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Tiggy rating:
8
7.0
1,423
Thriller
British hunter Thorndike vacationing in Bavaria has Hitler in his gunsight. He is captured, beaten, left for dead, and escapes back to London where he is hounded by German agents and aided by a prostitute.
Language of the review:
- es
May 2, 2021
4 of 4 users found this review helpful
¿Qué hubiera pasado si Hitler hubiera muerto antes de tiempo? Es algo que la humanidad nunca sabrá, pero siempre podemos fantasear con que un mundo mejor podría haber sido. Y eso es, exactamente, lo que se pregunta el maestro vienés Fritz Lang en El hombre atrapado. La turbulenta historia de un apuesto cazador inglés que, habiéndolo cazado todo, viaja a Alemania para saber si es posible cazar el animal más grande de todos: al mismísimo Führer. Eso no es posible, y el apuesto cazador se vuelve una vulnerable presa, perseguida por los dóberman nazis desde el corazón de Alemania hasta el seno de Inglaterra.
Es irónico que Fritz Lang, ese hombre alto y con monóculo nacido en Viena y judío diera a Alemania muchas de sus grandes películas, tales como Metrópolis (1927) o M, el vampiro de Düsseldorf (1931). Y que el pequeño César presuntuoso que la gobernaba fuera su mayor fan. Su huida de Alemania tras las siniestras insinuaciones de Joseph Goebbels no son más que el alma de esta película, su sexto largometraje yanqui, en el que su protagonista, Alan Thorndike (Walter Pidgeon) es el álter ego del realizador, plenamente capacitado y suficientemente hábil para combatir el nazismo desde la silla de uno de los mejores directores de la historia.
El hombre atrapado, aparte de ser un impecable ejemplo de propaganda anti-nazi a lo Contraespionaje (Lance Comfort, Mutz Greenbaum y Victor Hanbury, 1944) es una película tan personal en fondo y mensaje como en sus formas. Sí, el milimétrico estilo de Lang se percibe en cada encuadre, en los que la arquitectura inglesa pareciera esconder, con cierta amenaza, a sus personajes del acoso hacia el hombre perpetrado por fuerzas incontrolables contra las que no puede luchar. El nazismo, en este caso. El mismo nazismo que hizo huir a Lang, para nuestra fortuna, a otros países donde la sociedad no estaba tan deshumanizada como en la Alemania que le dio alas para volar, pero que estaban encadenadas a una esvástica.
Las mujeres en el cine del cíclope de Viena han sido piedras angulares. Femmes fatales que cegaban a nuestros acosados, vulnerables héroes hasta darse de bruces con un destino infame. En El hombre atrapado, Lang reproduce este tópico heredado de La muerte cansada (1921) y que transpondría a otras de sus películas como La venganza de Frank James (1940) o, más explícitamente, esa obra maestra llamada Encubridora (1952). Aquí, esa mujer está encarnada por una encantadora Joan Bennett de la que es imposible no encariñarse, encargada de fraguar un melodrama que, aunque infinitamente más superficial, bien podría acercarse al de Rick Blaine (Humphrey Bogart) e Ilsa Lund (Ingrid Bergman) del hito Casablanca (Michael Curtiz, 1942).
Con un espíritu humanista y pacificador, Lang se prepara para lo peor de la guerra sacando a relucir otro de sus tópicos, la venganza que, aunque implantada aquí in extremis en su fatalista epílogo, deja patente la necesidad por acabar con la epidemia de destrucción y maldad con la que el Tercer Reich contagiaba y corrompía a una sociedad cada vez más desviada de su sentido del deber. Pero Thorndike no presenta combate. Huye, como un cervatillo, escabulléndose entre la niebla que infesta la grandiosa fotografía nocturna de Arthur C. Miller. Numerosos encuadres circulares preceden la cacería del protagonista, simulando miras telescópicas para más tensión del espectador desde los que miramos entre el atrezzo de los escenarios la vulnerabilidad de un hombre que no puede enfrentar a sus circunstancias, totalmente desvalido y vulnerable.
Y el antagonista. Qué antagonista. George Sanders se viste como un dandy, diabólico y sereno, con todo bajo control. Imperturbable en su cacería por las calles de Londres en su interpretación del Mayor Quive Smith, y escoltado por uno de los actores fetiche de Fritz Lang: un John Carradine que aterroriza bajo la oscuridad del metro e inspira temor a la luz del día como si fuera el mismísimo Vampiro de Düsseldorf. Este par de gentlemen son los que propician la tensión del argumento, haciéndonos velar permanentemente por nuestro antihéroe bretón en su trepidante huida, casi aventuresca, por los códigos del noir. Estos códigos permiten a Lang poner sobre la mesa una de sus dudas más recurrentes, prominentes en todo su cine: la duda por el funcionamiento de la justicia. El director establece la conexión de la justicia (Scotland Yard) con la corrupción (el nazismo) para que ni el protagonista, ni nosotros que velamos por él, confiemos en el amparo que promete, una vez más, mostrando al individuo absurdamente vulnerable en una sociedad corrompida.
