingo mañana”.
Juan Marey
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22 de febrero de 2021
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un joven mantiene relación con dos mujeres. Una de ellas, casada con otro hombre, le anuncia que está embarazada.

Arthur (Albert Finney) realiza un curro monótono en la fábrica, y a cambio exprime al máximo sus momentos de libertad, bebiendo con ímpetu, yendo a pescar con su primo, tonteando con cualquier chica que se le acerque. Se rebela, o asegura que se rebela, contra un destino fijado por otros, contra una existencia que aliena el espíritu y condena el alma, dejando a su paso muertos en vida, criaturas como su padre, un hombre acabado, rendido, pegado al televisor, desconectado de la realidad, perdidas ya las ilusiones.

Arthur protesta, tira piedras, no se sabe contra quién, manifiesta su insatisfacción. “Te sacan dinero por todos lados, hasta arruinarte; luego te llaman a filas y te pegan un tiro”. Es gracias a este razonamiento que justifica un individualismo feroz, despreocupado de sentimientos ajenos. A su favor hay que decir que jamás se viene abajo, toma con filosofía lo que le llega, aun cuando su lío con la esposa de un compañero parezca a punto de descubrirse.

El Free Cinema consiguió un gran éxito con esta obra, cuyo mayor encanto reside en la personalidad del personaje que interpreta Finney, quien acierta a captar el enfado de una generación. Los ambientes rezuman realismo. El final puede ser interpretado de varias formas: algunos lo verán como una rendición del protagonista, caído en la misma trampa que ansiaba evitar; otros lo verán como un triunfo, como un paso inevitable hacia la madurez.
Jackie Daytona
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29 de octubre de 2017
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
El personaje protagonista lo interpreta de forma encomiable un jovenzuelo Finney y no dejará indiferente a nadie. Supongo que el principal objetivo a la hora de realizar la película, dado su contexto y el movimiento cinematográfico en el que queda adscrito, no era otro que el de enseñar la desidia y el abandono de una parte de la sociedad inglesa. Supongo que lo importante es lo que hay detrás de lo que hace el protagonista, las razones de su actitud, todo aquello que lo rodea y que seguramente lo empuja de forma inevitable. Aunque nosotros vemos a un fanfarrón, básicamente un chulo que aunque le den de leches dos militares sigue pensando que uno a uno y no a la vez hubiera sido otra cosa. El que más bebe, infiel si hace falta, porque la vida te da la oportunidad de pasarlo bien los fines de semana y lo demás no importa.

Lo importante no sé qué será, se trata de una película que puede que denuncie una situación concreta, y si fuera así, aunque haya pasado más de medio siglo, mucho me temo que en parte sigue siendo vigente. Muchos jóvenes siguen pensando, en el caso de tener trabajo, que ya es mucho, en salir y beber y pasarlo bien el fin de semana. Alcohólicos de fin de semana, clase trabajadora, no sé si proletarios aunque me temo que no. Trabajadores sí, los de hoy como Finney quizás. O no, tal vez el de esta película sea un personaje especial porque es el más chulo posible. Si hace falta se pone gallito hasta con su compañero cornudo, pese a todo. Tira para adelante, es valiente, es un tío con el que no me gustaría cruzarme, especial para una película así pero contra más lejos mejor.

Ah, no sé si es cierto que Finney sale en todas las escenas, pero lo parece. Y lo que es mejor, es algo que no desluce para nada la película.
Luisito
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21 de marzo de 2020
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Karel Reisz, nacido en Checoslovaquia en 1926 y cuyos padres murieron en Auschwitz, fue uno de los niños judíos rescatados por Sir Nicholas Winton en 1939, una maravillosa historia que el discreto Winston mantuvo en secreto durante cincuenta años.

