DON PLUTARCO:

Yo, Don Plutarco, conocí a los padres y abuelos de algunos de estos soldados, y a sus madres... Eran campesinos, cuando las tierras eran de la milpa y no del ejército. ¿Por qué apoyan al patrón si ellos son frutos de los brazos y el sudor?.
Sólo yo puedo intentarlo, de mí no desconfiarán. Voy a volver a mi pueblo, a mi casa, a los campos donde descansan nuestros antepasados. Cada una de esas balas es un paso que acercará a mi nieto a la justicia universal, no a la de los hombres.

GENARO:

No hay alternativa, o luchas o te aplastan el asco y la miseria. Si luchas la dignidad la tienes asegurada; pero nada es fácil en estos montes en que el miedo acecha en los dos bandos: en el de la vida y en el de la muerte.
Esto no va a ser inmediato, tal vez algo alcancen los hijos de nuestros hijos.

Y ME PARECE A MI:

Que éste sí es un buen ejemplo del cine de autor y de compromiso que navega en un agónico y borrascoso tono grisáceo, preludio de muerte (negro) y esperanza (blanco).
Es obligado, sobre todo por la nacionalidad del director, comentar que fue en México donde Luis Buñuel rodó Los Olvidados en 1950, pero sólo eso...Francisco Vargas habría filmado El Violín sin que existiera esta gran película del aragonés, porque la realidad mancha a la gente sensible.
Una herramienta de dignidad, un arma peligrosa el instrumento de Don Plutarco, el músico manco. El, que se niega a aceptar las ordenes de los militares, es un viejo sabio cuyo único bagaje son las notas que se lleva el viento y el ejemplo que será enterrado pero que algún día nacerá con el trigo.