Siento pudor al hablar de una película de Almodóvar, porque es como meterte dentro de su mundo, de su círculo, de su fantasía; dentro de su casa, que permanece abierta para que veas todo, hasta sus calcetines sucios bajo la cama, junto al orinal despostillado. Puede gustar más o menos, pero su obra es tan sincera que abruma.

Con permiso: Estos Abrazos Rotos no tienen la frescura de sus primeras películas y la redondez de Todo sobre mi madre y Volver. A los más jóvenes, pienso yo, les falta ese desparpajo interpretativo y la naturalidad de sus mujeres, a las que acaba homenajeando (merecidamente) en esta película. La historia, como en otras ocasiones, es el vehículo que sirve para presentarnos a las personas que habitan su universo: padres erosionados por el tiempo, magnates sin escrúpulos, hijo rencoroso, hija cariñosa y sacrificada, amiga entrañable y puñetera y director afectado por doble ceguera.

Salí de la sala satisfecho y con la sensación de haber cumplido con algo inaplazable. Hay que ver todo lo de Almodóvar porque hasta su obra menor siempre resultará cálida y entrañable. Y es bueno vacunarse contra la tendencia moderna y pragmática (que diría Felipe González) de congelar los sentimientos.