Estamos ante un relato de la soledad de los marineros, unos, en cierto modo, apátridas cuyas condiciones de vida son más que complicadas. El ambiente del trabajo en el mar y sus duras y claustrofóbicas condiciones está muy conseguido. Para más inri, al carguero en el que viajan estos hombres duros (el Glencairn), le encargan la misión de llevar un cargamento de dinamita hasta Gran Bretaña en plena Segunda guerra Mundial, lo que les hace objetivo más que accesible y prioritario para los aviones alemanes.

Las tormentas en alta mar y las condiciones de vida en el barco están genialmente reflejadas, pero a pesar de ello, me resultan más vistosas las escenas en tierra, la atmósfera londinense, genialmente fotografiada por Toland.

El argumento, al estar basado en 4 obras de Eugene O´Neill, adolece de un hilo argumental sólido, son como cuatro actos, que no consiguen atraparme. No es una de las mejores películas de John Ford, dado la larga lista de obras maestras que posee. Quizá ése es el problema. No tiene la consistencia de sus mejores westerns, ni la narrativa hipnótica de “Qué verde era mi valle”, ni la hondura de “Las uvas de la ira”. Incluso el metraje se me acaba haciendo algo largo. Pienso que esta cinta ha envejecido peor que otras.

A pesar del gran trabajo de Thomas Mitchell, el papel le fue ofrecido antes a Victor McLaglen, que había conseguido el Oscar en 1935 por “El Delator”, otra genialidad de John Ford. Por lo visto, rechazó el papel por no llegar a un acuerdo económico; la película no era una producción con gran presupuesto. Yo creo que con él, la película habría ganado mucho.

Recomendable, por supuesto, estamos hablando de Jonh Ford, pero para mí no está entre lo más selecto de su filmografía.