Add friend
You can add a friend by entering his or her username
You can also add friends or favorite users from their profile or their reviews.
Group name
Create new group
Create new group
Edit group information
Note
Note
Note
Note
The following users:
Group actions
- Movie recommendations
- Stats
- Ratings by category
- Contact
-
Share his/her profile
Sergio Espinoza rating:
10
2007
Matthew Weiner (Creator), Phil Abraham ...
7.9
34,528
TV Series. Drama
TV Series (2007-2015). 7 Seasons. 92 Episodios. The lives of the men and women who work in an advertising agency in New York in the 1960s. The agency is enjoying success, but the advertising game becomes more competitive as the industry develops. The agency must adapt to ensure its survival. Don Draper is a talented ad executive at the top of his game, but the secrets from his past and his present threaten to topple his work and family life. [+]
Language of the review:
- es
May 14, 2013
14 of 17 users found this review helpful
"¿Estás solo?" Con esta escueta y poderosa frase, tan socorrida por el subtexto del cine de autor y aludida en general, por el arte universal, cierra la magistral temporada número cinco de Mad Men. Al término, o mejor dicho, a media temporada cuatro parecía que el ciclo narrativo de la serie creada por Matthew Weiner se cerraba y sólo se dedicaba a reciclarse a sí mismo. Las vueltas de tuerca en las distintas subtramas se agotaban en virtud, no se sabe, si de un agotamiento intelectual de los encargados de los guiones o del material temático que puede proveer el mundo que retrata, el de la publicidad. Pero llegó la última temporada y rescató la humanidad de, prácticamente, todos y cada uno de los personajes que componen el universo fílmico de Mad Men.
Don Draper ha alcanzado por fin la opulencia, el glamour y la irresponsabilidad absoluta que supone la vida de millonario ejecutivo de la publicidad en un Manhattan que cambia a la velocidad de la luz. Su antigua vida en los suburbios era un lastre para su ambición. Situación en la que ahora Pete Campbell aparece empantanado, sabedor de que, para los estándares formales de lo que un verdadero hombre debe ser en esa época, el hogar suburbano le aporta poco menos que nada. Don, ya lo sabemos, es incapaz de amar. A pesar de que su flamante esposa, Megan, se diferencia de Betty en que no es una ama de casa reluciente y abnegada, sino una mujer de la "liberación", bilingüe y con aspiraciones profesionales, él sigue pensando en ella como un artículo de lujo qué presumir, como el Jaguar que, descaradamente, compra por un "paseo" de forma arrogante en algún capítulo de media temporada.
Don, sin embargo, advierte una terrible verdad, la verdad del cambio. Los Estados Unidos que él conoció y vivió a través de su infancia en el medio oeste, la guerra de Corea y su matrimonio por conveniencia con Anna se derrumban indisolublemente. En este sentido, ni siquiera el cine de aquella época logró retratar con tanta sabiduría la década de los sesenta y su impacto en la cultura occidental. Tuvieron que llegar diez años después los Altman, los Scorsese, los Lumet, los Coppola y los Allen para poner al día la cinematografía norteamericana y traducir la "nouvelle vague" francesa y el neorrealismo italiano al lenguaje anglosajón para plasmar la crisis civilizatoria. De ellos bebe directamente Matthew Weiner y su "Mad Men". Como bien apunta Daniel Krauze en una crítica publicada en Letras Libres, "el mundo de ensueño de la primera mitad de los sesenta se ha esfumado y ahora hay una especie de temor y reticencia a la destrucción del sueño americano.... en la suciedad con que Sally (hija de Don) identifica las calles de Nueva York se vislumbra el mundo sombrío de Travis Bickle y Scorsese en Taxi Driver..."