Resumiendo, El hombre atrapado es una notable carta de presentación de Fritz Lang, firmada con su puño y letra. Fatalista, muy pesimista y muy romántica, esta joya del noir no podría haber sido mejor adaptada a la gran pantalla por otro director. Solo Fritz Lang, combatiente galardonado de la Primera Guerra Mundial y prófugo del nazismo, podría haber plasmado tan cruentamente desde el crimen un mensaje tan marcado por el antibelicismo que, en aquella época, no era más que un sinónimo de antinazismo. (7.5).
Es irónico que Fritz Lang, ese hombre alto y con monóculo nacido en Viena y judío diera a Alemania muchas de sus grandes películas, tales como Metrópolis (1927) o M, el vampiro de Düsseldorf (1931). Y que el pequeño César presuntuoso que la gobernaba fuera su mayor fan. Su huida de Alemania tras las siniestras insinuaciones de Joseph Goebbels no son más que el alma de esta película, su sexto largometraje yanqui, en el que su protagonista, Alan Thorndike (Walter Pidgeon) es el álter ego del realizador, plenamente capacitado y suficientemente hábil para combatir el nazismo desde la silla de uno de los mejores directores de la historia.
El hombre atrapado, aparte de ser un impecable ejemplo de propaganda anti-nazi a lo Contraespionaje (Lance Comfort, Mutz Greenbaum y Victor Hanbury, 1944) es una película tan personal en fondo y mensaje como en sus formas. Sí, el milimétrico estilo de Lang se percibe en cada encuadre, en los que la arquitectura inglesa pareciera esconder, con cierta amenaza, a sus personajes del acoso hacia el hombre perpetrado por fuerzas incontrolables contra las que no puede luchar. El nazismo, en este caso. El mismo nazismo que hizo huir a Lang, para nuestra fortuna, a otros países donde la sociedad no estaba tan deshumanizada como en la Alemania que le dio alas para volar, pero que estaban encadenadas a una esvástica.
Las mujeres en el cine del cíclope de Viena han sido piedras angulares. Femmes fatales que cegaban a nuestros acosados, vulnerables héroes hasta darse de bruces con un destino infame. En El hombre atrapado, Lang reproduce este tópico heredado de La muerte cansada (1921) y que transpondría a otras de sus películas como La venganza de Frank James (1940) o, más explícitamente, esa obra maestra llamada Encubridora (1952). Aquí, esa mujer está encarnada por una encantadora Joan Bennett de la que es imposible no encariñarse, encargada de fraguar un melodrama que, aunque infinitamente más superficial, bien podría acercarse al de Rick Blaine (Humphrey Bogart) e Ilsa Lund (Ingrid Bergman) del hito Casablanca (Michael Curtiz, 1942).
Con un espíritu humanista y pacificador, Lang se prepara para lo peor de la guerra sacando a relucir otro de sus tópicos, la venganza que, aunque implantada aquí in extremis en su fatalista epílogo, deja patente la necesidad por acabar con la epidemia de destrucción y maldad con la que el Tercer Reich contagiaba y corrompía a una sociedad cada vez más desviada de su sentido del deber. Pero Thorndike no presenta combate. Huye, como un cervatillo, escabulléndose entre la niebla que infesta la grandiosa fotografía nocturna de Arthur C. Miller. Numerosos encuadres circulares preceden la cacería del protagonista, simulando miras telescópicas para más tensión del espectador desde los que miramos entre el atrezzo de los escenarios la vulnerabilidad de un hombre que no puede enfrentar a sus circunstancias, totalmente desvalido y vulnerable.
Y el antagonista. Qué antagonista. George Sanders se viste como un dandy, diabólico y sereno, con todo bajo control. Imperturbable en su cacería por las calles de Londres en su interpretación del Mayor Quive Smith, y escoltado por uno de los actores fetiche de Fritz Lang: un John Carradine que aterroriza bajo la oscuridad del metro e inspira temor a la luz del día como si fuera el mismísimo Vampiro de Düsseldorf. Este par de gentlemen son los que propician la tensión del argumento, haciéndonos velar permanentemente por nuestro antihéroe bretón en su trepidante huida, casi aventuresca, por los códigos del noir. Estos códigos permiten a Lang poner sobre la mesa una de sus dudas más recurrentes, prominentes en todo su cine: la duda por el funcionamiento de la justicia. El director establece la conexión de la justicia (Scotland Yard) con la corrupción (el nazismo) para que ni el protagonista, ni nosotros que velamos por él, confiemos en el amparo que promete, una vez más, mostrando al individuo absurdamente vulnerable en una sociedad corrompida.
Resumiendo, El hombre atrapado es una notable carta de presentación de Fritz Lang, firmada con su puño y letra. Fatalista, muy pesimista y muy romántica, esta joya del noir no podría haber sido mejor adaptada a la gran pantalla por otro director. Solo Fritz Lang, combatiente galardonado de la Primera Guerra Mundial y prófugo del nazismo, podría haber plasmado tan cruentamente desde el crimen un mensaje tan marcado por el antibelicismo que, en aquella época, no era más que un sinónimo de antinazismo. (7.5).