El enganche que tiene la sociedad a las redes sociales es evidente. En ella podemos encontrar todo lo que uno quiera compartir pues con el simple hecho de escribir unas palabras ya dejas impresiones, sentimientos, gustos, un cachito de tu forma de ser que llega a los que te leen.
Seguro que nos sorprenderíamos de la cantidad de datos y sensaciones de uno mismo que hay recogidos en los comentarios de la red. Es nuestro pequeño (gran) libro que compartimos con el mundo de una forma gratuita e inocente, sin darnos cuenta de la relevancia del mismo.
Esa importancia la valoramos sobre manera cuando los seres queridos ya no están entre nosotros, haciéndonos recordar cómo eran, como sentían, que gusto tenían, dejándonos solo con el recuerdo. Pero ese recuerdo es permanente, está ahí, en casa, en los vídeos grabados, en la red, y si no sabemos gestionarlo bien podemos correr el peligro de no asimilar nuestro dolor de una forma correcta, haciendo que nuestra herida no cure y se cierre de una forma saludable.
El trabajo que hace el director y creador, Charlie Brooker, es macabro y al mismo tiempo bello dejándote una sensación estremecedora.