Me gustaría trazar además una comparación que, con toda seguridad, será calificada de osada. La quinta temporada de Mad Men ha venido a encumbrar a Don Draper como el prototipo del hombre occidental del siglo XX, a tal grado, que lo pone a la altura de lo que representó en su momento Michael Corleone. La odisea vital de Draper es equiparable a la del mítico personaje encarnado por Al Pacino, con la ligera diferencia de que Corleone heredó su imperio, en tanto que el primero lo ha construido desde los cimientos. ¿No sería entonces más útil una comparación con el patriarca de la familia mafiosa, Vito Corleone? No, porque Vito, a pesar de estar chapado a la antigua como Draper, no pasa por la decadencia moral que supone la actividad ilícita que representa, es más, jamás la advierte a su alrededor. En cambio, su hijo Michael y Don se regodean de ella, son arquetipos de un monstruo leviatánico que se destruye construyéndose, si vale la ironía. Ambos conocen al dedillo la naturaleza del poder, ambos crecen materialmente mientras emocionalmente su mundo se hace pedazos, y finalmente, ambos han comprendido que no hay marcha atrás, que hay algo de definitivo en ese trazo histórico de la construcción de sus respectivos mundos que impide cualquier duda o trastabilleo, aún cuando esto vaya en contra de la bondad y la justicia, conceptos que sólo les sirven para soñar con lo que pudo ser. Don Draper y Michael Corleone son, en realidad, la verdadera cara del Tío Sam.
Mención aparte merece el trabajo de los guionistas durante la última temporada de la serie. Han refrescado y dignificado a cada uno de los personajes (por así decirlo, secundarios), perdidos algunos en entregas anteriores. El peso de Peggy en la trama se reduce pero, paradójicamente, aumentan las posibilidades histriónicas de Elizabeth Moss, enfrentada a la confirmación definitiva del papel marginal de la mujer en el boom del sistema, Campbell, como decíamos, se encuentra atrapado en la solitud y aburrimiento que le proporciona su hogar de los suburbios, Sterling, sorprendentemente, encabeza la incursión de la serie en el tema de la explosión del consumo de drogas sintéticas de la época (un capítulo perturbador y fascinante), Joan intenta su propia liberación con decepcionantes resultados, Megan es un constante vaivén entre un escaparate de Don y la repulsión al confinamiento doméstico, Betty expone la angustia que la banalidad provoca en la sociedad de consumo,Sally compone la arquetípica pérdida de la inocencia (otra gran metáfora) y Lane, el melancólico y flemático Lane, pone el acento sobre la desilusión que provoca el fracaso, anatema del paradigma imperante en Madison Avenue.
Don Draper ha alcanzado por fin la opulencia, el glamour y la irresponsabilidad absoluta que supone la vida de millonario ejecutivo de la publicidad en un Manhattan que cambia a la velocidad de la luz. Su antigua vida en los suburbios era un lastre para su ambición. Situación en la que ahora Pete Campbell aparece empantanado, sabedor de que, para los estándares formales de lo que un verdadero hombre debe ser en esa época, el hogar suburbano le aporta poco menos que nada. Don, ya lo sabemos, es incapaz de amar. A pesar de que su flamante esposa, Megan, se diferencia de Betty en que no es una ama de casa reluciente y abnegada, sino una mujer de la "liberación", bilingüe y con aspiraciones profesionales, él sigue pensando en ella como un artículo de lujo qué presumir, como el Jaguar que, descaradamente, compra por un "paseo" de forma arrogante en algún capítulo de media temporada.
Don, sin embargo, advierte una terrible verdad, la verdad del cambio. Los Estados Unidos que él conoció y vivió a través de su infancia en el medio oeste, la guerra de Corea y su matrimonio por conveniencia con Anna se derrumban indisolublemente. En este sentido, ni siquiera el cine de aquella época logró retratar con tanta sabiduría la década de los sesenta y su impacto en la cultura occidental. Tuvieron que llegar diez años después los Altman, los Scorsese, los Lumet, los Coppola y los Allen para poner al día la cinematografía norteamericana y traducir la "nouvelle vague" francesa y el neorrealismo italiano al lenguaje anglosajón para plasmar la crisis civilizatoria. De ellos bebe directamente Matthew Weiner y su "Mad Men". Como bien apunta Daniel Krauze en una crítica publicada en Letras Libres, "el mundo de ensueño de la primera mitad de los sesenta se ha esfumado y ahora hay una especie de temor y reticencia a la destrucción del sueño americano.... en la suciedad con que Sally (hija de Don) identifica las calles de Nueva York se vislumbra el mundo sombrío de Travis Bickle y Scorsese en Taxi Driver..."
