David Cronemberg debió torturar a su hijo durante su infancia proyectándole sus películas una y otra vez. No se explica si no que las obras de Brandon se parezcan tanto a las de David, aunque como buena puesta al día carezca de ese regusto cutre tan de los 70 y primeros 80. En esta ocasión se nos brinda un argumento tan retorcido y enfermizo como cabía esperar de esta saga de cineastas: en un futuro próximo se consume y comercializa material genético de los famosos, en concreto sus enfermedades. Desde un herpes labial hasta un cáncer. No el color de pelo, la simetría de la cara o la forma de sus pies no, sus enfermedades. ¿Qué hay en la cabeza de quien imagina semejante delirio?

En fin, peores propuestas se han hecho en el mundo del cine así que tampoco vamos a escandalizarnos. Lo malo que que por mucho que intente meterme en la trama solo consigo aburrirme. El omnipresente blanco hospital de la fotografía me parece impostado; la parquedad de los diálogos me resulta exasperante; el lánguido peregrinar del protagonista no despierta ninguna empatía, por mucha pose raruna que adopte. Todo funciona según un esquema en el que parece que no hay nada que no sea turbio y abyecto. El hijo ha parido una criatura de la que papá seguro que está orgulloso.

Gracias a que existe tecnología portátil que consigue evitar que uno entre en coma mientras visiona productos como este. Como idea de olla o como distopía extrema podemos concederle cierta cuota de imaginación. Pero como experiencia cinematográfica la tengo que suspender porque me ha producido sueño. Y esto es tan demoledor como definitivo..