Nunca olvidare aquel día, el día en el que yo y mis colegas entramos en la sala de cine para ver Druidas. Porque si, yo he tenido la inmensa fortuna de ver este clasicazo en pantalla grande, que es como hay que verla. Ni siquiera recuerdo a santo de que entramos a ver esto, supongo que sería uno de esos días en los que no quedan entradas para nada más, pero el caso es que no me arrepiento en absoluto. Jamas, repito JAMAS, lo he pasado tan bien en una sala de cine. Recuerdo con especial cariño el buen rollo que se creo con los de las fila de atrás, cuando después de aguantarnos durante la primera media hora alguien por fin se decidió a soltar una risa y de ahí en adelante fue un no parar.
Y ahí es donde voy, y es que Druidas es una experiencia catártica, una de esas películas que hacen que nos unamos y dejemos a un lado nuestras diferencias... si señores, Druidas hace de este mundo un sitio mejor. Y es que este auténtico despropósito de pelucones y bigotes postizos, doblajes chusqueros, ángulos de cámara imposibles y diálogos tronchantes protagonizado por ese peaso de crack que es Christopher Lambert tiene el poder de hermanar al punki con el pijo, al negro con el blanco, al rico con el pobre, a los de la fila 10 con los de la 11... todos, vengamos de donde vengamos sentimos lo mismo ante sus imágenes... todos la vemos y mientras se nos escapa la risa pensamos: ¿¡PERO COMO ES POSIBLE QUE SEA TAN MALA!?
No hagáis caso a los que dicen por aquí que no hay que verla. Eso si, no se os ocurra hacerlo solos, esta es una peli para disfrutarla en buena compañía comentando las mejores jugadas.
En resumen, imprescindible.