Me gustaría trazar además una comparación que, con toda seguridad, será calificada de osada. La quinta temporada de Mad Men ha venido a encumbrar a Don Draper como el prototipo del hombre occidental del siglo XX, a tal grado, que lo pone a la altura de lo que representó en su momento Michael Corleone. La odisea vital de Draper es equiparable a la del mítico personaje encarnado por Al Pacino, con la ligera diferencia de que Corleone heredó su imperio, en tanto que el primero lo ha construido desde los cimientos. ¿No sería entonces más útil una comparación con el patriarca de la familia mafiosa, Vito Corleone? No, porque Vito, a pesar de estar chapado a la antigua como Draper, no pasa por la decadencia moral que supone la actividad ilícita que representa, es más, jamás la advierte a su alrededor. En cambio, su hijo Michael y Don se regodean de ella, son arquetipos de un monstruo leviatánico que se destruye construyéndose, si vale la ironía. Ambos conocen al dedillo la naturaleza del poder, ambos crecen materialmente mientras emocionalmente su mundo se hace pedazos, y finalmente, ambos han comprendido que no hay marcha atrás, que hay algo de definitivo en ese trazo histórico de la construcción de sus respectivos mundos que impide cualquier duda o trastabilleo, aún cuando esto vaya en contra de la bondad y la justicia, conceptos que sólo les sirven para soñar con lo que pudo ser. Don Draper y Michael Corleone son, en realidad, la verdadera cara del Tío Sam.
Mención aparte merece el trabajo de los guionistas durante la última temporada de la serie. Han refrescado y dignificado a cada uno de los personajes (por así decirlo, secundarios), perdidos algunos en entregas anteriores. El peso de Peggy en la trama se reduce pero, paradójicamente, aumentan las posibilidades histriónicas de Elizabeth Moss, enfrentada a la confirmación definitiva del papel marginal de la mujer en el boom del sistema, Campbell, como decíamos, se encuentra atrapado en la solitud y aburrimiento que le proporciona su hogar de los suburbios, Sterling, sorprendentemente, encabeza la incursión de la serie en el tema de la explosión del consumo de drogas sintéticas de la época (un capítulo perturbador y fascinante), Joan intenta su propia liberación con decepcionantes resultados, Megan es un constante vaivén entre un escaparate de Don y la repulsión al confinamiento doméstico, Betty expone la angustia que la banalidad provoca en la sociedad de consumo,Sally compone la arquetípica pérdida de la inocencia (otra gran metáfora) y Lane, el melancólico y flemático Lane, pone el acento sobre la desilusión que provoca el fracaso, anatema del paradigma imperante en Madison Avenue.
SPOILER ALERT: The rest of this review may contain important storyline details.
View all
Spoiler:
Si hasta ahora Mad Men había mostrado con singular ingenio y maestría una recreación de época perfecta, en esta ocasión se ha propuesto romper con ese molde y, escarbando en la precisión narrativa, entregar la inmolación de ese "efectismo" que corría el riesgo de sepultar sus aspiraciones a suceder a los Soprano (y con toda seguridad, a los Simpsons) como los ejercicios críticos de más importancia que se hayan proyectado en un televisor. Weiner y los suyos corrigieron a tiempo. Corrección que no cabe esperar en Don Draper, amo y señor de Madison Avenue, quien, en una escena sensacional que resume todo lo que fue la quinta temporada, se aleja de un colorido (por falso) set de televisión, da un beso a una Megan caracterizada como una especie de princesa (una puta de Babilonia, ataviada con ajuares, la puta de Don) para ingresar en una penumbra absoluta, la oscuridad de la soledad que le será revelada en la pregunta final: "¿estas solo?". En realidad Weiner nos pregunta a nosotros, su audiencia. Y es aquí donde la risa cínica y el trago de whiskey se convierten en una herramienta escalofriante, y no queda sino rendirnos ante una obra maestra absoluta.