Parece que a estas alturas del siglo veinte el cine negro en general y el de Robert Sidomark en particular se estaban dulcificando y ya las vampiresas no arrastraban a los incautos al crimen a propósito y de manera bien planificada sino solo involuntaria y espontáneamente, y que era suficiente con que el pecado lo pagaran ellas y no (como en Perdición, Retorno al pasado y tantas otras) también el pobre vampirizado. Los adictos a Siodmark (como yo) y a Stanwyck encontrarán el título imprescindible, aunque tenga ya mucho de café recalentado y esté lejos de los mejores ejemplos de la valía de uno y otro. Ni siquiera, en el aspecto estético, encontramos esa iluminación de contrastes radicales típica de Siodmark, que afilaba las imágenes hasta dar un aire de pintura expresionista. Es, en definitiva, una "negritud" domesticada.