No me ha arrancado ni tan siquiera una sonrisa. Es evidente que todos hemos envejecido perdiendo capacidades, pero yo me siento orgulloso de una que he conservado intacta: el buen humor. Y por mucho que lo intento, Almodóvar ya no me lo depierta. Atrás quedaron aquellos asombros gozosos de "Mujeres al borde..." en la que todo fluía fresco y regocijante inundando la pantalla de colores antes imposibles. Esos colores se han perpetuado en la obra del cineasta manchego, se ha depurado su técnica hasta lo magistral y ha conseguido que sus actores lo imiten a él por encima de todas las cosas, pero hemos pagado caro tanto diseño made in La Mancha. Puede que queden vehículos inundados de plumón pasado de rosca y de locas lenguaraces, puede que el universo ultra bisex exista en la mente soporífera de algún que otro creador trasnochado, pero las formas de contarlo ya no son las de la movida. La gente de hoy seguro que no entenderá lo que los abuelos, que en tiempos fuimos post-modernos, les contamos utilizando el argot de antaño.
Me he pasado las dos horas deseando una genialidad que diera sentido a mis espectativas y, muy a mi pesar, he sentido la herida fría de la pérdida de entusiasmo y de oro (mi tiempo lo es). Por lo menos, me queda el consuelo de saber que no me afectará en negativo cuando nuestros académicos la obvien para representarnos en los próximos Oscars.