Reisz no fue un director muy prolífico pero gracias a películas como esta -junto a “Look Back in Anger” (1958) o The Loneliness of the Long Distance Runner (1962), ambas dirigidas por el “enfant terrible” Tony Richardson- pasaría a la historia del cine conformando algunas de las principales aportaciones a la corriente británica del “free cinema”, suerte de Nueva Ola del cine británico, paralela a la francesa, que abordaba no solo nuevas temáticas –infidelidad, aborto, alcoholismo o simplemente las dificultades de las relaciones personales- sino que estaban realizadas con una inmediatez y cercanía muy refrescantes. La película además supuso el debut cinematográfico de Reisz por un lado –que ya había realizado algunos documentales- y por otro el del mítico actor Albert Finney.

Arthur Seaton es un trabajador de la industria, pendenciero y egoísta, que aguarda con ansia la llegada del fin de semana para emborracharse sin límite, meterse en problemas y mantener una relación con la mujer de un compañero de trabajo. Excelente retrato de la vieja clase trabajadora británica que vivió la guerra y de la nueva generación de jóvenes airados nacidos después, descreídos y deseosos de disfrutar de la vida sin preocuparse del futuro, cuyo pesimismo existencial, algo impostado, les hace ver el futuro de un modo tan pesimista que acaban por convertirse en estériles nihilistas de bar.

Con un admirable estilo que va directo al grano Reisz refleja, sin sermonearnos con inútiles lecciones morales, el choque entre las viejas costumbres y la digna moral de preguerra con las nuevas maneras y mentalidades de finales de los años 50 y primeros 60. La película, entre sus muchas y fecundas virtudes, nos regala la deslumbrante actuación de Albert Finney en un papel directamente emparentado con el de Richard Burton en “Look Back in Anger”, con unas dosis de rabia, tensión y mala baba casi insostenibles, pero de una sinceridad aterradora.

Un fantástico clásico del cine británico y una indiscutible obra maestra.

“-¿A dónde te llevan estas peleas?
-¿Has pensado a dónde te llevó no luchar como papá y mamá?
-¿Qué quieres decir? Obtuvieron todo lo que deseaban
- Tienen una televisión y cigarrillos, pero están muertos de cuello para arriba”
Gould
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19 de octubre de 2014
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Interesantísima cinta, uno de los mayores logros del llamado “Free Cinema” británico. Dicho movimiento, a caballo entre el neorrealismo italiano y la “nouvelle vague” francesa, comparte con ambas corrientes su gusto por las localizaciones reales, un adusto blanco y negro, y personajes despojados de todo glamour, cuando no directamente lumpen. Ni que decir tiene que también comparten unas estrecheces presupuestarias que, en buena medida, explican las mencionadas inclinaciones estéticas.
Característico del “Free Cinema” es, además, el recurso a protagonistas jóvenes, irritados y un punto nihilistas. Ello se evidencia en el propio título del texto que dio carta de naturaleza al movimiento, el conocido como “Manifiesto de los jóvenes airados”. Una rabia generacional que, en la película que nos ocupa, encarna a la perfección Albert Finney, quien ya en su debut muestra unas admirables maneras interpretativas, al tiempo que hace un arrollador despliegue de carisma, copando la pantalla, y la sencilla historia toda, con sus duros rasgos de la periferia y su chulesco balbuceo proletario.
Su director, Karel Reisz, antiguo crítico cinematográfico y cofundador del “Free Cinema” junto a, entre otros, Tony Richardson- aquí productor- y Lindsay Anderson- “If…" (1968)-, también se estrena con esta “Sábado noche, domingo mañana”. Y lo hace, claro está, con suma fidelidad a los postulados del movimiento que recién había contribuido a dar a luz, regalándonos con ello un ejemplo amorosamente acabado de uno de esos soplos de aire fresco que, hace ya más de cincuenta años, tanto hicieron por revitalizar- y democratizar- un arte, el cinematográfico, que se adocenaba sin remedio aparente.
Nunca podremos estar lo bastante agradecidos a aquellos críticos furiosos que, hartos de ver basura, decidieron coger el toro por los cuernos cambiando la pluma por la cámara para, en fin, salvar el cine.
Carorpar
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