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El confidente

Thriller. Drama Eddie “Fingers” Coyle (Robert Mitchum), un hombre que se dedica a suministrar armas de todo tipo a los delincuentes de los bajos fondos de Boston, pretende conseguir el apoyo de la policía, delatando los planes de sus clientes. (FILMAFFINITY)
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Críticas 14
Críticas ordenadas por utilidad
1 de junio de 2009
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como bien dijo Jano hace un tiempo, fantástico thriller.
Años de búsqueda infrucutosa llegaron a su fin cuando, mediante el reducto más glorioso de buenos samaritanos que habitan en la red, Divxclásico, contacté con un tipo que se ofreció a pasarme una copia si yo luego me comprometía a licuarla (1), abrir su correspondiente post en el bendito reducto y licuarla (2). Dicho y hecho, ayer me desplacé hasta el mercado de Sant Antoni de BCN y conseguí por fin mi copia, que ayer degusté, y que pronto licuaré (3). Y como digo, los años de búsqueda no fueron en vano y ayer recibí lo que buscaba con este olvidado y más que reivindicable thriller de inequívoco aroma setentero. Firmado por Peter Yates, en lo que seguramente sea la mejor película que firmó, a falta de ver La Sombra Del Actor, otra que tiene una pinta fenomenal. Un thriller negro como el carbón, duro, seco, de una veracidad y un rigor inapelables, con la mira apuntando, y derribando sin miramientos, a todos los tópicos del género pero sin un gramo de florituras, sin compasión, amor por los personajes, ni leches en vinagre. Espléndido reparto repleto de los sospechosos habituales de la época, capitaneados por un Mitchum enorme, para variar, con un personaje que recuerda en muchos aspectos al entrañable Lefty, que Pacino nos regaló en la maravillosa Donnie Brasco. Aunque aquí Yates está lejos de mostrar la empatía y la melancolía que dominaba la obra de Newell.
Una verdadera gozada.
Peter Gabriel 77
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22 de junio de 2014
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una descripción muy realista de criminales con la policía como buenos colaboradores en hacer tratos con ellos. En su trama está la policía mencionada, los traficantes de armas y los atracadores de bancos de turno, pero apenas hay dos o tres disparos y un par de muertos, lo imprescindible para un film en el que, sobre todo, se habla mucho y bien, en “El confidente” no hay héroes ni grandes villanos, ni grandes gestos de cara a la galería, sólo unos personajes que se buscan la vida como pueden.

En “El confidente” todo es creíble, todo es auténtico, los bares, las calles desangeladas del extrarradio bostoniano, el rostro cansado y los andares pesados de un perfecto Robert Mitchum, un patético traficante de armas que se ve obligado a convertirse en chivato de la policía para evitar ir a la cárcel y que acaba siendo manipulado y traicionado por todos, un tipo que ni es el más listo, ni es el más duro, un hombre corriente con una esposa de su edad y un par de críos, que se dedica a esto como podría haber sido conserje de un colegio, clase baja criminal sin mayores aspiraciones que sobrevivir.

Una muy buena película, excelentemente ambientada, muy bien interpretada y dialogada, un film absolutamente crudo y desolador, y que podría opositar sin problemas al policíaco más austero de la historia del cine.
Juan Marey
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28 de octubre de 2010
10 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sorprendente thriller setentero que para mi sorpresa resulta ciertamente desolador, y por momentos brillante, bien narrado y bien hilvanado.
Pichum en absoluto estado de gracia, con su mirada narcotizante y somnolienta, firma, seguramente, uno de los mejores papeles de su carrera.

El hombre que vino a cenar desnudo encarna como nadie a un auténtico desgarramantas y escucharle en versión original portando las bolsas de un supermercado, graznando con su tempestuosa panza es algo indescriptible, su manera de abarrotar la pantalla, de sacudir bofetadas con ese estilo indolente es inigualable.

Como solía espetar Pichum después de terminar los rodajes " Se puede trabajar más, pero no mejor", y no parece, no, es cierto.

Se despide desde el pirulí.

La lanza enfurecida de Patrick Ewing sobre la joroba de la Pitonisa Lola
Killer_Wolf
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31 de julio de 2022
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
El confidente (The friends of Eddie Coyle, 1973), de Peter Yates, y Mátalos suavemente (Killing them softly, 2012), de Andrew Dominik , adaptan sendas novelas de George V Higgins. Una consideración alienta ambas obras: La obra de Dominik lo explicita en boca del personaje de Brad Pitt: America es un negocio. También enfatiza, o hace más palpable, la turbiedad, sordidez y podedumbre (moral) que supura. Su violencia resulta más sofocante, como si se fuera cerrando la llave del aire. Su estructura casi episódica, o trama poliédrica, hace más visible, o manifiesta, su condición compartimentada. Por eso, es una obra que linda de modo más claro, y difuso, a la vez, con lo abstracto, con cierto artificio, como una pieza de cámara, aunque no dejen de abundar los exteriores. Aun así, prefiero la sutilidad de la obra de Yates, como quien mira hacia otro lado, encogiendo los hombros, sin dar importancia a una revelación que te deja desarmado porque trastoca tu vida. El Boston de El confidente también parece ajeno a los bullicios urbanos. Pareciera una ciudad casi despoblada. Los espacios son como presencias silenciosas que fueran devorando a los personajes sin que estos se percataran.

