Atención a las próximas obras que pudiera sacar esta joven directora, Ana Lily Amirpour, porque podrían resultar verdaderamente brillantes (o hundirla definitivamente en la mera mezcla de géneros y tópicos cinematográficos). De hecho, en esta obra ya se encuentran varios puntos de interés, siempre entre el encanto de lo vanguardista y una cierta insipidez muy típica de lo amateur. En un atractivo paisaje nocturno de afueras urbanas, con factorías, vías del tren y calles poco concurridas, en una supuesta ciudad iraní, se pasea una más atractiva que siniestra figura de muchacha con saya musulmana, cubierta la cabeza y con un típico jerseycito de rayas horizontales. Enseguida descubrimos que es una clásica vampiresa que ataca con los colmillos, se transporta con una mágica rapidez y a veces habla con voz infernal, aunque parece seleccionar sus víctimas según merezcan o no el castigo. Su aspecto externo es tan dulce que enamora a un muchacho atribulado por un padre heroinómano y por un gánster que le ha robado descaradamente el coche. A ese paisaje se unen una prostituta, un gato, una fiesta de disfraces, algo de música y el encanto de la poco frecuentada en cine lengua persa. Lamentablemente, la película no nos informa de si el efecto de la cruz en estos vampiros es igual o mayor que en los de la zona cristiana o si tendría alguna utilidad enseñar una media luna en caso de que a alguno se le antojara nuestro cuello.