La película, en su título castellano, coincide con la de la magnífica obra que Jean Pierre Melville rodó en 1962 (su título original era Le Doulos), también relato de traiciones, rostros elusivos, robos y negocios. El título original de la obra de Yates, como el de la novela de Higgins, es Los amigos de Eddie Coyle. Pero Eddie (soberano Robert Mitchum) no tiene amigos. Son más bien relaciones de negocios, conveniencias, alianzas, traiciones e intercambios. Sea con el que vende las armas, Jackie (Steven Keats), con el jefe de la banda de atracadores, Jimmy (Alex Rocco) o con Dave (Richard Jordan), el policía al que Eddie solicita ayuda, colaboración, para que no le condenen en otro estado, New Hampshire (mientras conversan, tras Eddie se advierten unas verjas; no hay salida para Eddie: hay prisiones de las que es más difícil salir, como la propia vida). Eddie es alguien periférico, incluso dentro de los márgenes; no es nadie aunque casi conozca a todos; malvive como guarda de seguridad, y a la vez es un mediador, el que consigue las armas, el que trata con el traficante y consigue las armas para los atracadores; es alguien cuya vida tiene ya poca seguridad, es alguien que está en medio, como quien está atado, de piernas y brazos, a varios caballos que tiran de él. Es un engarce, y también lo es en la construcción narrativa que alterna las vicisitudes de los diversos personajes de esa cadena que comprende actividades ilegales y a los propios representantes de la ley. Al representante de la ley, Dave, no le importa si tiene tres hijos y una esposa. Dave no ayuda ni colabora sino que exige un intercambio y, aún más, aprovecha su posición de ventaja, para estirar la cuerda y extraer todo el beneficio que pueda, por lo que le convierte en su confidente no provisional sino recurrente. Dave sabe hacer negocios, tiene alma de empresario, sabe cuándo explotar a sus empleados, ajeno a su suerte, a las consecuencias que les depare. Aún mejor animal que representa la condición del país como negocio es Dillon (Peter Boyle), quien sabe jugar hábilmente a dos bandas, en ese territorio intermedio que define a una realidad que establece diferenciaciones sólo en los escaparates, mientras en sus entrañas una maraña de alianzas y traiciones está salpicada de sangre.

Yates resulta más efectivo en cuanto dispone de más sugerentes textos de base, con los que se muestra cumplidor, como también demostraría posteriormente con la notable La sombra del actor (1983). Con un material tan sustancioso, eficazmente adaptado por Paul Monash, y servido por un espléndido grupo de intérpretes delinea un vibrante tapiz narrativo a golpe de silenciador, modulado como un engranaje que se desangra con firme pulso. La introducción, la orquestación de un atraco, modulada de forma particularmente afinada, ya anuncia que la misma trama de la realidad se puede equiparar a un engranaje. Yates ya había realizado eficaces thrillers como El gran robo (Robbery, 1967), sobre el atraco al tren de Glasgow, la célebre Bullit (1968), o la sugerente combinación de comedia y thriller (con atracos, también, incluidos), Diamantes al rojo vivo (1972), pero quizá sea El confidente su obra más brillante. Aunque las texturas de la película de Dominik puedan ser más sugerentes, en su planteamiento teórico, al final me parece que recargan demasiado, como quien emborrona y difumina el texto cuando quiere hacer doble subrayado, aunque sea por meras cabriolas formales, lo que determina una descompensada narración. Yates, en cambio, asume una condición más modesta, como quien admira desde la distancia y no quiere interferir. Quizá raspe menos de entrada, pero el silencio que se extiende tras acabar la proyección es como la hendidura de una herida producida por un disparo que adviertes en tu piel, sin que sepas cuándo te han disparado, cuánto tiempo llevas andando con la sangre abandonando tu cuerpo y cuánto te queda antes de que te desplomes.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
cinedesolaris
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22 de mayo de 2010
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un thriller sólido, bueno y realista centrado en las sórdidas y nada complacientes relaciones entre soplones, criminales y policías en Boston. De facciones rigurosamente realistas y sin contemplaciones, de caracter muy narrativo, contiene uno de los últimos papeles del gran Robert Mitchum: un personaje nada agradecido, absolutamente perdedor, del confidente que da título al film.
kafka
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